ABBA MONTAÑA 1

 

 "Apotegmas contemplativos" (2021)

 

Le dijo el discípulo:

-Abba Montaña, es tan largo e intrincado

este camino de subida

que me parece se me irá en él la vida;

no sé si me será posible un tal ascenso.

Se le respondió tranquilamente:

-Solo no le quites la mirada a la cima

que atrae con fuerza irresistible.

 

 

            La vida contemplativa claramente es un camino de ascenso. De hecho son numerosas las obras espirituales bajo el leimotiv del ascenso al monte. Frente a cualquier macizo rocoso supongo, que la experiencia común humana, es tanto la curiosidad y fascinación que provoca hacer cumbre como la percepción de lo esforzada y peligrosa que será la subida. ¿Qué pesará más: el deseo por la gloria o el desaliento por el sacrificio?

            No sé si estamos acostumbrados a ascender. Dudo de que vivamos en una cultura verdaderamente aspiracional. Al menos los ejemplos más habituales de encumbramiento personal o comunitario suelen girar en torno a valores materiales y la obtención de centralidad, fama y poder. Se trata de una subida a la cúspide del narcisismo, la dinámica de un egocentrismo profundamente avaro. Y esa subida al éxito mundano –que seguramente tendrá también su precio a pagar- parece un sendero tan plagado de violencia, mentira e injusticia. Paradójicamente quien termina en lo más alto, al mismo tiempo desciende a las regiones inferiores perdiendo en aquella empresa gran parte de su humanidad. Mas bien parece que sube a sus infiernos.

            Por otro lado también vivimos una cultura del conformismo y la comodidad. Los procesos de crecimiento y maduración parecen ralentizados y con techos cada vez menos elevados. Se nivela o promedia para abajo y la gente se acostumbra a esa zona de confort donde subsiste con bastante frivolidad sin darse cuenta que esa forma de sobrevivencia pondrá en riesgo toda su existencia. Vuelos cortos y al ras del suelo, nada de desplegar alas y alcanzar las alturas. El espíritu de los hombres parece encadenado a un sinfín de espejismos y esclavitudes de las cuales o no tiene conciencia o la tiene anestesiada.

            Justamente una de las clásicas distinciones sobre la Gracia de Dios desde el punto de vista de su efecto salvífico y santificante, nos enseñaba que la Gracia interna es sanante y elevante. Dios que nos ama, justamente porque nos ama, no nos deja iguales. Repara la naturaleza humana debilitada por el pecado pero también la eleva a la participación de la Vida Divina. Y sin embargo cuán demorados parecen tantos cristianos en su proceso de maduración discipular.

            A veces decimos metafóricamente que siendo adultos aún siguen viviendo la fe con su “traje o vestido de primera Comunión”. ¡Cuántos adultos he encontrado rezando por ejemplo como niños: un Padre Nuestro, tres Ave María y un Gloria por la noche antes de acostarse a dormir! Tal evidencia de desnutrición espiritual me golpea y moviliza.

            Las razones de una extensa chatura del cristianismo contemporáneo son varias y no es el momento de tratarlas. Pero claramente el demonio de la mediocridad –la más peligrosa de las tentaciones- nos ha infestado masivamente. La más peligrosa porque nos convence que no estamos tan bien pero tampoco tan mal y que en definitiva la mayoría está como nosotros. Así engendra la auto-justificación y la complicidad solidaria en el estancamiento. Nos detiene y ya no caminamos.

Y por supuesto que habrá pecados eclesiales por purgar, sobre todo la insignificante prédica y educación sobre la vocación a la santidad como la pérdida del horizonte escatológico. Ha ganado espacio un buenismo pastoral de falsa y demoníaca misericordia, que hace lo contrario a la obra de Dios: nos contiene y convalida pero nos deja iguales, inmersos en el pus de nuestras heridas y enlodados hasta el cuello en el pecado. Así también una falsa evangelización que a fuer de diálogo con el mundo y de pretendida actualización eclesial para estar más adaptados a los tiempos que corren, termina provocando no la apertura del mundo a Dios, sino la cerrazón de la Iglesia a la Verdad revelada por Dios y una entrega idolátrica al mundo. Una fe que no aspira a la Gloria del Cielo por la vía de la santidad termina inmanentizada y mundanizada sin trascendencia ni identidad. Asi a expensas del relativismo tarde o temprano será descimentada.

La vida contemplativa es para la unión con Dios y esto supone un largo camino de ascenso en el Espíritu. No se podrá hacer este trayecto sin la mirada puesta en el Amor de Dios que convoca, seduce y atrae, que enlaza y cautiva en Amor. Pero para ello es necesario dejar de mirarse a sí mismo y renunciar a las fatídicas elevaciones que nos propone el mundo y que nos estrellarán en el abismo del vacío. Para ello es necesario aceptar la noche de la purificación que nos sane de raíz. Para ello debe amanecer la Cruz que pone incandescente la belleza de la entrega de la propia vida.

¿Quién quiere subir conmigo?

 

Oseas: el profeta del Dios Esposo (3)

 


 

Contemplando una historia matrimonial que es símbolo

 

“¡Pleiteen con su madre, pleiteen, porque ella ya no es mi mujer, y yo no soy su marido! ¡Que quite de su rostro sus prostituciones y de entre sus pechos sus adulterios; no sea que yo la desnude toda entera, y la deje como el día en que nació, la ponga hecha un desierto, la reduzca a tierra árida, y la haga morir de sed! Ni de sus hijos me compadeceré, porque son hijos de prostitución.” (Os 2,4-6)

 

En el comienzo de su libro profético, Oseas explicita su ruptura matrimonial, dada la infidelidad de su esposa. Pero ya sabemos que sirve su derrotero personal como símbolo de la relación entre Dios y su pueblo. Dios entra en pleito contra su esposa Israel. Ella será juzgada por su Esposo y por las futuras generaciones. El Señor está dispuesto a devolverla a Egipto, es decir al destierro y esclavitud por parte ahora del Imperio Asirio. “Ponerla desnuda” y hacer de Israel “un desierto” son expresiones que aluden a que le es necesario recordar dónde había caído y quien la rescató. Se trata de una instancia purificadora que le permitirá al pueblo arrepentirse de sus idolatrías, recuperar la humildad original y volver a su Esposo para renovar la Alianza.

