Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (2)

 


Perfil del profeta

 

“Visión que Isaías, hijo de Amós, vio tocante a Judá y Jerusalén en tiempo de Ozías, Jotam, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá.” (Is 1,1)

 

Al comenzar el libro se nos da alguna información sobre su persona. Se trataría de un ministerio profético extenso dada la cronología de reyes citados: Ozías (784-740 a.C.), Jotam (740-736 a.C.), Ajaz (736-716 a.C.), Ezequías (716-687 a.C.). Todo ese período abarca nada menos que 97 años. Suele aceptarse como dato razonable que nació bajo el reinado de Ozías. Su experiencia vocacional y comienzo de ministerio se lo ubica hacia el 740 a.C. También hay consenso acerca de que los oráculos más tardíos no pasan del 700 a.C. Serían cuatro décadas de ejercicio profético casi contemporáneo de su predecesor Amós (752-750 a.C.), coexistiendo en gran parte con Oseas (con quien comparten la lista de reyes mencionados) y quizás  en algún momento paralelo a Miqueas (quien claramente conoce la profecía de estos tres, retomándola y sintetizándola).

No se mencionan datos sobre el lugar de origen de Isaías, apenas se dice que es hijo de Amós (no el profeta). Los rasgos cortesanos de su visión vocacional junto al “heme aquí, envíame” que da como respuesta, más la tradición, han visto en Isaías a un funcionario de la corte acostumbrado a obedecer.   

 

La visión vocacional

 

Contemplemos el relato de vocación-misión que expresa el comienzo de su ministerio y da cuenta de cuál será el camino que Isaías debe recorrer.

 

“El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo. Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno tenía seis alas: con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los pies, y con el otro par aleteaban. Y se gritaban el uno al otro: «Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot: llena está toda la tierra de su gloria.». Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo.

Y dije: «¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: que al rey Yahveh Sebaot han visto mis ojos!»  Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar,  y tocó mi boca y dijo: «He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado.» Y percibí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra?». Dije: «Heme aquí: envíame.» Dijo: «Ve y di a ese pueblo: ‘Escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis.’ Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos. y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure.» Yo dije: «¿Hasta dónde, Señor?» Dijo: «Hasta que se vacíen las ciudades y queden sin habitantes, las casas sin hombres, la campiña desolada, y haya alejado Yahveh a las gentes, y cunda el abandono dentro del país. Aun el décimo que quede en él volverá a ser devastado como la encina o el roble, en cuya tala queda un tocón: semilla santa será su tocón.»” (Is 6,1-13)

 

Recorramos entonces la narración y con simpleza comprendamos su sentido.

