Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (5)

 




Tercer Oráculo bajo Jotam


“Lo que vio Isaías, hijo de Amós, tocante a Judá y Jerusalén.”  (Is 2,1)

 

El tercer oráculo, contenido en Is 2,1-5, es fundamental para comprender la profecía del primer Isaías pues anuncia el designio salvífico de Dios sobre Israel y revela la identidad-misión del Pueblo de Dios.

Se trata de un himno-poesía cuyo tema central es la paz mesiánica. El tiempo verbal utilizado es el futuro perfecto, el cual remite a un tiempo lejano y remoto (escatológico).

 

“Sucederá en días futuros que el monte de la Casa de Yahveh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos».” (Is 2,2-3ª)

 

La imagen un monte sobre otro monte habla de que el monte del Templo estará sobre todo otro monte, es decir, que Yahvéh Dios es único y no hay otros dioses fuera de él. Esto habla de la pretensión de monoteísmo absoluto. También a los ídolos paganos se los venera en las alturas de las colinas pero ese culto es falaz y equivocado. Yahvéh está por encima, se trata del único Dios real, y su Casa está en Jerusalén sobre el monte Sión. Pero a la vez se anuncia que todos los pueblos, en un tiempo escatológico, reconocerán y aceptarán que solo el Dios de Israel es verdaderamente Dios y sólo Él está en la altura. Aparece entonces toda una novedad: Dios tiene una voluntad salvífica universal, el Señor quiere hacer suyas y salvar a todas las naciones de la tierra. Pero ahora surge otro interrogante: ¿en qué sentido es Israel el Pueblo Elegido, el Pueblo de su predilección? ¿Elegido para qué? ¿En qué sentido preferido?

 

“Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh. Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra. Casa de Jacob, andando, y vayamos, caminemos a la luz de Yahveh.” (Is 2,3b-5)

 

En Jerusalén se origina un movimiento salvífico: Dios saldrá e irá al encuentro de todos los pueblos. Con la proclamación de la Torah (Palabra-Ley) se hace accesible a todas las gentes la Berit (Alianza) y por ella la justicia-fidelidad extienden el Shalom (Paz y Plenitud de bienes dada por Dios) a todo el mundo.

Lo explico más detenidamente. Yahvéh quiere salvar a todos los pueblos y por eso les dirige su Palabra. Si las naciones aceptan la Palabra del Señor y como Israel también hacen Alianza con Él, serán beneficiarios del Dios que es justo-misericordioso-fiel y verdad-firmeza-cimiento (hesed ve emet).  El fruto de la Alianza es que Dios da la Paz (Shalom) que no tiene bíblicamente sentido de ausencia o tregua de conflictos, sino de una saciedad y plenitud propia de gozar de la amistad del Señor y de ser lleno de su gracia salvadora que da plenitud de vida.

Para que este proceso se lleve adelante Dios escoge y separa-consagra a Israel. El Pueblo Elegido debe ser testimonio y portavoz de la Alianza que da vida y paz. El Pueblo de Dios viviendo y transmitiendo su Palabra debe invitar a sellar Alianza a todos los pueblos y debe acogerlos para que celebre el mundo entero la Salvación de Dios.

En este sentido afirmaríamos que el rol mesiánico le corresponde en esta profecía al Pueblo Santo. Podríamos decir analógicamente, de la comprensión soteriológica que tiene Isaías de Israel, lo que la Iglesia afirma de sí misma: “sacramento universal de salvación”. Pues entonces es un oráculo misionero y un envío a la “evangelización”. “Casa de Jacob, andando, y vayamos, caminemos a la luz de Yahveh.” Como decir, seamos el Pueblo de la Alianza para que a través de nosotros todas las naciones acepten y crean en el único Señor y haciendo Alianza con Él gocen de los bienes de la Salvación.

 

¿Por qué renunciar a la fe en el único Dios Salvador?

 

Quizás resulte algo desconcertante este pasaje profético cuando la agenda globalizada parece dirigirse hacia una futura religión universal pluricultual, ya por relativismo ya por sincretismo. Hay un solo dios de todos sin nombres ni credos dogmáticos. Ese dios nunca quiso revelarse y se deja percibir de formas distintas y multiformes, ropajes que son más proyecciones humanas que epifanías divinas. Claramente la divinidad no quiere la religión que es fuente de guerras y separaciones entre los hombres. Lo que ese “dios 2030” desea es una aldea global unida en el cuidado de la tierra como casa común y en el protagonismo central del hombre que la habita. La religión del futuro se comienza a insinuar como otra torsión más de un “humanismo autárquico” que esta vez le permite a dios ser pero no actuar en la historia ni revelar un designio que escape al ámbito de la secularidad diseñada por los poderosos de este mundo. Y por supuesto dios es sin nombre porque todo nombre expresa una fe vinculante y dogmática que traerá fracción y división. No hay libertad para pronunciar el nombre de dios sino que debe ser anónimo, inidentificable o de personalidades múltiples, sin rostro o con el rostro de todos y de ninguno. Y el Dios más peligroso es ése que se llama Jesucristo. ¿Un Dios que se hace hombre? Frente a semejante osadía, ¿qué se atreverá a pedirnos luego? Realmente inadmisible. ¿Crees que exagero? El tiempo nos lo irá diciendo.

Pero no me podrás negar que en proyecto está y es visible el despuntar de una nueva religión mundial. Al menos sedes y casas ya se postulan y construyen. Y yo advierto también las bendiciones de algunos personajes eclesiásticos a mal entendidos diálogos ecuménicos e inter-religiosos donde ya no se puede expresar una fe dogmática y donde cae la Revelación en favor de un relativismo e igualitarismo entre divinidades. Tal vez llegue un día en el cual la misma Iglesia comprenda que el nombre de Jesucristo, de su Padre y del Espíritu deben ser excluidos del diálogo con el mundo al poder ser interpretados o percibidos como una propuesta sectorial y fragmentadora; que callar el nombre de la Santísima Trinidad parezca prudente para no incomodar a otros y no romper esa unidad endeble y artificial de la fraternidad universal que surge del pacto silencioso para no pronunciar el nombre divino que pide adhesión y separa a los que creen de los que no. ¿O ese tiempo ya está llegando?

