Oseas: el profeta del Dios Esposo (5)

 


 

La reeducación del Pueblo

 

En el clima de querella amorosa propio de esta profecía, Dios le echa en cara a su Pueblo que ha buscado alianzas político-militares y no ha fundado su fe en Él (cf Os 5,13-14), por eso le anuncia que se retira hasta que lo busquen con renovada sinceridad.

 

“Voy a volverme a mi lugar, hasta que hayan expiado y busquen mi rostro. En su angustia me buscarán.” (Os 5,15)

 

El Señor ciertamente se queja de una religiosidad superficial y voluble, de una conversión aparente y efímera. El pueblo no termina de echar raíces en la Alianza, su inconstancia le impide alcanzar una fidelidad perseverante. Cuando parece que vuelve a su Dios en seguida le deja nuevamente.

 

“¿Qué he de hacer contigo, Efraím? ¿Qué he de hacer contigo, Judá? ¡Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío matinal, que pasa!  Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos.”  (Os 6,4.6)

 

¿Qué podrá hacer el Dios Esposo que le dice a su pueblo “Yo quiero amor”? Tendrá pues que reconquistar el amor de su Pueblo, hacerle recordar los tiempos fundacionales y devolverlo a su identidad. En este sentido la invasión Asiria y el destierro se encuentran en la Providencia divina como pedagogía apropiada.

 

“No habitarán ya en la tierra de Yahveh: Efraím volverá a Egipto, y en Asiria comerán viandas impuras.” (Os 9,3)

 

El Profeta Oseas nos regala entonces una de las más bellas descripciones del Amor Divino fiel junto a la obstinación del corazón humano que no le reconoce. Es un texto conmovedor donde también se delinea la delicada y tierna Paternidad del Señor.

 

 “Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: a los Baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían incienso. Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer.”  (Os 11,1-4)

 

Este Dios Amante permitirá pues que Israel vuelva a Egipto -en este caso Asiria-, para que al revivir aquellas circunstancias entre en razón y recuerde a su verdadero Dios. Espera el Señor que el destierro sea medicina proporcionada que devuelva al Pueblo a la Alianza y le cure de su infidelidad.

 

“Volverá al país de Egipto, y Asur será su rey, porque se han negado a convertirse. Hará estragos la espada en sus ciudades, aniquilará sus cerrojos y devorará, por sus perversos planes. Mi pueblo tiene querencia a su infidelidad; cuando a lo alto se les llama, ni uno hay que se levante.” (Os 11,5-7) 

 

Confieso que siempre me quedo como pasmado y altamente impresionado por la Santidad de Dios que revela el cierre de este oráculo.

 

“¿Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel? Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo soy el Santo, y no vendré con ira.”  (Os 11,8ª.9)

 

Educación para el Amor de Alianza es educación en la Santidad

 

Es habitual comenzar a vivir la fe centrados en nosotros y en nuestras necesidades. Ciertamente habrá que recorrer un camino de purificación y maduración interior para amar a Dios por Él mismo. Para que nuestra religiosidad se exprese más en un culto de adoración con alabanzas y no tanto en peticiones, será necesario experimentar su amor desbordante y no poder más que ser agradecidos con tanto don suyo. Esa cotidianeidad de su Amor en nuestros días hará crecer un clima constante de entrega de la vida, el hábito de ponernos confiadamente siempre en sus manos. Consecuencia de ese trato de Amor profundo será alegrarnos con su Voluntad y esperar solo en sus planes sobre nuestra vida. Este camino de educación para un Amor de Alianza no es otro que el camino de la santidad.

 Pero quizás nos topamos con un punto débil de nuestra formación eclesial. Para decirlo tal vez con exagerada simplicidad, nuestra práctica religiosa parece excesivamente inclinada hacia un “Dios para nosotros”. Evidentemente el Señor que nos elige y quiere nuestra Salvación ha entregado a su Hijo Único por nosotros, ha hecho Don de Sí porque nos ama. Pero esto no es más que el movimiento unilateral del Dios Esposo y Amante que sin embargo puede quedar inconcluso en nuestra respuesta libre. Que Dios nos ame como nos ama no quiere decir que haya efectivamente Alianza, sino solamente que Él fielmente la sigue ofreciendo y sosteniendo.