  1. El año que muere el rey, Isaías tiene la visión del verdadero Rey, el Señor Dios, sentado sobre un trono excelso.
  2. El lugar del encuentro es el templo, sitio sagrado por excelencia donde el pueblo eleva su culto a Dios y que el Señor habita.  Desde allí ejerce su reinado, cuyo programa central es la Alianza celebrada mediante la Pascua de Egipto y sellada en el Monte Sinaí en el desierto.
  3. La majestad de este Rey es tan inmensa que el profeta sabe que está en su Presencia aunque solo puede divisar los pliegues del borde de su manto.
  4. Miembros de la corte celeste, los misteriosos serafines, lo rodean cual guardia de honor y lo proclaman tres veces santo y afirman que con su gloria llena la tierra. He aquí un punto central, totalmente crucial en este relato. La palabra hebrea “kadosh” (santo) literalmente significa “separado”. Marca pues lo que es otro, la distancia, lo que está fuera de lo común. Dios es tres veces separado por tanto podríamos decir en lenguaje religioso “es el totalmente otro” y ante Él se percibe su trascendencia, está más allá de este mundo. La palabra hebrea “kabod” (gloria) literalmente significa “peso”. La gloria de Dios es la experiencia que tiene el hombre de su magnitud, relevancia decisiva, una Presencia que todo lo conmueve. Notemos el juego sonoro “kadosh-kabod” y comprendamos que este Rey que viene de más allá de todo lo cotidiano para el hombre, el separado que se acerca, hace sentir el peso de su Presencia contundente ante la cual parece que todo se vuelve pequeño e insustancial.
  5. Y justamente se nos cuenta como todo se conmueve frente al Rey glorioso y tres veces santo: el templo y quizás hasta los cimientos del orbe y el mismo profeta que se siente morir. Es que él se considera impuro-pecador y habitando en medio de un pueblo de impuros-pecadores. Por tanto tiene conciencia de la profunda desproporción y distancia entre su realidad y la realidad divina. ¿Que tengo que ver yo y este pueblo con este Dios tres veces Santo? Nada, ¿verdad?
  6. Pero a continuación uno de lo serafines lo purifica con brasas del altar, posibilitando al santificarlo permanecer frente al Dios Santo y a la vez anticipando la misión profética.
  7. Recién ahora el Señor se hace protagonista, o mejor dicho, sólo ahora purificado el profeta puede percibir su voz. Dios quiere enviar a alguien e Isaías se muestra disponible para ser enviado y obedecer al mandato divino.
  8. Entonces Dios revela que la misión que se le encarga será purificación y santificación del pueblo. Como el serafín lo hizo con el profeta, ahora Isaías debe hacerlo con sus compatriotas para que puedan permanecer en la Alianza con su Señor. Sin embargo su tarea se volverá paradojal: «Ve y di a ese pueblo: ‘Escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis.’ Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos. y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure.» ¿No quiere Dios que su pueblo se convierta o es una forma de plasmar la experiencia profética de Isaías: no quieren ser purificados, se resisten, son rebeldes y se obstinan en su pecado?
  9. La palabra profética terminará provocando lo contrario a lo buscado y el pueblo no se dejará santificar por Dios. ¿Hasta dónde se pregunta Isaías deberá extenderse esta dinámica que profundiza la separación y la distancia con Dios? «Hasta que se vacíen las ciudades y queden sin habitantes, las casas sin hombres, la campiña desolada, y haya alejado Yahveh a las gentes, y cunda el abandono dentro del país.» Hasta el décimo (y el diezmo es de Dios) será devastado.
  10. ¿Todo ha terminado y Dios arrasará a su pueblo hasta el exterminio? Finalmente se abre una esperanza: «devastado como la encina o el roble, en cuya tala queda un tocón: semilla santa será su tocón.» Si en Amós la salvación era como rescatar solo partes del animal de entre las fauces del león, aquí la imagen más benéfica habla de un tallo verde que crece en medio de un árbol talado y hace pensar que todo puede volver a comenzar. Es el tema que irá creciendo en la doctrina profética acerca del “resto santo de Israel”.

Vemos pues como la vocación-misión de Isaías surge al percibir la majestad-santidad de Dios. Se trata de una experiencia humano-mística del profeta. Como resultado el centro de su mensaje será: Dios es Santo y su pueblo está llamado a ser santo también. Tiene una experiencia única en el corpus profético: purificación = santidad = separación. Pero su misión de ser testigo de la Santidad de Dios y de llamar a la santidad del pueblo será masivamente infructuosa a excepto de un resto fiel. La voluntad salvífica de Dios se frustrará en la falta de fe de muchos y florecerá en el pequeño brote que perseverará en fidelidad.

 

Volver a predicar la santidad

 

Creo que no es necesario extenderse demasiado para actualizar el mensaje profético al hoy. Claramente la Iglesia contemporánea parece haber renunciado a esa tarea paradojal e incómoda de anunciar purificación y llamar a la santidad. De hecho la santidad es percibida como insistencia de “moralismos rígidos e inmisericordes”. ¿Una Misericordia sin Santidad provendrá acaso de Dios? No menos ni más que una Santidad sin Misericordia. Pues el Dios misericordioso santifica y el Dios santo ejerce misericordia. Pero nosotros separamos lo que en el Señor va unido.

Esta Iglesia contemporánea a veces enfatiza tanto la cercanía de Dios que no permite percibir su trascendencia, su ser totalmente otro. No le deja al hombre contemplar la desproporción y separación radical entre el Dios Santo y el hombre pecador; lo que lleva a la pérdida del sentido de lo sagrado y no le ayuda a lo humano a ascender en gracia, madurar y crecer en santidad. Si en la vocación de Isaías el Dios que se hace presente en el mundo lo conmueve todo, invitando contundentemente a conversión, a un proceso de purificación y transformación; el excesivo “buenismo pastoral” de nuestros días termina en cambio embarrando a Dios y dejándolo enfangado con nosotros.

