Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (14)

 


 

Cerrando ya nuestro acercamiento a la profecía de Jeremías insistamos sobre el tema de la “interiorización de la Alianza Nueva”. Veamos cuál es el contexto de este nuevo oráculo contenido en el capítulo 32.

 

“Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh el año diez de Sedecías, rey de Judá - o sea, el año dieciocho de Nabucodonosor: A la sazón las fuerzas del rey de Babilonia sitiaban a Jerusalén, mientras el profeta Jeremías estaba detenido en el patio de la guardia de la casa del rey de Judá,  donde le tenía detenido Sedecías, rey de Judá, bajo esta acusación: «¿Por qué has profetizado: Así dice Yahveh: He aquí que yo entrego esta ciudad en manos del rey de Babilonia, que la tomará,  y el rey de Judá, Sedecías, no escapará de manos de los caldeos, sino que será entregado sin remisión en manos del rey de Babilonia, con quien hablará boca a boca, y sus ojos se encontrarán con sus ojos, y a Babilonia llevará a Sedecías, y allí estará (hasta que yo le visite - oráculo de Yahveh. ¡Aunque luchéis con los caldeos, no triunfaréis!)»” (Jer 32,1-5)

 

Dura situación vive el pueblo asediado, ya a punto de caer Jerusalén. El profeta por haberlo anunciado ha sido puesto bajo arresto y su vida está amenazada.

En 32,6-16 se narra que Dios avisa a Jeremías que le visitará en prisión un pariente para pedirle que compre un campo en su tierra natal de Anatot, sobre el cual el profeta tiene derecho y privilegio de adquisición. Así lo hará entendiendo que el Señor le pide realizar un signo y una vez adquirido pide a Baruc que todos los documentos de la transacción sean guardados en una vasija para que se conserven por largo tiempo inalterados. De esta forma se anuncia que Yahvéh no abandona a su pueblo y que hay esperanza.

A continuación el profeta ora a Dios reconociendo su poder y señorío, tanto como Creador del universo tanto como quien ha conducido al Pueblo en la historia liberándolo de Egipto y donándole la Tierra Prometida (32,17-23). Pero el Pueblo ha “provocado” a Dios con su idolatría incluso profanando la Casa que lleva su Nombre, el Templo; por eso el Señor ha decretado la caída y destrucción de Jerusalén (32,24-35).

Sin embargo –en consonancia con el gesto simbólico de la escritura de propiedad guardada para que se conserve- se anuncia una esperanza.

 

“Ahora, pues, en verdad así dice Yahveh, el Dios de Israel, acerca de esta ciudad que - al decir de vosotros - está ya a merced del rey de Babilonia por la espada, por el hambre y por la peste. He aquí que yo los reúno de todos los países a donde los empujé en mi ira y mi furor y enojo grande, y les haré volver a este lugar, y les haré vivir en seguridad, serán mi pueblo, y yo seré su Dios; y les daré otro corazón y otro camino, de suerte que me teman todos los días para bien de ellos y de sus hijos después de ellos. Les pactaré alianza eterna - que no revocaré después de ellos - de hacerles bien, y pondré mi temor en sus corazones, de modo que no se aparten de junto a mí;  me dedicaré a hacerles bien, y los plantaré en esta tierra firmemente, con todo mi corazón y con toda mi alma.” (Jer 32,36-41)

 

Este consolador oráculo no se saltea las consecuencias del pecado porque Dios perdona pero el hombre debe hacerse responsable por su conducta. La caída de Jerusalén y el destierro sucederán inexorablemente. Sin embargo el Señor que es fiel los hará retornar a la tierra, los volverá a reunir como Pueblo suyo. “Serán mi pueblo, y yo seré su Dios” es la clásica fórmula utilizada. Pero ahora con verdadera novedad agrega: “y les daré otro corazón y otro camino”. Si son el mismo Pueblo del pasado continuarán en la idolatría y el quebrantamiento de la Alianza; deben ser un Pueblo Nuevo con un corazón cambiado, con otro corazón, con un Nuevo Corazón. Y esto sólo puede realizarlo Dios. Solo entonces tendrán otro camino, es decir un destino diferente al que la fuerza del pecado nunca extirpado por completo los ha arrastrado. “Que me teman todos los días para bien de ellos y de sus hijos después de ellos”. Que ya no se aparten del Camino del Señor y que gocen de una fidelidad estable. “Les pactaré alianza eterna que no revocaré”, con lo cual se asevera que la intencionalidad de Yahvéh es ver plena y acabada su obra en el Pueblo de su propiedad. “Pondré mi temor en sus corazones, de modo que no se aparten de junto a mí”. Aquí reaparece el tema de la interiorización ya conocido. La acción de Dios se realizará tan “adentro” de ellos que será definitiva e irrevocable. “Me dedicaré a hacerles bien con todo mi corazón y con toda mi alma” es la bonita y luminosa expresión que cierra la profecía. En ella se da cuenta de un Dios que tiene corazón y que los ama con toda su alma. Tendrá que pasar aún el tiempo para que el sentido maduro de estas palabras nos haga oír: “Pondré mi Corazón en tu corazón”.

 

Un corazón que sea de Dios y sobre todo para Dios

 

¡Qué fuerte parece a veces la seducción del mal entre nosotros! La inclinación al pecado que nos pierde se vuelve obcecación. ¡Y qué poco disponibles nos hallamos al trabajo hondamente purificador que se requiere para una conversión total! Nos contentamos por lo general con realizar algunos cambios cosméticos, unas cuantas reparaciones y parches disimulados bajo barniz y alguna que otra reubicación del amueblamiento. Pero detrás del decorado… ¿qué? Las verdaderas transformaciones que son estructurales se postergan o directamente se cancelan. ¿Cómo pues habitará nuestra casa el Único y Gran Rey?

¡Un corazón nuevo! Cuántas veces me he descubierto lanzando al cielo esta plegaria. “Por favor, rescátame, dame un corazón nuevo. Pon en mí Tu Corazón. Este pobre corazón de carne solo vivirá inhabitado por tu Espíritu.”

Un corazón ya capaz en gracia de una fidelidad estable y de un amor inamovible. Un corazón que se quede en Dios y que lo ponga a Él por encima de todo. Un corazón que viva por, desde y para Dios. Un corazón que lata al unísono con el Corazón Divino.

Cada cristiano y la Iglesia peregrina toda debería clamar siempre y hoy quizás más que nunca: “¡Oh Señor, mi Dios, pon en mí tu Corazón!”.

 

 


Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (13)

 


 

Nos adentramos en el 2do. bloque del libro profético contenido en 26,1-45,5. Sin duda ya hemos contemplado a Jeremías como un profeta atravesado por el sufrimiento, ahora intentaremos descubrir aquello de la interioridad.

