PROVERBIOS CON LUZ DE AMOR. Encarnación, Eucaristía y Cruz.

 


Encarnación, Eucaristía y Cruz

 

1.      Encarnación, Eucaristía y Cruz. Este misterio quiero contemplar. A hundirme en este misterio soy llamado.

 

2.      Contemplar quiero el misterio grandísimo del Dios hecho pobre por amor, anonadado, abajado, humildísimo, escondido, indefenso y desnudo, entregado sin límite.

 

3.      Contemplo a ese Dios que quiso tomar la carne de la necesidad por amor, haciéndose Él, el Creador, necesitado de nosotros, quienes somos los verdaderamente necesitados de Él.

 

4.      Encarnación. ¡Qué locura de amor tan grande! ¡Qué capacidad de amor la del Señor! ¿Quién como Él humilde y pobre, desapropiado y desnudo, totalmente volcado por amor a sus criaturas? ¿Quién como Él?

 

5.      Eucaristía. Nada más simple que un pedazo de pan y un poco de vino. Nada más frágil, disponible, pobrísimo, cotidiano y escondido. ¿Y Tú quieres estar aquí?

 

6.      Eucaristía. Nada más atrayente, fuente de todo bien y de todo amor, que desbordando a raudales inunda y sustenta tan secretamente al mundo. ¡Y Tú quieres quedarte aquí!

 

7.      Cruz. Y miro también al Amado clavado en la Cruz. ¿Y qué puedo decir? Nada puedo sino recorrer sus benditas llagas.

 

8.      Cruz. Palpar de lejos su dolor inmenso. Asombrarme y conmoverme, quebrarme y sollozar con lágrimas de adentro ante la donación generosísima de su vida, ante la magnificencia grandiosa de su corazón amante.

 

9.      Cruz. ¿Cómo es posible, Señor, tanto amor? ¿Cómo es posible? ¿Fue por mí? ¿Por qué? Ni toda la ciencia teológica de este mundo podrá terminarle de explicar a mi corazón la maravilla inmensa que contemplo.

 

10.  Encarnación, Eucaristía y Cruz. ¡Indecible misterio, indecible! ¡Señor, moldéame a tu imagen y semejanza según este gran tesoro!

 

11.  Pan fuerte y vino fuerte de su omnipotente amor.

 

12.  Comer y beber quiero, porque el Señor me regalo el querer, pan fuerte y vino fuerte de su omnipotente amor.

 

13.  Amor omnipotente porque es tan rico que no le puedo albergar y llegando a mí me derrumba y ensancha, me enloquece y desmaya, abrazándome me incendia y me saca de mí con mano fuerte.

 

14.  Amor Omnipotente porque viene como todo a una y hay tanta desmedida entre su magnitud y hermosura y deleite y mi capacidad de corazón que viniendo arrasa sin destruir, arrasa haciéndolo todo nuevo.

 

15.  ¡Qué amor tan inefable éste que me cautiva la vida!

 

16.  Y a ese amor de Dios tan omnipotente por la desmedida y la locura que para el hombre es, lo veo escondido en la Eucaristía, y allí me llama y metiéndome en él me consume. Pan fuerte y vino fuerte, Cuerpo y Sangre del Señor.

 

17.  La Eucaristía es pan fuerte y vino fuerte, alimento sólido para amantes maduros.

 

18.  La Eucaristía es el pan fuerte y vino fuerte que debe comer y beber todo cristiano: vérselas de frente con Cristo y ser invitado a hacerse uno con Él, a vivir vida escondida, a partirse y repartirse sin medida.

 

19.  Para contemplar hay que hacerse pobre, anonadarse, abajarse, humillarse como Él. Pasar por la Encarnación dejando que Él se haga carne en la propia vida, no ser ya uno sino como otro Cristo.

 

20.  Para contemplar hay que pasar por la Cruz crucificando la propia vida en Él.

 

21.  Ser Eucaristía, hacer de la propia vida pan y vino que se parte y se reparte a los hermanos hasta que ya no queda nada. Y todo esto movidos por su amor.

 

22.  ¡Qué amor tan omnipotente entonces es éste Amor de Dios que a tanto amor  nos mueve!

 

23.  ¡Señor, no permitas que ante tu Cuerpo y tu Sangre mi tierra quede estéril! ¡Despósame en tu amor omnipotente, méteme en ti y hazme como Tú!