Amar al hombre no es tener una falsa compasión, es decir, una lástima pesimista que acepta su situación de postración como si no tuviese remedio y le ofrece una falsa fe como tratamiento paliativo que anestesie el dolor para ingresar adormecido en su muerte.  Amar al hombre es invitarlo a levantarse de su postración y en gracia ser elevado hasta la Santidad de Dios.


Diálogo vivo con San Juan de la Cruz 8

 





CONVERSASIONES SUBIENDO AL MONTE 8


NOCHE DEL SENTIDO

 

“…para ir en la noche del sentido y desnudarse de lo sensible, eran menester ansias de amor sensible para acabar de salir; pero, para acabar de sosegar la casa del espíritu, sólo se requiere negación de todas las potencias y gustos y apetitos espirituales en pura fe. Lo cual hecho, se junta el alma con el Amado en una unión de sencillez, y pureza, y amor, y semejanza.” (SMC L2, Cap. 2,2)

 

Fray Juan, hermano mío, diremos algo contigo acerca del uso y guarda de los sentidos. Pero otra vez nos desafías grandemente con la expresión “desnudarse de lo sensible”. ¡Vivimos hoy en un mundo  hiper-estimulado mediante un continuo bombardeo sobre todas las pulsiones! Casi diría que nos hemos vuelto adictos a una acelerada corriente de estímulos que se suceden vertiginosamente. ¡Cuán difícil es para el hombre contemporáneo desprenderse al menos un momento de los medios técnicos que lo mantienen conectado con un globalizado diluvio de datos!

Clásicamente los cristianos practicábamos la “guarda de los sentidos corporales”, una discreta vigilancia acerca de lo que admitíamos mirar, oír, gustar… De este modo pensábamos poder dar menor ocasión a la tentación que suele revestirse de sensualidad para sernos apetecible.

Esta práctica sana se ha olvidado en gran parte. Es cierto que tiene un lado peligroso, si llevase a la persona a un exagerado puritanismo que prejuzgase siempre sospechosa y maledicente la realidad del mundo. Entonces terminaría desconectándose y aislándose en una preventiva y férrea custodia de sí mismo para no contaminarse.

Pero en nuestros días sucede lo contrario. Los cristianos viven una indiscriminada y total apertura a cuanto estímulo se presenta, casi sin discernimiento alguno, entregándose a diversiones fútiles y pasatistas, a conversaciones del todo innecesarias y a un estilo de vida decididamente disipado. Por eso no es de extrañar la profunda crisis de espiritualidad y mística que hiere a la Iglesia contemporánea.

Y es verdad, como tú lo dices, que no puede salirse de esta trampa de la sensualidad sino también en principio por camino sensible. Así quisiera recordar la experiencia interior de conversión de ese gran maestro que es San Agustín:

 

"¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de tí aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti". (Confesiones, VII, 10, 18. X, 27).

 

Magistralmente testimonia que su entrega a la exterioridad sensual le había vuelto como un ser deforme y a la vez le había bloqueado la posibilidad de encontrarse con Dios. Pero el Señor pasó por su vida y justamente describe acciones suyas sobre cada uno de los sentidos. Su entrega a la exterioridad sensual le había vuelto sordo pero la voz de Dios le devolvió la audición; le había enceguecido pero brilló el Señor y recuperó la visión; pasó derramando su perfume y excitó el deseo del encuentro; le dio a saborear su Presencia y creció el hambre y sed por su Gracia; y finalmente al ser tocado, descubrió su vocación a la Alianza, a esa Unión con Dios que es saciedad gozosa y paz del alma bienaventurada.

Por eso Fray Juan afirmas que “era menester ansias de amor sensible para acabar de salir”. Dios nos conoce y viéndonos atrapados y secuestrados por sensualidad tan desordenada pasa sanando y poniendo orden por el amor. Valiéndose también de lenguaje sensible (exterior e interior, corporal y espiritual) nos muestra que debemos esperar y buscar algo mucho más alto y más allá de estas efímeras baratijas de  placer mundano en las cuales nos perdemos. Nos visita atrayéndonos y cautivándonos, realmente usa de seducción santa con nosotros. Y así mostrándole a nuestra sensibilidad que ha sido creada para gozarle y tenerle por la Gracia, nos libera de tanto ídolo que finalmente no nos dará sino vacío y tristeza de muerte.