 

“En esto, me desperté y vi que mi sueño era sabroso para mí. He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que sembraré la casa de Israel y la casa de Judá de simiente de hombres y ganados. Entonces, del mismo modo que anduve presto contra ellos para extirpar, destruir, arruinar, perder y dañar, así andaré respecto a ellos para reconstruir y replantar - oráculo de Yahveh -.” (Jer 31,26-28)

 

Recordemos que la vocación profética de Jeremías estaba densamente cargada de esta dualidad plantar-arrancar o perder-reedificar. Aquí es el mismo Señor quien afirma haber convivido con su Pueblo para purificarlo al mismo tiempo que le anuncia un futuro de fecundidad. Este porvenir marcado como “vienen días” o “en aquellos días” remite ciertamente a los tiempos de la plenitud mesiánica, sin duda con proyección escatológica. ¿En qué consistirá esta restauración?

 

“En aquellos días no dirán más: «Los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren de dentera»; sino que cada uno por su culpa morirá: quienquiera que coma el agraz tendrá la dentera.” (Jer 31,29-30) 

 

El primer hito a marcar para hablar de la “interiorización de la Ley” es la temática de la “responsabilidad personal”. Jeremías usa un refrán popular para introducir su enseñanza.

El agraz es el zumo de los agraces o racimos de uva verde aún inmadura, por tanto con fuerte concentración de acidez, que fue utilizado culinariamente durante la antigüedad y edad media hasta ser sustituido por el limón. La dentera se trata de la sensibilidad dental frente a diversos estímulos como frio o calor y las molestias o dolencias de encías o en la raíz de los dientes a consecuencia del ácido del agraz. Por tanto se afirma que el sufrimiento no es solidario grupalmente: unos miembros comen y toda la familia padece. Sino personal: quien comiere lo padecerá.

Esto viene a cuento de que Israel –para simplificarlo por causas didácticas- parte de una reflexión moral colectiva. La llamada “personalidad corporativa” aglutinaba en una persona o grupo con relevancia institucional al colectivo del pueblo. El rey peca contra Dios y lo sufre todo el pueblo. ¿Quién pecó –se preguntaban-: el enfermo o sus antepasados? Así esta idea de que el pecado es del rey o de los sacerdotes o de los falsos profetas o de los antepasados y se transfiere a la comunidad entera terminaba de exculpar a la mayoría y diluir la intencionalidad subjetiva. Jeremías comienza a afirmar explícitamente en cambio lo que la corriente profética ya venía insinuando: no es posible exculparse en chivos expiatorios colectivos, el pecado siempre supone una adhesión personal con su consiguiente responsabilidad. Ya no se puede decir: “No tengo culpa, seguimos a quien pusiste de jefe.” Ni tampoco: “Todos lo hacían.”

En este punto con Jeremías y luego fuertemente con Ezequiel cuaja un momento de maduración de la reflexión moral de Israel. No se puede eludir la propia libertad: eres tú quien adhieres al pecado o lo rechazas, eres tú mismo quien permanece fiel a la Alianza o la rompe. “Dentro tuyo”, en tu interioridad decides tu suerte. ¿Hacia qué se inclina tu corazón?

 

“He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos - oráculo de Yahveh -. Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días - oráculo de Yahveh -: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: «Conoced a Yahveh», pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande - oráculo de Yahveh - cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme.”   (Jer 31,31-34)

 

¡Un anuncio sorprendente, un verdadero salto de nivel: una Alianza Nueva! No solo una renovación de la misma Alianza de antaño sino una enteramente Nueva. Pues aquella Alianza ha sido vivida de un modo puramente formalista o exterior y no ha tomado el corazón de los hombres y del pueblo. Dios necesita por así decirlo “entrar más adentro”: “…pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.”

El movimiento profético comienza así una dinámica de interiorización de la Alianza, una auténtica pedagogía del corazón: “Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: «Conoced a Yahveh», pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande…”. Pasará el profetismo de solo denunciar la ruptura de la Alianza por pecados modélicos como la idolatría o la injusticia, a también anunciar y favorecer un trabajo profundo del mismo Dios en el alma de sus hijos para recrearlos desde adentro. Superando aquella religiosidad formalista, apoyada excesivamente en signos y ritos exteriores, se proclamará una nueva religiosidad del corazón, o mejor dicho, desde el corazón.

“Conocer a Dios” de este modo nuevo quiere decir que se establecerá un vínculo de amor, de intercambio mutuo entre el Señor y cada hijo de su pueblo, lo cual hará realmente posible vivir fielmente y en santidad. Esta “espiritualización de la Ley” que ahora se graba y sella en el corazón anticipa el desarrollo paulino sobre la acción de la gracia.

 

Se resuelve adentro

 

“Se resuelve adentro” podría ser un oportuno leimotiv para nuestra época cristiana. Quizás podríamos sumar: “Baja a tu corazón”. Y frases por el estilo que indiquen la primacía de la tarea espiritual. Una tarea tan descuidada debo agregar. Pues si bien se vocifera que hay “sed de espiritualidad”, raramente constato empeños serios y perseverantes para recorrer un itinerario de crecimiento y maduración de la vida en el Espíritu.

La religiosidad puramente formal y exterior de antaño cuadra bien con la actual superficialidad reinante, el ajetreo y la saturación de estímulos, la búsqueda de resoluciones tan urgentes como confortables y exentas si es posible de algún sacrificio, la ensordecedora falta de silencio y la dificultad para transitar procesos. Podría continuar describiendo sintomatología de la anemia espiritual que cursa el cristiano de hoy pero es más que suficiente para entendernos. Ciertamente no faltarán quienes aleguen que no tengo en cuenta las miradas holísticas, las estructuras panópticas y las dinámicas circulares e inter-dimensionales. Hay una cultura nueva, un exótico y multiversal modo naciente de pensar, sentir y creer.  En fin, por creativas y elaboradas que sean las excusas no dejan de ser excusas. Para que florezzca una espiritualidad el hombre –que esencialmente sigue siendo el mismo- necesita silencio, austeridad, capacidad de entrega de la propia vida, perseverancia y algunas materias primas más que son insustituibles.

“Haz una pausa y baja a tu corazón que todo se resuelve adentro”, sería un universal consejo con garantía de final feliz. ¿Pero quién resuelve adentro? ¿Solo uno? Me imagino que quien solo no pudo “resolver afuera” tampoco solo podrá “resolver adentro”. Como nuestra fe acepta que solo Dios salva obviamente afirmamos que solo Él con su Santa Voluntad da resolución verdadera a la vida del hombre. Entonces cuando el hombre “adentro” se entrega al Señor, se abandona en sus manos y se deja purificar, ordenar y pacificar en su Amor puede emerger sereno y claro para una convivialidad luminosa y transformadora del “afuera”.