Para que la Alianza se concrete es necesaria nuestra respuesta: “nosotros para y hacia Dios”, “nosotros en Dios por la gracia de su Amor que es primero”. Si este otro movimiento no se produjese la religiosidad cristiana podría desfigurarse, caer en la tentación de entender a Dios como funcional a nosotros hasta volverse utilitarista y pragmáticamente calculadora de intereses. En todo caso más que una Alianza de Amor –que debe estar signada por la gratuidad y la libertad del don de sí-, hallaríamos una negociación: “te doy para que me des” o “si me das te doy”. Esto es lo propio de un culto idolátrico.

Dios quiere de nosotros amor, no porque lo necesite, sino porque nosotros necesitamos conocer su Amor gratuito y amarlo libremente con todo el corazón. Y en este sentido muy probablemente haya que recuperar e insistir en la santidad. Una respuesta al Amor de Dios que quiere amarlo solamente por Él mismo, más allá de todo rédito y beneficio personal. Amar al Dios que es Amor y que nos ama, simplemente porque Amor da y pide amor.

Volver a insistir en la santidad como programa pastoral de la Iglesia –como quería San Juan Pablo II-, supone proponer nuevamente un camino discipular centrado en contemplar a Dios, el Misterio de su Amor por nosotros manifestado plenamente en Jesucristo, en su Encarnación tan contundente en el Pesebre y en la Cruz, tan cotidiana en la Eucaristía.

La profecía de Oseas hoy también parece urgirnos a dejarnos seducir y re-enamorar por el Dios Esposo. Nos invita a superar la inconstancia y a perseverar en la Alianza. Nos exhorta a devolvernos enteramente y sin reservas al Señor que se ofrece primero enteramente y sin reservas a nosotros.


Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo (5)




5.     Configurando la vida sacerdotal

        a la espiritualidad del desierto

        y a la tradición eremítica.

 

            He aquí el tono más original de mi camino. Al menos en la Iglesia Latina –no así en Oriente-, la vida sacerdotal tiende a concebirse como irreconciliable con la vida eremítica. Y evidentemente esto es real si se considera al eremita como alguien que se aparta del mundo a la soledad y al silencio morando en lugares despoblados.

Pero residiendo brevemente en un eremitorio, encontré que los hermanos habían colocado como máxima espiritual la siguiente expresión: “El corazón del eremitorio es el eremitorio del corazón”. Esta sentencia no dejó de acompañarme desde entonces en mi discernimiento personal. Con los años y la maduración de la experiencia contemplativa, comprendí que yo -quien siempre me sentía en fuga hacia adelante, aspirando al desierto y a la montaña-, me encontraba en un grave error.

Sin duda el eremitorio soy yo mismo. Soy yo el desierto y la montaña también. No tengo necesidad de irme  lejos para recogerme en mí mismo hacia Dios. Sin duda la opción de retirarse a lugares apartados es valiosa como  disposición que favorece el desarrollo de la vida contemplativa. Y de hecho sigue siendo mi gusto e inclinación. Pero el trabajo purificador de Dios en mí me ha llevado a aquietarme en Gracia.

Por eso vivo con naturalidad la convivencia entre el recogimiento contemplativo y la misión apostólica. Y he experimentado que puedo dedicarme a ambas dimensiones sin menoscabo de ninguna. Porque es del todo posible –como querido por Dios y por la Iglesia- ordenar el ejercicio ministerial a una vida de oración profunda. Creo que se trata simplemente de nunca dejar que se arraigue en lo cotidiano la tendencia  a la superficialidad y al ajetreo que impera en el mundo, perdiéndonos a nosotros mismos en una exterioridad disipadora. Se debe guardar el corazón y cultivar la interioridad. Quien verdaderamente tiene amor por Dios y aspira a que crezca, preparará el lugar y sin duda encontrará también el tiempo. La vida apostólica quedará así mejor enraizada en el Corazón de Cristo.

En este camino siempre me ha resultado crucial adquirir la virtud de la pobreza espiritual, en cuanto desapego, desapropiación y desasimiento. Éste sano hábito supone la sabiduría silente de la Encarnación y de la Cruz, celebrada en Eucaristía.  El abajamiento humilde y condescendiente, la pequeñez escondida y la santa desnudez, la entrega de la propia vida sin reserva por amor contemplo en Cristo, Único y Eterno Sacerdote. Y aprendo de Él a no quedarme enfermiza y empecatadamente en nada o en nadie. Para vivir en la libertad del Amor Divino toda mi realidad debe ser integrada armónicamente en el Señor que es Fuente de origen y Patria vocacional. También el ejercicio ministerial debe ser conducido a una profunda purificación para ser unido a Jesucristo.