Pero luego vendrá otro tiempo, tras este arranque necesario a nuestra condición, que llamas “noche de sentido”. “Para acabar de sosegar la casa del espíritu, sólo se requiere negación de todas las potencias y gustos y apetitos espirituales en pura fe.” Lo sensible, por así decirlo, debe apagarse. Es camino para iniciados pero no se puede madurar anclado a su dinámica. Para crecer en el espíritu hace falta ahondar en fe desnuda y pura.

Seguramente ya dialogaremos extensamente sobre esta primera purificación del alma. Pero aquí mi experiencia me dice que la mayoría se detiene en su andar. En mis días advierto una exagerada relevancia de la sensibilidad en la experiencia religiosa. Se va a la oración, al encuentro con Dios para sentir, gustar, experimentar algo que resulte en bienestar personal. Y cuando Dios no lo da, me corrijo, cuando el Señor no se da a Sí mismo de ese modo, quienes lo buscan equívocamente entran en crisis. ¡Qué poca tolerancia al silencio de Dios! ¡Cuánta frustración ante el lenguaje purificador de la aridez del desierto! ¡Si pudieses entender que te está amando, liberándote y haciéndote crecer, preparándote para un Don mayor!

Te ruego Señor que aquellos a quienes has rescatado de una vida disipada en la exterioridad, puedan una vez atraídos por Ti quedarse en Ti. Elevo mi plegaria para que aquellos que han sido lanzados fuera de sí mediante un continuo bombardeo con estímulos sensibles, que Tú has recuperado y rescatado para ser sí mismos, puedan tener la fortaleza de dejarse purificar en fe y permanecer en esa pobreza que enriquece que eres Tú mismo! Porque en tu misterioso designio de Salvación asumes nuestra sensibilidad, la sosiegas y ordenas, y la haces madurar hacia la Gracia de la Unión!

 



Diálogo vivo con San Juan de la Cruz 7




CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 7


LA ESCALA DE LA FE

 

“…oscuridad interior, que es la desnudez espiritual de todas las cosas …sólo estribando en pura fe y subiendo por ella a Dios. …a oscuras de toda lumbre de sentido y entendimiento, saliendo de todo límite natural y racional para subir por esta divina escala de la fe, que escala y penetra hasta lo profundo de Dios…”  (SMC L2, Cap. 2,1)

 

“…cuanto menos el alma obra con habilidad propia, va más segura, porque va más en fe.” (SMC L2, Cap. 2,3)

 

“La fe dicen los teólogos que es un hábito del alma cierto y oscuro. Y la razón de ser hábito oscuro es porque hace creer verdades reveladas por el mismo Dios, las cuales son sobre toda luz natural y exceden todo humano entendimiento sin alguna proporción. De aquí es que, para el alma, esta excesiva luz que se le da de fe le es oscura tiniebla…” (SMC L2, Cap. 3,1)

 

“…en los deleites de mi pura contemplación y unión con Dios, la noche de la fe será mi guía… el alma ha de estar en tiniebla para tener luz para este camino…” (SMC L2, Cap. 3,6)

 


Estimadísimo Fray Juan: ¡qué placer volver a encontrarnos para conversar de lo único realmente imprescindible! Pues nos encontramos para hablar de Dios y de su proyecto de Salvación sobre nosotros. Nos regocijamos juntos porque nos ha llamado a su amistad y compañía, haciéndonos Gracia y teniendo Misericordia de sus servidores. ¡Cuánta fruición compartir contigo los caminos y la sabiduría de la Unión!

En esta oportunidad trataremos de un tema muy apreciado por ti: el don de la Fe. Aunque me resultará arduo hablarle a mis contemporáneos en estos tiempos justamente de una marcada pérdida de Fe. Además después de tu paso por la historia, han surgido corrientes de pensamiento que han puesto al tema en vilo. Así en toda la controversia con la Modernidad el binomio “Fe y Razón” ha estado siempre en el centro. No han faltado las típicas dicotomías: quienes postularon una exagerada capacidad racional del ser humano que hacía innecesaria la Fe y supersticiosa la Revelación;  como quienes postulaban una Fe voluntarista a ciegas, emocionalista y sin razonabilidad. Y como el terreno aún sigue inestable, no por falta de definición eclesial, sino por escasa formación de las gentes sobre la cuestión, evitaremos disquisiciones filosóficas y teológico-magisteriales. Pero debe el hombre del mañana cerrar esta disputa falsamente irreconciliable entre Fe y Razón si quiere tener paz y no implosionar destruyendo su humanidad.