Pero surge a gritos del Depositum Fidei la pretensión de nuestro Dios a ser creído como el Único Verdadero. Imposible negar el dato de fe que afirma que la Salvación está vinculada  a creer en Él y a confesarlo en medio del mundo de los hombres. La Iglesia tiene su identidad-misión en la vocación de caminar bajo la luz Pascual y de llevar a Cristo, “lucero del alba que no conoce el ocaso” por todas las oscuridades de los hombres. Su fe esta puesta en Dios Trinidad, misterio de Comunión que engendra comunión. Y una comunión signada por la verdadera paz de un Amor entregado que da Vida y que llama a sus hijos los hombres a adherirse al Dios Úno y Trino para participar de su Misterio salvífico.

 

Diálogo vivo con San Juan de la Cruz 10

 


CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 10


DESAPROPIACIÓN Y ANIQUILACIÓN ESPIRITUAL

 

Mi impresionante amigo Fray Juan, tan admirable y revestido por tu Amado de luminosa grandeza. Debemos insistir y ahondar en este camino de la nada de la Cruz. No es lenguaje sabroso ni pensamiento fácil para nuestros lectores. Mas en caridad debemos proclamar el único camino que lleva a la Unión con Dios de tal modo que, aunque genere resistencia y rechazo, no quede duda alguna de cómo se ha de transitar por él.

 

“…no sólo de todo lo que es de parte de las criaturas ha de ir el alma desembarazada, mas también de todo lo que es de parte de su espíritu ha de caminar desapropiada y aniquilada.” (SMC L2, Cap. 7,4)

 

En primer lugar, el término “desapropiación” -tan de la tradición mendicante-, que también hemos tratado como “desasimiento” o “desapego” lo venimos conversando ampliamente. Pero el concepto “aniquilación” ciertamente debe resultar revulsivo y conmovedor. ¿El alma debe ser aniquilada? ¿Qué significa tamaña afirmación que parece contradecir todo sentido común de fe? Sin embargo ya desde los Padres del Desierto conocemos un tal concepto.

Debemos usarlo con precisión pues no faltan personas que puedan entenderlo de un modo enfermizo. Lo que debe ser aniquilado es el Adán terrestre por ponerlo en simbólica paulina. Hasta que el alma no alcance una madura y estable Unión con su Amado y Adán Celeste Jesucristo, todavía persistirá en ella –liberada del pecado original pero no de la concupiscencia- una búsqueda de sí misma que excluya a Dios. Debe terminar de morir a ese volverse sobre sí para endiosarse de algún o de otro modo. Hasta que no logre descentrarse continuará impura, apropiada y posesiva.

¡Y lo novedoso es que debe desapropiarse espiritualmente también! ¿De qué se trata?

 

“…todavía antes andan a cebar y vestir su naturaleza de consolaciones y sentimientos espirituales que a desnudarla y negarla en eso y esotro por Dios, que piensan que basta negarla en lo del mundo, y no aniquilarla y purificarla en la propiedad espiritual. De donde les nace que en ofreciéndoseles algo de esto sólido y perfecto, que es la aniquilación de toda suavidad en Dios, en sequedad, en sinsabor, en trabajo (lo cual es la cruz pura espiritual y desnudez de espíritu pobre de Cristo) huyen de ello como de la muerte, y sólo andan a buscar dulzuras y comunicaciones sabrosas en Dios. Y esto no es la negación de sí mismo y desnudez de espíritu, sino golosina de espíritu.” (SMC L2, Cap. 7,5)


Estimado Fray Juan, ¡qué cansador es ver tanto hermano que no adelanta y avanza por no aceptar el camino ineludible de la Cruz! Tienen experiencia espiritual pero no pasan de sus inicios, no crecen. Porque como bien dices buscan “golosina espiritual”, y sólo están dispuestos a aceptar del Señor el consuelo, lo sabroso y dulce, lo que les parece deleitable, cuánto les produzca satisfacción interior, lo extraordinario y milagroso. Y en los principios para atraerlos Tú les hablas de ese modo, para que te conozcan y se animen a arrimarse más a Ti. Pero en cuanto les cambias tu lenguaje para niños que solo comen papilla por alimento sólido de adultos, se espantan y huyen o simplemente se disturban, confunden o entran en crisis. No acogerán la aridez y desabrimiento ni la aspereza trabajosa de la prueba. No acogerán Señor, tu Cruz.

Ellos piensan que con una moderación voluntaria de los placeres del mundo basta. Y aunque materialmente parezcan pobres y sobrios, pueden acumular ávidamente “propiedad espiritual” y enriquecerse a sí mismos perdiéndote a Ti. Porque en toda esa aventura de “tener experiencias espirituales”, las cuales además gustan de coleccionar y exhibir a los demás por vanagloria, no se buscan sino solo a sí mismos.


“En lo cual, espiritualmente, se hacen enemigos de la cruz de Cristo; porque el verdadero espíritu antes busca lo desabrido en Dios que lo sabroso, y más se inclina al padecer que al consuelo, y más a carecer de todo bien por Dios que a poseerle, y a las sequedades y aflicciones que a las dulces comunicaciones, sabiendo que esto es seguir a Cristo y negarse a sí mismo, y esotro, por ventura, buscarse a sí mismo en Dios, lo cual es harto contrario al amor. Porque buscarse a sí en Dios es buscar los regalos y recreaciones de Dios; mas buscar a Dios en sí es no sólo querer carecer de eso y de esotro por Dios, sino inclinarse a escoger por Cristo todo lo más desabrido, ahora de Dios, ahora del mundo; y esto es amor de Dios.” (SMC L2, Cap. 7,5)

 

A veces quisiera decir a quienes acompaño de una sola vez: “Cuando le pides a Dios algo para ti solo demuestras que te amas a ti mismo y que esperas que Dios te ame también. Incluso cuando lo alabas y bendices por el bien que te ha hecho sigues afirmando lo mismo: que el centro de todo eres tú. Eres amado, ¿pero amas? Solo cuando recibes lo que Dios da, sobre todo cuando es prueba y desolación, cuando es árido desierto, cuando no tiene sabor ni rédito, cuando es poda y purificación, cuando te solicita entregarle tu vida, entonces podrás decir que le amas a Él. Por eso Cristo que te ama tanto, para que crezcas y madures, no tardará demasiado en ofrecerte su Cruz. Y de tu decisión se abrirá el Camino o permanecerás dando infructuosas vueltas en el mismo lugar sin nunca adelantar en verdadero espíritu.”