Y desde el inicio de este estilo de vida me han acompañado las palabras de San Juan de la Cruz:

 

MODO PARA VENIR AL TODO                              

Para venir a lo que no sabes,

Has de ir por donde no sabes.

Para venir a lo que no gustas,

Has de ir por donde no gusta.

Para venir a lo que no posees,

Has de ir por donde no posees.

Para venir a lo que no eres,

Has de ir por donde no eres.

 

MODO DE TENER AL TODO

Para venir a saberlo todo,

No quieras saber algo en nada.

Para venir a gustarlo todo,

No quieras gustar algo en nada.

Para venir a poseerlo todo,

No quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo,

No quieras ser algo en nada.

 

MODO DE NO IMPEDIR AL TODO

Cuando reparas en algo,

Dejas de arrojarte al todo.

Porque para venir de todo al todo,

Has de dejar de todo al todo.

Y cuando lo vengas todo a tener,

Has de tenerlo sin nada querer.

Porque si quieres tener algo en todo,

No tienes puro en Dios tu tesoro.

 

INDICIO DE QUE SE TIENE TODO

En esta desnudez halla

El espíritu quietud y descanso,

Porque como nada codicia,

Nada le impela hacia arriba

Y nada le oprime hacia abajo,

Que está en el centro de su humildad.

Que cuando algo codicia,

En eso mismo se fatiga.

 

Valoro pues el ideal del Desierto que se denomina “hesyquia”. Alcanzar la tranquilidad y la quietud de un alma pacificada y unida a Dios. Así llegar a ofrecer en el ministerio presbiteral una fuente de agua serena y límpida donde todo peregrino pueda, tanto reflejarse y conocer su personal misterio como beber del Espíritu que da la Vida. En este santo empeño el presbítero se aproxima más íntimamente a la Caridad Pastoral de Cristo, que permaneciendo unido al Padre, pasó haciendo el bien.

 

Abba Antonio dijo: «El que permanece en la soledad y la hesyquia se libera de tres géneros de lucha: la del oído, la de la palabra y la de la vista. No le queda más que un solo combate: el del corazón».

 

Y dijo Abba Evagrio: «Arranca de ti las múltiples afecciones, para que no se turbe tu corazón y desaparezca la hesyquia».

 

Abba Nilo dijo: «El que ama la hesyquia permanece invulnerable a las flechas del enemigo; el que se mezcla con la muchedumbre, recibirá frecuentes heridas».

 

Como dijo Abba Pastor: «El origen de los males es la disipación».

 

En Scitia, un hermano vino al encuentro de Abba Moisés, para pedirle una palabra. Y el anciano le dijo: «Vete y siéntate en tu celda; y tu celda te lo enseñará todo».

 

Dijo Abba Isaac: «Todo el fin del monje y la perfección del corazón viene de perseverar en una oración continua e ininterrumpida y, en cuanto lo permite la humana flaqueza, se esfuerce por llegar a una inmutable tranquilidad de espíritu y a una perpetua pureza».

 

Y también dijo Abba Moisés: «Éste debe ser nuestro principal conato, ésta la orientación perpetua de nuestro corazón: que nuestra mente permanezca siempre adherida a Dios y a las cosas divinas.»

 

Obviamente no pretendo vivir el hesicasmo primitivo de los Padres del Desierto, ni el medieval bizantino, sino configurar la vida sacerdotal hacia un estilo que favorezca cuanto se pueda la unión con Dios.

¿Por qué el clero secular debe renunciar a la soledad, el silencio y la penitencia si puede compatibilizarlas con el ejercicio ministerial? ¿Por qué mal entender la caridad pastoral como un vuelco indiscriminado y sin discernimiento a la actividad? ¿Cómo alguien que no se tiene y no se conoce en la soledad, el silencio y la penitencia, de cara a Dios, logrará permanecer en su voluntad en medio de los desafíos del servicio pastoral? ¿Cómo no valorar lo enriquecedor y fecundo que puede resultar un ejercicio presbiteral que se perciba como emergiendo del encuentro con el Misterio de Dios y reconduciendo toda la realidad hacia Él?