 

“Pues su madre se ha prostituido, se ha deshonrado la que los concibió, cuando decía: «Me iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas.» Por eso, yo cercaré su camino con espinos, la cercaré con seto y no encontrará más sus senderos; perseguirá a sus amantes y no los alcanzará, los buscará y no los hallará. Entonces dirá: «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora.» No había conocido ella que era yo quien le daba el trigo, el mosto y el aceite virgen, ¡la plata yo se la multiplicaba, y el oro lo empleaban en Baal! Por eso volveré a tomar mi trigo a su tiempo y mi mosto a su estación, retiraré mi lana y mi lino que habían de cubrir su desnudez. Y ahora descubriré su vergüenza a los ojos de sus amantes, y nadie la librará de mi mano.” (Os 2,7-12)

 

Dolorosamente para Oseas se ha producido la reincidencia en la prostitución por parte de su esposa. El profeta la ha desposado pero ella, tras darle hijos, ha vuelto a la infidelidad, ya sea comerciando con su sexualidad o retornando como profetisa-sacerdotisa a la práctica de los cultos baálicos.

A su pueblo, Dios lo acusa de irse tras de sus amantes, los ídolos paganos. El Señor es presentado literariamente como un amante bueno y fiel que le ha dado todo a su esposa, quien no solo no ha reconocido su amor con todos sus detalles de solicitud, sino que además lo ha traicionado lanzándose a los brazos de otros dioses. Como amantes rechazados, el profeta y Dios, abandonan entonces a la esposa infiel a su propia suerte, sabiendo que el camino que ha elegido no tiene ni destino ni bienestar. Pero este retirarse del vínculo no es falta de amor, todo lo contrario, Dios y el profeta esperan que entre en razón, que el camino que ha tomado la haga darse cuenta de su fatal error, que se termine de una vez de desencantar de aquellos amantes que no le darán nada, solo vergüenza y desnudez.

En este sentido la profecía de Oseas insiste en el castigo del exilio como el instrumento didáctico que Dios ha elegido para que el pueblo recupere su memoria, comprenda que su identidad está en el Señor que lo rescató de la opresión y que lo bendijo, llamándolo a celebrar una Alianza.

 

“Haré cesar todo su regocijo, sus fiestas, sus novilunios, sus sábados, y todas sus solemnidades. La visitaré por los días de los Baales, cuando les quemaba incienso, cuando se adornaba con su anillo y su collar y se iba detrás de sus amantes, olvidándose de mí, - oráculo de Yahveh -.  Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.  Y ella responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto.” (Os 2,13.15-16.17b)

 

Obviamente Dios se queja, tanto de sus cultos idolátricos como de la hipocresía con la cual le rinden culto a Él. Pero increíblemente, el esposo-Dios, la sigue amando y quiere volver a ganarle el corazón, seduciéndola como en su juventud, re-enamorándola para que vuelva a Él. La profecía de Oseas canta dramática y bellamente que la Alianza se sostiene por la fidelidad inquebrantable del Dios amante. Si el pueblo alcanza salvación es porque el Señor lo sigue eligiendo a pesar de todas sus caídas e infidelidades. Resulta conmovedor este amor inmenso que no piensa en sí mismo, en la afrenta recibida, sino solo en el bien de su esposa.

 

“Y sucederá aquel día - oráculo de Yahveh - que ella me llamará: «Marido mío», y no me llamará más: «Baal mío.» Yo quitaré de su boca los nombres de los Baales, y no se mentarán más por su nombre.   Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión,  te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh.  Yo la sembraré para mí en esta tierra, me compadeceré de «Nocompadecida», y diré a «Nomipueblo»: Tú «Mi pueblo», y él dirá: «¡Mi Dios!»” (Os 2,18-19.21-22.25)

 

Dios con su amor victorioso logrará pues reconquistar al pueblo para vivir la Alianza en fidelidad. Pero ya es inevitable que para poder recuperarla la entregue a la amargura del destino que ha elegido al alejarse de su Señor e irse detrás de falsos dioses.

 

“Yahveh me dijo: «Ve otra vez, ama a una mujer que ama a otro y comete adulterio, como ama Yahveh a los hijos de Israel, mientras ellos se vuelven a otros dioses.» Yo me la compré por quince siclos de plata y carga y media de cebada. Y le dije: «Durante muchos días te me quedarás quieta sin prostituirte ni ser de ningún hombre, y yo haré lo mismo contigo.» Porque durante muchos días se quedarán los hijos de Israel sin rey ni príncipe, sin sacrificios ni estela, sin efod ni terafim. Después volverán los hijos de Israel; buscarán a Yahveh su Dios y a David, su rey, y acudirán con temor a Yahveh y a sus bienes en los días venideros.” (Os 3,1-5)

 

La historia matrimonial de Oseas se entrelaza con la historia de Dios con su pueblo. La mujer le da hijos pero le es infiel; sufre la esclavitud tras su infidelidad y el Esposo que la ama y está dispuesto a perdonarla, sale a buscarla y reconquistarla. Pero ella debe hacer penitencia para volver a su Esposo. Tanto Dios como el profeta no aman por que los reciben o les devuelven el amor, aman por ellos mismos, aman gratis hasta la locura.

 

El desprecio a un Dios enamorado

 

Nunca sé si llorar de alegría o llorar por dolor, y seguramente con ambas motivaciones deba hacerlo. Aquí está el drama de toda la historia de la Salvación. Dios ama con fidelidad y la humanidad desprecia ese Amor, no lo conoce y elige entregarse a tantas idolatrías vacías de sentido y cargadas de muerte. Pero no nos excusemos. Quien actúa de ese modo no es solo el género humano, es también su Pueblo –la Iglesia-, quién actúa así soy yo mismo. ¿Estamos todos locos? ¿O tan hinchados de vanidad y ciegos de egocentrismo? ¿Cómo entender que no amemos a Dios quien es el Amor?

Por un lado se levanta majestuosa la Fidelidad de Dios por su Pueblo, a quien elige y ama ofreciéndose enteramente y sin reservas a Si mismo. Por otro lado nuestra mezquindad, porque desaprovechamos semejante Amor, porque nos amamos más a nosotros mismos y nuestros intereses que a Quien nos ama libérrima y gratuitamente. Aquí el drama que se explicitará total y acabadamente en la Cruz de Jesucristo, el Esposo fiel que da la Vida por Amor.

 


Oseas: el profeta del Dios Esposo (2)

 



Contenido general

 

A grandes y primeros rasgos adelantamos que Oseas critica a los cultos baalistas (dios de las cosechas y de la fecundidad) a favor de Yahvéh. En este sentido desarrollará toda su teología espiritual de la Alianza como bodas o nupcias entre Dios y su pueblo.

En medio de las alianzas políticas recuerda la Alianza anterior que sigue vigente y nunca caduca, Alianza fundante que es superior y está por encima, la única Alianza en la que el pueblo puede apoyarse para hallar salvación, la Alianza con su Dios. Podríamos decir que en cierto sentido hace teología política.

 

Profecía y vida personal

 

En Oseas se mezclan dramáticamente las peripecias de su vida con el mensaje de Dios a su pueblo. Al comienzo del libro, en los caps. 1-3, se narra ese momento clave de su vida que es signo de la profecía que Dios le encarga predicar.