 

Isaías III: Un camino abierto hacia el horizonte escatológico (1)





El retorno no ha sido fácil

 

¿Existe un tercer Isaías? Ya hemos tratado la cuestión crítica al iniciar nuestro recorrido con el Isaías II. Si el Deutero-Isaías es un cantor de esperanza, un optimista; el Trito-Isaías no encuentra sin embargo una situación fácil al volver a la tierra. El contexto es la restauración del proyecto de Israel, la reorganización pos-exílica y la reconstrucción a diversos niveles. La tarea se volverá más ardua y lenta que lo esperado. Nuevamente los dirigentes y el Pueblo no se encontrarán a la altura de la propuesta de Dios. Coincidiendo con el surgimiento de la tradición apocalíptica, el Isaías III terminará escatologizando todas las promesas del Isaías II. Por un lado las coloca en un horizonte definitivo y trascendente que depende enteramente de Dios, el final de los tiempos, el futuro definitivo del Juicio y del Día del Señor; por otro lado deja entrever la limitación propia de las concreciones históricas que siempre se quedan cortas, lo insuficientes y frustrantes que terminan resultando los empeños puramente humanos.

 

El ayuno agradable a Dios

 

Se nota en el Trito-Isaías la necesidad de retomar temas clásicos acerca de cómo el Pueblo vive su religiosidad. Les propongo un texto sobre el ayuno que se escucha siempre en la liturgia del Viernes inmediato al Miércoles de Ceniza y que marcó tan profundamente el sentido de la Cuaresma cristiana.

 

“Clama a voz en grito, no te moderes; levanta tu voz como cuerno y denuncia a mi pueblo su rebeldía y a la casa de Jacob sus pecados. A mí me buscan día a día y les agrada conocer mis caminos, como si fueran gente que la virtud practica y el rito de su Dios no hubiesen abandonado. Me preguntan por las leyes justas, la vecindad de su Dios les agrada. - ¿Por qué ayunamos, si tú no lo ves? ¿Para qué nos humillamos, si tú no lo sabes? - Es que el día en que ayunabais, buscabais vuestro negocio y explotabais a todos vuestros trabajadores. Es que ayunáis para litigio y pleito y para dar de puñetazos a malvados. No ayunéis como hoy, para hacer oír en las alturas vuestra voz.” (Is 58,1-4)

 

El primer segmento de la perícopa realiza una inclusión bajo la temática de la “voz” que abre y cierra el pasaje. Se inicia con la “voz” autorizada del profeta que en nombre de Dios levanta su palabra sin moderaciones ni atenuantes y se hace eco de la Voz potente del Señor que denuncia el pecado de su Pueblo. Cierra el texto insinuando la “voz” debilitada del Pueblo que a consecuencia de su incoherencia y falsa religiosidad no alcanza al Cielo, una voz que no puede llegar a las alturas, que no tiene la virtud suficiente para merecer ser oída por su Dios. En medio de esta inclusión se desarrolla una doble temática: un ayuno impostado, que busca ser visibilizado pero es engañoso y una palabra proferida con doblez, que por un lado se muestra interesada por agradar a su Señor pero también se manifiesta como murmuración contra Él. Queda expuesta entonces la incongruencia de un Pueblo que dice buscar a Dios y al mismo tiempo ya le ha abandonado. Dios reclama que el ayuno practicado no es de su agrado pues queda desmentido por una conducta reprobable.

 

“¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero el día en que se humilla el hombre? ¿Había que doblegar como junco la cabeza, en sayal y ceniza estarse echado? ¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahveh? ¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo? ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahveh te seguirá. Entonces clamarás, y Yahveh te responderá, pedirás socorro, y dirá: «Aquí estoy.»” (Is 58,5-9a)

 

¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero? Interrogante incisivo que abre la sección. ¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahveh? Es contundente la expresión de desprecio que el Señor realiza a causa de la práctica religiosa que le ofrecen. “¿Eso llaman ayuno?” Y como contrapartida anuncia el verdadero ayuno que Él espera: deshacer y desanudar los engaños opresivos del mal, liberar; dar refugio a quien nadie contiene, sostener la vida del pobre, cuidar del débil, consolar. Es la clave hermenéutica tan insistida por el profetismo: el culto dado a Dios se verifica como auténtico en la actuación caritativa con el prójimo. Sin estas entrañas de compasión y misericordia la práctica religiosa se torna formal y vacía, exterior y superficial, vaciada de Espíritu e inconsistente.

Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Pues si se convierten… su vida, su palabra y gestos, serán receptados y legitimados por el Señor. Entonces clamarás, y Yahveh te responderá, pedirás socorro, y dirá: «Aquí estoy.» Su voz que antes no alcanzaba a llegar al Cielo ahora será escuchada. Y Dios responderá bendiciendo, obrando salvación, pastoreando y protegiendo, restaurando y reedificando, donando fecundidad y asociando al Pueblo a su obre redentora.