Dicho con la simplicidad humorística que se puede en este espacio acotado, indulgente con el precario binomio afuera-adentro, anuncio con los profetas que Dios nos está llamando a la interioridad donde Él podrá marcarnos y sellarnos con su Espíritu en Alianza Nueva. No hay ninguna otra resolución posible para el hecho humano.

 

 


Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (12)

 





Antes de continuar quisiera señalar una peculiaridad: los “oráculos actuados”.

Oseas en su matrimonio con una mujer prostituida había iniciado este recurso. Así entrelazaba fuertemente su propia vida, presentada como símbolo, con la profecía que Dios le encargaba comunicar. También Jeremías lo hará con el gesto simbólico de su celibato. El capítulo 16 nos narra la orden de Dios de no tomar mujer ni concebir hijos. Esta infecundidad del profeta será signo de la desolación a la que será sometido Judá por su pecado. Como la otra orden de no entrar en ninguna casa donde se celebre un duelo o un banquete, dos ocasiones significativas de la vida del pueblo. Tanto en la tristeza por el dolor de la muerte o en la alegría de una fiesta de bodas o por un nacimiento, Dios estará ausente, no acompañará, se retirará y no asistirá a sus momentos importantes.

Pero también Jeremías insistirá en introducir pequeñas escenificaciones que en sinergia con la palabra profética hacen más evidente y contundente el mensaje proclamado. No se trata de una entera novedad, los profetas suelen realizar gestos de este estilo. Jeremías lo hace con cierta frecuencia y luego será el profeta Ezequiel quien llevará a esplendor esta forma de anuncio profético.

Leemos en 13,1-12 que el Señor le manda comprarse una faja o cinturón de lino, el cual luego de habérselo ceñido, le pide esconder en la cercanía del río Éufrates. Al tiempo le solicita ir a recuperarlo y al desenterrarlo ya lo encuentra gastado e inservible. Dios establece la comparación afirmando que su Pueblo es como ese cinturón. Él se lo ató a la cintura, es decir estableció Alianza con ellos, pero desobedecieron, por tanto doblegará su orgullo y castigará su pecado por el exilio en Babilonia y su suerte también será el desgaste y la inutilidad.

Veamos un caso típico de esta forma de profetizar:

 

“Entonces Yahveh dijo a Jeremías: Ve y compras un jarro de cerámica; tomas contigo a algunos ancianos del pueblo y algunos sacerdotes, sales al valle de Ben Hinnom, a la entrada de la Puerta de los Cascotes, y pregonas allí las palabras que voy a decirte. Luego rompes el jarro a la vista de los hombres que vayan contigo y les dices: Así dice Yahveh Sebaot: «Asimismo quebrantaré yo a este pueblo y a esta ciudad, como quien rompe un cacharro de alfarería, que ya no tiene arreglo.» Partió Jeremías de la Puerta a donde le había enviado Yahveh a profetizar y, parándose en el atrio de la Casa de Yahveh, dijo a todo el pueblo: «Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: He aquí que yo traigo a esta ciudad y a todos sus aledaños toda la calamidad que he pronunciado contra ella, porque te has puesto terco, desoyendo mis palabras.»”  (Jer 19,1-2.10.14-15)

 

En 27,1-15 Dios le manda hacer cuerdas y ponérselas junto a un yugo sobre el cuello como se hace con los bueyes para arar. Debe decirles a los reyes vecinos por medio de sus embajadores y al Rey de Judá, Sedecías, que todos deben someterse a Babilonia y al Rey Nabucodonosor. No se trata de una interpretación política de la situación de la región sino de una lectura religiosa: Dios es el Señor de la historia y ha decidido entregarle todo el dominio a aquel pueblo por un tiempo provisorio. Será inevitable que queden bajo su yugo pues es el Señor quien lo respalda y le ha dado poder y autoridad sobre los demás. Resistirse es una necedad.

Podríamos dar algún ejemplo más pero es suficiente. ¿Por qué he querido rescatar brevemente esta temática? Habitualmente pensamos a los profetas como quienes reciben en fenómenos místicos palabras y visiones de Dios, pero aquí también se muestra cuán didácticos pueden ser. No temen a hacer el ridículo o ser tomados por locos o delirantes. En este caso Jeremías hace cuanto haga falta y agota todos los recursos a su alcance con tal de captar la atención y lograr que la Palabra del Señor sea escuchada.

 

Servicio pleno a la Palabra de Dios

 

“Captatio benevolentiae” era llamado por los antiguos romanos el recurso literario o retórico por el cual se intentaba atraer la atención y buena disposición del público, ya lector u oyente. Podía consistir en una expresión llamativa por su belleza y ritmo o por ser escandalosa o enigmática, tal vez con refuerzo de ademanes corporales y gestos faciales como por el tono de voz utilizado. Había que conquistarse al auditorio, comenzar el hecho de la comunicación mostrando que había algo muy interesante por descubrir.

En el arte de la homilética este elemento era considerado muy valioso en la introducción del sermón o como un estribillo repetido que hacía de eje de toda la predicación y también necesario al cerrar el discurso de modo que quede resonando.

Creo que raramente hoy podamos apreciarlo pues ya no se enseña retórica y no siempre los predicadores tienen carisma personal para este tipo de exteriorizaciones. Si bien la homilía es un elemento fundamental de la Liturgia de la Palabra en la Santa Misa, el don de la Predicación justamente es un carisma que el Espíritu distribuye con intensidad diversa entre sus ministros. Y cuando el don escasea, lamentablemente en nuestros días, la preparación de la homilía también suele ser mezquina. Todos percibimos un marcado empobrecimiento del servicio a la Palabra de Dios en la acción litúrgica.

Lo que permanece inalterado en el tiempo es esa misteriosa resistencia e indiferencia del auditorio raramente bien dispuesto. Las causas son múltiples: la poca preparación espiritual y la superficialidad de inteligencia y corazón, el ajetreo de la vida moderna con sus apuros, la falta de entrenamiento para concentrarnos siempre más habituados a la dispersión y las distracciones constantes, el desinterés o la rebeldía frente a lo que no quisiéramos oír como la insuficiente apertura a la conversión.

Quizás en el ámbito más amplio de la evangelización exista una mayor valoración de recursos audio-visuales o actorales. Pero la palabra ha caído en el descrédito.

¿Cómo prepararnos hoy para ofrecer a la Palabra de Dios el mejor servicio que nos sea posible? Más aún… ¿la Iglesia de nuestro tiempo está apasionada por anunciarla a tiempo y a destiempo agotando cuanto medio tenga a su alcance? ¿Tú y yo, nosotros, escuchamos su Palabra de tal forma que nos quede ardiendo el corazón y en esa quemazón espiritual terminemos rogándole al Señor que se quede con nosotros? ¿Proclamaremos el Evangelio de la Salvación amando la Palabra divina con tal entereza que podamos ser santos instrumentos de su poder transformador? Los profetas y los apóstoles nos han dado ejemplo. Pero ahora es nuestro tiempo.