 

Comienzo de lo que habla Yahveh por Oseas. Dijo Yahveh a Oseas: «Ve, tómate una mujer dada a la prostitución e hijos de prostitución, porque la tierra se está prostituyendo enteramente, apartándose de Yahveh.»”  (Os 1,2)

 

Debemos notar que lo que “habla Dios por Oseas” no se trata de un oráculo pronunciado en palabras, se trata de un signo realizado con su propia vida. La vida del profeta con su esposa es símbolo del vínculo de Dios con su pueblo. El Señor le manda tomar por esposa a una prostituta.

Esta “mujer dada a la prostitución” parece que puede entenderse de dos maneras. Por sorprendente que parezca la opción menos escandalosa, la primera que con sentido común se deduce del texto, sería que fuese una mujer dedicada al comercio sexual de su cuerpo. ¿Y Dios le manda que la despose?

La segunda opción es más escandalosa aún. Se trataría de una “hieródula”, una servidora de lo sagrado en los cultos baálicos. Vayamos despacio…

Los cultos religiosos cananeos, ligados a la fecundidad en una economía netamente agrícola-ganadera, suplicaban a sus dioses por la lluvia que garantizaba buenas cosechas y pastizales que les permitían alimentar al ganado como incrementar su reproducción. Dependían del clima benéfico para su tarea. Y baal –que se puede traducir por dueño, propietario, esposo, amo- es una divinidad localizada en un territorio y vinculada a la naturaleza. De hecho se habla de los baales en plural, como las divinidades dominantes de las regiones. Pero además, con mixtura de diversos acentos de religiosidad cananea, baal es también un principio masculino y femenino. En cuanto masculino simbolizado por la lluvia fecundante y en cuanto femenino por la tierra fecundada. Por eso en los ritos sagrados, las profetizas-sacerdotisas tras entrar en trance extático, se unían sexualmente a los varones en orgías sagradas como forma de transmitir la fecundidad que donaba baal a sus fieles y a sus campos. Somos adultos y podemos hablar de estas cosas, ya entendemos en parte la gran atracción que ejercían estos cultos.

Pues la segunda opción es entonces que Dios mandara al profeta tomar por esposa a una de estas profetizas sagradas de los cultos cananeos.

Como vemos ambas posibilidades de interpretación del símbolo que Dios manda actuar en la vida de Oseas son tremendamente escandalosas. Oseas representa a Dios, el esposo amante y fiel; en tanto Gomer señala a Israel, el pueblo prostituido e infiel.

Y como si esto ya no fuera inquietante en extremo, el símbolo avanza sobre los frutos de esa fecundidad corrompida.

 

“Fue él y tomó a Gómer, hija de Dibláyim, la cual concibió y le dio a luz un hijo. Yahveh le dijo: «Ponle el nombre de Yizreel, porque dentro de poco visitaré yo la casa de Jehú por la sangre derramada en Yizreel, y pondré fin al reinado de la casa de Israel. Aquel día romperé el arco de Israel en el valle de Yizreel.» Concibió ella de nuevo y dio a luz una hija. Y Yahveh dijo a Oseas: «Ponle el nombre de "No-compadecida", porque yo no me compadeceré más de la casa de Israel, soportándoles todavía. (Pero de la casa de Judá me compadeceré y los salvaré por Yahveh su Dios. No los salvaré con arco ni espada ni guerra, ni con caballos ni jinetes.)» Después de destetar a «No-compadecida», concibió otra vez y dio a luz un hijo. Y dijo Yahveh: «Ponle el nombre de "No-mi-pueblo", porque ustedes no son mi pueblo ni yo soy para ustedes El-Que-Soy.»” (Os 1,3-9)

 

Se evidencia pues una ruptura creciente entre Dios y su pueblo, una Alianza matrimonial que se fractura.

El nombre del primer hijo es una condenación de la matanza llevada a cabo por Jehú contra la casa de Ajab; un pecado que pesa sobre la historia de Israel, que aun cuando intenta obrar lo que Dios quiere lo realiza de un modo que el Señor no aprueba. El valle de Yizreel, símbolo de fertilidad y locación bíblica del combate escatológico definitivo, ahora sirve de contra-signo, como profecía de esterilidad futura pues se han arruinado sus campos y juicio condenatorio sobre el pueblo por la sangre derramada.

La segunda hija expresa con su nombre que el pueblo ya no goza de la compasión de Dios, que el Señor ya no está dispuesto a soportar los pecados de Israel, que sobrevienen tiempos de juicio. Y finalmente el tercer hijo declara que la Alianza se ha roto; que Dios ya no puede ser Aquel que se reveló y los liberó de Egipto, que los educó e hizo Alianza con el pueblo en el Desierto. Ahora simplemente han dejado de elegirlo yéndose tras la prostitución de los baales. Se han auto-excluido de la Salvación por sus idolatrías, se han apartado del Señor y puesto a distancia de su acción benéfica. Esta traición es la causa de sus males presentes y tendrá consecuencias en el futuro.

 

La Misericordia no excluye las consecuencias del pecado

 

Nuestras acciones libres y responsables tienen consecuencias que hay que aceptar y asumir. El perdón dado por Dios y el arrepentimiento de sus hijos abren la posibilidad de nuevos caminos, pero las heridas del mal a veces no cierran tan fácilmente y el peso de la oscuridad se puede seguir cargando sobre sí algún tiempo. Parece ser parte de la pedagogía del Dios Santo y Misericordioso dejar que el pueblo mastique y saboree la hiel de sus malas decisiones, de tal forma que recuerde de Quien se ha apartado y quede grabada en su paladar la amargura del pecado.

A veces me parece que hay entre los creyentes una imagen pueril y desencarnada de la Misericordia divina. Algo así como un “vale todo que al final igual habrá Misericordia”. Pero el pecado lastima y nos lastima, deja huellas y afea todo lo que toca. No es gratis el pecado, impone su precio. Salir del pecado no es algo automático, se trata de un proceso de conversión a veces duro y sufrido. La purificación que Dios obra, aunque sostenida y animada por el Amor, no está para nada exenta de sufrimientos como de parto y de exigentes renuncias. En conclusión: mejor no apartarse de Dios y perseverar en santidad de vida según nos lo posibilita la gracia de su Espíritu.

 


TRINITARIAS







¡Oh cómo circula el amor

Tan rico de luz y gloria

Es un amor en tres que toca,

Un amor que toca y abre herida,

Una herida en tres de amor unida!

 

¡Oh cuánta unidad que da el amor

Tan comunicativo en procedencia eterna

Y en relación eterna unida llama

Que abre el alma a la divina gloria

Quedando herida de quietud tan viva!

