Sexto Oráculo bajo Jotam
Este oráculo,
contenido en Is 5,1-7, es conocido como
la “Canción de la viña”. Sin duda uno de los textos más ampliamente receptados
del profeta. Se trata de una relectura de toda la historia de Israel. Es un rib en forma de parábola.
El punto de
partida es una canción de amor. En Oriente la amada es comparada a una viña. Además,
“estar en la vid o bajo la higuera”, se
constituyó una imagen difundida popularmente para simbolizar la felicidad y paz
doméstica. Allí pues se dará el descanso, bajo la sombra que da refugio y
sosiego del calor de la jornada y en la cercanía del verdor que suele ser vecino
de la suave brisa. Como también se instalará el tiempo de disfrutar de los
frutos fecundos de tanta labor: primero es el arduo esfuerzo del cultivo pero luego
sobreviene el alegre período de la cosecha. Volviendo a la amada, el esposo
espera que su esposa sea para él como vid fecunda.
“Voy a cantar a mi amigo la canción de su amor por
su viña.” (Is 5,1ª)
Socialmente
correspondía al amigo del novio conducir a la futura esposa a la casa de aquel
para celebrar las nupcias y ella ser introducida en su casa. También tenía el encargo de presentar la
querella en caso de repudio. En la ficción literaria es Isaías el amigo de
Yahvéh-novio. El profeta, en nombre del Dios Esposo, cantará la historia de
este amor de Alianza con la esposa Pueblo.
“Una viña tenía mi amigo en un fértil otero. La cavó
y despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó una torre en medio de
ella, y además excavó en ella un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio
agraces.” (Is 5,1b-2)
Con
simplicidad y belleza, no sin un gran toque de ternura, se canta sobre esta
viña ubicada en un cerro aislado que domina un llano; lo que da cuenta de cierta
exclusividad y predilección. Se ha comenzado la viña en el mejor lugar del cual
se disponía. Y el dueño cultivó con gran esmero el terreno y plantó allí una
cepa exquisita de uvas. También construyó una torre desde la cual vigilar y
proteger la viña. Por supuesto dispuso un lagar, lugar donde machacar la uva y
extraer su jugo.
Ya habiendo
hecho todo cuanto debía y con el agregado de que ha trabajado con cariño, gran
atención y delicadeza, el dueño se dispuso a esperar el tiempo de la
fecundidad. ¡Cuánta decepción al darse cuenta a la hora de la cosecha que la
uva no ha madurado y que no le daría el vino!
“Ahora, pues, habitantes de Jerusalén y hombres de
Judá, venid a juzgar entre mi viña y yo: ¿Qué más se puede hacer ya a mi viña,
que no se lo haya hecho yo? Yo esperaba que diese uvas. ¿Por qué ha dado
agraces?” (Is 5,3-4)
El adverbio “ahora”
marca que se está en ese tiempo preciso en el cual en lugar de recolectar
frutos el Esposo Dios se queda con las manos vacías. Irónicamente se presenta la
demanda del juicio y se convoca a los mismos acusados a dar explicaciones. ¿Acaso
el Dueño de la viña no ha hecho todo por ella? ¿En qué Dios le ha faltado a su Pueblo?
“Ahora, pues, voy a haceros saber, lo que hago yo a
mi viña: quitar su seto, y será quemada; desportillar su cerca, y será
pisoteada. Haré de ella un erial que ni se pode ni se escarde. Crecerá la zarza
y el espino, y a las nubes prohibiré llover sobre ella.” (Is 5,5-6)
El adverbio “ahora”
marca esta vez una consecuencia. El Dueño y Esposo, que ha puesto tanto amor en
esta Alianza, se ve defraudado. Su amor no ha sido recibido, su laboriosidad en
favor del Pueblo ha sido desaprovechada. Por tanto abandonará a su viña y ya no
ejercerá ningún cuidado más sobre ella. Quitará cuanto elemento de separación y
protección había. Cualquiera podrá entrar en ella para hacerle daño. Porque será
como terreno desestimado que ya no se cultiva creciendo solo arbustos cargados
de espinas. Si dan fruto para recolectarlos habrá que lastimarse la mano. Y si
faltara algo habrá sequía.
Se da una
sentencia pues de castigo sobre el Pueblo que no ha sido fiel a la Alianza con el
Dios Esposo que lo ha elegido. Pero esta nueva situación no es arbitraria, sino
la consecuencia de haber desperdiciado y desatendido el amoroso cuidado y
solicitud con la que el Señor los ha tratado.
Por un lado
parece un anticipo de todo el daño que les ocasionará el inminente crecimiento
del poderío de Asiria. Por otro, bajo la dinámica del símbolo, una advertencia
atemporal acerca del resultado de ser infiel y romper la Alianza con Dios.
“Pues bien, viña de Yahveh Sebaot es la Casa
de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito. Esperaba de ellos
justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos.” (Is 5,7)
Dios espera nuestros frutos
La Gracia que Dios
me dispensa me alegra pero también me hace temblar. Será que con el tiempo ha
crecido en mí la conciencia de la gravedad de desaprovechar su Amor en mí. Y cuánto
más amado más comprometido a que su Amor sea fecundo. Porque a su Amor no le
falta potencia y mi tierra ha sido trabajada por Él mismo. ¿Cómo entonces no
producir el fruto a su tiempo?
Lamentablemente
a veces percibo en la cotidiana praxis religiosa que se manifiesta en la Iglesia
de nuestro tiempo, un acentuado rictus que llamo: “la postura del beneficiario”.
Se trata de una relación recargada sobre el petitorio. Se busca a Dios como
proveedor de bienestar personal. Obviamente que lo es pero no en el sentido que
se le reclama.
Pero además no
me resulta proporcional al petitorio el ejercicio de la acción de gracias,
claramente más esporádica e inusual. ¿Dios no ha sido fiel con nosotros? ¿Nos
ha mal atendido? ¿No hemos sido destinatarios de su Amor?
Hasta incluso
sospecho que tal vez nuestra alabanza, casi inconscientemente, contenga la
intención de que se mantenga “abierto el grifo” y no deje de proveer cuanto le
solicitamos.
A aquel rictus
didácticamente contrapongo: “la postura del bienhechor”. La de quien agradecido
por el Amor recibido gratuitamente se dispone al don de sí. Aquí se rompe con
la centralidad de uno mismo para poder responder al Dios que nos ha agraciado
dando los frutos de Caridad que Él espera de nosotros. Podríamos decir que su Amor
resulta fecundo al ponernos a amar. La oración popularizada reza: “Señor, que
yo no busque tanto ser amado como amar”. Diría mejor, que tu Amor produzca amor
en mí. Que no quede tanto Amor tuyo defraudado. O en el cantar del salmista: “Que por mi causa no sean defraudados los
que esperan en ti, Señor.” (Sal 69,7)
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