Creo firmemente que lo primero y urgente es la unión con Dios. ¿Acaso no es esa nuestra vocación eterna? Todo el oficio sacerdotal como “amoris officium” tiene como fin último -haciendo de puente por la propia entrega de la vida-,  posibilitar la comunión con el Señor. ¿De qué serviría un empeño pastoral que resolviendo las problemáticas cotidianas del hombre sin embargo no lo condujera al encuentro con Jesucristo? ¿Cómo puede haber caridad pastoral dejando al hombre a manos del hombre y no en los brazos de su Salvador?

Y para que el ministerio del presbítero sea creíble debe comenzar por ser testimonial. El sacerdote debe poder mostrar con su propia vida que se encuentra enteramente en manos de Dios, que parte de Él, que permanece en Él y que vuelve a Él. El sacerdote debe ser el primero en cultivar y ser experto por el amor en la unión con Dios.


 

Vida y regla para un Presbiterado Contemplativo (4)





 "Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)


4.    Confieso que el Espíritu Santo

        me mueve a llevar una vida mixta

        fundando, sosteniendo y proyectando

        el ejercicio ministerial

        desde la dimensión contemplativa.

 

a)      “Confieso que el Espíritu Santo”

 

 “Confieso que el Espíritu Santo” y “bajo el soplo del Espíritu Santo” son expresiones que enmarcan como una inclusión la parte más específica del voto hecho a Dios. Al intentar describir a grandes rasgos un proyecto de presbiterado contemplativo comienzo por reconocer que el Espíritu Santo me ha inspirado esta forma de vida y que sólo bajo su influjo es posible.

 

            Si me aman, guardarán mis mandamientos; y yo pediré al Padre y les dará otro Paráclito, para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero ustedes le conocen, porque mora con ustedes.” (Jn 14,15-17)

 

“Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho.” (Jn 14,26)

 

“Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también ustedes darán testimonio, porque están conmigo desde el principio.” (Jn 15,26-27)

 

El Espíritu Santo, que habita el templo interior como una permanente plegaria viva, es el primer “director espiritual” que mueve, ilumina y conduce. El Espíritu Paráclito me vive invitando a celebrar la unión con Jesucristo, una comunión de vida cargada de gozo y de fruto abundante en camino hacia el Padre. Sin el Espíritu, simplemente, no habría camino.

 

b)     “Me mueve a llevar una vida mixta”

 

Esta expresión –más técnica de lo que parece- es al mismo tiempo el llamado vocacional que sin saberlo me llevó a transitar por la vida de los frailes franciscanos y un legado de mi formación religiosa. San Francisco de Asís sin duda llevaba este estilo de vida. Concretamente los Hermanos Menores y en cierto grado el resto de las Ordenes Mendicantes, nacieron como nuevas formas de vida consagrada, cultivando esa mixtura entre la vida contemplativa (en ese momento histórico más identificada con la experiencia monacal) y la vida apostólica (por entonces expresada en el ejercicio ministerial de los clérigos seculares).

“Vida mixta” sigue significando para mí la convicción de que contemplación y apostolado nunca deben separarse, sino que lo más saludable es que estén uno como imbricado en el otro. Naturalmente me ha sucedido siempre así. He necesitado la soledad del silencio contemplativo para escuchar y mirar con Dios y según Él; y allí en ese espacio fecundo de oración y celebración han nacido todas mis iniciativas apostólicas. A su vez la vida apostólica siempre me ha depositado frente al Padre, queriendo comprender como hijo y servidor suyo, los caminos de salvación que Él ya había abierto, la tierra que ya había arado y la semilla que ya había sembrado, de modo que no estuviese yo intentando trabajar fuera de la sintonía con Dios.

Y por experiencia creo que el Espíritu Santo me mueve a cultivar ambas dimensiones –contemplativa y apostólica-, cual personal camino que me conduce tanto a la unión con Jesucristo Sacerdote  como a la unidad de la propia vida y corazón.

 

“De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración.” (Mc 1,35)

 

“Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.” (Mt 14,22-23) 

 

“Inmediatamente obligó a sus discípulos a subir a la barca y a ir por delante hacia Betsaida, mientras él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar.” (Mc 6,45-46)

 

“Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba.” (Lc 5,15-16)

 

“Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios.” (Lc 6,12)

 

            Como un dato olvidado y soslayado en la espiritualidad del clero secular, se encuentra esta dinámica que une contemplación y apostolado,  en el propio ejercicio pastoral de Jesucristo. El Señor –Verbo Encarnado y Salvador Enviado- partía siempre del encuentro cara a cara con su Padre y, permaneciendo en comunión con Él, volvía siempre como Hijo a depositar toda la misión en sus manos. Toda su identidad y misión económica brotan del Padre como su Fuente y retornan a Él como su Patria.