 

¡Oh cuánta vivacidad canta el amor

Fuente perenne de oblación y gozo,

Es todo recepción abierta y donación sin mengua,

Comunicación de amor en tres salidas

Que al darse sin reserva se tienen sin medida!

 

¡Oh cuánta salida en amor provoca herida

Y tanta recepción da tenencia y dicha,

Al toque repica el alma que enunciada

En silente comunión se levanta en gracia,

La humana vida a la divina vida!

 

¡Oh cuánto exceso el amor eterno

Que visita al alma rasgando tela,

La secreta y delgada tela que separa

La interior morada de la esponsal recámara

Que lleva en sí secretamente y a la espera!

 

¡Oh cuánta fruición en el amor que excede,

Un solo amante en tres caricias,

Un solo huésped en tres visitas,

Y se sabe el amor infinito en su valía

Más parece que siempre más amor habría!

 

¡Oh cómo circula el amor

Tan rico de luz y gloria

Es un amor en tres que toca,

Un amor que toca y abre herida,

Una herida en tres de amor unida!

 

VIDA Y REGLA PARA UN PRESBITERADO CONTEMPLATIVO (Introducción)





"Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)


INTRODUCCIÓN

 


Un espíritu, una vida y regla, una mística

 

La sed de oración ha atravesado y jalonado toda mi vida cristiana. Ya al poco tiempo de realizar una opción vocacional madura, el eremitorio se dibujó en el horizonte como hábitat con una atracción irresistible. Durante mi formación en la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, también sintonicé profundamente con la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia (Trapenses) y con la Orden de Carmelitas Descalzos. Fue en aquellos años que me fascinaron los Padres del Desierto, su actitud vital y la sabiduría cosechada.

Sin embargo Dios, con Providencia inescrutable y misteriosa, por los caminos de la Iglesia y de las coyunturas humanas, me trajo a la vida del Clero Diocesano. Aquí siempre me he sentido tanto en casa como forastero. Tras los primeros años de ejercicio ministerial, tironeado siempre en mirar atrás hacia la vida religiosa y adelante hacia la vida eremítica, he comprendido que el Señor quería que comenzara yo como una Reforma de mi propia identidad presbiteral. No se trataba de renegar de mi condición de presbítero secular sino de integrar en ella las riquezas del camino que Él me había permitido transitar. Al fin y al cabo,  “Si sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman” (Rom 8,28), donde yo antes veía contradicciones y cambios de rumbo, comencé a ver un plan de formación del “Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo” (2 Cor 1,3).

Estás páginas pues simplemente, pretenden dar cuenta del espíritu que me mueve, de una vida y regla que es fruto de la experiencia discipular y de una mística para la vocación sacerdotal. No aspiran a dar fundamentos y argumentos teológicos o adquirir formas legislativas o respetar encuadres canónicos. Sólo son testimonio de una inspiración personal intentando caminar en las huellas de Cristo Amado, “Sacerdote, Altar y Víctima”.

 

 

Una corazonada hecha oración y voto

 

Como punto de partida en la búsqueda de mi identidad presbiteral en el Señor, comencé a ensayar a diversos niveles un ritmo y un estilo de vida sacerdotal que favorecieran la dimensión contemplativa, la cual me había sido regalada desde mi juventud. Así pude discernir y confeccionar una intención fundamental, la cual consideré poner por escrito con la forma de un voto hecho a Dios. Ofrecí por primera vez este compromiso con una primitiva fórmula en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, Diócesis de Avellaneda-Lanús, el 20 de Abril del año del Señor de 2011 durante la Misa Crismal, inmediatamente después de la renovación de mis promesas presbiterales junto a mis hermanos y frente al Obispo, obviamente en el silencio de mi corazón. Aquella primera fórmula se preocupaba más por los detalles canónicos pero fue evolucionando hacia la actual, más espiritual y concentrada en el vínculo personal de un voto hecho a Dios en la libertad del Espíritu. De hecho, aunque la seguí pronunciando en cada Misa Crismal durante una década, fundamentalmente se ha tornado mi primera oración en la mañana al despertar.

Nunca me he sentido en conciencia obligado a compartir mi intención con el Ordinario, buscando como una aprobación formal y explícita suya, dado que en nada afecta mis obligaciones como presbítero; por lo contrario me ayuda a ejercerlas fructuosamente. Tampoco es mi deseo fundar una fraternidad sacerdotal o una asociación de presbíteros; por tanto no estoy nunca más allá del propio camino personal. Y sin desear ocultarle al Obispo ni a nadie mi vida interior y bien dispuesto a la obediencia, también comprendo que “lo que sucede en la recamara nupcial” es entre Dios y el alma, como para el ámbito de la confesión y dirección espiritual. Tan solo quiero en el Señor fundar el ejercicio ministerial en la vida contemplativa que es don y que ya venía llevando previamente a la ordenación.

 

Por los caminos de la Iglesia

 

La caridad fraterna hacia el presbiterio me insta a anunciar que vivir cotidianamente en el ejercicio ministerial del clero secular una profunda y gozosa espiritualidad, no solo es urgente sino también posible. Por eso ahora pongo por escrito mi camino, con un tiempo de prueba suficiente, ya que percibo como otros presbíteros y seminaristas están buscando la forma de dar primacía a la espiritualidad en su vida sacerdotal, tal cual nos lo enseña y pide la Iglesia.

 

“La espiritualidad del sacerdote consiste principalmente en la profunda relación de amistad con Cristo, puesto que está llamado a «ir con Él» (cfr. Mc 3, 13). En este sentido, en la vida del sacerdote Jesús gozará siempre de la preeminencia sobre todo. Cada sacerdote actúa en un contexto histórico particular, con sus distintos desafíos y exigencias. Precisamente por esto, la garantía de fecundidad del ministerio radica en una profunda vida interior. Si el sacerdote no cuenta con la primacía de la gracia, no podrá responder a los desafíos de los tiempos, y cualquier plan pastoral, por muy elaborado que sea, está destinado al fracaso.” (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 2013, introducción al apartado Espiritualidad Sacerdotal)

 

“Los presbíteros mantendrán vivo su ministerio con una vida espiritual a la que darán primacía absoluta, evitando descuidarla a causa de las diversas actividades.