 

“Porque, si el hombre se determina a sujetarse a llevar esta cruz, que es un determinarse de veras a querer hallar y llevar trabajo en todas las cosas por Dios, en todas ellas hallará grande alivio y suavidad para (andar) este camino, así desnudo de todo, sin querer nada. Empero, si pretende tener algo, ahora de Dios, ahora de otra cosa, con propiedad alguna, no va desnudo ni negado en todo; y así, ni cabrá ni podrá subir por esta senda angosta hacia arriba.” (SMC L2, Cap. 7,5)

 

Y también quisiera decirles a muchas ovejas como si hablara con chiquillos: “Oye larga ya, suelta, basta de encapricharte y empecinarte. Corta ya de una vez con tus derechos y privilegios, termina de exhibir cuánto has hecho y de reclamar para mantenerte en tu posición, culmina de hacerle pagar el derecho de piso a los nuevos porque tu estas desde antes, renuncia a ser un tapón que obstruye porque no admitirás que las cosas sigan adelante sin ti o de un modo diferente al tuyo. No te cargues de tanto peso que te será imposible ascender. ¿Cómo habrá Dios en tu vida si estás apegado tanto a tu pretendido poderío y preeminencia? ¡Desnúdate ya o morirás! ¡Sí, hermano mío, desnúdate ya o morirás!

 

“Y así querría yo persuadir a los espirituales cómo este camino de Dios no consiste en multiplicidad de consideraciones, ni modos, ni maneras, ni gustos (aunque esto, en su manera, sea necesario a los principiantes) sino en una cosa sola necesaria, que es saberse negar de veras, según lo exterior e interior, dándose al padecer por Cristo y aniquilarse en todo…” (SMC L2, Cap. 7,8)

 

“Pues los vemos andar buscando en él sus gustos y consolaciones, amándose mucho a sí, mas no sus amarguras y muertes, amándole mucho a él.” (SMC L2, Cap. 7,12)

 

 


Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (4)

 



Segundo Oráculo bajo Jotam

 

Este segundo oráculo en  Is1,21-31, podemos claramente rotularlo como “Lamentación (Quináh)”. Se trata de un género literario en el cual en tono de tristeza frente a la desgracia, se expresa frente a Dios el llanto, el sollozo por la situación vivida.

 

“¡Cómo se ha hecho adúltera la villa leal!” (Is 1,21ª)

 

¿Cuál es pues dicha situación? La degradación de la realidad salvífica ocasionada por la infidelidad. El profeta contempla desolado cómo el proyecto de Dios de constituir un pueblo santo se ha desmoronado. Aquella ciudad “villa leal”, ciudad de la dinastía davídica firmemente asentada en la promesa mesiánica, ciudad donde reside la Gloria de Dios en su templo, se ha perdido. Y además percibe que Jerusalén no se orienta a la  conversión sino que persevera en el pecado.

 

“Sión llena estaba de equidad, justicia se albergaba en ella, pero ahora, asesinos. Tu plata se ha hecho escoria. Tu bebida se ha aguado. Tus jefes, revoltosos y aliados con bandidos. Cada cual ama el soborno y va tras los regalos. Al huérfano no hacen justicia, y el pleito de la viuda no llega hasta ellos.” (Is 1,21ª-23)

 

Pero Dios no permitirá que diluyan y corrompan su plan de Alianza salvífica. Actuará para juzgar y purificar. Intervendrá para rescatar y distinguirá lo degradado de lo valioso. Israel comprenderá que solo en Él, que es el único Fuerte, encontrará su Fortaleza. El tres veces Santo no admitirá bajo ningún aspecto esta corrupción que pervierte a su pueblo.

 

“Por eso -oráculo del Señor Yahveh Sebaot, el Fuerte de Israel-: ¡Ay! Voy a desquitarme de mis contrarios, voy a vengarme de mis enemigos. Voy a volver mi mano contra ti y purificaré al crisol tu escoria, hasta quitar toda tu ganga.”  (Is 1,24-25)

 

En los vs. 26-27 se presenta el núcleo del anuncio salvador. Isaías juega muy hábilmente desde la palabra Salem-Salom (Shalom) que significa “paz” en un sentido fuertemente teológico. Es la paz como abundancia y saciedad de bienes salvíficos recibidos de Dios, bendición y rescate, situación nueva y estable que deriva de una Alianza vivida con fidelidad y en plenitud.

“Jeru-salem” era asociada a ciudad de paz, de la paz divina y terrena. Ahora se le cambia el nombre renovando su ser-identidad; ahora se la llama Villa leal (quiriya temun) y Ciudad justa (diyedaká). Es un retorno a la identidad original, al proyecto de Dios de un pueblo santo que viva según su Alianza.

 

Voy a volver a tus jueces como eran al principio, y a tus consejeros como antaño. Tras de lo cual se te llamará Ciudad de Justicia, Villa-leal. Sión por la equidad será rescatada, y sus cautivos por la justicia.”  (Is 1,26-27)

 

El cambio y la corrección del rumbo se producirán por el castigo-purificación. La Alianza (Berit) está en relación con la plenitud de bienes divinos (Shalom). Solo participa de los bienes salvíficos quien vive fielmente la Alianza con el Señor. Yahvéh por el castigo-purificación restaura la justicia-fidelidad de su Pueblo y esta renovación de la Alianza provocará la recuperación del Shalom perdido. Sin embargo el tiempo de purificación será extenso  y radical.

 

“Padecerán quebranto rebeldes y pecadores a una, y los desertores de Yahveh se acabarán. Porque os avergonzaréis de las encinas que anhelabais, y os afrentaréis de los jardines que preferíais. Porque seréis como encina que se le cae la hoja, y como jardín que a falta de agua está. El hombre fuerte se volverá estopa, y su trabajo, chispa: arderán ambos a una, y no habrá quien apague.” (Is 1,28-31)

 

Vuelve a la Alianza, acepta la purificación

 

Claramente es consolador que Dios no deseche a su Pueblo cuando rompe la Alianza, sino que se esfuerce por recuperarlo, por devolverlo a cordura y sensatez para que quiera retomar su verdadera identidad. Sin embargo el Pueblo también puede resistirse a la medicina de la Gracia: arrepentimiento, penitencia, purificación y conversión. Cuando llega la poda la vid no comprende que será para dar más fruto, sólo se resiste a la mano del Viñador que en verdad solo quita de ella lo que ya está muerto.