 



Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (11)

 


El primer bloque del libro de Jeremías cierra con una tercera sección enmarcada en 21,1-23,40. Básicamente contiene oráculos y visiones contra Sedecías y Jerusalén, contra la casa real y contra los profetas áulicos (profetas profesionales de la corte). El hilo conductor es el reproche que el profeta les hace en nombre del Señor por su mal desempeño en el cargo o servicio de autoridad y magisterio que Dios les ha asignado. Veamos un ejemplo típico que tendrá grandes influencias en textos posteriores acerca del pastoreo que el mismo Dios ejercerá sobre su Pueblo por medio del Mesías.

 

“¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! - oráculo de Yahveh -. Pues así dice Yahveh, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: Vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a pasaros revista por vuestras malas obras - oráculo de Yahveh -.”  (Jer 23,1-2)

 

Claramente entonces se expresa esta mala praxis de quienes debiendo conducir al Pueblo por los caminos de Dios le han impulsado a alejarse de ellos y no les han señalado su voluntad ni les han dado el auxilio necesario para perseverar en la fe. ¿Cómo se resolverá la situación de extravío causada por abandono y negligencia pastoral?

 

“Yo recogeré el Resto de mis ovejas de todas las tierras a donde las empujé, las haré tornar a sus estancias, criarán y se multiplicarán. Y pondré al frente de ellas pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas, ni faltará ninguna - oráculo de Yahveh -.” (Jer 23,3-4)

 

Será pues Dios mismo quien ejercerá el oficio pastoral con su Pueblo.  Notemos sin embargo algunas sugestivas indicaciones:

  1. Se habla del “Resto de las ovejas” y no de su totalidad. Esto supone la ya clásica temática de la purificación del Pueblo y de un núcleo fiel a la Alianza que es como su reserva de fe auténtica.
  2. Si antes se había afirmado que los “malos pastores” habían empujado a las ovejas fuera de la Alianza, ahora se asevera que el Señor las empujó. ¿Pero hacia dónde? Al destierro que justamente reaparece siempre en el profetismo como la pedagogía divina que hace volver a la sensatez al Pueblo descarriado.
  3. Finalmente se anuncia el fin del exilio y una vuelta a la tierra de promisión. Tiempo de restauración de la fidelidad a la Alianza cuando Dios proveerá pastores que cumplan eficazmente su servicio.

En este punto la perícopa salta del nivel histórico exilio-retorno al tiempo escatológico en tono mesiánico.

 

“Mirad que días vienen - oráculo de Yahveh - en que suscitaré a David un Germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días estará a salvo Judá, e Israel vivirá en seguro. Y este es el nombre con que te llamarán: «Yahveh, justicia nuestra.» 

Por tanto, mirad que vienen días - oráculo de Yahveh - en que no se dirá más: «¡Por vida de Yahveh, que subió a los hijos de Israel de Egipto!», sino: «¡Por vida de Yahveh, que subió y trajo la simiente de la casa de Israel de tierras del norte y de todas las tierras a donde los arrojara!», y habitarán en su propio suelo.” (Jer 23,5-8)

 

Aquí se establecen dos anuncios fuertes:

  1. La presentación de la figura del Mesías davídico, identificado como Germen Justo con el Resto fiel y santo de Israel. Su reinado se insinúa universal. El Pueblo de las promesas convivirá seguro entre los pueblos. El Mesías será manifestación y concreción de la justicia y fidelidad de Dios.
  2. La comparación entre la liberación de Egipto y el regreso a la tierra tras el exilio indican una nueva gesta o epopeya salvadora de Dios. Y además se plantea una instancia cuya envergadura parece superadora de aquel pasado fundante de la identidad del Pueblo de Dios. Egipto por un lado no será rememorado como un gesto del pasado no vivido, sino que en el futuro el Señor repetirá sus maravillas y el Pueblo podrá revivir su acción potente y salvadora que los libera del destierro y los reconduce a la Tierra. Sugiriéndose que esta acción nueva, como nueva Pascua o Creación, será el hito de la refundación definitiva y mesiánica del final de los tiempos.

Si este oráculo amagaba tener la amargura del reproche a los malos pastores y el anuncio de las consecuencias nefastas del quiebre de la Alianza, ciertamente levanta al fin como estandarte el Pastoreo de Dios que, sin saltarse la purgación necesaria del pecado, se hace cargo de la historia de su Pueblo y la recrea hacia un futuro cargado de esperanza por la gran obra de salvación que está por delante.

 

Dános pastores según tu corazón

 

Confieso la dificultad de intentar una aplicación actualizada siendo pastor yo también. Pero no podemos dejar de aceptar que la crisis eclesial –ya larga en décadas y que deja su huella al menos en  dos siglos, el de cierre del segundo milenio y el de apertura del presente-, está claramente signada por la degradación del oficio pastoral. No solo por crisis masiva y escasez de vocaciones. Ni por ese renombrado “clericalismo” cuya conceptualización sigue inexacta y bajo cuya dinámica se esconden -vía chivo expiatorio-, diversos vicios y decadencias que atañen a todo el cuerpo eclesial en sus distintos estados de vida, vocación, servicio o misión. Sino ante todo por un pobre ejercicio de la “cura de almas” y una creciente resistencia del pueblo fiel a dejarse pastorear por Dios. El drama de la Modernidad sigue vigente entre nosotros aún. Frente a un sujeto que se eleva como autónomo y que se torna “la medida de todas las cosas”, como al relativismo anárquico y disolvente hacia el cual nos ha conducido el proyecto de la “razón moderna”: ¿qué espacio y disponibilidad existe para la dinámica pastoral?

Solo queda la democratización de las opiniones de los individuos en metodologías que busquen consensos mayoritarios. La autoridad pastoral –no la de sus mediadores- sino la de Dios mismo, la Revelación divina del plan salvífico terminará siendo rechazada en favor de una falsa y errónea libertad de lo humano. La opinión pública será entronizada como el nuevo lugar teológico y oráculo revelador en detrimento de la Verdad Eterna del Logos. Los pastores se transformarán en encuestadores y analistas de datos con intencionalidad política y se olvidarán de ser servidores de aquella Palabra creadora y salvadora que está por encima de todos y a cuya Presencia toda rodilla debe doblarse rindiendo veneración, honor y gloria.

Este impulso invasivo por el cual el mundo absorbe y asimila a la Iglesia dentro de sí, me temo que ya está más que maduro. Y la degradación pastoral se percibe en la falta de visión profética, en la ceguera de la inteligencia sobrenatural por una fe desnutrida, en la disolvencia de la Palabra revelada y la  desvalorización del ministerio de la predicación, en la pauperización de la docencia magisterial, en el analfabetismo espiritual y en la negación o restricción del ejercicio del triple servicio de regir, enseñar y santificar. Seguramente la sintomatología es más extensa, baste como muestra.