Precisamente para desarrollar un ministerio pastoral fructuoso, el sacerdote necesita tener una sintonía particular y profunda con Cristo, el Buen Pastor, el único protagonista principal de cada acción pastoral: «Él [Cristo] es siempre el principio y fuente de la unidad de la vida de los presbíteros. Por tanto, estos conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y en la entrega de sí mismos a favor del rebaño a ellos confiado. Así, realizando la misión del buen Pastor, encontrarán en el ejercicio mismo de la caridad pastoral el vínculo de la perfección sacerdotal que una su vida con su acción»” (Directorio, n. 49; Juan Pablo II, Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo, 13 de abril de 1987)

 

“Así como Jesús, que, mientras estaba a solas, estaba continuamente con el Padre (cfr. Lc 3, 21; Mc 1, 35), también el presbítero debe ser el hombre, que, en el recogimiento, en el silencio y en la soledad, encuentra la comunión con Dios, por lo que podrá decir con San Ambrosio: «Nunca estoy tan poco solo como cuando estoy solo». Junto al Señor, el presbítero encontrará la fuerza y los instrumentos para acercar a los hombres a Dios, para encender la fe de los demás, para suscitar compromiso y coparticipación.” (Directorio n. 53; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 18; Sínodo de los Obispos, Documento acerca del sacerdocio ministerial Ultimis temporibus, 30 de noviembre de 1971; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 46-47; San Ambrosio, Epist. 33)

 

La caridad pastoral, íntimamente ligada a la Eucaristía, constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades pastorales del presbítero y de llevar a los hombres a la vida de la Gracia. La actividad ministerial debe ser una manifestación de la caridad de Cristo, de la que el presbítero sabrá expresar actitudes y conductas hasta la donación total de sí mismo al rebaño que le ha sido confiado.” (Directorio n. 54; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 14; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 23.)

 

“La asimilación de la caridad pastoral de Cristo, de manera que dé forma a la propia vida, es una meta que exige del sacerdote una intensa vida eucarística, así como continuos esfuerzos y sacrificios, porque esta no se improvisa, no conoce descanso y no se puede alcanzar de una vez para siempre.” (Directorio n. 54)

 

“Hoy día, la caridad pastoral corre el riesgo de ser vaciada de su significado por el llamado funcionalismo. De hecho, no es raro percibir en algunos sacerdotes la influencia de una mentalidad que equivocadamente tiende a reducir el sacerdocio ministerial a los aspectos funcionales.” (Directorio n. 55)

 

“El riesgo de esta concepción reduccionista de la identidad y del ministerio sacerdotal es que lo impulse hacia un vacío que, con frecuencia, se llena de formas no conformes al propio ministerio. El sacerdote, que se sabe ministro de Cristo y de la Iglesia, que actúa como apasionado de Cristo con todas las fuerzas de su vida al servicio de Dios y de los hombres, encontrará en la oración, en el estudio y en la lectura espiritual, la fuerza necesaria para vencer también este peligro.” (Directorio n. 55; C.I.C., can. 279 § 1)

 

Seguramente mi perspectiva no sea más que una forma de concretar algún sendero posible en el renovado reclamo posconciliar sobre la “espiritualidad sacerdotal del clero diocesano”. Cualquier experiencia personal de cultivo de la “caridad pastoral”, rectamente interpretada como participación en la Caridad Pastoral de Jesucristo, requiere partir y retornar hasta permanecer siempre en una viva unión con Él, Sacerdote y Buen Pastor. Esta comunión de vida y amor en la cual deseo perseverar y desde la cual deseo servir como presbítero, puede ser serenamente integrada en el horizonte más abarcador de la vida contemplativa, la cual tiene como centro de sentido la unión del alma con Dios.

Es hora de superar la mentalidad que afirma que la contemplación va en menoscabo del pleno ejercicio ministerial. Quizás parte de identificar erróneamente lo contemplativo con lo claustral de la vida monacal y religiosa. ¿Acaso la historia no nos demuestra que el Señor ha llamado a la experiencia contemplativa también a clérigos seculares y laicos? Todos en la Iglesia, cada quien en su estado de vida, llamados universalmente a la santidad, podemos si Dios lo quiere desarrollar el don de la contemplación.

Y ya que toda acción sacerdotal debe enraizarse en el Misterio de Dios y en su designio de salvación en Cristo -Sumo y Eterno Sacerdote-, es evidente cuan connatural resulta al ejercicio ministerial el talante contemplativo. Simplemente Dios, a quien el alma se une bajo la animación del Espíritu Santo por el amor, es la fuente y la meta del hombre y por ende, de toda vocación y misión, cuánto más la sacerdotal. Para vivir plenamente la identidad ministerial esta unión con el Señor debe volverse una realidad vivida a diario. Y para vivirla hay que disponer el estilo de vida sacerdotal a favorecer la unión con la Santísima Trinidad.

 

 

Oseas: el profeta del Dios Esposo (1)

 



Oseas es llamado a profetizar con su propia vida. Debe el profeta reproducir en sí mismo el drama que vive Dios con su pueblo. Sin duda se trata del genio que propone originalmente la simbólica esponsal para interpretar la historia de la Salvación. Y sobre todo será el teólogo que fundará la espiritualidad del Reino del Norte, volviendo la mirada agradecida a la gesta pascual de Egipto y al tiempo pedagógico de educación para la Alianza en el desierto.

 

Acerca de su persona y ministerio

 

En Os 1,1 se hace una presentación del profeta.

 

“Palabra de Yahveh que fue dirigida a Oseas, hijo de Beerí, en tiempo de Ozías, Jotam, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá, y en tiempo de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel.”  (Os 1,1)

 

Los reyes del sur nombrados le harían en todo contemporáneo a Isaías I, con un período de ministerio muy extenso. Pero probablemente la lista de reyes davídicos fue tardíamente agrandada en Judá para darle más peso y validación a su profecía, evidentemente valorada crecientemente con el correr de los tiempos.

De hecho la mención de Jeroboam en el Norte no explica bien el contexto que subyace en su profecía, más propio de los reyes sucesores de aquel. La fecha estimada de su ministerio sería durante o después de Jeroboam II (N) y Ozías (S), en un momento de confabulación política y antes de la caída de Samaría.

Oseas es un profeta del Norte que habla para el Norte, totalmente impregnado de su cultura. Se trata de un hombre culto, conocedor de las tradiciones histórico-religiosas, vinculado seguramente a los círculos sacerdotales, y formado espiritualmente en la escuela yavista de los nebiim.  Justamente esta escuela o colectividad de profetas herederos de Elías, le transmitirá su legado: la profecía de Oseas se cimentará con un fuerte acento en Moisés-profeta como eje estructurante de la religiosidad del Norte y pondrá toda su centralidad en el Éxodo como gesta originaria y fundacional del Pueblo.

 

Situación política

 

Jeroboam II tiene por enemigo distante a Asiria pero aún no está en guerra. Durante el período posterior, los reyes que le suceden expresan dos estrategias y dos bandos distintos al interior de Israel: hay quienes diríamos que son “pro-Asiria”, dispuestos a someterse a más duros tributos de vasallaje pero llegando a una negociación con el Imperio que les permita cierta autonomía;  otros son “pro-Egipto”, y tienen la expectativa de que el Faraón logre reconstruir su poderío militar y reequilibre la región como otro polo a la par con Asiria.

