DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 32

 



 LA PALABRA DE LA CRUZ (1)

 

Te confieso querido Apóstol Pablo, santo de Dios, que al darme cuenta que tenía que comentar este famoso texto tuyo me he sentido abrumado como quien se encuentra parado frente a un abismo. Ruego al Señor no me falten palabras talladas en el silencio porque el silencio sería la mejor y quizás única palabra.

 

“Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios.” 1 Cor 1,17-18

 

Has alcanzado esta certeza: el centro de la predicación del Evangelio es el misterio de la Cruz. Y tienes razón; aquí se estrellan las palabras aparentemente sabias, la elocuencia colisiona contra el Madero que la hace trizas y la reduce a un asombro extático frente a lo desconmensurado, la ciencia de los hombres se revela del todo insignificante y nimia. Aquí a los pies de la Cruz todo el edificio del universo entero cruje y se conmueve y con dolores de parto alumbra un sentido que le sobreviene desde más allá de este mundo.

“¿Por qué la Cruz?” Me han enseñado cuando estudiante que una buena cristología debe poder hacerse esta pregunta. Casi como decir que un cristiano que no se hace esta pregunta no tiene la más mínima chance de realizar un proceso de discipulado. “¿Por qué la Cruz?”

Y tú como predicador has descubierto que toda la fuerza que requieres es la Cruz desnuda, con toda su crudeza, tan difícil de digerir y tan revulsiva. Arruinarías la palabra de la Cruz si la revistieras de explicaciones humanas, de rebuscados argumentos intelectuales o de efervescente superficialidad emotiva. Tarde o temprano la Cruz por si misma habla, solo hace falta que la presentemos tal cual como es con toda su fuerza transfiguradora del alma.

Los Viernes Santos, cada uno de ellos desde que soy sacerdote, están llenos de un silencio que se torna palabra de fuego. No puedo sino decir de mil maneras a los corazones apagados y a las mentes sordas que no hace falta nada más sino la Cruz. Cuando todos huyen de ella escandalizados, horrorizados, temerosos; cuando la mayoría quiere que pase rápido y que se borre pronto; yo solo quiero quedarme aferrado a la eternidad de la Cruz de Cristo, victorioso Cordero degollado y Esposo de la Iglesia. ¡Es que aún no hemos comprendido que la Cruz es el Amor de Dios! ¡Amar la Cruz! ¿Quién podrá crecer y madurar hasta amar la Cruz?

He aquí pues la causa de que se pierdan los que se pierden: el rechazo de la Cruz. He aquí pues también la causa por la cual somos alcanzados por la Salvación de Dios: la apertura y aceptación de la Cruz, nuestra personal participación en Getsemaní. Porque la Cruz es toda la fuerza de Cristo en el Espíritu hacia el Padre para redención nuestra, el altar de la Pascua eterna, la Alianza definitiva y nueva.

 

“Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes.  ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación.” 1 Cor 1,19-21

 

A veces en nuestros días, estos oscuros y descarriados días de la Iglesia peregrina –especialmente de tantísimos ministros y teólogos-, me pregunto: ¿qué estarán buscando cuando desesperadamente quieren llenar su inteligencia y corazón de las voces de este mundo y de las efímeras teorías de la época transitoria en la que viven? ¿Acaso ya no lo tienen todo en la Cruz de Cristo, desbordante de la verdadera sabiduría y del triunfante poder de Dios?

Pues creo que no tienen la Gracia cuya fuente es la Cruz. Me temo que están huyendo de ella y sumándose a tantos hombres –tan insensatos como infestados por las semillas del Príncipe oscuro de este mundo-, buscando diseñar una salvación diferente, una salvación sin Cruz y si es posible también una salvación sin Dios. ¡Hombre que te quieres salvar a ti mismo, corres raudamente hacia el abismo del que ya no habrá vuelta atrás! Pues la Cruz que rescata al que la abraza, aplasta al que quiere poner otro fundamento que no sea ella.

Al fin y al cabo no hay que inventar nada nuevo, nuestros santos siempre lo supieron y nos lo han testimoniado. Lo único decisivo es ponerse de rodillas humildemente a los pies de la Cruz. Allí termina el pecado y comienza la santidad. La Cruz es desierto de mundo y puerta a la tierra de promisión.

 

“Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres.” 1 Cor 1,22-25

 

¡Que nunca entonces lo olvide la Iglesia: nosotros predicamos a un Cristo crucificado que es y seguirá siendo escándalo y locura para este mundo!

Nos equivocamos cuando intentamos pulir las aristas filosas de la Cruz, cuando procuramos que sea suave y confortable para que no cause resistencias o cuando la convertimos en un artículo o símbolo inerte, apenas una “marca de mercado”, estéticamente presentada pero despotenciada de toda su salvaje interpelación. No hay forma de que el hombre se despierte del sueño engañoso a la Luz de Cristo sino se da un golpazo, -digámoslo con claridad-: necesitamos darnos un golpazo y estamparnos contra el Leño de la Cruz para que nazca el Camino en nosotros.

Yo veo que lamentablemente en la Iglesia siempre ha habido -y hoy proliferan-, los que olvidándose de Cristo o creyéndose más que Él, se congracian con las ideologías de toda índole desvirtuando el Evangelio de la Cruz. Cambian el Misterio oculto desde toda la eternidad y revelado en la madurez de los tiempos por la Encarnación del Verbo que mira hacia la cúspide de la Pascua, por sofismas e inventivas humanas, por idolillos portentosos que en el fondo no son más consistentes que el humo que se desvanece pronto y por espejismos de omnipotencia humana que no son sino la torpe prolongación del viejo pecado de Adán que hizo crecer exponencialmente el pecado en la historia hasta el desvarío de Babel. ¿Acaso aún no lo hemos aprendido? ¡Qué testarudo y cerrado el corazón del hombre!

Pero seguramente como ayer, hoy y mañana, no faltará ese ejercito humilde y silencioso de santos que arrodillados o postrados con rostro en tierra frente al Árbol de la Vida, alumbrará la palabra de la Cruz. Esa palabra de la Cruz que es bendita locura y santo escándalo, “debilidad” de un Dios infinitamente más fuerte que todos los poderes de la humanidad entera desde el inicio hasta el fin de la historia, los cuales quedan reducidos a la insignificancia y a la intrascendencia sin su Amor manifestado sobreabundantemente en la Pascua del Señor. ¡Ya lo siento, ya lo escucho y ya lo anhelo: ese susurro de los santos que se convierte en clamor: la palabra de la Cruz por la cual es pastoreada la Iglesia y rescatado el mundo! ¡Aquí lo tienes Madre Iglesia, toma resueltamente entre tus manos el báculo de la Cruz y se fiel a tu vocación!


