Quinto Oráculo bajo Jotam
Se trata de un
texto bastante extenso comparado con los que venimos estudiando, atestiguado en
Is 3,1-4,6. Iniciemos con algunas generalidades. Otra vez nos encontramos con
el género literario RIB. En esta ocasión son 2 los pleitos y situaciones que
dan origen al reclamo divino.
a) En 3,1-15 se trata el tema de la
desintegración social.
b) En 3,16-4,1 se trata el tema de las
mujeres.
c) Finalmente
en 4,2-6 hay un oráculo de salvación en el contexto del día de Yahvéh.
Fieles a
nuestra costumbre –aunque sea algo extenso-, queremos poner frente a ustedes el
texto del profeta de modo íntegro. Esta vez dejamos la numeración de los
versículos intercalada para que sea más fácil identificarlos y seguir nuestro
comentario. También resaltamos las expresiones destacadas.
En la primera
sección pues leemos:
Is 3, 1 Pues he aquí que el Señor Yahveh Sebaot
está quitando de Jerusalén y de Judá todo sustento y apoyo: (todo sustento
de pan y todo sustento de agua); 2 el valiente y el guerrero, el juez y el profeta,
el augur y el anciano, 3 el jefe de escuadra y el favorito, el consejero, el
sabio hechicero y el hábil encantador. 4 Les daré mozos por jefes, y mozalbetes
les dominarán. 5 Querrá mandar la gente, cada cual en cada cual, los unos a los
otros y cada cual en su compañero. Se revolverá el mozo contra el anciano, y el
vil contra el hombre de peso. 6 Pues agarrará uno a su hermano al de su mismo
apellido, diciéndole: «Túnica gastas: príncipe nuestro seas, toma a tu cargo
esta ruina.» 7 Pero el otro exclamará aquel día: «No seré vuestro médico; en mi
casa no hay pan ni túnica: no me pongáis por príncipe del pueblo.»
8 Así que
tropezó Jerusalén, y Judá ha caído; pues sus lenguas y sus fechorías a Yahveh han
llegado, irritando los ojos de su majestad. 9 La expresión de su rostro les denuncia, y sus pecados como Sodoma
manifiestan, no se ocultan. ¡Ay de ellos, porque han merecido su propio mal! 10 Decid al justo que bien, que el fruto de
sus acciones comerá. 11 ¡Ay del malvado! que le irá mal, que el mérito de sus
manos se le dará. 12 A mi pueblo le oprime un mozalbete, y mujeres le
dominan. Pueblo mío, tus regidores vacilan y tus derroteros confunden. 13 Se
levanta a pleitear Yahveh y está en pie para juzgar a los pueblos. 14 Yahveh demanda en juicio a los ancianos
de su pueblo y a sus jefes. «Vosotros habéis incendiado la viña, el despojo del
mísero tenéis en vuestras casas.
15 Pero ¿qué os importa? Machacáis a mi pueblo y moléis el rostro de
los pobres» - oráculo del Señor Yahveh Sebaot -.” (Is 3,1-15)
Los vs.
1.13-14 nos aportan el sentido teológico de la profecía. El anuncio da cuenta
de que Dios quita su sustento y apoyo, ya no acompaña a Israel. El Señor tiene
querella contra su pueblo -especialmente contra la clase dirigente de los
ancianos y jefes-, por la injusticia que se propaga lesionando a los pobres y machacando
miseria en todo el país. La acusación se resume en la expresión “han incendiado
mi viña”. Ciertamente la viña es una imagen muy querida para Isaías como símbolo
de la relación entre Dios e Israel.
Los vs. 8-9.15
describen la situación del pueblo: han tropezado y caído, la expresión de su
rostro ya no puede ocultar o disimular su culpa. Su pecado se manifiesta con
tal envergadura que llega hasta Yahvéh. Pero al pueblo parece no importarle su
estado y sigue empedernido en el mal. Se muestra indiferente frente a la
injusticia que se extiende.
Los vs. 10-11 recuerdan
la lógica sapiencial tan propia de la teología de los dos caminos: habrá
bendición y salvación de Dios para el justo, pero para el impío castigo y
sentencia condenatoria.
Los restantes
versículos señalan el grado creciente de disolución y degradación del pueblo:
los líderes y quienes tienen profesiones cualificadas no dan la talla y están
desorientados, terminan conduciendo al pueblo personajes inexpertos y con falta
de preparación, cuando se busca a alguien que se comprometa y ayude todos
esquivan el llamado y rechazan involucrarse. Israel está a la deriva.