 

c)      “Fundando, sosteniendo y proyectando el ejercicio ministerial desde la dimensión contemplativa”

 

He aquí la expresión más contundente de mi estilo de vida presbiteral. La vida contemplativa es como el humus fecundo donde se establece la vocación sacerdotal. Cronológicamente ha sido estrictamente así en mi historia: primero me fue regalada la vida contemplativa y luego el ministerio sacerdotal. Durante toda mi formación me he ido preparando al servicio pastoral gozando ya de una intensa experiencia de contemplación. Desde entonces hasta hoy la unión con Dios por el amor se ha constituido en el fundamento y la meta de todo mí vivir.

“Fundar, sostener y proyectar” la identidad pastoral desde la dimensión contemplativa quiere decir, simplemente, que nada debiera yo hacer sin partir desde la unión  con Dios. Que en medio de la actividad pastoral debo permanecer en unión con Dios. Que todo el servicio pastoral debe llevarme a la unión con Dios. Así la oración y la celebración se vuelven el centro configurativo de la caridad pastoral.

Uno contempla el misterio de Dios como presbítero y contemplando a Dios puede ser inspirado para el servicio pastoral. Se parte de la contemplación de Dios y se pone en sus manos la misión encomendada y concretada en un oficio ministerial. Se realiza el servicio permaneciendo en su Presencia y se ejecuta contemplando su acción salvadora que es primero. Uno se dispone a acompañar, favorecer, señalar, discernir y colaborar con la Gracia. Se trata de una unión con Cristo Sacerdote, con su Padre y el Espíritu, tendiendo el presbítero a la sinergia, a acompasarse al tiempo y a los modos del Señor.

Sin desarrollar la vida contemplativa estaría totalmente perdido, ciego y a tientas, en la tarea pastoral. Sólo unido al Señor comprendo la identidad-misión de mi participación sacerdotal en el único Sacerdocio de Cristo.

 

“Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.” (Mt 7,24-27)

 

“Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.  Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»” (Lc,10,38-42)

 

Vida y regla para un Presbiterado Contemplativo (3)

 



"Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)


3.  Hago voto a Dios de vivir

el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo 

como mi única Vida y Regla.

 

            Si bien parece innecesario hacer voto de vivir el Evangelio, pues de ello se trata sin más la vida cristiana de cualquier discípulo, aquí se lo hace en un sentido espiritual definido. Jesucristo es el Evangelio y Jesucristo es la Vida y Regla. Todo cuanto siga en el voto a Dios intentando configurar un presbiterado contemplativo parte de este humus original y fecundo. Quiero vivir bajo la Regla Viva de mi Señor Jesucristo. No consiste mi camino en establecer reglamentos y normas sino en un dinámico seguimiento del Señor, Único y Eterno Sacerdote. Las disposiciones prácticas que se puedan necesitar para concretar un estilo de vida nunca serán el centro del camino. Lo fundamental y fundante es la configuración a Jesucristo, a su mentalidad y corazón. Porque Jesucristo lo llena todo y es la medida de todas las cosas. Todo en Cristo y nada sin Él.

 

“Tengan los mismos sentimientos de Cristo.” (Flp 2,5)

 

Que les conceda, según la riqueza de su gloria, que sean fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en sus corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que se vayan llenando hasta la total Plenitud de Dios.” (Ef 3,16-18)

 

“Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia.” (Flp 1,21)

 

“Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe,  y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos.” (Flp 3,7-11)

 

No es suficiente confesar la fe en Jesucristo, recibido y transmitido fielmente en la Iglesia por la Tradición Apostólica y la Sagrada Escritura. La fe no es sólo la aceptación de las verdades reveladas. Ese aspecto objetivo y lícitamente exigido para verificar la comunión eclesial, no agota la fe. Ella también es una fe de confianza y abandono, una experiencia de encuentro y un vínculo vivo. La dimensión subjetiva por la cual la persona se entrega a Jesucristo y se hace libremente suya es fundante y no puede faltar. Se trata de la fe informada por el amor. Una fe cuyo hábitat ordinario es la Alianza.