Así el rey Menajem pacta tributo con Asiria y consigue cierta estabilidad durante su gobierno. Pero el rey Pecaj hace un pacto con Siria, Edom y Moab, constituyendo una liga en alianza pro-Egipto. Esta efímera confederación militar marchará contra Judá porque el Reino del Sur se niega a participar y plegarse a su estrategia. Parece ser éste el momento más significativo del ministerio de Oseas, con un Egipto debilitado y con proyectos de poder que superan su posibilidad, con luchas internas entre el Reino del Norte y del Sur, y consecuentemente con un fortalecimiento de Asiria que va extendiendo el influjo de su presencia.

 

Interpretar el futuro cimentado sobre la gesta fundacional

 

Oseas tendrá que ayudar con su ministerio profético a comprender el presente y avistar el futuro del pueblo en el plan de Dios.

Podríamos decir que hace entonces “teología de la historia” o “espiritualidad de la historia de la Salvación”. Y para mirar hacia adelante, mira hacia atrás. Recupera, recordándolo entrañablemente, el hito fundacional. Su profecía hace anuncio kerygmatico: la Pascua de Egipto y la Alianza del Sinaí son los acontecimientos que han dado origen al Pueblo y en los cuales está contenida su identidad, el llamado vocacional de Dios. Israel debe volver a Egipto y a la caminata en el Desierto. Debe recordar quién es y a quién le debe su vida. En el futuro, el plan de Dios es volver a producir las circunstancias donde Israel recupere su memoria y vuelva a celebrar la Alianza de la Salvación. Tendrá el Pueblo como en su juventud que volver a Egipto y caminar en el Desierto. Sólo que ahora se llamará Asiria y Exilio o Destierro la pedagogía divina.

Recuerdo que en la Iglesia hace décadas, la Pascua liberadora de Egipto funcionaba como paradigma de las teologías de la liberación de todo cuño, empeñadas en causas humanitarias en pos de los derechos de los desposeídos y débiles de la tierra. Tras la caída de un mundo dividido en polos opuestos y en paridad, el fenómeno de la globalización hizo poner la mirada en el paradigma del Exilio, por tanto en las teologías de la Misión y la inculturación del Evangelio, que por un lado pretendían re-cimentar la fe en un mundo que aceleradamente se descristianizaba, como también proponer nuevos modelos y métodos de diálogo cultural.

¿Y dónde estamos ahora? Mi primera respuesta es: sumidos en un grave desconcierto, con generaciones eclesiales de dirigentes nostálgicos de gestas incompletas del pasado que pretenden re-editar, empeños que no quieren dejar morir porque saben que moriría su generación con ellos también. ¿Es esta la forma sana y cristiana de mirar hacia atrás para avizorar al Dios que está por delante, adviniente? Creo que no y lo estamos padeciendo dolorosamente en la Iglesia.

Yo quisiera mirar sin dejar de hacerlo jamás, la Pascua de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Dónde más sino poner el cimiento y descubrir que, cuanto hay por delante es lo que permanece firme en toda la historia? La fe de la Iglesia y la Iglesia misma se fundan en la Pascua del Señor. Quien no comprenda y se entregue a ese dinamismo permanece marginal  a los caminos de la Salvación de Dios. La verdadera inclusión que debe buscarse es la inclusión en la Cruz y en su Sabiduría misteriosa para este mundo. Pero ello supone que la Iglesia se deje morir abandonada en las manos del Padre.

Si Dios quiso rescatar a Israel haciéndolo volver a Egipto y al camino del Desierto… ¿por qué no habrá de querer recordarle a la Iglesia que ella vive solo en la Pascua de Jesús?

 

Amós: el profeta de la justicia (6)

 



La salvación que ofrece Dios


Reconozco que la profecía de Amós puede resultar agobiante. ¿Todas son malas noticias? ¿No hay espacio para la Salvación? Intentemos presentar este tema, sabiendo que ciertamente hay solo un oráculo de salvación –típico en sentido literario- en toda la profecía.

Una suerte de doxología -aclamación del poderío y de la gloria del Señor- nos pone en camino hacia un mensaje de esperanza. El Dios de los ejércitos, Dios Creador y guerrero invencible, ha decidido en su omnipotencia el castigo del reino pecador pero no un exterminio total, sino que se reservará un Resto. El Señor que es fiel recuerda la gesta de Egipto y persevera en su elección de Israel como hijo suyo.

 

“¡El Señor Yahveh Sebaot...! el que toca la tierra y ella se derrite, y hacen duelo todos sus habitantes; sube toda entera como el Nilo, y baja como el Nilo de Egipto. El que edifica en los cielos sus altas moradas, y asienta su bóveda en la tierra; el que llama a las aguas de la mar, y sobre la haz de la tierra las derrama, ¡Yahveh es su nombre! ¿No son ustedes para mí como hijos de kusitas, oh hijos de Israel? -oráculo de Yahveh- ¿No hice yo subir a Israel del país de Egipto, como a los filisteos de Kaftor y a los arameos de Quir? He aquí que los ojos del Señor Yahveh están sobre el reino pecador; voy a exterminarlo de la haz de la tierra, aunque no exterminaré del todo a la casa de Jacob -oráculo de Yahveh-.” (Am 9,5-8)

 

El Día del Señor, también es Día de esperanza y restauración. La fidelidad de Dios a las promesas realizadas a David parece ser el eje de este porvenir dichoso. Se hará realidad el Reino mesiánico, con un pueblo reintegrado en la unidad, que ocupa fructuosamente la tierra que Dios le ha dado en heredad.

Si bien este oráculo parece ser tardío y su contexto serían aquellas añadiduras que permiten que la profecía de Amós –originalmente dirigida al reino del Norte- también pueda ser releída válidamente en el Sur, se implica que el proyecto de Dios es la unidad del Pueblo. En todo caso ambos reinos hermanos y competidores podrán gozar de la Salvación al ser reengendrada la unidad salvífica querida por el Señor. Deberá tras el exilio, consecuencia de su pecado, volver Israel a David, volver a las promesas mesiánicas, volver al Reino de Dios que no es asunto de estrategias humanas sino de acción sabia y poderosa del Altísimo.

 

“Aquel día levantaré la cabaña de David ruinosa, repararé sus brechas y restauraré sus ruinas; la reconstruiré como en los días de antaño, para que posean lo que queda de Edom y de todas las naciones sobre las que se ha invocado mi nombre, oráculo de Yahveh, el que hace esto.

He aquí que vienen días -oráculo de Yahveh- en que el arador empalmará con el segador y el pisador de la uva con el sembrador; destilarán vino los montes y todas las colinas se derretirán. Entonces haré volver a los deportados de mi pueblo Israel; reconstruirán las ciudades devastadas, y habitarán en ellas, plantarán viñas y beberán su vino, harán huertas y comerán sus frutos. Yo los plantaré en su suelo y no serán arrancados nunca más del suelo que yo les di, dice Yahveh, tu Dios. (Am 9,11-15)

 

El Reino es de Dios

 

Al concluir nuestra peregrinación por la profecía de Amós quisiera elaborar algunas conclusiones.

