Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (8)



Sexto Oráculo bajo Jotam


Este oráculo, contenido en Is 5,1-7,  es conocido como la “Canción de la viña”. Sin duda uno de los textos más ampliamente receptados del profeta. Se trata de una relectura de toda la historia de Israel. Es un rib en forma de parábola.

El punto de partida es una canción de amor. En Oriente la amada es comparada a una viña. Además, “estar en la vid o bajo la higuera”, se constituyó una imagen difundida popularmente para simbolizar la felicidad y paz doméstica. Allí pues se dará el descanso, bajo la sombra que da refugio y sosiego del calor de la jornada y en la cercanía del verdor que suele ser vecino de la suave brisa. Como también se instalará el tiempo de disfrutar de los frutos fecundos de tanta labor: primero es el arduo esfuerzo del cultivo pero luego sobreviene el alegre período de la cosecha. Volviendo a la amada, el esposo espera que su esposa sea para él como vid fecunda.

 

“Voy a cantar a mi amigo la canción de su amor por su viña.” (Is 5,1ª)

 

Socialmente correspondía al amigo del novio conducir a la futura esposa a la casa de aquel para celebrar las nupcias y ella ser introducida en su casa.  También tenía el encargo de presentar la querella en caso de repudio. En la ficción literaria es Isaías el amigo de Yahvéh-novio. El profeta, en nombre del Dios Esposo, cantará la historia de este amor de Alianza con la esposa Pueblo.

 

“Una viña tenía mi amigo en un fértil otero. La cavó y despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó una torre en medio de ella, y además excavó en ella un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces.”  (Is 5,1b-2)

 

Con simplicidad y belleza, no sin un gran toque de ternura, se canta sobre esta viña ubicada en un cerro aislado que domina un llano; lo que da cuenta de cierta exclusividad y predilección. Se ha comenzado la viña en el mejor lugar del cual se disponía. Y el dueño cultivó con gran esmero el terreno y plantó allí una cepa exquisita de uvas. También construyó una torre desde la cual vigilar y proteger la viña. Por supuesto dispuso un lagar, lugar donde machacar la uva y extraer su jugo.

Ya habiendo hecho todo cuanto debía y con el agregado de que ha trabajado con cariño, gran atención y delicadeza, el dueño se dispuso a esperar el tiempo de la fecundidad. ¡Cuánta decepción al darse cuenta a la hora de la cosecha que la uva no ha madurado y que no le daría el vino!

 

“Ahora, pues, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá, venid a juzgar entre mi viña y yo: ¿Qué más se puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo? Yo esperaba que diese uvas. ¿Por qué ha dado agraces?”  (Is 5,3-4)

 

El adverbio “ahora” marca que se está en ese tiempo preciso en el cual en lugar de recolectar frutos el Esposo Dios se queda con las manos vacías. Irónicamente se presenta la demanda del juicio y se convoca a los mismos acusados a dar explicaciones. ¿Acaso el Dueño de la viña no ha hecho todo por ella? ¿En qué Dios le ha faltado a su Pueblo?

 

“Ahora, pues, voy a haceros saber, lo que hago yo a mi viña: quitar su seto, y será quemada; desportillar su cerca, y será pisoteada. Haré de ella un erial que ni se pode ni se escarde. Crecerá la zarza y el espino, y a las nubes prohibiré llover sobre ella.”  (Is 5,5-6)

 

El adverbio “ahora” marca esta vez una consecuencia. El Dueño y Esposo, que ha puesto tanto amor en esta Alianza, se ve defraudado. Su amor no ha sido recibido, su laboriosidad en favor del Pueblo ha sido desaprovechada. Por tanto abandonará a su viña y ya no ejercerá ningún cuidado más sobre ella. Quitará cuanto elemento de separación y protección había. Cualquiera podrá entrar en ella para hacerle daño. Porque será como terreno desestimado que ya no se cultiva creciendo solo arbustos cargados de espinas. Si dan fruto para recolectarlos habrá que lastimarse la mano. Y si faltara algo habrá sequía.

Se da una sentencia pues de castigo sobre el Pueblo que no ha sido fiel a la Alianza con el Dios Esposo que lo ha elegido. Pero esta nueva situación no es arbitraria, sino la consecuencia de haber desperdiciado y desatendido el amoroso cuidado y solicitud con la que el Señor los ha tratado.

Por un lado parece un anticipo de todo el daño que les ocasionará el inminente crecimiento del poderío de Asiria. Por otro, bajo la dinámica del símbolo, una advertencia atemporal acerca del resultado de ser infiel y romper la Alianza con Dios.

 

Pues bien, viña de Yahveh Sebaot es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito. Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos.” (Is 5,7)

 

Dios espera nuestros frutos

 

La Gracia que Dios me dispensa me alegra pero también me hace temblar. Será que con el tiempo ha crecido en mí la conciencia de la gravedad de desaprovechar su Amor en mí. Y cuánto más amado más comprometido a que su Amor sea fecundo. Porque a su Amor no le falta potencia y mi tierra ha sido trabajada por Él mismo. ¿Cómo entonces no producir el fruto a su tiempo?

Lamentablemente a veces percibo en la cotidiana praxis religiosa que se manifiesta en la Iglesia de nuestro tiempo, un acentuado rictus que llamo: “la postura del beneficiario”. Se trata de una relación recargada sobre el petitorio. Se busca a Dios como proveedor de bienestar personal. Obviamente que lo es pero no en el sentido que se le reclama.

Pero además no me resulta proporcional al petitorio el ejercicio de la acción de gracias, claramente más esporádica e inusual. ¿Dios no ha sido fiel con nosotros? ¿Nos ha mal atendido? ¿No hemos sido destinatarios de su Amor?

Hasta incluso sospecho que tal vez nuestra alabanza, casi inconscientemente, contenga la intención de que se mantenga “abierto el grifo” y no deje de proveer cuanto le solicitamos.

A aquel rictus didácticamente contrapongo: “la postura del bienhechor”. La de quien agradecido por el Amor recibido gratuitamente se dispone al don de sí. Aquí se rompe con la centralidad de uno mismo para poder responder al Dios que nos ha agraciado dando los frutos de Caridad que Él espera de nosotros. Podríamos decir que su Amor resulta fecundo al ponernos a amar. La oración popularizada reza: “Señor, que yo no busque tanto ser amado como amar”. Diría mejor, que tu Amor produzca amor en mí. Que no quede tanto Amor tuyo defraudado. O en el cantar del salmista: “Que por mi causa no sean defraudados los que esperan en ti, Señor.” (Sal 69,7)

 

 

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EVANGELIO DE FUEGO 26 de Noviembre de 2024