Probablemente nuestra Iglesia contemporánea viene viviendo hace tiempo una situación de crisis y de poda purificadora que se resiste a aceptar hasta sus últimas consecuencias. ¡Cuánto nos cuesta admitir que a veces hay realidades eclesiales que huelen a enfermedad terminal y a muerte próxima!

No hablo de cambios culturales que a veces dejan mal posicionadas legítimas costumbres eclesiales. Aunque hay tradicionalismos para nada evangélicos, puro status quo, crasa apropiación de un sitial de poder o de una fe apoyada puerilmente en certezas demasiado naturalizadas. Ni hablo tampoco de esa especie de actualización o aggiornamento vociferado publicitariamente, de aquella puesta al día tan aclamada con banderas reformistas y revolucionarias.  Tras una válida búsqueda para hacer más efectiva la evangelización del hombre de hoy, con extenuante frecuencia se hallan otras razones y lógicas que terminan conduciéndonos a la infidelidad y al manoseo de la fe revelada.

Hablo de realidades eclesiales donde no se puede encontrar uno con el Dios Vivo. De espacios donde la Alianza no es una situación vigente y donde todo huele a un rancio acostumbramiento por repetir conductas y ritos que no tiene nada medular que los anime, carecen de alma. Hablo de una realidad con apariencia de cristianismo pero donde nadie busca la santidad. Allí ya no hay Amor, ni se recibe el Amor de Dios ni se le ofrece verdadero amor a Dios. No establece esa religiosidad un “vínculo vivo” sino un vínculo funcional: un poco de museo, un poco de conveniencia y bastante de centralidad de nosotros mismos y no del Señor.

¿Cómo volver a la alegría desbordante de la Alianza? ¿Cómo retornar al gozo exultante que brota irrefrenable al descubrir la Voluntad de Dios? ¿Cómo retomar la pasión por la santidad en toda la Iglesia? Pues parece que el Señor que nos ama, como siempre es su pedagogía, nos ha destinado a una crisis purificadora que no cesará hasta que alcance todas nuestras raíces recreándolas para su Gloria. La poda que está por delante tiene aún una magnitud que no podemos entrever. Si nos resistimos pereceremos, si la aceptamos renaceremos en Él.

 


Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (3)


 

Estructura literaria

 

Cuando hablamos de “estructura literaria” entendemos que hemos descubierto un “plan de obra” y por tanto que ya podemos intentar atisbar la mentalidad del autor. Esto es particularmente difícil con los profetas, quienes habitualmente proferían oráculos para situaciones puntuales, bajo el influjo carismático y a veces impredecible del Espíritu de Dios. Si bien tenían insistencias y temas recurrentes, no pretendían por así decir escribir un libro, sino dar a luz la Palabra que Dios les dirigía y de la cual se sabían responsables personalmente, cuidándola y transmitiéndola con fidelidad. Además cuando el profeta habla en contextos diferentes y a lo largo de un tiempo extenso entran a jugar los compiladores, o sea los discípulos que recogen el material y lo van disponiendo con cierto orden. La profecía del primer Isaías justamente expresa toda esa complejidad.

Los caps. 1-39 –que son identificados como la producción propia del primer Isaías-, son fruto de una compilación o colección de oráculos numerosos y diversos que responden no pocas veces a inciertos contextos históricos. La primera impresión es estar frente a un material agrupado en forma un tanto caótica y sin un claro criterio redaccional. Imposibilitada la crítica bíblica de hallar pues un criterio redaccional que explique internamente la lógica y el sentido de la ilación o entramado de los textos, sólo ha podido proponernos dividir los oráculos por épocas históricas o grandes temáticas.

a) Caps. 1-6 Oráculos bajo Jotam y relato de vocación. Profetiza en ambos reinos.

b) 7,1-10,4; 11-12; 28,1-6 Oráculos bajo Ajaz.

c) 10, 5-34; 20;  21,11-17; 22; 36-39 Oráculos bajo Ezequías.

d) 13-19; 21,1-10; 23 Oráculos contra las naciones.

e) 24-27; El llamado Apocalipsis de Isaías.

f) 28-35;  Poemas sobre Israel-Judá.

 

Oráculos bajo Jotam

 

Comenzaremos nuestro acercamiento al profeta Isaías comentando esta serie de siete oráculos que contienen el núcleo original de predicación. Por ellos podremos comprender algunas líneas maestras que, delineadas desde el inicio, deja entrever la situación del pueblo como el proyecto de Dios sobre él.

 

Primer Oráculo bajo Jotam

 

El oráculo que abre la profecía en Is 1,2-20, técnicamente responde al género literario RIB. Este vocablo hebreo expresa un litigio, contienda, pleito, conflicto o riña. Se utiliza diversamente en la Escritura pero los profetas construyen textos donde se narra un juicio y no cualquiera. Se trata del Juicio de Dios contra su pueblo, donde se expresa la acusación y se citan testigos como se da una sentencia. El profeta clásicamente actúa como el fiscal acusador de parte del Señor.

 

“Oíd, cielos, escucha, tierra, que habla Yahveh; «Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí. Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne.»  ” (Is 1,2-3)

 

Dios tiene pleito con su pueblo porque fueron criados como hijos y ahora se han vuelto rebeldes. La comparación con el buey y el asno que reconocen a quien los alimenta y da refugio, habla en sentido negativo de Israel, quien se sugiere desconoce por ofuscación y ha perdido la razón. Tan obstinado se lo presenta que el Señor llama como testigos a cielos y tierra para que lo escuchen pues los hijos no prestan atención. Se compara pues al pueblo con una persona enteramente enferma en la cual no se halla nada sano.

 

“¡Ay, gente pecadora, pueblo tarado de culpa. semilla de malvados, hijos de perdición! Han dejado a Yahveh, han despreciado al Santo de Israel, se han vuelto de espaldas. ¿En dónde golpearos ya, si seguís contumaces? La cabeza toda está enferma, toda entraña doliente. De la planta del pie a la cabeza no hay en él cosa sana: golpes, magulladuras y heridas frescas, ni cerradas, ni vendadas, ni ablandadas con aceite.  (Is 1,4-6)

 

Y luego se describe la situación en términos sociales. Ahora se equipara a Israel con las ciudades que más simbolizan el pecado de los paganos, aunque ya se insinúa la esperanza de un resto fiel.