Sin embargo tal situación no me provoca miedo, angustia o desesperanza. Tan solo me da la alarma que me ayuda a permanecer vigilante y acrecienta el deseo de una mayor dedicación a lo que Cristo me ha confiado por el Sacramento del Orden. En todo caso me hace anticipar que el Señor mismo encontrará el modo de ejercer su Santo Pastoreo entre nosotros. Tal vez también necesitemos del lenguaje del desierto y del exilio, es posible. Quizás la reducción purificadora hacia un Resto que sea potente semilla refundacional. La historia está en sus manos y solo entre sus manos se torna Historia de Salvación. ¡Dános, Señor, pastores según tu Corazón!

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 17

 



Mi Señor Jesús en quien habito

Oh mi tierra firme donde me sé reposar

Allí junto a tu ribera eternamente serena

Recortado en el hospitalario silencio

De tu corazón humilde

Justo a la sombra de los sauces

De tus brazos abiertos en Cruz

Puedo oír con claridad el caer sonoro

De tu cascada de Agua Viva

Rodeado por un horizonte donde todo es verdor

 

Mi Amado y Esposo

Manantial de Vida que me habita

Mira lo que has hecho

En la tierra de mi alma unida

Has levantado tu jardín

Y ya todo florece

Al compás del trino de las aves

Entre rayos de sol que danzan

Y una fragancia fresca y tibia

Que impregna cuanto vive

Por el vaivén juguetón de tu brisa

Que lleva y trae delicias de amor

 

Oh Creador de paraísos

Ya me quedo siempre aquí

Junto a tu ribera santa

Y no me alejo

Pues brota sin cesar de Ti Jesús

Y juntamente desde tu insondable Padre

El fuerte y sutil Espíritu de gozo

Que me eleva en alabanzas

Y me circunda por doquier

Con arrebatada Luz de Gloria

Haciéndome saber que yo te habito

Donde Tú me habitas

Justo en la antesala de tu Casa

Escondido en la última grieta

Hasta que llegue mi hora de alcanzar

La cima definitiva de tu Monte

 

 

Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (10)

 




Al cerrar nuestro rápido paso por esta sección del libro de Jeremías, nuevamente nos sumergimos en un texto testimonial contenido en las llamadas “Confesiones”. Otra vez el profeta da cuenta de su crisis vocacional en términos simplemente impresionantes.

 

“Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban. Pues cada vez que hablo es para clamar: «¡Atropello!», y para gritar: «¡Expolio!». La palabra de Yahveh ha sido para mí oprobio y befa cotidiana.”  (Jer 20,7-8)

 

Lejos toda presunción que quiera comprender esta “seducción” como un inocente jugueteo amoroso, sino que conservando su rasgo de atracción o captación, se la muestra también en su carácter de fascinación engañosa. Si interpretáramos “me has engañado y me he dejado engañar, me has embaucado y me he dejado embaucar”, ciertamente acertaríamos al sentido. Por tanto estamos frente a un reclamo del profeta a Dios porque lo ha conducido, cautivándolo, pero los resultados han sido desfavorables. Claro que Jeremías se hace cargo también: “yo me he dejado seducir”. Y luego escala la afirmación a un contexto de lucha y forcejeo: “me has agarrado y me has podido”. Aquí entonces insinúa que aun habiéndose resistido e intentado zafarse, sin embargo ha sido vencido y reducido. Toda una descripción que denota su vocación tanto como una fascinación que se le impone como una contienda en la que es superado. Casi parece que ha ingresado a su ministerio engañado y al darse cuenta no ha podido desentenderse, quedando sujetado.

Evidentemente ha llegado a esta amarga conclusión dadas las consecuencias de su fidelidad a lo que Dios le manda predicar y realizar: la violencia cae sobre él (atropello y expolio), además de que todos se ríen y burlan de él en lo cotidiano. La Palabra que Dios le ha dirigido y que Jeremías transmite, le paga como salario el ser ridiculizado, resistido y rechazado.

Ya habíamos contemplado este proceso de crisis vocacional en Jer 15,10-21. Se repite pues la misma dinámica solo que expuesta hasta sus extremos.

 

“Yo decía: «No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su Nombre.» Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía.” (Jer 20,9)

 

Creo que toda auténtica experiencia religiosa, sobre todo la vocacional, nunca está exenta de este furor divino y del tironeo interior en que se debate quien es llamado. Dios quema y arde y su llama no puede ser sofocada. Y a pesar de querer resistirse es tan potente el designio divino sobre esa vida que no puede impedirse que se cumpla. Por supuesto que hay libertad en el profeta, de hecho intenta ahogar el llamado. Pero el amor –no seamos pueriles- puede ser delicado como también intenso, una pasión incontrastable.

 

“Escuchaba las calumnias de la turba: «¡Terror por doquier!, ¡denunciadle!, ¡denunciémosle!» Todos aquellos con quienes me saludaba estaban acechando un traspiés mío: «¡A ver si se distrae, y le podremos, y tomaremos venganza de él!»

Pero Yahveh está conmigo, cual campeón poderoso. Y así mis perseguidores tropezarán impotentes; se avergonzarán mucho de su imprudencia: confusión eterna, inolvidable. ¡Oh Yahveh Sebaot, juez de lo justo, que escrutas los riñones y el corazón!, vea yo tu venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa. Cantad a Yahveh, alabad a Yahveh, porque ha salvado la vida de un pobrecillo de manos de malhechores.” (Jer 20,10-13)

 

Jeremías vive en su ministerio profético una realidad un tanto paradójica: por un lado, la continua persecución de sus enemigos que le tiene siempre como sitiado y bajo asechanza; por otro, la presencia fuerte y victoriosa de Dios, que como su campeón y defensor le rescata y le permite seguir adelante con su misión en medio de tales adversidades. Aunque le buscan para hacerle el mal, no le pueden, porque el Señor está por su causa. Se cumple así la promesa vocacional de hacerlo como plaza fuerte y bastión inexpugnable. Tal fidelidad de Dios con el pequeño que ha elegido y llamado, le mueve claro a la alabanza.

Sin embargo su ejercicio profético le resulta tan desconcertante y la recurrente crisis tan hiriente que la perícopa cierra insistiendo sobre su desgracia en durísimos términos.

 

“¡Maldito el día en que nací! ¡el día que me dio a luz mi madre no sea bendito! ¡Maldito aquel que felicitó a mi padre diciendo: «Te ha nacido un hijo varón», y le llenó de alegría! Sea el hombre aquel semejante a las ciudades que destruyó Yahveh sin que le pesara, y escuche alaridos de mañana y gritos de ataque al mediodía. ¡Oh, que no me haya hecho morir desde el vientre, y hubiese sido mi madre mi sepultura, con seno preñado eternamente! ¿Para qué haber salido del seno, a ver pena y aflicción, y a consumirse en la vergüenza mis días?” (Jer 20,14-18)

 

Como vemos, está totalmente justificada nuestra presentación de Jeremías como un profeta “atravesado por el sufrimiento”. Nos queda descubrir por qué le hemos llamado también: “el profeta de la interioridad”.