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 31

 




 ¿ESTÁ DIVIDIDO CRISTO?

 

“Les conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengan todos un mismo hablar, y no haya entre ustedes divisiones; antes bien, estén unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio.  Porque, hermanos míos, estoy informado de ustedes, por los de Cloe, que existen discordias entre ustedes.  Me refiero a que cada uno de ustedes dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O han sido bautizados en el nombre de Pablo?” 1 Cor 1,10-13

 

Queridísimo hermano San Pablo, al comienzo de esta carta tras tu saludo, nos acercas una problemática siempre vigente -lamentablemente- en el seno de la Iglesia: las divisiones.

“Les conjuro por el nombre de nuestro Señor Jesucristo”, nos dices. Pues claramente es Cristo la norma y canon de la vida cristiana. La ley viva o espíritu del seguimiento discipular es estar siempre convirtiéndonos y configurándonos a Él, nuestro único Señor.

¡Que Cristo reine entre ustedes!, pareces sugerirnos. ¿Pues a qué nos conjuras? “Tengan todos un mismo hablar, y no haya entre ustedes divisiones; antes bien, estén unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio.” ¿Qué misma mentalidad? La de Jesucristo. ¿Qué mismo juicio? El del Evangelio que se nos ha revelado para la Salvación y en el cual hemos creído. Por tanto sin dudas apartarse de Cristo es origen de divisiones en la Iglesia. Cuando la mente de Cristo es menguada por favorecer la mentalidad mundana, su Cuerpo se fractura internamente. Cuando la Palabra de Cristo es olvidada, censurada o no receptada íntegramente para acomodarnos por ejemplo al espíritu de la época, el Cuerpo se tensiona y las divergencias hacen crujir todo el edificio. Nunca el diálogo con el mundo debe hacerse a costa de Cristo sino hacia Él, para que todos le conozcan, amen y den gloria. Nunca la atención al espíritu de una época debe hacernos olvidar a Jesucristo, “el mismo ayer, que hoy y para siempre”, cuya Sabiduría ilumina todos los tiempos y nos conduce a la plenitud eterna.

Pero estimado Apóstol, tú nos informas de unas divisiones muy puntuales: los partidismos. Me refiero a que cada uno de ustedes dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O han sido bautizados en el nombre de Pablo?” Todos los mencionados son ministros de la Iglesia, evangelizadores y apóstoles. ¿Acaso alguno de ellos con sus actitudes ha generado un seguimiento a su persona y no a la de Cristo? En este caso creemos que no, ya que nos consta su santidad. Y sin embargo, ¡cuántas veces los que tenemos el oficio de ser pastores sembramos personalismos, el falso culto a nosotros mismos y nos ubicamos en el centro de las miradas bajo los reflectores de la fama y la popularidad, en lugar de señalar y orientar siempre hacia Cristo! ¿Acaso somos nosotros los salvadores? ¿Acaso han sido redimidos a causa de nuestro sacrificio? “Es necesario que yo disminuya para que Él crezca”, nos diría Juan -el Bautista- como criterio fundamental de nuestro ministerio.

Pero también puede suceder que la causa de la división se halle en las malas e inmaduras interpretaciones del Pueblo de Dios en camino. Porque muchas veces, aún faltos de purificación y con mentalidad aún mundana, participamos de la Iglesia con espíritu errado: con emocionalismo subjetivo, casi con el fanatismo deportivo de la hinchada, con criterios políticos de poder y encumbramiento generando entornos enrarecidos y otras desviaciones. Pero yo me pregunto entonces: ¿a quién estamos buscando? No a Cristo, en el fondo nos estamos buscando a nosotros mismos y aliándonos a los que son de los nuestros.

Mi experiencia pastoral me inclina a detectar dos problemáticas permanentes y muy actuales bajo el rótulo de “partidismos”. Una la trataremos ampliamente de seguro en otro momento: la diversidad de carismas y la unidad en la Iglesia. Porque el dinamismo carismático siempre tiende a sectarizarse. Cada carisma, por convencimiento y pasión, tiene la tentación de cerrarse en sí, querer imponerse al resto como el mejor de todos y volverse pues totalitario. La institucionalidad eclesial y la autoridad competente sufren a la vez la tentación de uniformarlo todo, limitando o diluyendo las particularidades carismáticas, con cierto autoritarismo racionalista. Aquel slogan de la “unidad en la diversidad” me parece un auténtico milagro del Espíritu Santo. Solo Dios puede reunirnos en la caridad desde la multiplicidad de historias personales y carismas espirituales. ¡Que lo siga haciendo en la Iglesia pues a nosotros la tarea nos sobrepasa y sin Él poco podemos!

La otra problemática, creo está atravesada con el paradigma de abordaje que se intenta desarrollar para vincular a la Iglesia con el mundo, la historia y la cultura. Aquí entonces surgen los clásicos motes dualistas con acrobáticos intentos de mediación: “progresistas o moderados o tradicionalistas”, “de izquierda o de centro o de derecha”, “reformadores o dialoguistas o conservadores”… y ya vemos por donde va la cosa.

San Pablo ha experimentado lo que todos también padecemos: la Iglesia que peregrina siempre está tensa, hay dinamismos que a la par que la mantienen viva e inquieta están siempre amenazando con romperla y fracturarla. Y la resolución de este movimiento dramático de latentes divisiones internas, entre las cuales transita hacia la Gloria, puede o no resultar virtuoso. Cuando cada quien se vuelve sobre sí mismo para autoafirmarse y hace de Cristo y de la fidelidad al Evangelio un botín que disputar con los opositores, las banderías partidarias baten tambores de guerra. Es que nada podrá resolverse sin entrar en la mentalidad de Cristo que se expresa claramente en la Encarnación y en la Pascua. Hay que abajarse y hay que morir. Cuando en el Cuerpo eclesial deja de practicarse efectivamente la entrega a Cristo y el don de uno mismo por amor, fuera del lenguaje de la ofrenda y de la sabiduría del sacrificio, nos separamos más y más de la Gracia que nos sostiene y nos asegura el camino.

