Una Alianza Eterna
Según la
profecía de Ezequiel –retomando el tópico ya tratado por Jeremías de la Alianza
Nueva grabada en el corazón-, Dios devolverá a su tierra a un Nuevo Israel y
pactará con él una Alianza Eterna, pondrá su Santuario en medio de ellos para
siempre. El anuncio de esta Alianza queda enmarcado en la temática más general
del fin del exilio y del regreso a la tierra. Y también en Ezequiel se adjunta
la noticia de volver a ser un solo Pueblo, superando la división histórica de
los dos reinos de Judá al Sur e Israel al Norte. En una acción simbólica se
expresa este designio de Dios.
“La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos
términos: Y tú, hijo de hombre, toma un leño y escribe en él: «Judá y los israelitas
que están con él.» Toma luego otro leño y escribe en él: «José, leño de Efraím,
y toda la casa de Israel que está con él.» Júntalos el uno con el otro de
suerte que formen un solo leño, que sean una sola cosa en tu mano. Y cuando los
hijos de tu pueblo te digan: «¿No nos explicarás qué es eso que tienes
ahí?», les dirás: Así dice el Señor
Yahveh: He aquí que voy a tomar el leño de José (que está en la mano de Efraím)
y las tribus de Israel que están con él, los pondré junto al leño de Judá, haré
de todo un solo leño, y serán una sola cosa en mi mano. Los leños en los cuales
hayas escrito tenlos en tu mano, ante sus ojos, y diles: Así dice el Señor
Yahveh: He aquí que yo recojo a los hijos de Israel de entre las naciones a las
que marcharon. Los congregaré de todas partes para conducirlos a su suelo.” (Ez
37,15-21)
La profecía
sobre la Alianza definitiva también se da en un “contexto de dones salvíficos”
que Ezequiel va entretejiendo para mostrar el proceso o dinámica de la obra del
Señor.
“Haré de ellos una sola nación en esta tierra, en
los montes de Israel, y un solo rey será el rey de todos ellos; no volverán a
formar dos naciones, ni volverán a estar divididos en dos reinos. No se
contaminarán más con sus basuras, con sus monstruos y con todos sus crímenes.
Los salvaré de las infidelidades por las que pecaron, los purificaré, y serán
mi pueblo y yo seré su Dios. Mi siervo David reinará sobre ellos, y será para
todos ellos el único pastor; obedecerán mis normas, observarán mis preceptos y
los pondrán en práctica. Habitarán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob,
donde habitaron vuestros padres. Allí habitarán ellos, sus hijos y los hijos de
sus hijos, para siempre, y mi siervo David será su príncipe eternamente. Concluiré
con ellos una alianza de paz, que será para ellos una alianza eterna. Los
estableceré, los multiplicaré y pondré mi santuario en medio de ellos para
siempre. Mi morada estará junto a ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y
sabrán las naciones que yo soy Yahveh, que santifico a Israel, cuando mi
santuario esté en medio de ellos para siempre.” (Ez 37,22-28)
Prestemos
atención a la siguiente concatenación virtuosa:
- El anuncio de la restauración del único Reino de un único
Pueblo. Será superada la división entre los hermanos y reinstalada la
convivencia fraterna.
- El anuncio del fin del exilio en Babilonia y del regreso a la
Tierra de las Promesas para habitarla, dando continuidad y nuevo comienzo
a su identidad de Pueblo elegido.
- La purificación que quitará las basuras (idolatrías y
pecados) con los cuales han contaminado el corazón. Y serán mi pueblo y yo seré su Dios.
- La promesa del Mesías-Pastor que conducirá y cuidará al
Pueblo para que permanezca en la Alianza definitivamente.
- La Alianza Nueva será una Alianza de Paz. Porque el clásico
“shalom” expresa la saciedad y disfrute de los bienes y gozos salutíferos,
lo cual es consecuencia de la Alianza sellada con Dios y vivida en
fidelidad.
- La Alianza Nueva será una Alianza Eterna. El signo de tal
estabilidad es que el Señor pondrá su Santuario en medio de su Pueblo para
siempre. Y por esta Morada Suya en medio de ellos, santificará Dios a su Pueblo.
Prontamente
trataremos el tema del Templo Nuevo con mayor detalle. Pero podemos anticipar
que en esta línea de “interiorización” tanto de Jeremías como de Ezequiel, ya
se preparan las cristianas nociones neotestamentarias de “gracia” e “inhabitación”.
El conjunto de
la perícopa –además de hacer síntesis sobre tópicos que se venían elaborando-,
logra entretejer con habilidad la descripción realista de un proceso de
espiritualidad: el llamado a volver a la identidad fundante o gracia de los orígenes,
la regeneración o renovación vocacional, la purificación o conversión, la guía
y animación pastoral del camino, la Alianza o Unión con Dios a la cual tiende
todo el proceso, los efectos salutíferos de tal Unión y la Unión como una
realidad que aspira a ser estable y permanente.