Pondré al menos algunas coordenadas generales como base para nuestros lectores. Es simple darnos cuenta todos que Dios y la Fe son inseparables; cuando no hay Fe no hay posibilidad alguna de encontrarse y tratar con Dios en una relación personal. Ciertamente se lo puede nombrar o estudiar como un problema hipotético, incluso admitir o no las vías lógicas para demostrar su existencia. ¡Y aún en ese punto de demostración racional, admitiendo que no puede dejar de postularse su existencia, sin la cual toda la realidad carecería de sostén y consistencia, Dios seguirá siendo un frío extraño, necesario pero desconocido!

Para entrar en su Presencia es necesaria la Fe. Y la Fe no se produce ni se adquiere; aunque sí se cultiva y sí se pierde. Sabemos que es Don infuso. En verdad los cristianos valoramos poco esta vida teologal en la que nos movemos y que es consecuencia de la infusión en el alma de las Virtudes de la Fe, la Esperanza y la Caridad. Sin ellas no habría en nosotros capacidad de percibir, receptar y entrar en comunión con la Vida Divina.

Muchos de nosotros hemos crecido en el ámbito de lo que llamo una “razón agraciada”, es decir una inteligencia apoyada en la Revelación, bajo la luz de la Gracia. Más aún, la Fe con su influjo benéfico ha moldeado toda nuestra persona y su maduración. Hemos caminado con sentido fuerte porque Dios ha estado presente en nuestra vida, sino ¡cuán desorientados y perdidos andaríamos hoy!

Es verdad que la Fe personal ha sido desafiada y quizás atravesado crisis a lo largo de nuestra vida, ya sea por acontecimientos históricos o adquisición de nuevos saberes que han interpelado a nuestra Fe en su estado aún inmaduro. Pero tras esas crisis de crecimiento la Fe ha echado raíces más hondas y se ha consolidado. Hemos progresado tanto en su dimensión objetiva, los “contenidos de la Fe” diríamos, la aceptación de cuánto Dios nos comunica para nuestra Salvación; y en su dimensión subjetiva, la “actitud de Fe”, el acto de confianza y abandono filial en Dios.

Hasta aquí ya se hace comprensible el título que he puesto a este diálogo: “la escala de la Fe”. La Fe como una escalera de crecimiento personal y como la escalera para tener acceso a Dios. O mejor dicho, la Fe como la escala que dándonos la posibilidad de entrar en comunión con Dios nos ayuda a crecer como personas.

Pero ahora nos introducimos en un terreno más profundo, en la experiencia mística o contemplativa. ¿Qué tanto puede acercarse Dios a su creatura en el vínculo personal? ¿A cuánta cercanía puede aspirar el hombre en su relación con el Misterio que es Dios? Lo que se puede sin duda se debe poder en Fe.

Y porque la Cruz es el quicio de todas las cosas, no se puede sino terminar de ascender en Fe pura. No hay otra forma de aproximarse al Desnudo que desnuda.

Y porque con su Pobreza nos enriquece, solo empobreciéndonos seremos colmados con su Riqueza. Pues nos dirigimos a Quien simplemente excede y requiere una Fe simple y postrada, una Fe anonadada, una Fe pura.

Ya hemos conversado Fray Juan –aunque no dejaremos de insistir en ello-, acerca de la purificación y desasimiento necesarios para venir a Unión con Dios. Seguramente tendremos futuros diálogos sobre la experiencia espiritual concreta, pero adelantemos que en la vida contemplativa ya no se percibe al Señor como en la vida activa de oración. Ahora hay “oscuridad interior que es desnudez espiritual”, que no sólo es de cuanto uno se va apropiando y pegoteando, sino también acerca de las formas y contenido en el ejercicio y vivencia de la plegaria elevada a Dios. La contemplación que es don, instala ya desde el comienzo un gran desierto silencioso. El Misterio que excede y sobrepasa, por ser tan luminoso da ceguera, quedando el alma “a oscuras de toda lumbre de sentido y entendimiento, saliendo de todo límite natural y racional para subir por esta divina escala de la fe”.  