¿Cristo está dividido? Diría figuradamente que Cristo siempre está sufriendo al ser continuamente tironeado en la Iglesia peregrina por los partidismos. Como también tengo plena certeza de que Cristo siempre logrará reunirnos en Él por la fuerza victoriosa de su caridad en la Cruz. Pero hasta que no asumamos la mentalidad de la Cruz habrá tensiones y partidismos.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 30





NO LES FALTA NINGÚN DON DE GRACIA

Augusto Apóstol San Pablo, queremos escucharte y dialogar contigo vivamente, en esta ocasión acerca de tus enseñanzas a la comunidad de Corinto.

 

“Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Sóstenes, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos  gracia a ustedes y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.”  1 Cor 1,1-3

 

“Por voluntad de Dios”. ¡Qué consolador, hermano mío, es hallar a alguien que pueda reconocer y afirmarse enteramente en la Voluntad de Dios! ¡Cuánta paz habría en nuestra vida si tuviésemos certeza en la fe, la esperanza y el amor que vivimos lo que es proyecto de su Gracia! O al menos si tuviésemos una recta conciencia y una veraz intención de configurarnos a su Santa Voluntad con alegría y convencimiento de que no hay nada mejor para nosotros! ¡Bástenos pues estas palabras acaso circunstanciales en apariencia pero tan centrales y hondas. ¡Vivamos según y para la Voluntad de Dios!

“A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos.” ¡Me admira tu clara contundencia, tu puntería certera para dar en el blanco! ¡Tú sabes al saludar a la comunidad cristiana quién eres según el proyecto del Padre en Cristo! ¡Como también sabes quiénes son tus hijos de predicación y hermanos de camino en ese mismo plan de salvación: santificados para ser santos! A quienes nos leen repítanlo con nosotros: “santificados en Cristo para ser santos”. Tú y yo no somos de Corinto sino de la actualidad del mundo de hoy pero la elección y llamado es el mismo. ¿Quién eres tú cristiano? Un elegido y llamado para ser santo en Cristo para la GLoria de Dios, su Padre.

 

“Doy gracias a Dios sin cesar por ustedes, a causa de la gracia de Dios que les ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él han sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre ustedes el testimonio de Cristo.”  1 Cor 1,4-6

 

“Doy gracias a Dios sin cesar por ustedes, a causa de la gracia de Dios que les ha sido otorgada en Cristo Jesús.” Así dejas traslucir tu pastoral amor paterno, lleno de contento por la gracia de Dios conferida a quienes te han sido confiados. ¡Y eso ya es enorme! ¿Acaso es tan fácil hallar hermanos que se alegren por las gracias que recibimos del Señor? ¡Por cierto que los hay y no nos faltan! Pero también los hay envidiosos, competitivos y quienes quisieran reducirnos a mediocridad porque no aceptan la corrección que erige un intento de vida santa. Como no están dispuestos a salir de su pecado, intentan igualarlo todo siempre para abajo, hacia la degradación y la convalidación de lo que en cambio debería ser purificado.

“En él han sido enriquecidos en todo, en la medida en que se ha consolidado entre ustedes el testimonio de Cristo.” Pues sabes bien que el testimonio firme, valeroso y fiel de Cristo hace crecer a cada discípulo y madurar a la Iglesia volviéndola fecunda. Por supuesto que una deficiente, temerosa o acomodaticia presentación de la fe para contentar al mundo irá en el otro sentido, causando languidez y tristeza, frialdad de espíritu y falta de novedad.  Ya ha sucedido en la historia. ¡Que vuelva a enterarse la Iglesia de Dios que peregrina en los inicios del siglo XXI! ¡Sólo la fidelidad a Cristo y a su Evangelio dará sentido verdadero y acceso a inestimables riquezas de Gracia en el Señor! ¿Quieres ser rico delante de Dios y según sus mercedes? Pues solo ocúpate de ser fiel a Cristo y dar buen testimonio de Él con tu vivir.

 

“Así, ya no les falta ningún don de gracia a los que esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo. Él los fortalecerá hasta el fin para que sean irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo. Pues fiel es Dios, por quien han sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro.” 1 Cor 1,7-8

 

“Ya no les falta ningún don de gracia.” ¡Es verdad, no nos falta ningún don de Gracia, nos han sido dados todos en Cristo! Aunque el proceso de “hacer nuestra” la Gracia recibida, dejando que nos transforme, es un camino que requiere tiempo. ¿Pero al fin para qué nos han sido dados estos auxilios divinos? Pues para vivir en comunión con Dios. Y la comunión con Dios, plena y eterna, es lo que llamamos “Salvación, Reino, Cielo, Bienaventuranza y Gloria”.


Si pudiéramos salir del mal sueño engañoso de la modernidad, ese sueño antropocéntrico que no es más que la reedición del viejo pecado de los demonios -“no serviré”- y del Adán caído que espera ser como Dios pero sin Él, usurpando su lugar. Entonces comprenderíamos la hermosa magnitud del saludo que nos diriges también a nosotros, San  Pablo, en el presente: “Sean benditos porque en Cristo nos le falta ningún don de Gracia para ser santos”. Amén. 



DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 29

 



GUARDEN FIELMENTE EL EVANGELIO DE CRISTO

 

Estimado maestro, Apóstol San Pablo, al cerrar tu carta a la comunidad cristiana en Roma, tus últimos consejos van dirigidos sabiamente a conservar la identidad que es un don de Dios.

 

“Les ruego, hermanos, que se guarden de los que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina que han aprendido; apártense de ellos, pues esos tales no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a su propio vientre, y, por medio de suaves palabras y lisonjas, seducen los corazones de los sencillos.” Rom 16,17-18

 

“La doctrina que han aprendido” no es sino el testimonio apostólico sobre el Misterio de Jesucristo y la Salvación en Él. La Revelación, que ha llegado a su plenitud por el Verbo encarnado, ha sido recibida íntegramente para nuestra salvación y transmitida fielmente en el Espíritu Santo por el colegio apostólico,  y consignada por escrito por aquellos santos a quienes se les concedió el carisma de la divina inspiración bíblica.

