La Iglesia peregrina, que
camina en la historia, sufre a veces esta situación sorprendente. La Iglesia
triunfante, nuestra Madre, la Jerusalén Celeste, la Ciudad de los Santos ya se
halla asegurada en Dios. Pero nosotros en el tiempo aún estamos decidiendo. Y
como hay miembros en la Iglesia que caemos en pecado, quiere decir que todos
somos tentados. Y a veces parece que la tentación nos acecha por todos lados
incluso desde dentro de la propia Iglesia peregrina que camina en la historia.
Con escándalos y anti-testimonios de sus miembros el ambiente se enrarece y
degrada.
Un ejemplo son nuestros días plagados
de confusión, probablemente con no pocos errores doctrinales, búsquedas de
poder desmesuradas, infidelidades morales y espirituales, desobediencia, una
preocupante falta de acogida a la Revelación entera, rebeldía y falta de
docilidad a la Palabra Santa de Dios y la ruptura de los iluminados con la
Tradición Apostólica. Así se va dañando el vínculo con nuestro señor Jesucristo
fuente de toda Revelación y Verdad salutífera.
En fin, de tanto en tanto
parece que en algún período de la Iglesia peregrina andan sueltos todos los
demonios. Hoy creo, dada mi descripción, que transitamos uno de esos tiempos. Y
solo se los expulsa con penitencia y oración. Haciendo mención a aquel milagro,
en el cual los discípulos le preguntan al Señor, por qué ellos no pudieron expulsar
al demonio mudo, también nosotros hallamos una respuesta simple y precisa: hace
falta penitencia, ayuno y oración. Porque cuando la Iglesia se ve atravesada
por las tentaciones como desde dentro de sí misma y percibimos que el pecado
fue creciendo al interior de la comunidad de la fe, evidentemente el mal de
fondo es el abandono de Dios, seguramente una degradación de la vida espiritual
y del culto litúrgico. El mal de fondo es que Dios ya no cuenta con todo el
espacio y la preeminencia en nuestra vida y corazón como tampoco en nuestras
comunidades.
Para salir de esta situación,
cuando la Iglesia se siente invadida por las tentaciones y debe admitir que el
Adversario ha encontrado fisuras y huecos por donde colarse y provocar daño, el camino es volver
a Dios, que nuevamente Él esté en la base, en el centro y en lo alto de la vida
de la Iglesia. Que Dios de nuevo lo sea todo para nosotros. El mejor remedio es
la conversión. Por la penitencia y la oración abrazar de nuevo la aspiración de
santidad.
Debemos ser realistas, puede
suceder que la Iglesia en algunos miembros, cargos eclesiásticos o estructuras
de gobierno pastoral sea infestada por el mal. Ha pasado en los tiempos
Apostólicos y siguió pasando a lo largo de la historia. Pero no vencerá el mal,
también la Iglesia peregrina está asegurada en Dios aunque en sus miembros o en
algunos sectores del pueblo en tránsito se constaten defecciones e infidelidades,
se dejen caer en la tentación y en el pecado. Somos un pueblo peregrino, aún
inestable hasta que la libertad de cada quien aún no esté ganada para ser de Cristo.
Tranquilos, todo se resuelve con una mayor calidad en la Alianza con Dios,
mediante penitencia, oración y búsqueda sincera de conversión y santidad.
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