 

“Vuestra tierra es desolación, vuestras ciudades, hogueras de fuego; vuestro suelo delante de vosotros extranjeros se lo comen, y es una desolación como devastación de extranjeros. Ha quedado la hija de Sión como cobertizo en viña, como albergue en pepinar, como ciudad sitiada. De no habernos dejado Yahveh Sebaot un residuo minúsculo, como Sodoma seríamos, a Gomorra nos pareceríamos.” (Is 1,7-9)

 

Con términos muy duros se critica la religiosidad del pueblo. Como una patada en la cara, en los dientes, Dios siente los sacrificios hipócritas de sus fieles. Sus hijos extienden sus manos hacia el Señor pero Él se tapa la cara horrorizado al verlos en su condición de pecado.

 

“Oíd una palabra de Yahveh, regidores de Sodoma. Escuchad una instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. «¿A mí qué, tanto sacrificio vuestro? -dice Yahveh-. Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando venís a presentaros ante mí. ¿Quién ha solicitado de vosotros esa pateadura de mis atrios? No sigáis trayendo oblación vana: el humo del incienso me resulta detestable. Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsedad y solemnidad. Vuestros novilunios y solemnidades aborrece mi alma: me han resultado un gravamen que me cuesta llevar. Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas…” (Is 1,10-15)

 

Claro que hay salvación y entonces aparece la exhortación y el llamado a la conversión. Deben dejarse purificar creyendo que Dios puede incluso hacerlos alcanzar la pureza y santidad suya  que les dona. Ahora se espera la respuesta de Israel quien saliendo de la rebeldía y escuchando al Señor será rescatado, pero si se obstina hará caer sobre sí las consecuencias de su pecado.

 

“…lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. Venid, pues, y disputemos -dice Yahveh-: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán.  Si aceptáis obedecer, lo bueno de la tierra comeréis. Pero si rehusando os oponéis, por la espada seréis devorados, que ha hablado la boca de Yahveh.” (Is 1,16-20)

 

En este litigio inaugural de la profecía se exponen pues dos causas: la religiosidad vacía y la injusticia social. Sintetizando Israel, el Reino del Norte, rechaza la propuesta de santidad que le hace Dios y será castigado. En tiempos de Isaías sufrirá el asedio y será reducido a vasallaje y tributo por Teglatfalasar III, Rey de Asiria. Pero junto a Israel también se acusa a Judá, Reino del Sur. A todo el pueblo se lo exhorta a la penitencia. El Juicio ante Yahvéh por duro que parezca es una instancia benéfica y reparadora: estar ante el Santo (como sucede en el relato vocacional del profeta) debería provocar el deseo de santificación y el reconocimiento de la propia condición pecadora e impura, disipándose el miedo y dando lugar a una fe auténtica y renovada. Pero... ¡ay del que se empecina!

 

Hablar claro desde el principio

 

No quisiera dejar pasar este dato llamativo: la profecía de Isaías abre con este litigio que Dios tiene contra su pueblo. Como se relatará luego en el capítulo 6, al narrarse la vocación del profeta, es un Dios “Santo, Santo, Santo” que tiene frente a sí a un pueblo impuro y pecador. Como con las brasas del altar el serafín purifica a Isaías para su misión, ahora el Señor a través de su enviado quiere purificar y santificar a sus hijos. No parece quizás el comienzo más adecuado para captar la atención de los suyos, iniciar por las acusaciones que tiene contra ellos. O tal vez sí, pues frente a esa Presencia majestuosa, el hombre se siente pequeño y tiembla cayendo de rodillas. Seguramente causará alivio el llamado a una conversión que se ofrece en gracia, ya que Dios asegura que no importa cuán ensangrentados estén por sus pecados, Él los volverá a dejar blancos, puros e inocentes.

Confieso que me fastidia cuando me empiezan a dar vueltas y a rodear el tema sin ir al grano. Por mi talante convivo mejor con discursos más directos y sinceros. Será por eso que también agradezco esta simplicidad de Dios para decir lo que tiene que decir sin demasiados preámbulos. Aunque comprendo que haya quienes necesiten ser preparados e introducidos más gradualmente en una situación de confrontación. Mas como sea, me pregunto si aquellos que dan vueltas y vueltas diplomáticas al fin llegan a decir lo que quieren expresar. A veces pienso que nunca se animarán y solo lo dejarán sutilmente sugerido. Es su estrategia no decir directamente lo problemático y que se haga cargo indirectamente su oyente de lo que ellos no se atreven a terminar de comunicar.

A veces pienso que la Iglesia cuando pone en el centro ser aceptada, no sufrir ataques, abrir canales de acercamiento negociando ciertos silencios, en fin, cuando su preocupación primaria es evitar la conflictividad con el mundo, puede sencillamente olvidarse de su Señor, de lo que Él le envió a anunciar y a realizar. No quiero claro que se encuentre siempre como yendo al choque. Pero sí deseo que nunca se olvide de ser fiel, de decir lo que Dios le ha mandado a proclamar y de obrar cuanto el Espíritu le inspire a llevar adelante. A veces dando vueltas se pierde valioso tiempo y es mejor tomar atajos y ser directos. A esto he sido enviado y a esto vengo entre ustedes.


Diálogo vivo con San Juan de la Cruz 9

 


CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 9


UNIÓN Y TRANSFORMACIÓN

 

 “…unión y transformación del alma con Dios, que no está siempre hecha, sino sólo cuando viene a haber semejanza de amor. …la cual es cuando las dos voluntades, conviene a saber, la del alma y la de Dios, están en uno conformes, no habiendo en la una cosa que repugne a la otra. Y así, cuando el alma quitare de sí totalmente lo que repugna y no conforma con la voluntad divina, quedará transformada en Dios por amor.” (SMC L2, Cap. 5,3)

 

“Y la que totalmente la tiene conforme y semejante, totalmente está unida y transformada en Dios sobrenaturalmente.” (SMC L2, Cap. 5,4)

 

“De donde, aunque acá en esta vida hallemos algunas almas con igual paz y sosiego en estado de perfección, y cada una esté satisfecha, con todo eso, podrá la una de ellas estar muchos grados más levantada que la otra y estar igualmente satisfechas, por cuanto tienen satisfecha su capacidad. Pero la que no llega a pureza competente a su capacidad, nunca llega a la verdadera paz y satisfacción, pues no ha llegado a tener la desnudez y vacío en sus potencias, cual se requiere para la sencilla unión.” (SMC L2, Cap. 5,11)