Esto lo reafirmamos hoy según la permanente fe eclesial. Pero cuando San Pablo escribe estamos aún en la etapa de las tradiciones orales –sobre todo la predicación- y al comienzo de la producción de las tradiciones escritas. ¡Y sin embargo, cuánta conciencia tiene de que debe ser guardado puro y sin menoscabo el depósito de la fe! Pues claramente cualquier cambio o agregado o censura afectaría y volvería confuso e incierto el camino de la Salvación en Cristo.

Por tanto el consejo es que tengan cuidado “de los que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina”. No se refiere solo a aquellos que por la incoherencia de vida, caídos en el pecado, terminan siendo un anti-testimonio pues no viven según la fe que creen y predican. Sino que directamente apunta a quienes no respetan o manipulan a conveniencia y adulteran la doctrina recibida. Los tales son unos pervertidores de la fe apostólica. “No sirven a nuestro Señor Jesucristo”, les acusa. Es que se sirven oculta y fraudulentamente a sí mismos. Son estafadores que usan “suaves palabras y lisonjas”, es decir, un lenguaje manipulador y engañoso. Se dirigen a “seducir “los corazones de los sencillos”, en el sentido de los que pueden ser ingenuamente crédulos y más frágiles para admitir como verdadero cuanto les dicen a aquellos a quienes consideran superiores. Estos personajes pues son peligrosísimos, su maledicencia es profunda y se percibe en estos dos rasgos: primero, son capaces de apropiarse para su propia ventaja la mismísima Palabra de Dios sin remordimiento alguno; segundo, para lograr sus cometidos intentan coptar a los más frágiles e indefensos en la Iglesia.

Seguramente esta advertencia ha sido y seguirá siendo válida en todo tiempo de la Iglesia peregrina. Herejes, visionarios ideológicos y negociantes de la fe, siempre han estado al acecho desde el comienzo. ¿Cómo se hace presente este peligro en nuestros días? En mi parecer personal bajo múltiples y diversificadas demagogias pastorales, acomodaciones facilistas, sofismas y argumentos retorcidos, dispensas morales sesgadas e impropias y un populismo soteriológico inmanentista. Benedicto XVI lo consignaba bajo la expresión “dictadura del relativismo”.

Y como en todo tiempo también en nuestros días, para llevar adelante este influjo es necesario una relevancia eclesial, algún púlpito un poco más elevado sobre el resto desde el cual adoctrinar falsamente. Esta posición de privilegio puede ser tanto por ministerio sacramental como por popularidad carismática adquirida y cultivada por las modernas comunicaciones. Por tanto cuando desde algún púlpito elevado, que en el fondo es consecuencia de un don de Dios, se busca el propio provecho a instancias de traicionar el Evangelio de Cristo, ocasionando confusión en los corazones acerca de la Verdad de la Salvación, el daño puede ser tremendo y la responsabilidad a afrontar delante del Señor inquietante.

 

“Su obediencia se ha divulgado por todas partes; por lo cual, me alegro de ustedes. Pero quiero que sean ingeniosos para el bien e inocentes para el mal. Y el Dios de la paz aplastará bien pronto a Satanás bajo sus pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con ustedes.” Rom 16,19-20

 

Pero como la Gracia de Cristo triunfa y no puede ser jamás vencida, no faltan en la Iglesia peregrina de todos los tiempos hermanos fieles al Evangelio, aun en un mar de confusión que siembra el Maligno para introducir tristeza. mediocridad y desgano. Deben cuidarse simplemente del contagio ambiental, saber medir tiempos y distancias. No sea que por combatir a destiempo o por conceder para evitar conflictos terminen enmarañados en la trampa. San Pablo nos da la clave: ser ingeniosos para el bien. Y nadie más creativo que el Espíritu Santo. Pues en tiempos recios, ser buenos amigos de quien llamamos Don y Sello, ejercitándonos en todos los medios de gracias que disponemos. Y sobre todo dejarnos conducir por el Espíritu, maestro interior y fuente de toda Sabiduría en la Fe, Esperanza y Caridad. En cuanto al mal –nos dice el Apóstol-, permanezcamos inocentes. Una inocencia que quiero suponer por un lado significa no involucrados, desentendidos, distanciados y claramente separados de toda la dinámica del mal. Y por otro quizás signifique simplicidad, no ingenuidad. Una tesitura interior que sepa mantenernos libres de las tentaciones del Adversario con todas sus estratagemas y libres de la influencia de un ambiente eclesial enrarecido. Una libertad para ser fieles al Evangelio de Cristo.

Y todas estas consideraciones que San Pablo necesita realizar como cierre de su carta a los romanos, lamentablemente las veo tan vigentes y necesarias en nuestros días. Pocas veces en la historia ha reinado en la Iglesia tanta confusión doctrinal emparejada con una temible decadencia moral y espiritual, a las que fatalmente se suma un abismal desconocimiento de la doctrina evangélica y un estado masivo de desnutrición formativa. Pido perdón por este crudo estado de situación pero es hora que despertemos.

Mientras tanto quienes permanezcan fieles al Evangelio sepan esperar el tiempo en que Dios aplastará a Satanás debajo de los pies de la Mujer, sin duda en dos niveles interpretativos, la Virgen y madre María tipo e imagen de la Virgen y Madre Iglesia.

 

“Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por la Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén.” Rom 16,25-27

 

No quiero agregar nada más a esta magnífica alabanza final. Solo al culminar este comentario orante a la primera carta que suele encabezar el corpus paulino, invitarme e invitarlos a orar y ofrecer la Eucaristía por la comunidad de Roma en la actualidad. Ella tiene el privilegio de contar con el testimonio martirial de los santos Pedro y Pablo. Ella es la sede del sucesor de Pedro y vicario de Cristo en la tierra. ¡Que el testimonio de fidelidad de Roma al Evangelio resplandezca! ¡Que no se enturbie ni se apague! Un día la fe en Jesucristo por la predicación del Evangelio de la Pascua conquistó Roma y con sangre de mártires lo hizo. Roma siempre debe estar a la altura de Roma. Sería penoso verla caer de nuevo bajo las hordas paganas como ya ha ocurrido. En aquella circunstancia el gran San Agustín nos invitaba a contemplar la Ciudad de Dios invicta en el Cielo. Que Roma también hoy, como cabeza de todas las Iglesias, levante la mirada y contemple su vocación: llegar a ser la Ciudad Santa, la Jerusalén Celeste donde eternamente se celebran las Bodas del Cordero.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 28

 



HE DADO CUMPLIMIENTO AL EVANGELIO DE CRISTO

 

 “Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo referente al servicio de Dios. Pues no me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mi para conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios, tanto que desde Jerusalén y en todas direcciones hasta el Ilírico he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo.” Rom 15,17-19

 

“Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo referente al servicio de Dios.”