Todo cristiano, y especialmente un presbítero, deben alcanzar y permanecer en un amor maduro donde Jesucristo brille como el único absoluto de la vida. Para eso hay que perder todas las cosas con tal de ganar a Cristo y conocer la verdadera dimensión de su Misterio. Y este tipo de conocimiento sólo se hace accesible por la vida en el Espíritu. Una sabiduría interior nacida al calor de la creciente unión con Él. Simplemente que Jesucristo verdaderamente lo sea todo. Es fe madura una fe que lo espera todo en Cristo por amor.

 

Abba Montaña 3

 




 "Apotegmas contemplativos" (2021)

A poco más de la mitad del ascenso,

Abba Montaña le dijo:

-Quédate aquí en esta cueva.

El discípulo contempló la caverna,

fría y oscura; un refugio inhóspito

lindante con el estrecho camino de subida.

Desde dentro de la oquedad

sólo se veía cielo y nada más que cielo.

Para mirar la comarca allá abajo

debía arrimarse peligrosamente al precipicio.

Suspirando con gemido preguntó:

-¿Hasta cuándo debo permanecer aquí?

-Hasta que se convierta en tu hogar.

Y Abba Montaña silencioso se marchó.

 


            La purificación interior acaece en una densa etapa de tensión y tironeo. El alma se encuentra a medio camino. Y Dios la deja justamente allí, a medio camino, como purgando entre el Cielo y el Infierno.

            Es verdad que ya ha atravesado los paisajes iniciales de la aventura del Espíritu. Pero para alcanzar la cumbre de la Unión debe terminar de morir y renacer. Gozará de uniones provisorias e imperfectas que agigantarán el deseo santo, como también sufrirá hondamente al seguir padeciendo añoranzas por lo que ya se ha dejado atrás. Es la tensión desgarradora del ya pero todavía no.

            El alma, la interior morada, aún no es plenamente casa, pues aún no está enteramente pacificada y transparente. Mas bien es caverna recóndita e inhóspita, una oquedad oscura y fría. Pero da refugio. Desde allí, escondido en ella, sólo se vislumbra Cielo y nada más.

            Este tiempo de purificación no está exento del gozo extático. Arrobamientos, raptos, incendios interiores,  elevaciones con suspensión y vuelos en espíritu son muy propios de esta etapa. Constituyen experiencias altas y subidas del Amor de Dios, que nos saca de nosotros mismos hacia Él, con fuerte arrebatamiento y transformación interior. Primicias de Cielo, que aún no tienen la perfección de los desposorios, con su delicada y permanente dicha en la inhabitación Trinitaria.

Pero estos movimientos elevantes son también purificadores. Porque dejan al alma más encendida pero no del todo. Y pues son dichas gracias al fin provisorias y aún no definitivas, termina quedando la persona tanto más crecida en amor como más consciente de lo que aún le  falta. Lo central es que de alguna forma se toca el Cielo. Primicias, pregustaciones, arras. Brevemente describo la experiencia.

El éxtasis es una inflamación de amor que obviamente supone la atracción y enlazamiento de las potencias del alma en Dios. Clásicamente se habla de que la memoria, el entendimiento y la voluntad quedan como suspendidas y atraídas hacia el Señor en gracia de unión. Se trata obviamente de una experiencia mística, ya avanzada la persona en su camino, habiendo dejado atrás la primera experiencia de oración de quietud o recogimiento, así como el descubrimiento de un nuevo sentido interior.

El éxtasis, básicamente pues, es como una atracción que irrumpe y enlaza y sujeta en amor. Pero no como en la serena y algo difusa primera quietud o recogimiento. De hecho el orante ya se halla generalmente en estado de quietud infusa cuando sobreviene el éxtasis, aunque a mayor grado de unión un éxtasis puede sobrevenir imprevistamente. El alma experimenta este cambio de nivel en su unión con el Señor y puede significarse bien su inicio por el gemido o suspiro que acaece en ella tras el tirón de amor que la jala hacia Si. Es por así decirlo como si se despegara del cuerpo y de la tierra permaneciendo en cuerpo y tierra aún. Y es como un movimiento elevante que la deja suspendida en una íntima cercanía con su Amado y Señor.

De esa experiencia general yo distingo algunos casos especiales.