No que Dios suspenda las potencias con las cuales nos ha dotado, no que  limite, mutile o suplante lo humano; sino por el contrario lo hace crecer, lo lleva más allá  en sus capacidades y ayuda con su Gracia a que sea realizable un encuentro más hondo e íntimo con Él. Porque hemos sido creados para la Alianza con el Señor, todo nuestro ser personal está orientado a la Unión.

Hay una suerte pues de recreación o de salto de nivel hacia el proyecto de vínculo definitivo propio de la visión beatífica del cual se tienen primicias. La Fe –como la Esperanza y la Caridad, pues las tres están conexas y se refieren una a otra-, digamos ahora es dotada o quizás mejor expresado, madura hacia un nuevo “sentido interior” por el cual puede estar frente a Dios en tal cercanía que la inteligencia goza iluminada aunque poco pueda conceptualizar, como la voluntad se expande ardientemente unida al Amor que se le brinda sin poder más que dejarse enlazar y abandonarse en manos de Quien le cautiva y arroba.

Así se entiende aquello de “cuanto menos el alma obra con habilidad propia, va más segura, porque va más en fe”. Es decir, al fin le permite a Dios tener la primacía, al fin elige hacerse receptiva de su obrar, al fin suelta las riendas del carruaje y el timón de la barca y libremente deja que el Señor la modele y la conduzca. En pura Fe desnuda y como a oscuras, excedida frente a su Presencia desbordante y nueva, ve tan claro enceguecida por Luz tan brillante que le parece noche.

Y en pura Fe está segura en las manos de su Padre, creyendo las “verdades reveladas por el mismo Dios, las cuales son sobre toda luz natural y exceden todo humano entendimiento sin alguna proporción”.

Ciertamente seguiremos profundizando en la escala de la Fe. Ojalá todos podamos ponderar cuánto le debemos a esta virtud teologal, básicamente toda nuestra vida de discípulos. La Gracia que inició en nosotros la vida teologal –en Fe, Esperanza y Caridad-, ahora en la contemplación nos lleva hacia la plenitud de nuestra capacidad de encuentro con Dios. Repetimos contigo:  “en los deleites de mi pura contemplación y unión con Dios, la noche de la fe será mi guía”. 



VIA CRUCIS

 


VIA CRUCIS

Meditaciones del Pbro. Silvio Dante Pereira Carro

  

PRIMERA ESTACION: JESUS ES CONDENADO A MUERTE

 

«Pero ¿qué mal ha hecho?», preguntó Pilato. Mas ellos seguían gritando con más fuerza: «¡Sea crucificado!» Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo: «Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis »  Mt 27,23-24

 

Las manos… ¿Las manos que se retiran para sobrevivir o las manos que se ponen en juego por la justicia? ¿Las manos que se cierran indiferentes o las manos que se abren solidarias? ¿Las manos que claudican ante los poderes de este mundo o las manos fieles a la verdad? ¿Las manos de Pilato o las manos de Jesús? Perdón Jesús, a veces nos lavamos las manos y te abandonamos a Ti abandonando a los hermanos en causas que carecen de justicia y de verdad. Perdón por nuestra falta de compromiso y por nuestras omisiones.

 

SEGUNDA ESTACION: JESUS CARGA CON LA CRUZ

 

Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.  Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Mc 8:34-35

 

Las piernas… ¿Las piernas que andan y caminan o las piernas inmóviles y atrofiadas? ¿Las piernas que saben caminar hacia su vocación o las piernas que andan esquivando su derrotero? ¿Las piernas del Señor o las piernas de los discípulos que lo abandonan ante el anuncio de la Cruz? Señor, la Cruz nos asusta y nos paraliza. Pero tu camino de amor tiene su cima en la Cruz. ¡Danos fuerza!


TERCERA ESTACION: JESUS CAE POR PRIMERA VEZ

 

¡Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido curados. Is. 53,4a.5b.

 

La espalda… Hay espaldas fuertes que saben cargar pesos y hay espaldas que se quiebran o se sacuden la carga ante la mínima molestia. Hay espaldas anchas y generosas, pero también las hay estrechas y mezquinas. Jesús tiene espaldas anchas en el amor. ¿Podrá llamarse cristiano quien no sabe soportar por amor las dolencias y males que hieren al prójimo? Amado Jesús ¡aumenta nuestra caridad según la altura de tu Corazón!