¡Cuánta alegría, querido San Pablo, viven los servidores de Cristo! Al menos así yo mismo lo experimento: no hay vida más plena, realizada, con sentido y gozosa que cuando se vive para Jesús, cuando se hace de toda la vida una misión absolutamente orientada a que el Señor sea conocido y amado por todos. Quizás estoy expresando una óptica demasiado estrecha desde mi vocación de consagrado y ministro de la Iglesia. Y sin embargo tan contento  de la opción tomada y de la llamada recibida, agradecido y sin ninguna nostalgia por lo que he dejado atrás y renunciado, no dudaría de invitar a todos los jóvenes a entregarse sin reservas a vivir enteramente para el servicio del Hijo de Dios.

Por supuesto que también la vida laical, por la vocación matrimonial y en la misión de pastorear una familia de discípulos, es elevada a la santidad y dedicada al servicio del Evangelio. Y sin embargo no puedo dejar de anhelar que cada vez haya más y más consagrados en la Iglesia, una multitud de varones y mujeres que solo vivan para anunciar a Cristo y puedan entregarse sin reservas ni impedimentos a esta tarea sagrada. Hasta diría que sería un contundente signo profético de la cercanía del Reino de Dios que viene. Justamente, tanto la crisis de vocaciones religiosas y consagradas como al ministerio sacerdotal, no son sino consecuencia del enfriamiento eclesial del amor a Cristo y de la secularización progresiva de la familia hasta su disolvencia.

Supongo que cada vocación, cuando se vive en plenitud, termina considerándose invaluable y anhelando que todos puedan disfrutar del tesoro que se ha descubierto. Por eso mi primera reacción a tus palabras es afirmar que quienes hemos sido llamados a consagrarnos al servicio del Evangelio hemos optado por la mejor parte que no nos será quitada.

 

“No me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mi para conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios.”

Así, según el dinamismo de la recepción y cooperación con la Gracia, quienes estamos al servicio del Evangelio experimentamos que es en verdad Cristo quien realiza la obra y nos capacita a nosotros para ser sus instrumentos adecuados. En la tarea apostólica y misionera no falta el abundante derramamiento del Espíritu Santo, con señales y prodigios, con carismas y dones, con toda clase de poder celestial fecundante de los corazones de quienes oyen la proclamación del Evangelio como de quienes lo anuncian.

 

“Tanto que desde Jerusalén y en todas direcciones he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo.”

Lo que nos testimonias, querido Apóstol San Pablo, es tu experiencia personal de esa gesta de la Iglesia naciente que podríamos decir incendió el mundo conocido con aquel fuego que el Señor vino a traer y por el cual se entregó a su bautismo. La efusión del ígneo amor celebrado en la Pascua que corrió raudamente, invencible y transformador, conquistando a los hombres de su tiempo, ganándolos para el Evangelio de la Salvación.

Y no dejó en toda la historia de manar el Espíritu desde la Pascua de Jesús, encontrando servidores consagrados a la obra de la evangelización de las gentes, dinamizando apostólicamente a la Iglesia para que el Evangelio llegase a cumplimiento, es decir, fuese aceptado y recibido como estilo de Vida Nueva y Verdadera, único camino de Gracia e inestimable herencia de Gloria.

¿Por qué cesará ahora, entonces, en nuestros días, de ocurrir el perenne Pentecostés que nos rescata y nos hace pasar de la oscuridad a su Luz admirable? ¡De ninguna forma será derrotada la Gracia de Cristo! Y aunque las actuales circunstancias del mundo al comienzo del tercer milenio nos parezcan tremendamente adversas y la crisis eclesial se presente como un continuo desmoronamiento sin fin, no dudo que el Señor tiene todo el poder y ya está abriendo los senderos de un renovado y victorioso amanecer de la Fe. No sin purificaciones, pues quienes no se hagan disponibles al servicio del Evangelio verán cómo se amustia y marchita su vida cristiana y sus comunidades inexorablemente correrán peligro de extinción. Cualquier renuncia, mutilación, tergiversación, postergación de la conversión, suplantación engañosa, acomodamiento impropio, reinterpretación ideológica a conveniencia del mundo, toda mediocridad y tibieza para encarnarlo con santidad, en definitiva, cualquier infidelidad al Evangelio de Cristo tendrá como consecuencia la muerte. Pero quienes permanezcan fieles participarán del indecible gozo de su Señor viendo ampliamente cumplido el Evangelio de Gracia y Salvación. Amén.


DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 27



HASTA REBOZAR DE ESPERANZA

POR LA FUERZA DEL ESPIRITU SANTO

 

“El Dios de la esperanza los colme de todo gozo y paz en su fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo. Por mi parte estoy persuadido, hermanos míos, en lo que a ustedes toca, de que también ustedes están llenos de buenas disposiciones, henchidos de todo conocimiento y capacitados también para amonestarse mutuamente. Sin embargo, en algunos pasajes les he escrito con cierto atrevimiento, como para reavivar sus recuerdos, en virtud de la gracia que me ha sido otorgada por Dios, de ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo.” Rom 15,13-16

 

Querido Apóstol San Pablo, no puedo menos que conmoverme entrañablemente frente al testimonio de tu santa caridad pastoral. ¡Cuánto consuelo hallo en tus palabras que brotan de un corazón que arde sinceramente por Cristo Señor! Confieso que quisiera poder establecerme yo mismo de modo sólido en esta óptica tuya. Como también deseo –en estos días casi con desesperación- que todos los pastores de la Iglesia podamos sentir a una contigo.

 

“El Dios de la esperanza los colme de todo gozo y paz en su fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo.” ¡Qué claridad la tuya para presentarnos el inapreciable y valioso don de la fe! Pues por la fe en Jesucristo toda nuestra vida ha sido transformada: unos cimientos nuevos, un camino nuevo, una fuerza nueva y un horizonte nuevo.

Por la fe hemos tenido acceso al Dios de la esperanza porque simplemente el mismo Dios es nuestra esperanza ya que es Amor y se dona a sí mismo sin medida. Y el Dios de la esperanza tiene reservado para nosotros, en su infinita Misericordia, un inagotable tesoro de Gloria.