 

“Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas maldad,  repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía. Te guiará Yahveh de continuo, hartará en los sequedales tu alma, dará vigor a tus huesos, y serás como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan. Reedificarán, de ti, tus ruinas antiguas, levantarás los cimientos de pasadas  generaciones, se te llamará Reparador de brechas, y Restaurador de senderos frecuentados.” (Is 58,9b-12)

 

Una religiosidad sincera

 

“Obrar en presencia y bajo la mirada de Dios”. La moral cristiana ha desarrollado el tema de la “recta intención”, es decir, que la decisión que nos lleva  a una praxis busque el bien tanto en las motivaciones, como en los medios y fines. Puede haber errores de juicio por ignorancia o equivocación pero el deseo debe estar siempre orientado a realizar la voluntad de Dios.

Lo contrario a la “recta intención” es la hipocresía y la impostación acomodaticia, la falsedad y el camuflaje o disfraz de las verdaderas intenciones, la búsqueda de protagonismo y la avidez por “hacer carrera” y conseguir “títulos, honores y poder”. Cuando se trastoca el culto que el hombre debe dar a Dios por el culto del propio hombre, la religiosidad se pervierte. ¿Por qué haces lo que haces? ¿A quién buscas? ¿Te buscas tan solo a ti mismo; tu beneficio, posición, ensalzamiento y gloria? ¿En verdad buscas a tu Dios? ¿Lo buscas por Él mismo? ¿Estás deseando conocer su Santa Voluntad sobre ti?

Si hay algo que los profetas han insistido, es sobre esta vuelta sobre uno mismo para contemplarse bajo la Luz de la Palabra Divina. Dejar que el Señor nos conozca, conocernos en el Señor. Él es quien verdaderamente discierne el corazón del hombre, lo hace con Sabiduría y Amor y puede desvelarnos el camino de la Vida. La exhortación profética en este punto se dirige a todo el Pueblo para que revise su praxis religiosa y sobre cada individuo para que adquiera responsabilidad personal.

Me parece advertir en nuestra Iglesia contemporánea una dificultad creciente en este aspecto. Exageramos el diagnóstico de la realidad y al mismo tiempo hacemos escasa revisión de nuestra vida religiosa, tanto de la praxis evangelizadora como de las modalidades en las cuales suele expresarse nuestra fe. Y cuando veo surgir alguna mirada autocrítica me sorprende verla arribar desde categorías y ámbitos extra-eclesiales, derivando en la exigencia de modernización y una mayor adaptación a la cultura del mundo. Pero sin duda la gran ausente suele ser la Palabra de Dios. Aunque se proclame de continuo no llega a veces a ser la gran Fuente inspiradora de la vida eclesial. Aún tenemos un largo camino por recorrer para mirarnos con la Mirada de Dios. Sobre todo en estos tiempos donde la misma Revelación parece cuestionada, la tarea se erige más crucial y urgente que nunca. Reconectar todo lo que englobamos bajo el término “pastoral” con el Misterio de Dios para que nuestra voz también tenga la virtud suficiente para ser aceptada por el Señor.

 



Isaías II: el profeta de la consolación (6)

 



El cuarto canto del Siervo

 

Sin duda este pasaje es el más consagrado acerca del Siervo misterioso de Dios. Cual culmen excelso y climax exuberante, todos los anteriores cánticos parecen ascender hacia él. Su hondura profética alcanza tal envergadura que lo deposita en el silencio de lo místico. Y su tempranísima reinterpretación cristiana, su incorporación litúrgica al gran Viernes Santo, ya nos hacen vibrar frente a él sin saber si se trata de un texto vetero o neotestamentario o si acaso aún es posible dilucidar el límite en esa transición.

En este breve comentario solo podemos atisbar e insinuar algunos rasgos centrales. Sin duda el cambio del pronombre en el locutor-proclamador establece una perícopa en tres segmentos.

En el inicio 52,13-15 y en el final 53,11-12, la primera persona del singular es la del mismísimo Dios (Yahvéh) que se pronuncia acerca de su Siervo.

En el fragmento 53,1-10 que queda “encorchetado”, rige un “nosotros”.

Acerquémonos con reverencia:

 

“He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Así como se asombraron de él muchos - pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana - otro tanto se admirarán muchas naciones; ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó verán, y lo que nunca oyeron reconocerán.” (Is 52,13-15)

 

La primera declaración o testimonio divino acerca del Siervo delinean su derrotero. El punto inicial es un ser desfigurado y no humano que termina sin embargo levantado y ensalzado, provocando admiración como frente a lo nunca visto ni oído. Por lo tanto al final aparecerá triunfante pero… ¿de qué se trata aquella deformación y no humanidad desde la cual se parte?, ¿cuál es su causa y su sentido?