 

Estimadísimo Padre Juan de la Cruz, la unión del alma con su Dios es ciertamente un camino por recorrer. ¿Un camino? Perdón, el único camino a recorrer que ofrece salvación. De hecho, ¿qué esperamos de Dios en su Reino sino una plena y desbordante comunión de amor con Él? ¿O alguien espera ir al Cielo para gozar de cuanto quiere gozar pero prescindiendo de Dios parcialmente a subjetivo arbitrio? ¿Alguien se imagina una eternidad en la cual nos conectemos de a ratos con el Señor y en otros momentos “descansemos de Él” y andemos recortados a nuestras anchas? Pregunto este absurdo porque no tengo tan claro a qué llaman “salvación” los cristianos de mi época. Quizás reencontrarse con seres queridos que han partido, quizás ya no experimentar mal ni sufrimiento, quizás una fiesta permanente donde todo esté bien para siempre. Y será eso seguramente pero mucho más… ¿Y Dios? A veces creo que si a muchos de mis feligreses les avisara que el Cielo es para estar siempre con Dios, frente a Él como cara a cara, gozando de su Misterio y permaneciendo en alabanza ininterrumpida de su Majestad Santa, en comunión de Gloria junto a todos los santos y elegidos… me temo que si así lo presentase algunos de mis feligreses “se bajarían del Cielo”. Al menos a aquellos a los cuales rezar les parece aburrido y fastidioso se sentirían desanimados. ¿Pero no hay nada que hacer allí eternamente? ¿No hay eventos masivos por organizar, o jornadas caritativas y solidarias en favor de los sufrientes, ni siquiera celebración de los sacramentos? ¿No haremos nada en el Cielo? ¡Sí, sí, si, haremos lo único esencialmente necesario… seremos eternamente unidos a Dios por el amor!

¿Cuándo alcanzar esta capacidad de vivir en unión con el Señor sino en esta vida? No te alteres ni te angusties, y comprende mi querido lector, que ésta unión con Dios es camino y por tanto un proceso dinámico. Por eso Fray Juan afirma que esta unión y transformación no está siempre hecha, sino haciéndose y que es real en cuanto alcance semejanza de amor, es decir que la Voluntad de Dios y la voluntad del hombre coincidan. Y todos nos damos cuenta que hay un largo viaje por realizar. Al menos en principio habrá que empezar a gustar de estar y tratar con Él. Luego claro, habrá que dejarse modelar por Él hasta vivir conforme a su Santa Voluntad. Ya nos damos cuenta qué largo y profundo itinerario habrá que transitar. Como también advertimos aquello de lo cual venimos hablando insistentemente: no faltará el desierto, ni la renuncia a sí mismo, todo el camino estará atravesado de Cruz. ¿Habrá acaso otro remedio para quitar y sanar lo que a Dios repugna en nosotros sino la Cruz de Cristo? ¿Existirá algún medio de Gracia para la transformación del alma que no tenga su fuente en la Pascua del Señor Jesús que tiene que llegar a ser nuestra Pascua? La fe de la Iglesia no conoce otro camino. Solo el hombre crucificado por amor, unido al Hijo en Cruz, puede abandonarse definitivamente en las manos de su Padre y, ya cumplida su Voluntad, ser transfigurado por la victoria pascual del amor redentor.

¿Cómo llamamos a esos cristianos que han alcanzado en vida una tal identificación de su voluntad humana con la Voluntad divina que al verlos a ellos nos encontramos con Dios? Santos. Pues al fin y al cabo, no me canso de repetirlo, la santidad es hacer la Voluntad de Dios. Cada vez que nos unimos a su Voluntad nuestra vida es santificada más por Él, como cada vez que nos desinteresamos o somos rebeldes a su Voluntad nos alejamos hacia  las oscuras tinieblas del pecado. Y cuando nos topamos con una de esas personas que permanecen establemente enraizadas en la Voluntad del Padre parece que todo se ilumina. La santidad irradia luz y abre senderos de transformación en Gracia de la realidad. Esa luz de los santos proviene de su alma por estar unida a su Señor que brilla refulgente.

Seguramente con Fray Juan no dejaremos de conversar –al menos tangencialmente- sobre el camino ordinario e insustituible de la ascesis, pero sobre todo aquí nos dedicaremos a la experiencia mística. Como nos dice este gran maestro espiritual, el alma que se ha despojado y ha llegado a unión se encuentra llena de Dios según su capacidad, porque Dios hace de sus vasijas cuánto quiere en su plan de amor. A unas las hace más capaces de contenido y profundidad, a otras más simples y sólidas, a aquellas humildes y encarnadas en servicio del tránsito terrenal y más allá las ha hecho siempre lindantes a la Gloria del Cielo. Así una multiplicidad de experiencias de unión, de santidad vivida, son sembradas en la tierra de los hombres según el providencial proyecto del Padre que nos ama. Y no se preocupe entonces el hombre de qué hará Dios con él, ni se compare con nadie, ya que a cada quien llenará y dejará satisfecho y desbordante según el misterio de su Voluntad benigna.

Inquiétese el cristiano que no trabaja en sí secundado a la Gracia en pos de alcanzar la Unión con su Señor, pues desperdicia su vida y mal se prepara a la eternidad que es justamente la Gloria de la Unión con Dios por el amor. Porque el alma “que no llega a pureza competente a su capacidad, nunca llega a la verdadera paz y satisfacción, pues no ha llegado a tener la desnudez y vacío en sus potencias, cual se requiere para la sencilla unión”. Dios nos libre de vivir y terminar desunidos con Él.

 


Salmo 139 Meditado frente al Santísimo Sacramento





“Jesús, te busco porque Tú me buscas. Deseo encontrarme contigo. No puedo vivir sin tu amor. Señor, te amo. ¡Oh, mi buen  Jesús, muéstrame a tu Padre para vivir también yo unido a Él!”

 

 Señor, tú me sondeas y me conoces,

tú sabes si me siento o me levanto;

de lejos percibes lo que pienso,

te das cuenta si camino o si descanso,

y todos mis pasos te son familiares.

 

Antes que la palabra esté en mi lengua,

tú, Señor, la conoces plenamente;

me rodeas por detrás y por delante

y tienes puesta tu mano sobre mí;

una ciencia tan admirable me sobrepasa:

es tan alta que no puedo alcanzarla.