 

CUARTA ESTACION: JESUS ENCUENTRA A SU MADRE

 

Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»  Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.  Jn 19,26-27

 

Los brazos… ¿Los brazos que abrazan y acogen o los brazos que se niegan y rechazan? ¿Los brazos cálidos y contenedores como una casa o un refugio, o los brazos inhóspitos y fríos cual la intemperie ruda? Los brazos de la madre siempre dispuesta a recibir a sus hijos. Los brazos de Cristo abiertos en Cruz para abrazar a todos. ¡Que nuestra Iglesia, que nuestra comunidad cristiana, oh Dios, se encuentre siempre abierta para contener y refugiar a quienes se acercan! ¡Qué como Iglesia imitemos a tu Hijo y manifestemos tu Paternidad al mundo!

 

QUINTA ESTACION: UN HOMBRE DEL PUEBLO, CIRENEO, AYUDA A JESUS A LLEVAR SU CRUZ

 

Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Lc 23,26

 

El hombro… “Hay que poner el hombro” solemos decir. Mas a ti Simón de Cirene no te preguntaron, no elegiste, te arrastraron. A pesar de todo, lo que comenzó como una obligación impuesta por la fuerza, terminó en dulzura del alma. ¿Cómo podrías sospechar que ayudar a cargar la afrenta de un condenado podría cambiar tu vida? Padre Santo, danos el Espíritu y que nos empuje tiernamente para poner el hombro. Poner el hombro al sufrimiento de los hermanos. Poner el hombro a los crucificados que contemplamos cada día. Sabemos que el amor madura cuando se hace solidario del sufrimiento del prójimo y lo ayuda a llevarlo. Movilízanos por el Espíritu Santo. No nos dejes caer en la indolencia.


SEXTA ESTACION: UNA MUJER COMPASIVA LIMPIA EL ROSTRO DE JESUS

 

Estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza. Mc 14,3

 

El rostro… ¡Cuánto bien nos hace un rostro solícito, un rostro comprensivo, un rostro que conforta, un rostro que acompaña! Tú mujer fuiste a consolar y saliste consolada por la belleza refulgente del Rostro de Jesús. Permítenos Señor manifestar la serena misericordia de tu Rostro a los que no tienen paz, a los marginados, a los excluidos y agobiados. ¡Qué puedan ver en nosotros al menos un reflejo de la santidad de tu Rostro que rescata!

 

SEPTIMA ESTACION: JESUS CAE POR SEGUNDA VEZ

 

Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Is 53,6-7

 

Las rodillas… Las rodillas que se resienten cargando el peso que se lleva sobre la espalda. Las rodillas que caen en tierra desbordadas por la angustia que soporta el alma. Las rodillas que se rehacen y esforzadamente se levantan impulsadas por el fervor de un corazón amante. ¡Oh Cristo, danos un corazón semejante al tuyo! ¡Oh Redentor del mundo, no nos ahorres el sacrificio, sino más bien danos providencialmente el sacrificio que nos acicatea para amar más, siempre más.

 

OCTAVA ESTACION:  JESUS CONSUELA A LAS MUJERES QUE LLORAN POR EL

 

Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Lc 23,27-28

 

Las lágrimas… ¿Las lágrimas de cocodrilo o las lágrimas auténticas? ¿Las lágrimas quejosas o las lágrimas del ofrecimiento? ¿Las lágrimas como una excusa o las lágrimas del arrepentimiento? ¿Las lágrimas del desencanto o las lágrimas de la fe que espera y se abandona? Señor, no nos dejes llorar por cualquier cosa, especialmente por lo que no cuenta ni vale la pena. Enséñanos a llorar con una fe abandonada a tu voluntad. Enséñanos a llorar no sólo por nosotros sino también por los males que soportan los otros. Enséñanos a llorar nuestra lentitud para convertirnos y buscar la santidad.

 

NOVENA ESTACION: JESUS CAE POR TERCERA VEZ

 

Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará. Is 53,10-12

 

El pecho… El pecho en tierra y oprimido. La respiración entrecortada y fatigosa. ¡Oh Jesús, cómo ser indiferentes a tu entrega magnánima! No dejes de cargarnos, pues si no jamás alcanzaríamos tu Cruz que nos dispensa el amor y la vida en abundancia. ¡No dejes de cargarnos, Señor!

