Ezequiel: vivir según Dios en una tierra extraña (10)



Ven Espíritu, sopla y que revivan estos muertos

 

Aunque el profeta Ezequiel haya enrostrado a las clases dirigentes su mala praxis en el pastoreo del Pueblo, sin embargo también anuncia a esos mismos culpables –exilados en Babilonia- que pueden llegar a ser el Resto de Yahvéh, Resto Santo, si se dejan purificar y llenar de vida en el Espíritu (37,1-14). Contemplemos la famosa visión acerca de una multitud de huesos secos.

 

“La mano de Yahveh fue sobre mí y, por su espíritu, Yahveh me sacó y me puso en medio de la vega, la cual estaba llena de huesos. Me hizo pasar por entre ellos en todas las direcciones. Los huesos eran muy numerosos por el suelo de la vega, y estaban completamente secos. Me dijo: «Hijo de hombre, ¿podrán vivir estos huesos?» Yo dije: «Señor Yahveh, tú lo sabes.» Entonces me dijo: «Profetiza sobre estos huesos. Les dirás: Huesos secos, escuchad la palabra de Yahveh. Así dice el Señor Yahveh a estos huesos: He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros, y viviréis. Os cubriré de nervios, haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os infundiré espíritu y viviréis; y sabréis que yo soy Yahveh.»

Yo profeticé como se me había ordenado, y mientras yo profetizaba se produjo un ruido. Hubo un estremecimiento, y los huesos se juntaron unos con otros. Miré y vi que estaban recubiertos de nervios, la carne salía y la piel se extendía por encima, pero no había espíritu en ellos. El me dijo: «Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dirás al espíritu: Así dice el Señor Yahveh: Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan.»  Yo profeticé como se me había ordenado, y el espíritu entró en ellos; revivieron y se incorporaron sobre sus pies: era un enorme, inmenso ejército.”  (Ez 37,1-10)

 

Analicemos sumariamente algunos elementos significativos:

  1. La contraposición “huesos-Espíritu”. Evidentemente son los dos términos más notorios y cruciales en la narración de la visión, reapareciendo múltiples veces como tema central. Acerca de los “huesos” (seláh) se dice que son numerosos pero están secos, muertos y sin vida, además de dispersos y aislados. Habría que entenderlos también en el sentido de costillar o esqueleto o estructura ósea.

El “Espíritu” evidentemente hace referencia al soplo divino, al soplo del Dios Viviente que anima la vida. También se identifica con el viento del desierto y la estepa que llega sorpresivo y envolvente, a quienes los Patriarcas denominaban “ruáj”. Acerca de él se afirma que actúa en el profeta bajo el lema: “me sacó y me puso”. El hombre de Dios se halla pues bajo su influjo y es solo en el Espíritu que desarrolla su ministerio profético. Pero también es a quien se le encarga convocarlo: “Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan”. Es decir desde los cuatro puntos cardinales, desde todos lados. Es el Espíritu que dio vida a cuanto existe y que es universal, está actuando en toda la creación. Evidentemente Ezequiel hace referencia a aquella cosmogonía que quedará plasmada en los relatos del Génesis, acerca de los orígenes de todo ser vivo y del hombre.

El Espíritu vendrá sobre los huesos en un proceso de reavivamiento que comienza por el ruido y el estremecimiento conjuntos al inicio de la locución profética que es Palabra de Dios. El primer efecto de la primera palabra profética será que los huesos vuelven a juntarse, es decir vuelven a ser una estructura capaz de sostener el cuerpo, y entonces crece la carne, los nervios y la piel. Aquella multitud de huesos dispersos y aislados es reintegrada a la unidad. Un segundo momento de la palabra profética impetra al Espíritu para que entre en ellos y cobren vida. Así se afirma que sin el soplo divino no hay vida. Y el Espíritu se “infunde y entra”, interioriza la vida divina.

  1. Quisiera resaltar el uso de algunos verbos. “Saber-conocer”. El profeta no sabe si podrán revivir aquellos huesos (v.3) El Señor por su obra hará que sepan, tanto el profeta como el Pueblo, que Él es Dios (v.6.13.14).

Entrar-venir”. Para expresar la venida del Espíritu (v.5.9-10). Se trata en términos posteriores de la teología de una “inhabitación”. Se infunde y se hace interior al hombre.

Salir-llevar”. Fruto de la acción del Espíritu: la vuelta a la vida-tierra-identidad (v.12). Como al profeta “lo sacó y lo puso”, al Pueblo también.

No debe interpretarse entonces este pasaje en el sentido de la resurrección de la muerte, sino en cuanto restauración del proyecto de Dios sobre el Pueblo que se encuentra exilado en Babilonia. Allí son comparables con huesos secos y dispersos a los cuales les falta vida. Pero el Señor quiere restablecerlos en la unidad y ponerlos de nuevo en pie comunicándoles su Espíritu. Entonces podrán caminar.

La descripción de la visión es completada con la Palabra del Señor que explicita su significado.

 

“Entonces me dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos andan diciendo: Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros. Por eso, profetiza. Les dirás: Así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy Yahveh cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, Yahveh, lo digo y lo hago, oráculo de Yahveh.»” (Ez 37,11-14)

 

El sentido pues de esta profecía es el anuncio del fin del destierro. El exilio concluirá y dará lugar a una nueva Creación, un nuevo comienzo, una nueva Alianza. Esta será la obra de Dios que al interiorizar su Espíritu hará que el Pueblo mismo se convierta en el Nuevo Templo de su Vida y Gloria. En el fondo es más que un oráculo de restauración, pues no se repite el pasado. El futuro desvelará la Alianza Nueva y definitiva, grabada en el corazón, realidad interior animada por el Espíritu.