Lo que sigue desvela el enigma. Podríamos subdividir el pasaje entre las alocuciones divinas en tres temas:

 

“¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló? Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta.” (Is 53,1-3)

 

¿Nuestra noticia? ¿Nadie le dio crédito? ¿Se reveló a través de un instrumento a quien no se tenía en cuenta? Ese medio inaudito y desproporcionado de revelación crece frente a Dios como raíz en tierra árida. ¿El destierro o exilio? A sus contemporáneos no les impresionaba su presencia. ¿El profeta? ¿O el insignificante pueblo de Israel en el concierto de las naciones? “Varón de dolores y sabedor de dolencias”, otra vez el misterio del sufrimiento en el ministerio del Siervo. ¿La consecuencia de una santa fidelidad frente al misterio de la iniquidad que reina en el mundo? Despreciable, un desecho que no se tiene en cuenta y ante quien se da vuelta el rostro.

Sé que son demasiadas preguntas. Creo que la clave no está en resolverlas sino en dejarlas activas, inquietantes. Como la otra pregunta de fondo que no deja de acompañarnos: ¿quién es éste Siervo?, ¿el profeta, el pueblo o el Mesías?, ¿o acaso todos ellos?

Sigue entre mis supuestos la intencionada ambigüedad del escritor sagrado, que busca conscientemente esta polisemia, en cierto modo cercana al doble y triple sentido, ese mecanismo de doble o triple plano que advertimos también en la obra joánica. El Siervo es un símbolo y un símbolo poderoso. Y evidentemente nadie como Jesucristo y su Pasión lo han llenado y llevado a su esplendor. La profecía y la mística se han reunido aquí.

 

“¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros.” (Is 53,4-6)

 

¡Expiación! El “nosotros” sujeto de la alocución experimenta una revelación: “fue por nosotros”. Le creíamos castigado por Dios pero el Siervo aceptaba que se descargue sobre sí nuestro castigo. ¿Cómo no remitirnos al rito del “chivo expiatorio” (Lev 16,7-10)? Aunque a continuación el texto ofrecerá la imagen del “cordero”, el contexto claramente sigue siendo el del sacrificio expiatorio. La víctima ofrecida es el medio por el cual se remiten los pecados y se tiene acceso a la Salvación de Dios. No es posible ahora teologizar sobre este intercambio impensado: el Inocente asume nuestros pecados y nos da su Santidad. Obviamente los cristianos nos encontramos aquí frente a la Sabiduría y escándalo de la Cruz. La teología de la Cruz será una ciencia acerca de la “locura” de Dios y de la falsa sabiduría de los hombres (1 Cor 1,18ss). Que Cristo murió “por nosotros” y “por nuestros pecados” será un eje central del kerygma apostólico pos-pascual y San Pablo lo hará personal: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). Infunda el Señor esta gracia en nuestros corazones, la misma experiencia del locutor del oráculo y de tantos varones y mujeres a lo largo de la historia, la gracia de una crucial conversión y cambio de mentalidad: “fue por nosotros”, “fue por mí”. Solo en esta comprensión amorosa todo cambiará.

Nuestra profecía se desarrolla ahora en una dramática descripción. No la comentaré. Hagamos silencio y contemplemos el Misterio de la Redención.

 

“Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano.”  (Is 53,7-10)

 

Confieso que me siento tentado a introducir un excursus acerca del sentido “literal” y el “espiritual” o “supra-literal” en la Escritura. Y claro una enseñanza acerca del carisma de la “inspiración bíblica”. Pero a esta altura a un cristiano ya no le importa tanto el sentido que ha comprendido el hagiógrafo en su lugar y tiempo, sino que percibe asombrado como Dios “valiéndose de hombres y en lenguaje humano”, plugo expresar el misterio de Cristo escondido desde toda la eternidad y manifestado en la plenitud de los tiempos para nuestra Salvación. El Misterio de Dios y de su Alianza con la creación y con el hombre lo impregna todo con su fragancia, está como por detrás de todo sosteniendo y deja su vestigio en todo invitando a la excedencia de la Comunión Eterna. ¡Pascua!

Nuestra perícopa cierra con un nuevo cambio en el pronombre personal del locutor; reaparece el Señor:

 

“Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes.” (Is 53,11-12)

 

Ha triunfado, el Siervo ha salido victorioso. Incluso la muerte ha sido derrotada. Y ha sido “por nosotros”, “por mí”, “por ti”, “por todos”.

 

Esposa mía, ven, únete a mi Sacrificio

 

¡Silencio! El cuarto canto del Siervo necesitaría más palabras de las que existen para ser interpretado. ¿Pero en el contexto de la celebración del Viernes Santo de la Pascua del Señor no es verdad que no hace falta palabra alguna, solo silencio? En el silencio de la oración profunda, de la santa contemplación, se despliega evidente, por demás excedente y a la vez tan claro y contundente. Ha sido por nosotros, por sus heridas hemos sido sanados; por su condenación, salvados; por su muerte estamos vivos.