Toda la gesta parte de una tremenda desproporción: por un lado la debilidad y poca idoneidad del profeta que tiene que enfrentar a los más encumbrados, y por otro el poder de un Dios que ruge cual león furioso y que lo envía como su embajador. Amós sin duda aporta su valentía personal y toda su fidelidad a la vocación y misión confiadas. El resultado es una Palabra de Dios imparable, que no puede de ningún modo ser sofocada o impedida.

El Reino de Dios que se anuncia es centralmente un Reino de Justicia. El Señor reacciona fortísimamente al pecado de su pueblo: tanto su fratricidio por la explotación de los pobres en beneficio de unos pocos privilegiados que se alzan en bienestar a su costa; tanto por sus estrategias y alianzas puramente políticas, que en el fondo son desconfianza de Dios y de su Alianza; tanto por su culto vacío y formalista como profundamente hipócrita, fruto de una fe incoherente.

La salvación que Dios ofrece no se salta las consecuencias del propio pecado –el exilio purificador-, que deberá el pueblo asumir bajo su responsabilidad. Y se trata de un rescate realista: sólo se podrá recuperar un Resto de entre las fauces del mal al que se han encaminado libremente. Y sin embargo Dios dará la posibilidad de la Restauración y de un horizonte de consuelo y esperanza para un pueblo renovado que quiera permanecer en su Alianza.

¿Cuánto deberíamos aprender como Iglesia de esta sabiduría profética, verdad? Porque evidentemente en el concierto del mundo la Iglesia será siempre una realidad pequeña, cuya fortaleza justamente es su pequeñez. Toda su capacidad reside en poner su confianza en el Señor. Como el resto Santo, como los humildes y pobres de Dios, contemplará alegre el poderío irrefrenable de su Palabra si simplemente permanece fiel a su vocación y valerosa en la misión. Porque el Reino de Dios exactamente es de Dios.

Me temo que nos ha hecho tantísimo mal aquella expresión tan divulgada y en la fe un tanto equívoca: “construir el Reino de Dios”. Tras ella nos hemos empeñado en valiosísimas cruzadas por causas justas y derechos vulnerados, a veces buscando estratégicas colaboraciones con otros poderes de este mundo e incluso algunos lamentablemente han cedido a convalidar la violencia revolucionaria como exigido medio para poder erigir paraísos terrenales. Pero el Reino es de Dios.

“Construir el Reino de Dios” es una óptica insuficiente y tal vez inmadura espiritualmente. Insuficiente porque claramente es gracia, el Señor debe darlo, y si alguien lo construye es Él que es su Arquitecto también. Además es una realidad meta-histórica, que puede expresarse en nuestra temporalidad, pero que excede cualquier concreción en nuestros días fugaces que pasan, y que dejan su lugar en pos de lo verdaderamente definitivo. Inmadura espiritualmente pues el combate no es solo contra las inequidades e injusticias que existen en este mundo, sino contra los poderes demoniacos, contra el Adversario que quiere quitar a la humanidad entera de la comunión salvífica con Dios. Insuficiente e inmadura porque los sabios, que son humildes y pequeños, saben que el Reino de Dios se recibe y celebra, se colabora sí para que se manifieste y se señala para que sea contemplado con esperanza.

 La Iglesia puede caer en la presunción de “construir el Reino” pero ello es una tentación. No digo que no deba hacer nada, debe ciertamente involucrarse poniendo en juego su propia vida. Como Amós debe dejarse enviar y permanecer fiel a la Palabra del Señor. Como el profeta debe ante todo conocer y proclamar el plan de Dios y solo el proyecto de Dios. El Reino es de Dios y la Salvación una obra suya. La Iglesia participa pero no debe engreírse; no le alcanzarán los medios adquiridos en el horizonte mundano, ni serán relevantes sus planificaciones temporales, ni fecundas las estrategias seculares.  De principio a fin el Reino es de Dios y la Iglesia, quien es llamada a ser testigo y colaboradora en sintonía íntegra con su gracia salvífica, sirve al Reino como portadora humilde de las acciones, tiempos y planes sagrados de un Dios que quiere salvar a los hombres. El Reino es según Dios; insisto, según sus medios, tiempos y planes. El Reino es de Dios.

La Iglesia debe recordar siempre como Esposa de Jesucristo la actitud de la Virgen y Madre María, quien alaba al Señor, nuestro Dios, porque además de ser Fiel y acompañar con su Presencia Providente el entramado de la historia, quiso justamente contar con su humilde pequeñez para hacer grandes cosas. Porque la Madre Iglesia al empeñarse en el servicio del Reino de Dios no debe olvidar nunca que se realiza por el camino de la Pascua y con la sabiduría de la Cruz que es locura y necedad para este mundo. No se debe dejar subyugar por los poderes y saberes de este mundo, sino permanecer fiel a la desproporción: ella es pequeña pero ha sido llamada a ofrecer la Salvación que Dios da, solo la Salvación que Dios ofrece y no otra ilusoria y fugaz. Justamente la Iglesia experimentará la Salvación y la expresará fecundamente si permanece fiel a su humilde condición en las manos de Dios.

 

Amós: el profeta de la justicia (5)



 Cinco visiones proféticas

 

En los capítulos 7 al 9 del Libro de Amós se exponen cinco visiones del hombre de Dios. En ellas se percibe una gran síntesis de toda la situación:

 

1)      La visión de las langostas

 

“Esto me dio a ver el Señor Yahveh: He aquí que él formaba langostas, cuando empieza a crecer el retoño, el retoño que sale después de la siega del rey. Y cuando acababan de devorar la hierba de la tierra, yo dije: «¡Perdona, por favor, Señor Yahveh! ¿cómo va a resistir Jacob, que es tan pequeño?»  Y se arrepintió Yahveh de ello: «No será», dijo Yahveh.” (Am 7,1-3)

 

El oráculo profético apunta directamente a la actuación del Rey, quien ejerce el privilegio de guardar para sí mismo lo primero y mejor de las cosechas. Entonces solo deja el sobrante al pueblo, sometiéndolo a dura pobreza. Dios quiere castigar al Rey pero el profeta intercede, pues una invasión de langostas recaerá sobre todos los habitantes del territorio.