 

El seguimiento de Dios no es para cualquiera

 

Evidentemente Dios nos llama a todos a seguirlo y a gozar de su compañía. Pero no siempre nos damos cuenta, sino ya comenzando a transitar el camino, que nos supondrá una tremenda transformación. Su benevolente invitación en nada nos ahorrará la lucha, la contradicción, las dificultades crecientes y una dolorosa purificación.

De alguna forma hay que hacerse fuerte para vivir en fidelidad. Por eso es oportuno volver a oír la ya clásica sentencia:

 

“Hijo, si te llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, manténte firme, y no te aceleres en la hora de la adversidad. Adhiérete a él, no te separes, para que seas exaltado en tus postrimerías. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en los reveses de tu humillación sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios en el horno de la humillación. Confíate a él, y él, a su vez, te cuidará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia, y no os desviéis, para no caer. Los que teméis al Señor, confiaos a él, y no os faltará la recompensa. Los que teméis al Señor, esperad bienes, contento eterno y misericordia. Mirad a las generaciones de antaño y ved: ¿Quién se confió al Señor y quedó confundido? ¿Quién perseveró en su temor y quedó abandonado? ¿Quién le invocó y fue desatendido? (Eclo 2,1-10)

 

El Evangelio de Marcos nos traerá un detalle que Mateo y Lucas han omitido. Los discípulos verán recompensada su fidelidad en el seguimiento pero esa recompensa aquí en la historia será colindante con las persecuciones.

 

“Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, CON PERSECUCIONES; y en el mundo venidero, vida eterna.»” (Mc 10,28-30)

 

De nuevo en este sentido afirmamos que el seguimiento de Jesucristo no es para cualquiera. Todo discípulo que quiera acercarse a Dios pero que rechace la Cruz vive en un espejismo que pronto se esfumará, dando paso a la realidad de la crisis y a la necesidad de reafirmarse en su opción. Una cosa es comenzar el seguimiento y otra mantenerse en el seguimiento, y no con desgano sino con un amor crecido. Iniciar es más fácil que perseverar.

 


DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 20

 



CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 20



SOBRE EL ESPÍRITU DE PROFECÍA (I)

 

Queridísimo hermano Fray Juan: ¿qué podremos saber en el amor? ¿Acaso no es verdad que el Amor podrá descubrirnos el sentido último y profundo de todas las cosas? Tocaremos aquí un tema harto delicado y que requiere de especial precisión. Tú encuadras inicialmente el tema del “espíritu de profecía” en cuanto:

 

“…descubrimiento de alguna verdad oculta o manifestación de algún secreto o misterio: así como  es declarando al entendimiento la verdad de ella, o descubriese al alma algunas cosas que él hizo, hace o piensa hacer.” (SMC L2, Cap. 25,1)

 

Y agregas:

 

“…hay dos maneras de revelaciones: unas, que son descubrimiento de verdades al entendimiento, que propiamente se llaman noticias intelectuales o inteligencias; otras, que son manifestación de secretos, y éstas se llaman propiamente, y más que estotras, revelaciones.” (SMC L2, Cap. 25,2)

 

En líneas generales digamos que las “noticias o inteligencias” son acerca de realidades ya manifestadas y verdades ya conocidas o reveladas que, sin embargo, bajo la luz de la unión de amor entre el alma y Dios, alcanzan una comprensión más honda y madura, en cuanto el misterio que es Dios mismo y su acción salvífica pueda ser aprehendido, pues nunca dejará de excedernos en su riqueza inagotable. Se trata entonces de un crecimiento de la sabiduría sobrenatural o sabiduría infusa.  En tanto las “revelaciones” se diferencian de aquellas no en grado sino en cuanto nos descubren lo que hasta ahora no había entrado en nuestro horizonte de entendimiento acerca del Misterio y su manifestación.

Estas inteligencias y revelaciones pueden sobrevenir al alma acerca del mismo Dios o sobre las criaturas. Cuando lo que se alumbra es un conocimiento sobrenatural del mismo Señor y Creador sucede que:

 

“…el deleite que causan en ella estas que son de Dios no hay cosa a qué le poder comparar, ni vocablos ni términos con qué le poder decir, porque son noticias del mismo Dios y deleite del mismo Dios…

…todas las veces que se siente, se pega en el alma aquello que se siente. Que, por cuanto es pura contemplación, ve claro el alma que no hay cómo poder decir algo de ello, si no fuese decir algunos términos generales que la abundancia del deleite y bien que allí sintieron les hace decir a las almas por quien pasa; mas no para que en ellos se pueda acabar de entender lo que allí el alma gustó y sintió.” (SMC L2, Cap. 26,3)

 

Evidentemente esta sabiduría acerca de Dios es comunicación Suya, de Si Mismo, por la gracia de la Unión. El contemplador unido a su Esposo y Señor le gusta y saborea y en Él se deleita, dado que Él mismo se le dona. En esta íntima cercanía, el contacto y trato es descripto como una Presencia que experimentándose “se queda como pegada al alma” en tal toque. Así en la luz del amor oscuro que es fe, se alumbra en el alma inteligencia sobre el Amante y Amado que, condescendiente, se ha acercado tanto.

Pero esta maravilla de encuentro sin duda excede la palabra y se queda hundida en el silencio extasiado. Pues la pura contemplación apenas puede ser sugerida en expresiones que florecen al calor del amor y que probablemente sin ese calor de amor infuso resulten incomprensibles. Pues aquella “inteligencia y noticia” acerca de Dios mismo, por su iniciativa de acercarse en grado sumo al alma, es simplemente un colindar con el Misterio y me animaría a decir, en el Misterio ser introducido y pregustar en primicia lo que será experiencia eterna en Luz beatífica. Por ello a esta especie de “inteligencia sobrenatural” le convenía bien aquella nomenclatura de “mística teología”.

 

“Y estas altas noticias no las puede tener sino el alma que llega a unión de Dios, porque ellas mismas son la misma unión; porque consiste el tenerlas en cierto toque que se hace del alma en la Divinidad, y así el mismo Dios es el que allí es sentido y gustado.” (SMC L2, Cap. 26,5)

 

Ahora bien, aquí hay algo nuevo que debemos apreciar:

 

“…es tan subido y alto toque de noticia y sabor que penetra la sustancia del alma, que el demonio no se puede entrometer ni hacer otro semejante, porque no le hay, ni cosa que se compare, ni infundir sabor ni deleite semejante. Porque aquellas noticias saben a esencia divina y vida eterna, y el demonio no puede fingir cosa tan alta.” (SMC L2, Cap. 26,5)

 

En este grado de Unión el Adversario no puede inmiscuirse. Es pura y simple y desnuda fe la que se requiere y no tiene el Diablo de donde asirse ni en qué morder. Además de no poder producir simulacro o sustitución que se empareje de algún remoto modo a la comunicación de las noticias sobre la esencia divina y los goces prometidos de la eternidad.