Una famosa pintura representa a San Francisco de Asís extendiéndose a los pies de la Cruz hacia el Crucificado y al Señor descolgando un brazo hacia el Pobrecito. No es más que la primigenia estampa de la Madre-Mujer y del discípulo amado junto al Madero. ¿La Iglesia quiere subirse a la Cruz? ¿El Señor quiere subir a su esposa junto a Él? ¿Abrazados en el Sacrificio por Amor que redime?

¿Por qué la Iglesia de nuestros días no quiere subirse a la Cruz? La tentación y la resistencia al Sacrificio no son nuevas. ¿Pero qué será de ti sino compartes la suerte de tu Amado? ¡Únete a Él y vivirás! ¡Únete a Él y reinarás con Él!

Si la Iglesia contemporánea no se enfoca en una restauración eucarística se dirige hacia el declive de una dolorosa decadencia, purificadora, que será también una “poda hasta la raíz”. Si la Iglesia contemporánea no acepta el Evangelio Santo de la entrega de la propia vida en rescate será engañada y seducida por las autocomplacencias mundanas y agonizará alejada de la Fuente Viva de la Cruz.

El Misterio de la Salvación como expiación parece ser rechazado por una gran mayoría de cristianos en la actualidad. Se trata de una apostasía más bien práctica que teórica pues no son tiempos de grandes intelecciones sino de descontrolados emocionalismos. Pero aún la Eucaristía permanece entre nosotros como memoria y profecía de la Pascua liberadora del Señor Jesús. “Fue por nosotros”.

 

Isaías II: el profeta de la consolación (5)

 




El tercer canto del Siervo

 

El “cántico del discípulo fiel” o “el cántico del testigo que invita” podrían ser títulos oportunos para Is 50,4-11.

 

“El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos; el Señor Yahveh me ha abierto el oído. Y yo no me resistí, ni me hice atrás.” (Is 50,4-5)

 

Porque justamente así es presentado, como un “discípulo” atento a las Palabras de su Señor y a su vez testigo fiel de cuanto le ha escuchado. Por un lado, el “mañana tras mañana” hace pensar en un proceso continuo y creciente en el cual Dios se comunica y el Siervo le recibe. Escuchar se manifiesta pues como una receptividad que requiere la rumia cotidiana, paciente y digestiva, de semejante Palabra Santa. Pero el testimonio ulterior que dará con su “lengua de discípulo”, la cual le ha sido dada como fruto de la escucha, se encuentra dirigido al “cansado” para que reciba aliento. Por eso en primera instancia, estos versículos hacen pensar en el propio profeta, en Isaías II, quien tiene en el exilio este concreto ministerio de escuchar a diario la Palabra del Señor para dar aliento a los desterrados.

 

“Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. Pues que Yahveh habría de ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado. Cerca está el que me justifica: ¿quién disputará conmigo? Presentémonos juntos: ¿quién es mi demandante? ¡que se llegue a mí! He aquí que el Señor Yahveh me ayuda: ¿quién me condenará? Pues todos ellos como un vestido se gastarán, la polilla se los comerá.” (Is 50,6-9) 

 

Reaparece ahora y crece ese rasgo misterioso del ministerio del Siervo: el sufrimiento. Es rechazado e injuriado a causa de su testimonio, de su vida discipular. Y vive esta ocasión como una prueba de fe: se hace fuerte en el Señor, resiste y persevera fiel, combate espiritualmente, se apoya y espera tan solo en Dios. Finalmente hasta se envalentona y enfrenta a sus adversarios creyendo que no podrán superarle y que su rebeldía no puede más que ser efímera e inconsistente, ya que es Yahvéh quien lo ha enviado y está de su parte.

No sabemos si Isaías habla desde su propia experiencia profética, aunque asumimos que ser mensajero de Dios siempre ha traído a los enviados contradicciones y pesares personales. En este caso el Siervo parece delineado más en términos individuales. Aunque la situación de Israel deportado en medio de pueblos y naciones paganas podría dar sustento a seguir sosteniendo una interpretación colectiva de la identidad del Siervo, parece menos plausible en esta perícopa. Claramente estos versículos han impactado fuertemente en la primera generación cristiana y se ha visto en ellos a lo largo de la historia una profecía de los sufrimientos de Cristo camino al Calvario.

