“El verdadero siervo inútil, pobre y humilde”, expresión
que remite a los dichos del Señor Jesús acerca del servidor que no necesita que
se le agradezca, pues tan solo ha hecho cuanto se le ha encomendado. También
expresión que remite a la espiritualidad propia del Pobrecito, de San Francisco
de Asís.
“El verdadero siervo inútil, pobre y humilde, solo
atesora la Unión con su Amado y Esposo”, vive para esa Unión. En el sustrato y
cimiento de su vida, en lo alto de la cima, en todo el trayecto, pone como
prioridad y sentido la Unión con Dios, la Unión con su Amado y Esposo. ¡Para
eso vive! Como para llevar en sí, atesorándolas como un honor y
privilegio, “heridas vivas y cicatrices
de la Cruz”.
Recuerdo a San Pablo, sobre aquello de que aún falta que
completemos en nosotros, en el Cuerpo de la Iglesia, lo que falta a los
padecimientos de Cristo, nuestra Cabeza. Lo que de su Pasión debe ser
completado en los creyentes. Y aquello otro de que ya no me molesten más porque
llevo en mí las cicatrices de Jesús.
No de un modo enfermizo –masoquista-, pero: ¿no es hermoso
poder mostrar en la vida de uno las cicatrices de los combates por fidelidad al
Señor Jesús? ¿No es como un honor y privilegio portar sobre nuestra pobre vida
las consecuencias de haber cargado la Cruz junto al Señor, de haber sido
perseguidos en su Nombre? ¿No hay belleza para nosotros –los cristianos- en los
rastros del testimonio de Jesús?
¡Qué bueno poder atesorar la Unión con Dios, Amado y
Esposo! ¡Atesorar esas cicatrices que han quedado en nosotros por ser fieles a
Cristo, por compartir su Cruz!
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