 

“Porque hay algunas noticias y toques de éstos que hace Dios en la sustancia del alma que de tal manera la enriquecen, que no sólo basta una de ellas para quitar al alma de una vez todas las imperfecciones que ella no había podido quitar en toda la vida, mas la deja llena de virtudes y bienes de Dios.” (SMC L2, Cap. 26,6)

 

Esta Unión no solo trae “inteligencias de amor” en cuanto fruición sobrenatural sino que opera una verdadera transformación. Ahora el contemplador se da cuenta que todo aquello que antes le parecía cercanía del Señor y cuanto experimentaba en “sensaciones espirituales” que de algún modo redundaban expresándose en el lenguaje corporal y emotivo como de los raciocinios… ¡todo aquello era tan inicial aún y apenas destello de Quien aún no se había arrimado hasta tocarlo! Ahora que le toca conoce su poder, el poder de su Amor que recrea y hace nuevo todo. Y el Esposo enriquece al alma, adornándola con las joyas de sus virtudes, y queda al fin pues cual jardín floreciente que exhala por doquier su Fragancia.

 

“Y le son al alma tan sabrosos y de tan íntimo deleite estos toques, que con uno de ellos se daría por bien pagada de todos los trabajos que en su vida hubiese padecido, aunque fuesen innumerables, y queda tan animada y con tanto brío para padecer muchas cosas por Dios, que le es particular pasión ver que no padece mucho.” (SMC L2, Cap. 26,7)

 

Uno de los principales efectos de esta Unión es que el contemplador comienza a amar más y más la Cruz. Se apasiona ya “en padecer por Dios” y busca abrazarle crucificado y participar de sus sufrimientos por amor redentor. Ha quedado místicamente unida a su Sacrificio y Donación. Hacer ofrenda de sí a su Esposo y mostrarle su amor en padecimientos por el Reino desea concretar crecidamente. Ha sido introducida el alma en el movimiento expiatorio de su Amado y aspira a ser ya “victima permanente y ofrenda de agradable aroma”. Y todo esto parece una locura que solo es aceptable a la luz de un amor ya purificado y maduro para recibir la tremenda cercanía de su Amor y para expresar con Él justamente su propio Amor.

 

“…a veces, cuando ella menos piensa y menos lo pretende suele Dios dar al alma estos divinos toques, en que le causa ciertos recuerdos de Dios. Y éstos a veces se causan súbitamente en ella sólo en acordarse de algunas cosas, y a veces harto mínimas. Y son tan sensibles, que algunas veces no sólo al alma, sino también al cuerpo hacen estremecer. Pero otras veces acaecen en el espíritu muy sosegado sin estremecimiento alguno, con súbito sentimiento del deleite y refrigerio en el espíritu.” (SMC L2, Cap. 26,8)

 

“Y por cuanto estas noticias se dan al alma de repente y sin albedrío de ella, no tiene el alma que hacer en ellas en quererlas o no quererlas, sino háyase humilde y resignadamente acerca de ellas, que Dios hará su obra cómo y cuándo él quisiese.” (SMC L2, Cap. 26,9)

 

Cierras Fray Juan tu apreciación, insistiendo en la gratuidad y en el poder del Amor Divino que se comunica. Tan solo les aclararía a nuestros lectores que el “estremecimiento en el cuerpo” del que aquí hablas no es al estilo de las sensaciones de los iniciados, sino más bien a la economía de los arrobamientos extáticos. A veces pongo la analogía de Moisés que reflejaba en su rostro iluminado la Gloria de Dios que había contemplado. Es tan potente esta comunicación o toque divino al alma que de algún modo el contemplador percibe que se trasluce en su rostro y en toda su corporeidad. No quiere decir esto que quien observe de fuera perciba algún fenómeno extraordinario, sino que el alma es amada en tal profundidad que comprende que también el cuerpo informado por ella, que todo su ser persona es alcanzado por semejante acercamiento en gracia. Este tal “estremecimiento” creo que es pedagogía del Esposo para que el contemplador tome conciencia de lo que recibe.

Pero a estas alturas lo que será más habitual es aquella unción y toque recóndito y escondido en la hondura más secreta del alma. Pues el contemplador ya está preparado para registrar en Espíritu el movimiento suavísimo y como imperceptible y a la vez tan omnipotente y vivo del Dios que lo inhabita.

Ahora el alma recogida en serena quietud, en la cual se establece por su gracia, goza de su frecuente visita que asciende o mejor dicho, permanece colindante a su Presencia donosa.

 



Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (9)

 

 



Es oportuno recordar que estamos transitando la 2da. sección del primer bloque del libro de la profecía de Jeremías, que delimitamos entre 7,1-20,18. Aquí –ya advertimos- encontraríamos básicamente los oráculos durante el reinado de Yoyaquim y las llamadas “Confesiones” del profeta. Insistimos que es un tiempo difícil para el profeta, pues interrumpida la reforma Deuteronomista bajo Josías, Judá ha vuelto a los pecados del pasado.

Nos adentraremos ahora en uno de esos textos clásicos, que han dado lugar a poemas y canciones como a diversa simbología religiosa. No creo que todos identifiquen a Jeremías tras la imagen del alfarero y la vasija, tampoco espero que anticipen el sentido no tan idílico del pasaje.

Hagamos una lectura, dividiendo en dos grandes partes, el oráculo contenido en Jer 18,1-12.

 

“Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh: Levántate y baja a la alfarería, que allí mismo te haré oír mis palabras. Bajé a la alfarería, y he aquí que el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El cacharro que estaba haciendo se estropeó como barro en manos del alfarero, y éste volvió a empezar, transformándolo en otro cacharro diferente, como mejor le pareció al alfarero. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: ¿No puedo hacer yo con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero? - oráculo de Yahveh -. Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, casa de Israel.” (Jer 18,1-6)

 

El profeta es enviado por Dios a la alfarería y al contemplar el trabajo de aquel artesano la Palabra del Señor irrumpe, transformando el hecho en una parábola. Jeremías observa que mientras el alfarero en el torno modela el cacharro no siempre sale bien, a veces comienza a formarse imperfecto entre sus manos, y sin poder ya corregirlo, interrumpe  su obra. Entonces los movimientos del artesano cambian de formar el barro a hacerlo retornar a su informe y maleable estado inicial. Luego desde cero vuelve a comenzar la hechura entre sus manos hasta que la vasija alcance la perfección deseada.

