PROVERBIOS DE ERMITAÑO 6


 

El silencio es indispensable. Aprender a silenciarse.

Vivimos en un mundo alborotado que parece siempre efervescente, en ebullición. Estamos continuamente bombardeados por un sinfín de estímulos. No hay pausa. Nadie parece poder detenerse. El ajetreo es lo cotidiano; una existencia volcada en la pura exterioridad. Y así desligados de nuestro corazón, descorazonados, como sin alma transitamos. Sin interioridad. Sin espiritualidad.

Un mundo que también impacta en la vida de la Iglesia. ¡Tantas veces en la propia dinámica de la vida eclesial de nuestras comunidades, en la Parroquia y en la Diócesis, uno quisiera encontrar la pausa y el silencio, la hondura y la profundidad! ¡Y es tan difícil de encontrar! No nos hacemos tiempo. No percibimos cuán urgente y crucial es esta inversión. Esta inversión valiosa de un tiempo de nuestra vida para detenernos y hacer silencio.

Podríamos ser rescatados pero nos resistimos. Y así va creciendo el abandono de la oración personal. El abandono de la vida de oración y de adoración en nuestras comunidades. Impera el exceso de  las palabras y de los gestos. Reina el exhibicionismo impúdico de la banalidad y de todo lo provisorio. ¡Cuánto nos cuesta detenernos y recalar en lo esencial; en lo que no pasa y permanece, siendo fundamento, camino y horizonte!

¿Cómo escuchar a Dios sin hacer silencio? ¿Cómo estar con Él sin purgar tantas presencias distractoras? Sin el silencio que genera espacio y vacíos no hay disponibilidad para la escucha, para el encuentro y para el trato con Dios. Sin silencio la vida espiritual está irremediablemente perdida. Perdida en cuanto desorientada y sin rumbo. Perdida en cuanto degradándose, debilitándose, amustiándose y muriendo. ¡Para que se encienda el fuego del Espíritu debemos ofrecer el oxígeno del silencio! Solo en el silencio crece el Espíritu.

 


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EVANGELIO DE FUEGO 31 de Octubre de 2025