Los arrobamientos son plenos de dulzura y unción, como una quietud y recogimiento en el seno del Amado, un impregnarse enteramente de su fragancia con suave pero intensa transformación. Tras los mismos se ve el mundo transfigurado y luminoso bajo la mirada de la Gracia; todo parece bello y una serena y profunda alegría gana el interior. Todo está bien y todo está en Dios. Su efecto permanece a veces largamente en el tiempo, quedando la persona como sustraída en este embelesamiento. Por eso también se muestra como retirada, degustando aún el gozo del amor tanto como intentando humildemente no ser descubierta en este absorto intercambio.

Los raptos son, si se me permite, violentos en amor. Aquí todo acaece más intensamente. Se experimenta algo así como una escalada del movimiento unitivo que parece latir, palpitar y acelerarse. De pronto como una inmensa ola que lo cubre todo, el alma se ve sumergida enteramente, arrancada y llevada de donde estaba hacia la altura misteriosa. Y como cabalgando en la espuma de esa ola se ve despegada de cuánto la retenía y tan libre en la unión. Los raptos empero por su intensidad suelen ser más breves y dejar al alma al final como depositada en las arenas de la playa, sin fuerza alguna ni vigor, enteramente arrasada por el amor que la ha vencido. Pero tras ellos queda la persona tan desarraigada de la escena de este mundo que pasa, que se sabe extranjera y peregrina. Nada del mundo parece poder atraerla ya, nada se percibe consistente. “Como si no pasara nada, lo cual es cierto”, se dice el alma a sí misma al contemplar el mundo. Lo único cierto, consistente y verdaderamente vivo se ha tocado en esa altura a la que ha sido levantada fugazmente. Ha gustado arras de Gloria y ya nada se compara. Se halla en amor exilada, clamando por la patria que espera con deseo increíblemente agigantado.

Los incendios interiores son el fruto de un toque rápido y furtivo del Amado. Diría que se tiene conciencia espiritual de ellos porque todo se incendia adentro. El amor de caridad produce tal arrebatamiento interior que la persona cree que por todo su rostro se está reflejando la Gloria de Dios. Vienen como desde dentro hacia fuera y dan tal vigor a cuerpo y alma, dejando a la persona tan vivamente encendida en Dios, que el orante piensa poder él solo unido al Señor que lo sostiene e impulsa, transformar el mundo entero. Y producen un gran incremento del talante apostólico queriendo anunciar el Amor del Amado por todos lados al mismo tiempo. Su efecto es como un desbordamiento del Amor de Dios que genera un incontenible impulso en la misión evangelizadora. Se lo quiere decir y hacer todo por amor de Dios y todo lo que se quiere decir y actuar parece tanto imparable como inagotable. El contemplativo se vuelve, entera pero provisoriamente, un incendio de Amor divino.

Las elevaciones con suspensión son propias de los arrobamientos y pueden ir acompañadas de luminosas revelaciones interiores de diversa índole, ya sea sobre la persona misma y el estado de su alma, como de ciencia de amor sobre otros corazones o sobre circunstancias de la historia y ante todo sobre la Santa Voluntad de Dios. Estas delicadas elevaciones, en la sutileza embelesada del arrobamiento, ya van preparando al alma para la degustación de la inhabitación Trinitaria. 

Los vuelos en espíritu son propios de los raptos de amor y no hay en ellos tanta claridad en revelaciones, pues el alma levantada a tanta altura, más bien es anticipada en la Gloria celeste. Lo que se sabe es que se ha estado como más allá de este mundo, participando en primicias de la visión beatífica. Su efecto es un gran incremento de la perspectiva escatológica. La fe en la Vida Eterna queda sellada en gracia tan firme que ya no se puede sino vivir para alcanzar el Cielo.

El contemplador permanecerá en este estado de purificación hasta el desposorio místico. Y es purificación pues se le adelanta cuanto aún no tiene seguro. Se ve tan regaladas sus manos pero aún teme que le arrebaten el tesoro. El precipicio está aún allí donde sigue latiendo apetencia de mundo.

    

Vida y regla para un Presbiterado Contemplativo (2)





 "Vida y regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)

   

2.    Yo, Silvio Dante Pereira Carro, presbítero del clero diocesano de Avellaneda-Lanús en mi servicio de párroco.

 

Las coordenadas concretas de la existencia, nada más y nada menos. Porque un amor maduro ama lo real, ama lo posible. La ley de la Encarnación dice que no se puede redimir lo que no se asume. El amor religa, reconcilia y pacifica; es portador de una comunión condescendiente que se abaja y que transformante eleva, dando una serena unidad de vida.

