Este proverbio de ermitaño
parte de la experiencia eclesial vivida. En esta Iglesia que peregrina en la
historia podemos encontrarnos con personas –hermanos nuestros cristianos-, que
no cultiven la humildad, ni busquen ocupar los últimos lugares pasando
desapercibidos o siendo simplemente servidores; sino que vayan tras el poder,
el protagonismo, procurando establecerse por encima del otro, ávidos de fama y
quizás también de enriquecimiento. Viven la Iglesia como una carrera por el
encumbramiento con afán de títulos y honores.
Hermanos así podremos encontrar
siempre en la vida de la Iglesia que peregrina en la historia. Por
misericordia, para ayudarlos, sanarlos y rescatarlos, hay que predicarles la
humildad. ¿Y qué mejor forma que volver a anunciarles a Jesucristo anonadado, abajado
y humilde, contemplándolo en el Pesebre, la Eucaristía y la Cruz? Se les debe
predicar a nuestros hermanos cuando pierden la humildad del servidor y empiezan
a buscarse a sí mismos, su protagonismo y su poder, al Señor Jesús, el humilde
Siervo. Puede ser que los hermanos rechacen este Evangelio de la pequeñez, de
la simplicidad y la minoridad. Se empeñen en su carrera de encumbramiento y
empoderamiento en títulos, honores, cargos y reconocimientos. Bien, seguiremos
caminando junto a los hermanos sin separarnos pero sin convalidar lo que
apetecen. Sin convalidar su mentalidad desmesurada y sus búsquedas impropias
del camino del Evangelio. Caminaremos sin separarnos pero sin convalidarlos.
Seguiremos anunciando el Evangelio del Jesús humilde en Pesebre, Eucaristía y
Cruz.
Mi experiencia lamentablemente me
dice que, si estos hermanos a quienes les falta la humildad del servidor pobre
y simple –sobre todo si ya están muy encumbrados en altos cargos, con grandes
honores y detentan mucho poder-, lo mejor es apartarse, tomar distancia,
alejarse. Quizás ya su forma de vida está muy cristalizada, consolidada y
amañada. En este sentido, a pesar de tener un alto cargo y dignidad, resultan
impostores –aunque el lenguaje resulte duro-, porque no quieren vivir y
convertirse al Evangelio del Siervo humilde y pobre que es el Señor Jesús. Y
van a intentar ponerte trampas, seducirte y cautivarte. O si intentas
predicarles el Evangelio para con misericordia alcanzarles alivio, sanación,
corrección y orientación, lo más probable es que descarguen su ira contra ti,
que no soporten este anuncio y te persigan.
Bueno, sé que no es el rostro
más amable pero la vida de la Iglesia que peregrina en la historia también
tiene estos rostros, frutos amargos de nuestros pecados sin conversión. Hagamos
penitencia.
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