 

“El que de entre vosotros tema a Yahveh oiga la voz de su Siervo. El que anda a oscuras y carece de claridad confíe en el nombre de Yahveh y apóyese en su Dios. ¡Oh vosotros, todos los que encendéis fuego, los que sopláis las brasas! Id a la lumbre de vuestro propio fuego y a las brasas que habéis encendido. Esto os vendrá de mi mano: en tormento yaceréis.” (Is 50,10-11)

 

Si el primer paso fue presentar al Siervo como discípulo-testigo y luego mostrarnos su testimonio fiel en medio del rechazo y el sufrimiento, el tercer paso de este cántico es la invitación que se hace a todos de escuchar la Palabra del Señor. Oír a Dios que habla a través de su Siervo, quien rubrica la veracidad de su ministerio por el testimonio de una fidelidad que acepta el sufrimiento. Se invita al que “anda a oscuras y carece de claridad” para que confíe y se apoye en su Señor. Pero también se hace una dura advertencia a los que esperan en el propio fuego que han avivado, es decir, en esperanzas falsas no fundadas en Dios sino en meros recursos humanos que terminarán mal: en tormentos morirán. Se cierra entonces el cántico bajo el signo de la elección o de los dos caminos: pueden ser como el Siervo, discípulo fiel y testigo perseverante, o atenerse a las consecuencias.

Creo que este cántico expresa bien el ministerio de Isaías frente a Israel desterrado en Babilonia. El profeta se muestra fiel en la escucha y transmisión de la Palabra del Señor y da buen testimonio en medio de las dificultades invitando a todos a apoyarse y esperar solo en su Señor. Pero sabe que hay quienes se inclinan a resolver las cosas por su cuenta y alcanzar su salvación trabando efímeras alianzas estratégicas con los paganos. La infidelidad los conducirá a la muerte.

 

Iglesia, Pueblo mío, discípulo y testigo te quiero

 

Evidentemente el Siervo es para nosotros Cristo, fiel revelador del Padre y testigo fiel hasta la Cruz. ¿Acaso el Cuerpo podrá esperar para sí un camino distinto al de su Cabeza? Si el Señor Jesús llena con su Encarnación y Pascua la profecía del Siervo… ¿qué espera la Iglesia Esposa sino ser convocada al seguimiento del Esposo por una vida discipular que la llevará también a dar buen testimonio, incluso con sufrimiento y entrega de la propia vida?

La Iglesia peregrina en el exilio del mundo contemporáneo siempre tendrá la tentación de buscar “salvaciones humanas”, acercamientos estratégicos y alianzas políticas para sobrevivir lo más confortablemente posible. De hacerlo se traicionará a sí misma y la infidelidad a su Señor la conducirá a una tortuosa muerte. Debe permanecer discípula que día a día escucha y recibe la Palabra Santa. Debe permanecer testigo fiel y dispuesto a dar el buen combate de la fe. Debe apoyarse en Dios y esperar en Él.



PROVERBIOS DE ERMITAÑO 12


 

Isaías II: el profeta de la consolación (4)

 



El segundo canto del Siervo

 

Siempre es discutible la extensión asignada a una perícopa y con qué criterios hacer su recorte. Justamente, dónde comienza y termina este segundo cántico es materia bastante opinable. He optado por diversas razones por la versión más acotada 49,1-7. Los vs. 7 y 8 inician con la marca textual “así dice el Señor”. Por eso podemos inclinarnos a pensar el v.7 como el final de una sección y el v.8 como el arranque de otra. Pero la continuidad temática existe y uno se vería tentado a extender la perícopa hasta el v.10. Allí surgiría el problema de la inconsistencia de los vs. 11-13 aislados del resto, incluso la posibilidad de pensar la versión más extensa del cántico como 49,1-13 que también es plausible.

 

“¡Oídme, islas, atended, pueblos lejanos! Yahveh desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre. Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me escondió; hízome como saeta aguda, en su carcaj me guardó. Me dijo: «Tú eres mi siervo (Israel), en quien me gloriaré.»”  (Is 49,1-3)

 

El oráculo comienza dando una noticia que tiene carácter universal, pues al Siervo se lo presenta ante toda la tierra, pues se convoca incluso a los más aislados o alejados. Como en Jeremías se establece la profunda elección de Dios desde el inicio de la vida, desde el seno materno.

Luego se describe al Siervo bajo un doble aspecto: es agudo y filoso, penetrante, su boca “espada afilada” y toda su persona como “flecha aguda”; pero también como alguien escondido y resguardado en o bajo la “sombra de la mano de Dios” y transportado en el estuche donde lleva sus flechas el Arquero. Todo hace pensar que participa del filo agudo y penetrante del mismo Señor y de su Palabra poderosa. Que Dios que así lo ha formado protege y vela por el éxito de su misión.