 

2)      La visión de la sequía

 

“Esto me dio a ver el Señor Yahveh: He aquí que el Señor Yahveh convocaba al juicio por el fuego: éste devoró el gran abismo, y devoró la campiña. Y yo dije: «¡Señor Yahveh, cesa, por favor! ¿cómo va a resistir Jacob, que es tan pequeño?» Y se arrepintió Yahveh de ello: «Tampoco esto será», dijo el Señor Yahveh.” (Am 7,4-6)

 

El oráculo intenta expresar el Juicio de Dios, cuya sentencia de castigo viene desde fuera. Pero nuevamente el profeta intercede porque Jacob, que es tan pequeño, no lo resistirá. Dios quiere tener misericordia de su pueblo.

 

3)      La visión de la plomada

 

“Esto me dio a ver el Señor Yahveh: He aquí que el Señor estaba junto a una pared con una plomada en la mano. Y me dijo Yahveh: «¿Qué ves, Amós?» Yo respondí: «Una plomada.» El Señor dijo: «¡He aquí que yo voy a poner plomada en medio de mi pueblo Israel, ni una más le volveré a pasar! Serán devastados los altos de Isaac, asolados los santuarios de Israel, y yo me alzaré con espada contra la casa de Jeroboam.»”  (Am 7,7-9)

 

El castigo se origina desde dentro, pues el Rey y los sectores encumbrados han explotado al pueblo con el fin de construir armas. A esta militarización a costa de una creciente indigencia de muchos, Dios responderá con otras armas que vendrán de afuera y arrasarán Israel, tanto la villa real como todos sus santuarios corrompidos. Se trata del anuncio de la futura conquista de Israel por la invasión de Asiria.

Aquí el profeta ya no intercede, es “cosa juzgada y hay sentencia definitiva”. Claramente es el punto de mayor conflicto con el Rey, pues tras esta visión se intercala el relato de la confrontación con Amasías, sumo sacerdote que preside el santuario real de Betel, quien lo expulsa con grave amenaza (Am 7,10-17).

 

4)      La visión de la fruta madura

 

“Esto me dio a ver el Señor Yahveh: Había una canasta de fruta madura. Y me dijo: «¿Qué ves, Amós?» Yo respondí: «Una canasta de fruta madura.» Y Yahveh me dijo: «¡Ha llegado la madurez para mi pueblo Israel, ni una más le volveré a pasar! Los cantos de palacio serán lamentos aquel día -oráculo del Señor Yahveh- serán muchos los cadáveres, en todo lugar se arrojarán ¡silencio!»” (Am 8,1-3)

 

La historia que Israel ha generado lo llevará a su fin. La repetición de la expresión “ni una más le volveré a pasar” insiste sobre un juicio terminado, sin posibilidad de reapertura, con sentencia firme. Se ha acabado el tiempo en que Dios se arrepentía y daba otra oportunidad. El pecado de Israel tendrá consecuencias. La soberbia jactanciosa de la monarquía se convertirá en llanto de amargura y de dolor. Todo el país será un cementerio. Sólo se oirá silencio, silencio por la tragedia de la conquista y el exilio, silencio porque Dios ha pasado como Juez en medio de su pueblo.

 

5)      La visión sobre la caída del santuario

 

“Vi al Señor en pie junto al altar y dijo: ¡Sacude el capitel y que se desplomen los umbrales! ¡Hazlos trizas en la cabeza de todos ellos, y lo que de ellos quede lo mataré yo a espada: no huirá de entre ellos un solo fugitivo ni un evadido escapará! Si fuerzan la entrada del seol, mi mano de allí los agarrará; si suben hasta el cielo, yo los haré bajar de allí; si se esconden en la cumbre del Carmelo, allí los buscaré y los agarraré; si se ocultan a mis ojos en el fondo del mar, allí mismo ordenaré a la Serpiente que los muerda; si van al cautiverio delante de sus enemigos, allí ordenaré a la espada que los mate; pondré en ellos mis ojos para mal y no para bien.” (Am 9,1-4)

 

La última visión cierra una escalada del Juicio de Dios que se muestra del todo implacable. La amenaza profética es contra Betel, erigido en el santuario real y la villa de veraneo del monarca y de todos los encumbrados de aquel tiempo. El símbolo es tremendo, el techo del santuario se desplomará sobre ellos. Su culto es impío porque han roto la Alianza con Dios entregándose a todo tipo de injusticia y prácticas de opresión, de vida opulenta y desenfrenada, de culto religioso vacío, hipócrita y mentiroso. Y Dios se muestra como un Perseguidor que irá detrás de todos los pecadores hasta eliminarlos. El castigo de Dios no es sólo por causa política-económica sino ante todo por ruptura de la Alianza.

 

El pecado se puede perdonar pero sus consecuencias se deben asumir

 

Previamente a los Profetas, podía constatarse en Israel, una mentalidad más colectiva en torno al pecado y a la Gracia. El Rey, “personalidad corporativa por excelencia”, era el responsable de todo lo bueno y lo malo vivido por el Pueblo. A su vez el sujeto del pecado y de la Gracia solía ser el Pueblo en su conjunto. Esta mentalidad ciertamente realzaba la unidad en la vocación y destino común, pero diluía peligrosamente la responsabilidad personal. Justamente serán los Profetas quienes instalarán definitivamente la conciencia de que cada quien debe responder frente a Dios y hacerse cargo del fruto tanto de sus fidelidades como de sus idolatrías.

Por eso la historia no es para nosotros -los cristianos- cualquier historia, sino historia de Salvación. Reconocemos en nuestro tránsito por el mundo el tiempo misericordioso de peregrinación hacia la Casa del Padre. La historia verdaderamente está llamada a ser un proceso de maduración para vivir eternamente la Alianza en la Gloria. La historia personal y comunitaria, entrelazada por decisiones y hechos significativos, va madurando hasta el punto de la cosecha. Esperemos madurar y crecer orientados hacia la Gracia de Dios y no al pecado.

Lamentablemente, no pocos cristianos carecen de conciencia seria sobre su camino personal de purificación, conversión y santidad. Hoy de nuevo la Iglesia debería recuperar una sana educación de sus miembros en torno a la Soteriología. Hoy, siempre tan preocupados por “las cosas terráqueas del mundo”, nos urge volver a contemplar en fe, esperanza y caridad “las realidades Celestes” que se nos han prometido y que deberíamos anhelar mucho más. Hoy necesitamos redescubrir que nuestras elecciones personales tendrán consecuencias de Gracia Redentora para nosotros mismos y también para nuestros hermanos; pero que inclinados al pecado, si nos sumergimos en él, pondremos tanta oscuridad en nuestra vida y la de tantos que ni siquiera sospechamos. Los pecados podrán ser perdonados si hay arrepentimiento, pero seguramente sus consecuencias no se podrán remitir fácilmente. Habrá que aceptar la responsabilidad personal al introducir el mal en el mundo y debilitar la Salvación que Dios ofrece.

 


EVANGELIO DE FUEGO 22 de Enero de 2025