La perícopa nos deja entrever el rol de los personajes en la trama histórica.

Yahvéh es el Señor de la historia de su Pueblo que con sabiduría traza caminos de crecimiento, purificación y plenitud.

El Espíritu es quien restaura, revive y reanima la identidad o proyecto del Pueblo de Dios. Cuando todo parece perdido, cuando se presagia el fin y la disolvencia del Pueblo, posibilita un nuevo y mejor comienzo verdaderamente insospechado.

El Profeta escucha la Palabra para bien de su Pueblo y la proclama para que produzca su salvífico efecto. Es el instrumento de Dios.

Israel-Huesos es el número de los desterrados en Babilonia que se están resecando y muriendo. Desconectados y dispersos se debilita su Fe en el Señor. El clima de época podría describirse con la siguiente adjetivación: desesperanza, descreimiento, fracaso, frustración, desunión y pérdida identidad.

En algún momento hemos afirmado que Ezequiel, el profeta-centinela, también es como una suerte de “maestro de novicios” que le enseña al Pueblo en medio de una tierra extraña y de una aparente cancelación de la Alianza, cuál es el sentido de su actual padecimiento, cómo mantenerse fiel al Señor y qué esperar de Él. Así el pasaje de los huesos secos se vuelve una maravillosa parábola de la purificación necesaria para un crecimiento novedoso y un salto de calidad impresionante: el Espíritu será interiorizado, pondrá en pie la estrucutura o esqueleto del cuerpo del Pueblo, le pondrá alma y vida y entonces podrán caminar como un ejército victorioso en la Alianza Nueva del Señor que no abandona.

 

Ven, Espíritu Santo, sopla sobre tu Iglesia y vivirá

 

Desde la década del noventa, a fin del siglo XX, intuyo que el exilio es el modelo o paradigma bíblico que mejor nos ayuda a interpretar la realidad de estos tiempos. Pues en el contexto de un intento de “refundación” de la vida religiosa, se comenzó a hacer oír esta idea: ya no es el éxodo cual gesta liberadora, que animó no poca literatura teológica y espiritual de los setenta y ochenta en Latinoamérica; sino el exilio del Pueblo de Dios en medio de un mundo pluricultural y signado por la nueva era de una religiosidad neo-pagana resurgente, el horizonte que se bosqueja por delante.

Aquella tímida e inicial pincelada descriptiva ha sido ampliamente superada –dos décadas después- por la realidad de un relativismo disolvente de toda referencia, la adolescente y patética efervescencia de un culto romántico y suicida al nihilismo, como una gobernanza mundial bajo simulada participación democrática –que las masas desmovilizadas ya no compran- y que esconde en su fondo el verdadero poder de grupos económicos y tecnocráticos de insospechadas conexiones y planificación secreta.

¿La Iglesia está perdida? Si el interrogante es interpretado como: ¿es el fin de la Iglesia y del cristianismo? Mi respuesta contundente es, no. Se trata de una cuestión de fe. La Iglesia está en manos de Dios, principalmente en sus manos, y los hombres de este mundo no podrán destruir la sólida Ciudad Celeste de cimientos luminosos que construye. El Señor no dejará de suscitar santos.

Pero si quieres comprenderla de este modo: ¿la Iglesia está desorientada y sin rumbo? Mi respuesta entonces claramente es, sí. Percibo una creciente disolvencia de su identidad en una entrega al mundo de sus contemporáneos que termina en traición de su misión. Porque se advierte un neo-arrianismo, una frágil confesión de la Divinidad de Jesucristo, una pobre y balbuceante aclamación de su centralidad exclusiva en materia soteriológica. Con pretexto de falso diálogo y tolerancia se pretende encubrir la pérdida de la Fe.  El Misterio Trinitario mismo va siendo alcanzado y con ello toda la doctrina bíblica sobre la cosmogonía creacional y el destino de una Comunión Eterna van siendo puestos en jaque. Y todo con pretensión de discernimiento. Un discernimiento tal no es más que el discernimiento de quien ha sido tentado y no se ha dado cuenta del engaño en el que ha caído.

“Restablecer”, me parece una palabra eclesial urgente. Restablecer la sana doctrina. Restablecer la fe y costumbres contenidas en el tesoro de la Tradición Apostólica viva. Restablecer la adhesión de mente y corazón, el obsequio obediencial en amor de nuestra fe al Depositum Fidei. Restablecer el cuidado solícito y la actualización fiel y presentación oportuna del dato revelado. Restablecer el anuncio humilde pero triunfal del Evangelio Eterno, Jesucristo Resucitado, Señor de cielos y tierra. ¿Quién podrá realizar semejante obra?

¿Acaso no se encuentra la Iglesia peregrina como multitud de huesos resecos, dispersos y sin vida, desparramados en la desertificación del mundo? ¿Quién podrá ponerlos en pie, reintegrarlos en la unidad, darles de nuevo la capacidad de ser una estructura de identidad que sostenga la vida? ¿Podrá revivir esta Iglesia desorientada y agonizante? Insisto: ¿quién podrá hacerlo?

“Ven Espíritu Santo: sopla, entra, transforma, revive, reanima, conduce, libera.” Es imprescindible llamarlo en esta hora: “Ven, Espíritu de Dios. Sácanos de la tumba sombría y fría hacia la Luz cálida y resplandeciente de una Alianza Nueva. Haz de tu Pueblo peregrino en la historia el Templo de la Gloria del Señor que quiere salvar al mundo entero e introducirlo en su eterna Comunión de Amor.

Pero si todo esto te parece demasiado y te sientes desbordado, no importa. Al menos te suplico que eleves tus manos, que presentes tus personales huesos secos, y que te abras al soplo de una nueva creación.




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