Y estos primeros indicios culminan reafirmando la elección del Siervo en quien Yahvéh se gloriará. El nombre de “Israel” suele colocarse entre paréntesis o guiones en las traducciones, pues los testimonios escritos difieren sobre su presencia, dando lugar a la duda de su incorporación tardía por el copista. Algunos ven igualmente en este cántico un personaje de índole colectiva. Sin embargo pienso que el mismo nombre de Israel remite a la par al Pueblo como al patriarca Jacob. Y el análisis de la perícopa, sobre todo si la extendiésemos más al recorte que hemos elegido, sigue ofreciendo esa ambigüedad –a mi ver pretendida- entre un personaje colectivo o individual.

 

“Pues yo decía: «Por poco me he fatigado, en vano e inútilmente mi vigor he gastado. ¿De veras que Yahveh se ocupa de mi causa, y mi Dios de mi trabajo?»” (Is 49,4)

 

Las dificultades son parte de la misión del Siervo, quien se desgasta en un servicio que le parece infecundo hasta preguntarse si realmente Dios lo ha elegido y enviado.

 

“Ahora, pues, dice Yahveh, el que me plasmó desde el seno materno para siervo suyo, para hacer que Jacob vuelva a él, y que Israel se le una. Mas yo era glorificado a los ojos de Yahveh, mi Dios era mi fuerza. «Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y de hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.»” (Is 49,5-6)  

 

No dejo de recordar las crisis vocacionales de Jeremías a quien Dios fortalecía y reafirmaba ante los constantes embates de sus adversarios. Aquí el Siervo experimenta que Yahvéh lo glorifica, que Dios es su fuerza.

En estos versículos el Siervo no puede ser identificado con el Pueblo ya que es un personaje enviado a restaurar a Israel desde los “preservados”; seguramente referencia al “Resto santo”, el núcleo fiel y purificado. También reaparece ese horizonte universalista tan propio de Isaías, quien comprende que el Señor quiere hacer brillar la luz de la salvación sobre todas las gentes, sobre el mundo alejado y aislado de los paganos aún sin fe.

 

“Así dice Yahveh, el que rescata a Israel, el Santo suyo, a aquel cuya vida es despreciada, y es abominado de las gentes, al esclavo de los dominadores: Veránlo reyes y se pondrán en pie, príncipes y se postrarán por respeto a Yahveh, que es leal, al Santo de Israel, que te ha elegido.” (Is 49,7)

 

Aquí la interpretación de nuevo oscila hacia un personaje colectivo y el Siervo queda más identificado con Israel, el Pueblo de Dios que en su historia ha sido destratado y oprimido hasta el exilio, pero que goza de la fidelidad del Santo, su Señor que lo ha elegido para ser su instrumento y mensajero de salvación.

Convendría sin duda seguir meditando la sección 49,8-13 donde resonará la reminiscencia de aquel “consuelen a mi Pueblo” de los comienzos del libro, así como la preparación de un camino por donde el Señor llega a liberarlos.

 

Cumple tu misión, Siervo mío

 

Sin duda este segundo cántico nos deja la sensación de que el Siervo elegido es reafirmado por Dios para que crea en la misión que le ha sido encomendada. Debe ser agudo y penetrante como su Señor, confiando que Él será su custodio y garante. Debe dedicarse a un doble frente: hacia dentro del Pueblo para restaurarlo y hacia los confines de la tierra para anunciar la salvación a todos.

En estos tiempos de una Iglesia peregrina atravesada por una profunda crisis y poda purificadora mientras habita en medio de un mundo siempre más extensivamente descristianizado, ¡qué oportuno este mensaje! La Iglesia debe volver a creer en su Misión que es su identidad. Debe volver a “afilar” el Evangelio del que es portadora. La agudeza penetrante de la Palabra de Dios debe volver a ser su fuerza. No será sin grandes dificultades pero será siempre experimentando a Dios como su custodio y garante.

Un doble trabajo se avizora en el horizonte cercano:

1.      Una restauración eclesial interna, un volver a creer en el vigor y la potencia del Evangelio Santo y santificador. Una renovación de la fidelidad en el servicio a la Palabra de Dios íntegra para que sea transmitida como se la ha recibido en la fe revelada.

2.      Una recuperación del fervor misionero para anunciar a Jesucristo, único Salvador, a todas las gentes.


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 9


 

Isaías II: el profeta de la consolación (3)

 



El primer canto del Siervo

 

“Misterioso” parece ser el mejor adjetivo para  calificar a este personaje anunciado.

 

“He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él: dictará ley a las naciones. (Is 42,1) 

 

Se lo presenta como alguien “sostenido” por Dios, el elegido en quien Yahvéh se complace. Por tanto goza de la confirmación del Señor y evidentemente su misión viene de lo alto. Goza pues de semejante autoridad divina respaldándolo. Por eso no resulta extraña la afirmación que el Espíritu le ha sido concedido y que dictará la ley a todos los pueblos. Sin dudas se trata del Mesías.