El voto hecho a Dios parte de un elemento vocacional más estable: pertenecer al clero diocesano en una Iglesia local. El otro elemento que precisa el voto es más provisorio, ya que el oficio desempeñado –en este caso párroco- puede ser diverso y cambiante. Pero no deja de ser importante, pues las obligaciones propias del oficio modularán la forma concreta de vincular el ejercicio ministerial a la dimensión contemplativa.

            Sin embargo el “ser presbítero” sigue siendo para mí eminentemente el aspecto más misterioso. Con el paso del tiempo voy comprendiendo mejor a través del ejercicio ministerial, lo que significa aquí en los caminos de la historia, en la economía salvífica. Pero se abre un tremendo interrogante: ¿qué permanecerá de este carácter sacramental en la Gloria? El horizonte escatológico me trae luz oscura en fe sobre mi eterna participación en el único Sacerdocio de Cristo. Allí no celebraré más la Misa, ni confesaré, ni bautizaré; lo sacramental económico pasará. Ni realizaré casi nada de lo que suelo hacer en el servicio durante mi tránsito terrenal. O más bien cabe preguntarme: ¿cuál es el sentido profundo de esta configuración al Sacerdocio de Cristo que incoada y expresada en el ejercicio ministerial histórico permanecerá consumada en la Eternidad? ¿En qué consiste esta configuración al Sacerdocio Único y Eterno de Cristo del cual participo por el segundo grado del Sacramento del Orden?

 

“Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo. Pues, habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados.” (Hebr 2,17-18)

 

“Por tanto, hermanos santos, partícipes de una vocación celestial, consideren al apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe, a Jesús.” (Hebr 3,1)

 

“Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos -Jesús, el Hijo de Dios- mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna.” (Hebr 4,14-16)

 

 “Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec. El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec.”   (Hebr 5,6-10)

 

“Todo esto es mucho más evidente aún si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que lo sea, no por ley de prescripción carnal, sino según la fuerza de una vida indestructible.” (Hebr 7,15-16)

 

“Posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios como aquellos Sumos Sacerdotes, luego por los del pueblo: y esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.” (Heb 7,24-27)

 

“Presentóse Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo.” (Hebr 9,11)

 

“Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne, y con un Sumo Sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura.” (Hebr 10,19-22)

 

Solo en Alianza viva con Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, quien me da acceso al Padre y por quienes recibo al Espíritu Paráclito, podré comprender contemplando y vivir oferente la identidad presbiteral. Pues he aquí la piedra de toque de la vocación sacerdotal: la Santa Cruz, el Sacrificio. La caridad pastoral en el ministerio presbiteral no puede sino tener su fuente, centro y cima en el Misterio Pascual. ¿O acaso no es la Pascua la plena revelación de la Caridad Pastoral de Cristo Buen Pastor y Sacerdote? Allí el Señor se manifiesta cual pléroma de Gracia: Sacerdote, Altar y Cordero.

Por tanto en la Eucaristía el presbítero siempre encontrará la clave de su participación en el sacerdocio de Cristo. “Tomen y coman esto es mi Cuerpo”. “Tomen y beban esta es mi Sangre”. Palabras Suyas y palabras nuestras. Entrega Suya y entrega nuestra. El Cristo pontífice –puente que se ofrece-, el Mediador entre Dios y los hombres, es la vocación profunda que se participa al presbítero. La realidad oblativa ya es eterna en el Crucificado Resucitado. En la Jerusalén Celeste se celebran las bodas del “Cordero degollado”.

 

“Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios, enviados a toda la tierra.  Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo diciendo: «Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, y reinan sobre la tierra».” (Ap 5,6-10)

 

“Y salió una voz del trono, que decía: «Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y grandes.» Y oí el ruido de muchedumbre inmensa y como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían: «¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura - el lino son las buenas acciones de los santos».” (Ap 19,5-8)

 

“Pero no vi Santuario alguno en ella; porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario. La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero.”  (Ap 21,22-23)

 

“Y no habrá ya maldición alguna; el trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad y los siervos de Dios le darán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos. (Ap 22,3-5)

 

El carácter oferente y victorioso del Amor Divino, del cual el presbítero participa de modo eminente, no pasará jamás. En aquel bendito Día será para siempre la alabanza y el gozo por la entrega al Padre que recibe, comunicando a través del Sacerdote, Altar y Cordero la efusión del Espíritu y la Vida Nueva. He aquí el verdadero quicio de la vocación sacerdotal.


POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...