 

¡Oh, Señor!, nada de mí escapa a tu mirada; Tú me conoces mejor de lo que yo mismo me conozco. Pero que nada mío esté oculto a tus ojos no me da miedo, ni vergüenza. Sé de tu amor. Me siento seguro y protegido cuando Tú me miras pues sé que me miras como un Padre a su hijo. Experimento tu protección y tu cuidado a lo largo de la vida.

 

¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu?

¿A dónde huiré de tu presencia?

Si subo al cielo, allí estás tú;

si me tiendo en el Abismo, estás presente.

 

Si tomara las alas de la aurora

y fuera a habitar en los confines del mar,

también allí me llevaría tu mano

y me sostendría tu derecha.

 

Si dijera: “¡Que me cubran las tinieblas

y la luz sea como la noche a mi alrededor!”,

las tinieblas no serían oscuras para ti

y la noche sería clara como el día.

 

Oh, Señor, perdóname. De a ratos vivo como escapándome de ti. A veces te soy infiel y me alejo; envuelto en las redes de mi pecado desconfío de tu Misericordia y me escondo. A veces temo acercarme a Ti y que me pidas algo que no deseo darte; en el fondo todavía quiero vivir según mi propia voluntad y no según la tuya. A veces, rebelde y soberbio, discuto contigo y me separo para buscar mi propio camino; un camino que al principio aparece fácil y transitable pero que termina en una encrucijada, un camino cerrado. Pero tú, Padre mío, siempre estás dispuesto a rescatarme. Siempre estoy presente antes tus ojos y no te cansas de cuidarme.

 

Tú creaste mis entrañas,

me plasmaste en el seno de mi madre:

te doy gracias porque fui formado

de manera tan admirable.

¡Qué maravillosas son tus obras!

 

Tú conocías hasta el fondo de mi alma

y nada de mi ser se te ocultaba,

cuando yo era formado en lo secreto,

cuando era tejido en lo profundo de la tierra.

 

¡Sí, Dios mío, qué maravillosas son tus obras! Porque tú me elegiste, desde mi concepción, para ser hijo tuyo, una obra de tu amor. En el principio de mi vida estabas Tú, soplando tu Espíritu en mi alma.  En el principio estabas Tú, Dios mío, Creador mío, Padre amoroso, Señor de la Vida.

 

Tus ojos ya veían mis acciones,

todas ellas estaban en tu Libro;

mis días estaban escritos y señalados,

antes que uno sólo de ellos existiera.

 

¡Qué difíciles son para mí tus designios!

¡Y qué inmenso, Dios mío, es el conjunto de ellos!

Si me pongo a contarlos, son más que la arena;

y si terminara de hacerlo

aún entonces seguiría a tu lado.

 

Tu sabiduría, Señor, me admira. Tu bondad es tan profunda y ancha que estoy dispuesto a vivir como tú me pides. Y aprendo mirándolo a tu Hijo Jesús; Él siempre estuvo unido a Ti y nunca dejó de tener su mirada clavada en la tuya, su corazón en el tuyo. Lo contemplo ahora y lo adoro en la Eucaristía. Quisiera yo también entregarme por completo a Ti y a mis hermanos por amor. Lo contemplo ahora y lo adoro en la Eucaristía y solicito humildemente que me esconda en sus cinco llagas, verdadera escuela de amor. Quiero responder, Señor, con mi vida a todo el amor que me ofreces, a todos tus cuidados, a toda tu paciencia, a toda tu Misericordia. ¡Ayúdame, Padre mío, a ser un buen cristiano, a ser otro Cristo!

 

Sondéame, Dios mío, y penetra en mi interior;

examíname y conoce lo que pienso;

observa si estoy en un camino falso

y llévame por el camino eterno.



Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (2)

 


Perfil del profeta

 

“Visión que Isaías, hijo de Amós, vio tocante a Judá y Jerusalén en tiempo de Ozías, Jotam, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá.” (Is 1,1)

 

Al comenzar el libro se nos da alguna información sobre su persona. Se trataría de un ministerio profético extenso dada la cronología de reyes citados: Ozías (784-740 a.C.), Jotam (740-736 a.C.), Ajaz (736-716 a.C.), Ezequías (716-687 a.C.). Todo ese período abarca nada menos que 97 años. Suele aceptarse como dato razonable que nació bajo el reinado de Ozías. Su experiencia vocacional y comienzo de ministerio se lo ubica hacia el 740 a.C. También hay consenso acerca de que los oráculos más tardíos no pasan del 700 a.C. Serían cuatro décadas de ejercicio profético casi contemporáneo de su predecesor Amós (752-750 a.C.), coexistiendo en gran parte con Oseas (con quien comparten la lista de reyes mencionados) y quizás  en algún momento paralelo a Miqueas (quien claramente conoce la profecía de estos tres, retomándola y sintetizándola).

No se mencionan datos sobre el lugar de origen de Isaías, apenas se dice que es hijo de Amós (no el profeta). Los rasgos cortesanos de su visión vocacional junto al “heme aquí, envíame” que da como respuesta, más la tradición, han visto en Isaías a un funcionario de la corte acostumbrado a obedecer.   

 

La visión vocacional

 

Contemplemos el relato de vocación-misión que expresa el comienzo de su ministerio y da cuenta de cuál será el camino que Isaías debe recorrer.

 

“El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo. Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno tenía seis alas: con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los pies, y con el otro par aleteaban. Y se gritaban el uno al otro: «Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot: llena está toda la tierra de su gloria.». Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo.

Y dije: «¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: que al rey Yahveh Sebaot han visto mis ojos!»  Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar,  y tocó mi boca y dijo: «He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado.» Y percibí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra?». Dije: «Heme aquí: envíame.» Dijo: «Ve y di a ese pueblo: ‘Escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis.’ Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos. y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure.» Yo dije: «¿Hasta dónde, Señor?» Dijo: «Hasta que se vacíen las ciudades y queden sin habitantes, las casas sin hombres, la campiña desolada, y haya alejado Yahveh a las gentes, y cunda el abandono dentro del país. Aun el décimo que quede en él volverá a ser devastado como la encina o el roble, en cuya tala queda un tocón: semilla santa será su tocón.»” (Is 6,1-13)

 

Recorramos entonces la narración y con simpleza comprendamos su sentido.