Una Alianza grabada y sellada conviviendo en Amor
El sendero de “interiorización”
de la experiencia religiosa va desvelando que la gloria del Pueblo no se
encuentra en la tierra, el templo y el rey, sino que su gloria es el mismo Dios.
Esto que parece una obviedad no lo es tanto. ¿Cuántas veces nos hemos
focalizado en las “gracias de Dios” perdiendo como centro y eje la Unión con Dios
mismo? Parafraseando algún dicho podríamos decir: “no las cosas de Dios sino el
Dios de las cosas”. No busques al Señor por lo que pueda darte para ti, sino búscalo
como quien quiere darse a Sí mismo a ti y encuéntralo entregándote tú a Él.
Una de las
primeras cosas que se le debe señalar a quien quiera crecer en la vida interior
es a despojarse de expectativas y a no ponerse ya en el centro. Así comenzamos
de seguro, hablando de nosotros, presentando nuestra vida, rogando por nosotros
o agradeciendo por lo que está sucediendo en nuestra historia. Y eso está muy
bien, razonablemente bien para los inicios pero no para crecer. ¿Amamos al Señor
por lo que pueda darnos y hacer en nuestra vida, o sea no avanzamos más allá
del círculo de nuestros intereses? ¿O podremos dar el paso también de amarlo
por Él mismo, amarlo no solo por lo que provee, sino desearlo y amarlo a Él?
Tierra, templo
y rey, signos del Amor de Dios por su Pueblo, finalmente también se
transformaron en ídolos, desplazando al Dios único y verdadero. Por eso fueron
dejados en desnudez y llevados a la intemperie del desierto en el exilio. ¿Para
qué? ¿Era un Dios despechado y vengativo el que los castigaba abandonándolos? ¿O
era el Padre del Pueblo que les estaba diciendo: donde tú vayas Yo estaré
contigo, y aunque te falten tierra, templo y rey, nunca te faltare Yo? ¿Acaso
no te es suficiente que Yo sea tu Tierra de las Promesas, tu Templo y Santuario
Viviente y tu Rey Pastor? ¿No te das cuenta aún que si me tienes a Mí lo tienes
todo y que al enfocarte en las realidades creadas que realicé para ti y te las
regalé, si te olvidas por ellas de Mí lo pierdes todo? ¿Qué es más valioso: el
río que corre deslumbrante frente a tus ojos o la Fuente secreta y escondida
desde la cual brota y que lo nutre inagotable? Sin la Fuente no hay río, y te parecerá
haber sido solo un espejismo cuando se seque y te halles en medio del desierto.
Esta pedagogía
de la “interiorización” apunta pues al vínculo de Unión y a poner en el centro
de la experiencia religiosa el trato de Amor con Dios. La Alianza se sella y
graba en lo profundo del corazón por la permanencia en la convivencia. Indica
que todo el proceso alcanzará madurez, estabilidad y plenitud que sacia, cuando
la gratuidad se vaya haciendo habitual. Por lo pronto aquí está Dios mostrándole
a su Pueblo que permanece con él cuando ya no tiene nada, cuando parece que ya
no es nada. Lo sigue hasta el desierto del exilio y allí quiere convertirse en
su Morada. Se acerca a convivir con ellos sin ningún interés para Sí porque los
ama y elige. Por su fidelidad espera que el Pueblo aprenda a desembarazarse de
todos sus pegotes para quedarse con quien verdaderamente es Fuente y Tesoro.
Quizás en esta
hora tan crítica de la Iglesia Peregrina, el resurgimiento de la vida
contemplativa destelle como resguardo y oportunidad de rescate, además como
profecía que exhorta a volver a Dios por Él mismo. La mística cristiana que
busca la Unión, siempre ha sido el más poderoso remedio para revertir el obsesivo
impulso del Adán pecador a ponerse idolátricamente en alto y en el centro.
Cuando la Iglesia
deja de vivir para y por su Señor, desde y hacia su Dios, vive para sí misma, simplemente
se ha distanciado y ya no convive con su Esposo. Y tarde o temprano se dará
cuenta que está desnuda y frágil en el desierto del mundo que la ha fascinado
engañosamente. Tendrá hambre pero sus apetitos sin purificar le harán devorar
desesperadamente aquello que no solo no nutre, sino que al traspasar el paladar
no sienta bien, cae mal y enferma. Pero no estará sola. Dios no abandona y fiel
la ama gratuitamente porque la ha elegido como suya en el Amor. Tal vez entonces
recapacite y conmoviéndose comprenda: “Solo Dios basta”.
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