Quien conecta pues con la esperanza que engendra Dios por la fe se ve henchido de paz y de gozo. Se trata de esa paz que es saciedad desbordante como consuelo sin fin y de ese gozo que resulta en fruición creciente e infinita. Un permanente estado extático de exultación por la celebración nupcial de la Alianza. Obviamente esta esperanza colmada se realiza plenamente en la visión beatífica y eterna pero en primicias se adelanta por la vida teologal de las virtudes infusas conexas: fe, esperanza y caridad. La vida presente del cristiano está preñada de la Gloria futura por venir.

Así es eminentemente propio del Espíritu Santo infundir una desbordante alegría de la Salvación en quienes habita. Podríamos decir que el Espíritu incoa desde el comienzo de la vida de la gracia ese gozo rebozante de esperanza por lo que ya se tiene regalado y por lo que aún falta recibir en heredad.

 

“Ustedes están llenos de buenas disposiciones, henchidos de todo conocimiento y capacitados también para amonestarse mutuamente.” Aquí pues entra a tallar tu inmensa caridad pastoral. Con tono tan fraterno como paternal, los alientas elogiándolos, al mismo tiempo que deslizas cuáles son los necesarios cuidados que se deben tener para vivir rebosantes de esperanza en el Espíritu. A nivel personal cada discípulo debe presentar buenas disposiciones, las mejores que le sean posibles para acoger y sostener la gracia de Dios. Esto supone entiendo, diversas actitudes: estar fijamente atento en Dios y sus mociones, desear conocer y realizar Su santa Voluntad, revisar y purificar las propias motivaciones, permanecer en tensión de conversión y disponer de cuanto sea necesario para caminar y fructificar en el Señor. Es decir, estar vigilantes y siempre bien preparados para el encuentro transformador con Cristo que está viniendo.

Pero también a nivel personal ser henchidos de todo conocimiento, por tanto, disfrutar de esa sabiduría que mana del trato de amor, de la continua experiencia de intercambio y reciprocidad en la Alianza. Porque se trata del conocimiento de Dios, de su inteligencia y corazón, de su forma de comunicarse y relacionarse con nosotros, del hallazgo de sus caminos misteriosos. Quienes viven juntos se conocen. Quienes se pertenecen por el mutuo amor son capaces de latir al unísono. Es un conocimiento santo que brota de la comunión con Dios que se ofrece en Don de Sí y que invita insistentemente a sus hijos a responderle, entregándose y perseverando en dicha Unión.

A nivel comunitario, quienes cuentan con buenas disposiciones y tienen la sabiduría del Amor, podrán auxiliarse mutuamente ejerciendo la caridad fraterna como amonestación, ya sea en dirección a la corrección de rumbos o a la exhortación para seguir vivamente hacia delante y hacia lo alto. ¡Cómo rebozará entonces la Iglesia de esperanza y de gozo en el Espíritu de Dios!

 

“Les he escrito con cierto atrevimiento, como para reavivar sus recuerdos, en virtud de la gracia que me ha sido otorgada por Dios, de ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios…” Continuando entonces con tu exquisito ejercicio de caridad pastoral, te empeñas en “reavivar”. Se trata de un sello tuyo, también a tu hijo en Cristo -el querido Timoteo-, le pedirás que “reavive el don de Dios”. Ahora deseas “reavivar los recuerdos” de aquellos discípulos puesto que quieres ser fiel a la gracia recibida como ministro del Evangelio. Anhelas que continúe ardiendo e iluminando la gracia de la primera conversión, cuando escucharon con fe la predicación y aceptaron al Señor como Salvador. Que la buena noticia que les fue anunciada continúe intacta, jovial y novedosa, resonando entre ellos. Reavivas el fuego del Espíritu como quien remueve las brasas o acomoda los leños y los pica para inquietar las llamas en el fogón. Reavivas el amor de los comienzos porque nunca ha decaído su crepitar en tu corazón.

¡Esta es sin duda la tarea fundamental del predicador! ¡Y cuánta falta hacen en la Iglesia los santos y enamorados predicadores de Dios, heraldos de su Evangelio, juglares de la Salvación! ¡Que el Evangelio Vivo de nuestro Señor Jesucristo prosiga elevando sus llamas en los corazones, quemando, consumiendo y transformando el mundo entero!

 

“Para que la oblación sea agradable, santificada por el Espíritu Santo.” Que en la Iglesia todos los cristianos, unidos a la Pascua del Señor, se ofrezcan a sí mismos como ofrenda pura y santa, víctima de agradable aroma, holocausto sin defecto ni mancha y sacrificio perpetuo. Que sean oblación con Cristo en el Espíritu Santo para gloria y honor del Padre de las Misericordias y Dios de todo consuelo. Amén. Porque vivimos rebosantes de toda esperanza en la fuerza inextinguible del Espíritu de Dios y el mundo debe saberlo y arrodillarse en adoración frente al único Señor que salva.

 

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 26

 




 QUE CADA UNO TRATE

DE AGRADAR A SU PRÓJIMO PARA EL BIEN,

BUSCANDO SU EDIFICACIÓN (II)

 

Continuemos, ilustre San Pablo, tu enseñanza sobre la Caridad fraterna.

 

“Así pues, cada uno de ustedes dará cuenta de sí mismo a Dios. Dejemos, por tanto, de juzgarnos los unos a los otros: juzguen más bien que no se debe poner tropiezo o escándalo al hermano. - sé, y estoy persuadido de ello en el Señor Jesús, que nada hay de suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése si lo hay -. Ahora bien, si por un alimento tu hermano se entristece, tú no procedes ya según la caridad. ¡Que por tu comida no destruyas a aquel por quien murió Cristo! Por tanto, no expongan a la maledicencia su privilegio. Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo.” Rom 14,12-17

 

“Juzguen más bien que no se debe poner tropiezo o escándalo al hermano.” Prosiguiendo la lógica del argumento, quien se reconoce del Señor y se devuelve a Él, al mismo tiempo que reconoce que el hermano también le pertenece, puede alumbrar criterios de sano cuidado y solicitud fraterna. Por lo tanto se abstendrá de complicar el proceso de maduración de los demás y estará especialmente atento a discernir en qué situación le halla y cómo ha de acompañar mejor su crecimiento. Ya hemos establecido que no se trata de cuestiones de fondo –como el pecado- sino de usos y costumbres opinables y de estadios diferentes en el itinerario discipular. No tiene pues caridad quien queriendo hacer valer su criterio superior termina humillando, escandalizando o entristeciendo a quien aún no está preparado para dar un paso más.