En la segunda
sección se enuncia:
“Dice Yahveh: «Por cuanto son altivas las hijas de
Sión, y andan con el cuello estirado y guiñando los ojos, y andan a pasitos
menudos, y con sus pies hacen tintinear las ajorcas», rapará el Señor el cráneo
de las hijas de Sión, y Yahveh destapará su desnudez. Aquel día quitará el
Señor el adorno de las ajorcas, los solecillos y las lunetas; los aljófares,
las lentejuelas y los cascabeles; los peinados, las cadenillas de los pies, los
ceñidores, los pomos de olor y los amuletos, los anillos y aretes de nariz; los
vestidos preciosos, los mantos, los chales, los bolsos, los espejos, las ropas
finas, los turbantes y las mantillas. Por debajo del bálsamo habrá hedor, por
debajo de la faja, soga, por debajo de la peluca, rapadura, y por debajo del
traje, refajo de arpillera. y por debajo de la hermosura, vergüenza. Tus gentes
a espada caerán, y tus campeones en guerra. Y darán ayes y se dolerán a las
puertas, y tú, asolada, te sentarás por tierra. Asirán siete mujeres a un
hombre en aquel día diciendo: «Nuestro pan comeremos, y con nuestras túnicas
nos vestiremos. Tan sólo déjanos llevar tu nombre: quita nuestro oprobio.»” (Is
3,16-4,1)
Los vs. 16-24
confluyen con la realidad del Norte denunciada por Amós. El pecado de las
mujeres es la altivez-despilfarro-lujo. La descripción es irónica: son altivas
y de cuello estirado, es decir, presumidas; andan revoleando sus ojos en
constante intento de seducción sin recato ni fidelidad; dan pasos pequeños para
llamar la atención, haciendo resonar con su andar los adornos y joyas de la época
que ostentan en su cuerpo. Pero Dios las reducirá a penitencia. Caerá su aparente
hermosura dejando ver toda su vergüenza. Y terminarán en orfandad y sin
sustento, pidiendo muchas a un varón que las cobije. Tras la situación histórica
de las mujeres más aristocráticas el profeta juega un símbolo: habla de la
santidad del pueblo perdida y de su realidad de pecado que ahora le configura
como la “no esposa” de Dios.
Finalmente en
la tercera sección:
“Aquel día el
germen de Yahveh será magnífico y glorioso, y el fruto de la tierra será la
prez y ornato de los bien librados de Israel. A los restantes de Sión y a los
que quedaren de Jerusalén, se les
llamará santos: serán todos los apuntados como vivos en Jerusalén. Cuando haya lavado el Señor la
inmundicia de las hijas de Sión, y las manchas de sangre de Jerusalén haya limpiado del interior de ella con
viento justiciero y viento abrasador, creará
Yahveh sobre todo lugar del monte de Sión y sobre toda su reunión, nube y
humo de día, y resplandor de fuego llameante de noche. Y por encima la gloria de Yahveh será toldo y tienda para sombra
contra el calor diurno, y para abrigo y reparo contra el aguacero y la lluvia.”
(Is 4,2-6)
Aquí se anuncia
este oráculo de salvación cuyo contexto es “aquel Día” del que tanto venimos
hablando. En el Día del Señor aparecerá magnífico y glorioso su germen: el RESTO
SANTO del Pueblo que es resultado de la iniciativa purificadora del Señor que
lavó y limpió desde el interior. Este germen de Pueblo Nuevo vivirá siempre
bajo la Gloria de Dios.
Si quieres conocerte déjate conocer y purificar por Dios
Aunque no sea
de nuestro mayor agrado, ¡qué importante es dejar que Dios nos conozca! Lo digo
en el sentido de que Él, con Sabiduría y Caridad –que en modo alguno excluyen
la Verdad-, nos acerque como un diagnóstico de nuestra realidad. ¿Cómo
pretenderemos conocernos realmente si no permitimos sobre nosotros la mirada de
Dios? Su mirada nos quita de cualquier auto-engaño y nunca es una mirada
condenatoria sino salvadora, que deja a la luz expuesto nuestro pecado pero que
ofrece la unción que cura las heridas, abriendo senderos y horizontes de
santidad.
¡Déjate
santificar por Dios! A mí me parece que toda la Escritura Santa clama en esta
dirección. De eso se trata en gran medida el ministerio de Isaías: ser
instrumento para que el Señor pueda purificar y santificar al Pueblo. Sin
embargo hay un aspecto ciertamente sombrío: no todos sino un Resto. ¿Acaso Dios
es selectivo? ¡De ningún modo! No todos se dejan purificar y santificar,
lamentablemente son muchos los que rechazan la acción salvífica de Dios. Triste
misterio de la cerrazón obstinada del corazón del hombre.
Pero sin duda
brilla una fuerte esperanza: quienes se dejan purificar y santificar vivirán
siempre al amparo y bajo la Gloria de Dios, pues justamente vivirán para y
hacia su Gloria.
La Iglesia
nunca debe olvidar que ha sido llamada a la santidad y que está en medio del
mundo ayudando a Dios a purificar y santificar a los hombres. Si se mira a sí
misma presuntuosa, perderá la humildad, y creyéndose más de lo que es entrará
con el mundo en el juego de la seducción infiel. Será entonces subyugada por el
poder y el afán de encumbramiento y terminará siendo la no-esposa de Dios. Quizás
esta dinámica –como le sucede a Israel-, siempre está presente como tentación
en el andar de la Iglesia peregrina. Su RESTO FIEL siempre serán los santos,
con su inquietante fidelidad y clamor de Reforma.
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