  1. El año que muere el rey, Isaías tiene la visión del verdadero Rey, el Señor Dios, sentado sobre un trono excelso.
  2. El lugar del encuentro es el templo, sitio sagrado por excelencia donde el pueblo eleva su culto a Dios y que el Señor habita.  Desde allí ejerce su reinado, cuyo programa central es la Alianza celebrada mediante la Pascua de Egipto y sellada en el Monte Sinaí en el desierto.
  3. La majestad de este Rey es tan inmensa que el profeta sabe que está en su Presencia aunque solo puede divisar los pliegues del borde de su manto.
  4. Miembros de la corte celeste, los misteriosos serafines, lo rodean cual guardia de honor y lo proclaman tres veces santo y afirman que con su gloria llena la tierra. He aquí un punto central, totalmente crucial en este relato. La palabra hebrea “kadosh” (santo) literalmente significa “separado”. Marca pues lo que es otro, la distancia, lo que está fuera de lo común. Dios es tres veces separado por tanto podríamos decir en lenguaje religioso “es el totalmente otro” y ante Él se percibe su trascendencia, está más allá de este mundo. La palabra hebrea “kabod” (gloria) literalmente significa “peso”. La gloria de Dios es la experiencia que tiene el hombre de su magnitud, relevancia decisiva, una Presencia que todo lo conmueve. Notemos el juego sonoro “kadosh-kabod” y comprendamos que este Rey que viene de más allá de todo lo cotidiano para el hombre, el separado que se acerca, hace sentir el peso de su Presencia contundente ante la cual parece que todo se vuelve pequeño e insustancial.
  5. Y justamente se nos cuenta como todo se conmueve frente al Rey glorioso y tres veces santo: el templo y quizás hasta los cimientos del orbe y el mismo profeta que se siente morir. Es que él se considera impuro-pecador y habitando en medio de un pueblo de impuros-pecadores. Por tanto tiene conciencia de la profunda desproporción y distancia entre su realidad y la realidad divina. ¿Que tengo que ver yo y este pueblo con este Dios tres veces Santo? Nada, ¿verdad?
  6. Pero a continuación uno de lo serafines lo purifica con brasas del altar, posibilitando al santificarlo permanecer frente al Dios Santo y a la vez anticipando la misión profética.
  7. Recién ahora el Señor se hace protagonista, o mejor dicho, sólo ahora purificado el profeta puede percibir su voz. Dios quiere enviar a alguien e Isaías se muestra disponible para ser enviado y obedecer al mandato divino.
  8. Entonces Dios revela que la misión que se le encarga será purificación y santificación del pueblo. Como el serafín lo hizo con el profeta, ahora Isaías debe hacerlo con sus compatriotas para que puedan permanecer en la Alianza con su Señor. Sin embargo su tarea se volverá paradojal: «Ve y di a ese pueblo: ‘Escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis.’ Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos. y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure.» ¿No quiere Dios que su pueblo se convierta o es una forma de plasmar la experiencia profética de Isaías: no quieren ser purificados, se resisten, son rebeldes y se obstinan en su pecado?
  9. La palabra profética terminará provocando lo contrario a lo buscado y el pueblo no se dejará santificar por Dios. ¿Hasta dónde se pregunta Isaías deberá extenderse esta dinámica que profundiza la separación y la distancia con Dios? «Hasta que se vacíen las ciudades y queden sin habitantes, las casas sin hombres, la campiña desolada, y haya alejado Yahveh a las gentes, y cunda el abandono dentro del país.» Hasta el décimo (y el diezmo es de Dios) será devastado.
  10. ¿Todo ha terminado y Dios arrasará a su pueblo hasta el exterminio? Finalmente se abre una esperanza: «devastado como la encina o el roble, en cuya tala queda un tocón: semilla santa será su tocón.» Si en Amós la salvación era como rescatar solo partes del animal de entre las fauces del león, aquí la imagen más benéfica habla de un tallo verde que crece en medio de un árbol talado y hace pensar que todo puede volver a comenzar. Es el tema que irá creciendo en la doctrina profética acerca del “resto santo de Israel”.

Vemos pues como la vocación-misión de Isaías surge al percibir la majestad-santidad de Dios. Se trata de una experiencia humano-mística del profeta. Como resultado el centro de su mensaje será: Dios es Santo y su pueblo está llamado a ser santo también. Tiene una experiencia única en el corpus profético: purificación = santidad = separación. Pero su misión de ser testigo de la Santidad de Dios y de llamar a la santidad del pueblo será masivamente infructuosa a excepto de un resto fiel. La voluntad salvífica de Dios se frustrará en la falta de fe de muchos y florecerá en el pequeño brote que perseverará en fidelidad.

 

Volver a predicar la santidad

 

Creo que no es necesario extenderse demasiado para actualizar el mensaje profético al hoy. Claramente la Iglesia contemporánea parece haber renunciado a esa tarea paradojal e incómoda de anunciar purificación y llamar a la santidad. De hecho la santidad es percibida como insistencia de “moralismos rígidos e inmisericordes”. ¿Una Misericordia sin Santidad provendrá acaso de Dios? No menos ni más que una Santidad sin Misericordia. Pues el Dios misericordioso santifica y el Dios santo ejerce misericordia. Pero nosotros separamos lo que en el Señor va unido.

Esta Iglesia contemporánea a veces enfatiza tanto la cercanía de Dios que no permite percibir su trascendencia, su ser totalmente otro. No le deja al hombre contemplar la desproporción y separación radical entre el Dios Santo y el hombre pecador; lo que lleva a la pérdida del sentido de lo sagrado y no le ayuda a lo humano a ascender en gracia, madurar y crecer en santidad. Si en la vocación de Isaías el Dios que se hace presente en el mundo lo conmueve todo, invitando contundentemente a conversión, a un proceso de purificación y transformación; el excesivo “buenismo pastoral” de nuestros días termina en cambio embarrando a Dios y dejándolo enfangado con nosotros.

Amar al hombre no es tener una falsa compasión, es decir, una lástima pesimista que acepta su situación de postración como si no tuviese remedio y le ofrece una falsa fe como tratamiento paliativo que anestesie el dolor para ingresar adormecido en su muerte.  Amar al hombre es invitarlo a levantarse de su postración y en gracia ser elevado hasta la Santidad de Dios.


EVANGELIO DE FUEGO 22 de Enero de 2025