“¡No destruyas a aquel por quien murió Cristo!” El hermano es sagrado y tocarlo es tocar a Cristo que derramó su Sangre por él. Esta tremenda conciencia del valor de los demás, surgido de la Pascua redentora, haría estremecer nuestra persona entera si le captásemos en toda su magnitud.

“Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo.” He aquí una máxima que ilumina toda la vida fraterna y el discernimiento de la realidad de nuestros vínculos. ¿Es nuestra comunidad cristiana una manifestación del Reino? Para que pueda serlo nuestro trato fraterno debe estar empeñado en que seamos todos llenos de justicia, paz y gozo según el Espíritu de Dios. Fuera pues los pareceres personales que no busquen el imperio de la Caridad sino demostrar que el propio criterio es superior y fuera toda competencia por tener la razón que deje a su paso heridos y maltrechos. Insisto que no se trata de dar lugar al relativismo y al subjetivismo que nos llevarían por fin al individualismo y a la fragmentación. Se trata de “dar por las cosas lo que las cosas valen y no más”. Se trata de respetar al Señor en todos, de cuidar los procesos de maduración de cada uno y de no inmiscuirse atrevidamente en lo que no nos corresponde; porque en definitiva es el mismo Dios quien nos guía y hace crecer a todos según la inestimable Sabiduría de su Caridad.

 

“Toda vez que quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres. Procuremos, por tanto, lo que fomente la paz y la mutua edificación. No vayas a destruir la obra de Dios por un alimento. Todo es puro, ciertamente, pero es malo comer dando escándalo. Lo bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad. La fe que tú tienes, guárdala para ti delante de Dios. ¡Dichoso aquel que no se juzga culpable a sí mismo al decidirse! Pero el que come dudando, se condena, porque no obra conforme a la fe; pues todo lo que no procede de la buena fe es pecado.” Rom 14,18-23

 

“La fe que tú tienes, guárdala para ti delante de Dios.” Es decir, comprende y vive en fidelidad a tu propio estado de maduración interior. Actúa según una recta conciencia con libertad delante del Señor y de ti mismo. Vive a la altura de lo que te ha sido dado. “Pero el que come dudando, se condena, porque no obra conforme a la fe; pues todo lo que no procede de la buena fe es pecado.” Pues entonces sé prudente y en la Caridad sé delicado –y en cuanto a todo lo que no sea verdaderamente crucial-, cuida la conciencia de tu hermano y no intentes extrapolar tu propio proceso al suyo. Aunque te parezca que tu modo de proceder es superior y más acertado no le transmitas dudas que no pueda resolver ni le pidas avances que aún no tiene fuerzas para sostener. Si en verdad delante del Señor crees estar más crecido conviértete en una ayuda oportuna para tu hermano: ni le apresures cuando aún no es tiempo ni le permitas retrasarse cuando puede madurar. Amar a tu hermano es ayudarlo a crecer. Y quererlo bien es desear que algún día te supere.

 

“Nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no buscar nuestro propio agrado.  Que cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación; pues tampoco Cristo buscó su propio agrado, antes bien, como dice la Escritura: Los ultrajes de los que te ultrajaron cayeron sobre mí. En efecto todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza.” Rom 15,1-4

 

Finalmente al cierre no hay mucho más que comentar. Queda resonando, claro, que la Caridad pide a cada uno que ame a sus hermanos despojándose de los propios intereses y buscando para ellos todo bien y toda edificación en Cristo. Y justamente contemplando al Señor que en la Cruz nos dejó todo su legado y nos marcó el rumbo del camino. También este pasaje de la Escritura Santa sea para nosotros y nuestras comunidades fuente inagotable de paciencia fraterna y de aquel consuelo que da la Caridad engendrando la Esperanza en toda la Iglesia de Dios.

 

“Y el Dios de la paciencia y del consuelo les conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acójanse mutuamente como los acogió Cristo para gloria de Dios.”  Rom 15,5-7


DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 25

 



QUE CADA UNO TRATE

DE AGRADAR A SU PRÓJIMO PARA EL BIEN,

BUSCANDO SU EDIFICACIÓN (I)

 

“Acojan bien al que es débil en la fe, sin discutir opiniones. Uno cree poder comer de todo, mientras el débil no come más que verduras. El que come, no desprecie al que no come; y el que no come, tampoco juzgue al que come, pues Dios le ha acogido. ¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Que se mantenga en pie o caiga sólo interesa a su amo; pero quedará en pie, pues poderoso es el Señor para sostenerlo. Este da preferencia a un día sobre todo; aquél los considera todos iguales. ¡Aténgase cada cual a su conciencia! El que se preocupa por los días, lo hace por el Señor; el que come, lo hace por el Señor, pues da gracias a Dios: y el que no come, lo hace por el Señor, y da gracias a Dios.” Rom 14,1-6

 

Continuamos contigo, querido San Pablo, ocupados en un buen y delicado ejercicio de la caridad en la comunidad cristiana. Evidentemente has tenido que ayudar a distender disputas surgidas entre los hermanos en torno al consumo de alimentos que algunos creían permitidos y otros no. Veamos algunos criterios muy iluminadores que nos brindas.

“Acojan bien al que es débil en la fe”. Supongo que casi todos hemos presenciado o protagonizado discusiones al interno de la vida fraterna por cuestiones nimias: meras costumbres humanas, criterios subjetivos, acentos de personalidad, sensibilidades anímicas diversas y más de este estilo. Otras veces pudieron ser aspectos algo más profundos como prácticas piadosas y devocionales, carismas o inclinaciones hacia algún modo de espiritualidad, tal vez comprensiones teológicas divergentes en diferentes campos. ¿Pero en verdad era tan importante sostener una discusión al respecto y pretender ganarla?

Por supuesto que hay asertos fundamentales y objetivos que nos obligan a todos a adherirnos en una misma Fe en clave de comunión eclesial. Lo que afecta a nivel dogmático, lo que es un  dato de Fe que aporta la Revelación y lo que ha sido solemnemente definido por el Magisterio, se encuentran en la cumbre de la jerarquía de verdades recibidas por la Iglesia. Sin embargo hay niveles diversos que piden asentimientos diversos y siempre todo proceso debe ser animado por la Caridad.