Pero inmediatamente se dice casi en contradicción:

 

“No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz.”  (Is 42,2)

 

¿Entonces cómo hará para anunciar, enseñar y promulgar la ley divina? No se afirma que hará silencio sino que no gritará, que no alzará la voz. Su tono es apacible y discreto, como quien habla en voz baja con gran delicadeza. Nada de portentoso ni apabullante parece haber en sus modos. No es la lógica habitual de los poderes de este mundo la que le conduce. Más bien parece anclado en la lógica de los pequeños, de los siervos pobres del Señor. Lo cual se confirma en lo siguiente:

 

“Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará.” (Is 42,3a)

 

No se aprovechará de las circunstancias y más aún, se pondrá del lado de los débiles y sufrientes. ¿Cómo podrá gobernar todas las naciones desde este lugar de no-poder?

 

“Lealmente hará justicia; no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho, y su instrucción atenderán las islas”.  (Is 42,3b-4)

 

Toda su fuerza estriba en su perseverancia y fidelidad. No es tanto lo que dice sino lo que actúa. Vive inconmoviblemente unido a su Señor y a su Ley. Es justo y santo.

En este punto cabría preguntarse si el Mesías coincide con una persona. Porque de hecho parece ser bastante descriptivo de Israel, el pueblo elegido que es pequeño entre una multitud de naciones que lo superan desde todo punto de vista, y cuya identidad es vivir la Ley y comunicarla al resto de la humanidad conocida. No tiene el Pueblo de Dios más fortaleza que su fidelidad a la Alianza. Es un Pueblo pequeño y pobre cuya mayor riqueza es haber sido gratuitamente elegido por Dios y su plenitud consistirá en permanecer fiel a la Alianza en medio de toda circunstancia.

 

“Así dice el Dios Yahveh, el que crea los cielos y los extiende, el que hace firme la tierra y lo que en ella brota, el que da aliento al pueblo que hay en ella, y espíritu a los que por ella andan. Yo, Yahveh, te he llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas. Yo, Yahveh, ese es mi nombre, mi gloria a otro no cedo, ni mi prez a los ídolos. Lo de antes ya ha llegado, y anuncio cosas nuevas; antes que se produzcan os las hago saber.” (Is 42,5-9)

 

El final del oráculo profético, remitiendo al Dios Creador de todo, contempla la historia en sus manos y bajo su conducción. El Siervo aquí se revela más bien como una persona distinguida de un colectivo y a la vez a su servicio” “alianza del pueblo y luz de las gentes”. Lo insisto de nuevo: su fuerza está en la fidelidad a la vocación, en su perseverancia en la justicia y en su vida en todo conforme a la voluntad de su Señor. El Siervo cumple lo que el Pueblo aún no: vive en la Alianza sin defecto ni idolatría alguna. Por eso el Siervo podrá comunicar la Ley de la Salvación y ser luz para todas las naciones paganas. La misión del Pueblo de Dios se cumple en este Siervo misterioso cuya venida se anuncia. Los signos de su ministerio serán obras de liberación: abrir los ojos de los ciegos y sacar de las prisiones a los que viven en tinieblas.

Me parece al final que en este oráculo persiste cierta vaguedad o buscada polisemia. El Siervo es la persona del Mesías, pero en su figura también resuena la situación y vocación de todo el Pueblo.

 

Iglesia, Pueblo mío, tu única fuerza es tu fidelidad a Mí

 

 Esta primera presentación del Siervo ya es del todo emblemática y sugestiva. Toda su valía consiste en la serena e inquebrantable fidelidad a Dios. No es suya la lógica de este mundo: gritos y vociferaciones, declamaciones portentosas y gestos grandilocuentes. Por lo contrario casi pasa desapercibido y no busca hacer ruido ni marcar presencia. Vive la Ley y practica la Justicia. Vive santamente y se comporta como hijo de Dios. Toda su significación deriva de su testimonio de permanencia en la Alianza.

¡Cuánto debe aprender la Iglesia peregrina de esta profecía! A veces los cristianos nos desvivimos por copiar las lógicas y estrategias mundanas en busca de una mayor eficacia y operatividad. Otras veces sucumbimos a la tentación de adaptarnos a la mentalidad del mundo que pasa para sentirnos más valorados y recibidos. Pero: ¿para quién vivimos?, ¿y de quién creemos que recibimos la vida?, ¿Quién nos la sostiene? Debemos seguramente convertirnos y volver a nuestro Creador y Señor. Nuestra vida está en Él y vivimos bajo su mirada. Lo único necesario realmente es nuestra fidelidad a la Alianza. Sin esta perseverancia en su palabra: ¿quiénes seríamos? Sin duda no el Siervo de Dios sino la sirvienta manipulada por las tentaciones idolátricas.




EVANGELIO DE FUEGO 24 de Enero de 2025