Esta primera parte de la pericopa, por la Palabra que el Señor comunica, establece la comparación Dios-alfarero y Pueblo-barro. Habría que destacar que al reiniciar el trabajo sobre el futuro cacharro el texto marca con intencionalidad evidente que no lo hizo igual al anterior inconcluso, sino que lo hizo diferente; lo transformó el alfarero en un proyecto nuevo según le pareció mejor.

La pregunta: “¿No puedo hacer lo mismo Yo con ustedes?", que abre la alocución divina, insinúa que el Pueblo-barro se resiste y se queja de la obra del Dios-alfarero. Al mismo tiempo afirma que el Pueblo siempre será una obra entre sus manos de Artesano.

Obviamente la simbología no puede dejar de remitirnos al relato de la creación de Adam y claramente se percibe en el alfarero que arma, desarma y rearma la vasija, la acción de la Gracia de Dios sobre el hombre y el Pueblo elegido, el proceso paciente de cumplimiento del proyecto de la Alianza con sus bienes salvíficos.

En mi juventud me estremecía la canción que decía: “Yo quiero ser, Señor, amado como barro en manos del alfarero; rompe mi vida y hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo.” La entonaba muy piadosamente, eran tiempos de conversión. Aún resuena así en la Iglesia. ¿Pero la profecía de Jeremías tiene este final feliz: ponernos libre y dócilmente entre sus manos de Padre bueno y santo que nos modela con sabiduría y amor?

 

“De pronto hablo contra una nación o reino, de arrancar, derrocar y perder; pero se vuelve atrás de su mal aquella gente contra la que hablé, y yo también desisto del mal que pensaba hacerle. Y de pronto hablo, tocante a una nación o un reino, de edificar y plantar; pero hace lo que parece malo desoyendo mi voz, y entonces yo también desisto del bien que había decidido hacerle. Ahora, pues, di a la gente de Judá y a los habitantes de Jerusalén: Así dice Yahveh: «Mirad que estoy ideando contra vosotros cosa mala y pensando algo contra vosotros. Ea, pues; volveos cada cual de su mal camino y mejorad vuestra conducta y acciones.» Pero van a decir: «Es inútil; porque iremos en pos de nuestros pensamientos y cada uno de nosotros hará conforme a la terquedad de su mal corazón.»” (Jer 18,7-12)

 

La alocución divina continúa desvelando la palabra profética que se le encomienda proferir a Jeremías. Pero antes que nada descubramos que se trata del mismo lenguaje de su llamado vocacional: “Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar.” (Jer 1,9-10)

Ahora la parábola del alfarero se aplica al destino de las naciones y de Judá.

En primer lugar el contexto es universalista y el Señor se dirige a todos los pueblos de la tierra. A unos les amonesta en sentido de “arrancar, derrocar y perder” y arrepintiéndose se convierten, con lo cual ya no recae sobre ellos la purificación divina. A otros su promesa les asegura “edificar y plantar” pero no interesados en la obra de Dios siguen por su propio camino, entonces el Señor no puede derramar sobre ellos su Gracia. Dios se muestra como quien se acerca y abre el diálogo de la Salvación esperando que el hombre en su libertad responda. Obviamente la respuesta de los hombres los introduce o los aleja de la economía de la Gracia.

Finalmente Dios se dirige a su propio Pueblo, el que se ha elegido, con una palabra de advertencia y anuncio de castigo purificador. El Señor les urge a la conversión y a volver a Él pues se han alejado de sus caminos. Pero la palabra profética conocedora del futuro adelanta su respuesta: “Pero van a decir: «Es inútil; porque iremos en pos de nuestros pensamientos y cada uno de nosotros hará conforme a la terquedad de su mal corazón.»” Así el Pueblo se mostrará obstinado en el mal camino y pertinaz en su pecado.

Ahora la parábola del alfarero se imposta con un matiz inquietante. Si el Pueblo se pusiese en sus manos podría recrearlo, llevar adelante el proyecto de la Alianza salvadora. Pero como eligen sustraerse de sus manos y quedarse lejos por su cuenta volverán a ser barro informe.

 

¿Quién se pondrá entre mis manos?

 

Con este interrogante, como si Dios mismo nos interpelara, quisiera comenzar esta breve reflexión. Porque he visto que la vida en el Espíritu de las personas y de las comunidades se juega importantemente en resolver los binomios docilidad-resistencia y entrega-reserva. ¿Entregarnos al Señor? ¿Y cuál es  el límite de ese abandono? ¿Podré reservarme algo para mí? ¿Ya no estará mi vida en mis manos y bajo mi conducción? ¿Ya no tendré libertad?

Estos interrogantes creo solo son posibles en un contexto donde aún no se ha descubierto ni el amor ni la humildad. Me explico.

¿Quién puede creer que la propia vida está enteramente en nuestras manos? Tantos imponderables nos acechan todo el tiempo. Cuando llega la adversidad inesperada lo admitimos. No es ilimitada nuestra capacidad de tener la propia vida bajo control. Somos libres y decidimos, nos auto-determinamos, hasta cierto punto. Otras libertades también entran al concierto misterioso de la reciprocidad con sus consecuencias. La historia nos tiene por delante tiempos y parajes insospechados. Caemos en la cuenta de que somos pobres y necesitados. Comprendemos que nuestra vida requiere ser rescatada, salvada por Quien solo puede hacerlo. ¿Hemos alcanzado esta humildad?

El proyecto de la Modernidad era otro: el sujeto autosuficiente que elevado sobre sí mismo se instituía como dios. ¿Acaso no es posible el proyecto del superhombre? ¿Tan solo somos barro pero barro con espíritu? Justamente cada vez que sopla el Espíritu también se levantan en nosotros secretas resistencias: el orgullo, la vergüenza, el miedo a entregarnos.

Seguramente porque aún no conocemos el Amor. Porque es propio del amor bajar las defensas y deponer las sospechas, crecer en confianza y por tanto en alegre abandono. Ponernos en manos de Quien eterna y perfectamente nos ama es tan gozoso y liberador. Es un acto libre, quizás el acto más libre del ser humano, entregarle la vida a Dios, devolvérsela porque de Él proviene, y solo Él la cuida, sostiene y rescata. Reconocer agradecidos que solo su proyecto, que benévolamente nos revela, dará sentido, plenitud y trascendencia a nuestra persona y a nuestra comunidad-pueblo, la Iglesia.

Aunque el oráculo profético no tiene por decisión del pueblo, el final deseable, el canto piadoso lo recrea según la expectativa del Dios que nos ama bien: “Yo quiero ser, Señor, amado como barro en manos del alfarero; rompe mi vida y hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo.”

Y mientras estamos en proceso de descubrir su Amor y alcanzar una verdadera humildad, el Apóstol San Pablo nos exhorta: “¡Oh hombre! Pero ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso la pieza de barro dirá a quien la modeló: "por qué me hiciste así"?” (Rom 9,20)




EVANGELIO DE FUEGO 19 de Junio de 2025