 En la práctica, en la actualidad es tan deficitaria la formación en el conocimiento de nuestra Fe común, tal el grado de confusión doctrinal y la decadencia de la vida virtuosa, que inevitablemente nos enroscamos en disputas que frecuentemente nos llevan a rompimientos y roturas intra-eclesiales. En verdad sostenemos tantas controversias a veces vividas con vehemencia que en cambio habilitarían por su carácter un sano disenso y libertad en la caridad. Por debajo de las ofuscaciones y peleas, ¿no habrá el intento de imponernos o una dificultad a admitir al que piensa y siente diferente en cuestiones opinables? Nunca hay que descartar la incidencia de la tentación y del pecado en el trasfondo.

Además el Apóstol apunta a un detalle crucial: ¿quién es el hermano con quien discutes?, ¿en qué momento de su crecimiento en la fe se encuentra?, ¿con este intercambio le ayudas o le dificultas su camino? Porque al niño de jardín de infantes no intento enseñarle análisis matemático, no renuncio a hacerlo pero entiendo que debo esperar el tiempo oportuno. También en la vida fraterna hay que saber acompañar con solicitud el proceso de nuestro prójimo. ¡Claro que esto no puede ser nunca una excusa para convalidar el pecado! Pero siempre debemos tener presente que ni nosotros mismos hemos llegado a nuestro actual estado sin un camino recorrido. ¿O a un recién converso le impondremos la disciplina propia de un monje? ¿O le exigiremos al laico que sostenga una vida de oración según las obligaciones de estado de un clérigo o consagrado?

“Dios le ha acogido. ¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Que se mantenga en pie o caiga sólo interesa a su amo; pero quedará en pie, pues poderoso es el Señor para sostenerlo.” Obviamente en la Iglesia hay autoridades legítimas, constituidas por el Señor, que disciernen y juzgan en su Nombre. Su servicio pastoral justamente es la animación y conducción, la enseñanza y santificación del Pueblo de Dios. Sin embargo, tanto en el ejercicio de la jerarquía como en la horizontalidad fraterna de los bautizados, rige este principio fundamental: “no son nuestros, son del Señor”, los hermanos son de Quien los eligió y llamó a su compañía. Por tanto todo juicio de discernimiento sobre el prójimo debe hacerse en el Señor, receptando y favoreciendo el proceso de Gracia que Él va llevando adelante. Amar a Dios es también amarlo en los hermanos, amar su Señorío sobre nuestros prójimos, amar su forma de obrar en ellos moldeándolos, ponernos siempre del lado de la Sabiduría del Espíritu Santo renunciando a criterios propios que a veces carecen de sentido sobrenatural.

“¡Aténgase cada cual a su conciencia! (Si) lo hace por el Señor…” No se trata de un subjetivismo sino de lo que llamamos “recta conciencia”. Insisto que se trata de cuestiones opinables –en este caso prácticas piadosas en cuanto a la ingesta de alimentos- donde no existe la obligación de atenerse a una norma única objetivada para todos, o la única norma rectora y fundamental sigue siendo guardar la caridad. “No matarás” o “santificarás las fiestas” son por ejemplo preceptos claros cuya interpretación al aplicarlos a diversas circunstancias puede admitir matices que disminuyan o incluso excluyan la responsabilidad personal al no cumplirlos; pero nunca será lícito contradecir la veracidad del mandato o relativizarlo como un imperativo moral.  En cambio: ¿Qué es mejor rezar el Rosario o la Coronilla, hacer ayuno a pan y agua o limitarse a comer verduras, hacer la Adoración Eucarística pública en silencio o animada por cantos o con reflexiones, recibir la Sagrada Comunión en la boca o en la mano, parado o de rodillas? ¿Si no hago el retiro espiritual que propone tal Movimiento no conozco en verdad a Cristo y no he alcanzado una real conversión? ¿Si no rezo según los usos de tal corriente espiritual no actúa en mí el Espíritu?

Sin duda necesitamos invertir más energía y tiempo en la formación de una “recta conciencia” en los discípulos de Jesucristo para que su discernimiento moral sea más maduro y más eficazmente fecundado por la Caridad de Dios.

 

“Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos. Pero tú ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú ¿por qué desprecias a tu hermano? En efecto, todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios,  pues dice la Escritura: ¡Por mi vida!, dice el Señor, que toda rodilla se doblará ante mí, y toda lengua bendecirá a Dios.” Rom 14,7-11

 

Y de pronto, estimado Apóstol, de lo cotidiano y a veces pedestre, te elevas de nuevo a la contemplación del Misterio y con su Luz nos muestras tanto el fundamento sólido como el camino abierto. ¡Cómo se extraña a veces en la Iglesia peregrina impactada por la Modernidad esta capacidad de remontarse al Misterio! Nuestras predicaciones, reflexiones teológicas y discernimientos pastorales a menudo carecen de profundidad y elevación sobrenatural.

 

“Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo.”

Pues en verdad solo me quedaría repitiendo una y otra vez estas expresiones. Quizás las traduciría también así: “No me pertenezco”. “Soy de Otro”. “No puedo ni debo vivir solo a mis anchas”. “Mi vida no es mía es de Quien me la ha dado”. Sin esta convicción, ¿en serio pensamos que podremos alcanzar una “recta conciencia” y un auténtico ejercicio de la Caridad según Dios?

 

“Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos.”

 

Obviamente, solo en la concretes de una personal Alianza de Amor, esta verdad resuena y se amplifica con todo su alcance. Por tanto la cuestión de la vida espiritual no es un lujo para gente ociosa que debería ponerse a trabajar más pastoralmente y contemplar menos. La contemplación es justamente el punto crucial donde el Amor de Dios acogido en la profundidad del corazón hace madurar a las personas en la unión con Jesucristo.

 

 “Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos.”

 

Y solo quien ha llegado a este punto del itinerario: “yo, tú y todos somos de Dios”, podrá con recta conciencia encarnar la Caridad. Solo aquí, en esta conversión radical a la Gracia y en este devolvernos al Señor sin reservas, la Pascua redentora derrama toda su Luz vivificante y transformadora de la realidad y de nuestros vínculos.


EFLUVIOS DE MANANTIAL