 

DECIMA ESTACION: JESUS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

 

Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo.  Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca.» Para que se cumpliera la Escritura: Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que hicieron los soldados. Jn 19,23-24

 

La desnudez… No la desnudez del cuerpo como infamia e indignidad sino la desnudez del corazón entregado, libre para amar, que no considera nada propio, que todo lo vive como don del Padre. Querido y amado Jesús que podamos ser evangélicamente pobres y que nada nos detenga y obstaculice en el camino de la caridad. Como rezaba un lema medieval: “Desnudos queremos seguir al Desnudo”.


DECIMA PRIMERA ESTACION: JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ

 

Llevaban además otros dos malhechores para ejecutarlos con él.  Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.» Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.»  También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre  y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»  Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos.» Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?  Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.»  Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.» Lc 23,32-43

 

El cuerpo traspasado… Traspasado por los clavos de la injusticia, por los clavos de la difamación, por los clavos de la incomprensión, por los clavos de la maldad, por los clavos de la intolerancia, por los clavos de la cobardía y de la indiferencia. ¡Oh Cristo, ante tu Cuerpo traspasado suplicamos: “Líbranos de crucificar a alguien; líbranos de matar con la mirada, las palabras o los gestos; líbranos de no comprometernos con la verdad y la justicia! No queremos ser crucificadores sino dar vida, redimir y rescatar, redimir y rescatar…

 

DECIMA SEGUNDA ESTACION: JESUS MUERE EN LA CRUZ

 

 Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. El velo del Santuario se rasgó  por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» y, dicho esto, expiró. Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre era justo.»  Y todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho. Estaban a distancia, viendo estas cosas, todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea. Lc 23,44-49

 

El silencio… Sólo queda el silencio abrumador frente a la tragedia más grande de la historia. Hemos matado a nuestro Salvador. Pero su muerte, paradójicamente, nos salva. Sólo el silencio abrumador de la tragedia que es llevado más allá, mucho más allá, hacia un silencio desbordado por el asombro, un silencio donde cuesta comprender la magnitud de un amor tan extremo, de una misericordia tan infinita. Un silencio agradecido. Un silencio agradecido.

 

DECIMA TERCERA ESTACION: JESUS ES DESCLAVADO, BAJADO DE LA CRUZ Y PUESTO EN BRAZOS DE MARIA

 

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo.  Jn 19,38

 

El seno materno… El refugio seguro… El albergue hospitalario… Del vientre de María has salido Viviente y Glorioso… Sobre el seno de María ahora te recuestas despedazado y exánime… ¡Que tu Iglesia Señor sepa guardar el misterio de tu encarnación, el misterio de tu muerte y Resurrección! ¡Que tu Iglesia custodie el tesoro de tu Pascua, que lo anuncie y lo pregone por todos los caminos! ¡Que cada cristiano grite con su vida: “¡Cristo es la Salvación del mundo!” “¡Cristo es la única y verdadera esperanza del hombre!” “Cristo es todo y sin Él no hay nada!” “¡Cristo es la felicidad, el sostén y el sentido de la vida!” “Cristo, simplemente es todo, el fundamento y el horizonte, Principio y Fin, razón de vivir y de morir.” ¡Oh Señor que nos amaste sin reserva alguna que podamos amarte enteramente, sin especulaciones, con la locura de los enamorados! ¡Oh Cristo enamorado de mí, yo quiero enamorarme de Ti!

 

DECIMA CUARTA ESTACION: JESUS ES SEPULTADO

 

Fue también Nicodemo - aquel que anteriormente había ido a verle de noche - con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras.  Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús. Jn 19,39-42

 

La luz… La luz que vence la oscuridad y disipa las tinieblas… Escondida en lo hondo de la tierra la Luz refulge y el universo entero aguarda el Alba sin ocaso, la Mañana siempre nueva. No te despedimos Jesús, te aguardamos. Caminamos contigo el sendero del Calvario y ahora estamos en paz, serenos y colmados de esperanza. El Amor vence la muerte y cambia el sufrimiento en gozo. Ya todo es nuevo, que yo sea nuevo también. Porque ya todo está bien; victoriosamente bien en Ti. Que me alcance tu victoria para vivir resucitado Señor, como un hombre nuevo, lleno de tu Vida y colmado de tu amor. ¡Oh Cristo tuyo soy, tuyo soy!


Diálogo vivo con San Juan de la Cruz 6

 




CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 6


UN AMOR MEJOR

 

 “…para vencer todos los apetitos y negar los gustos de todas las cosas, con cuyo amor y afición se suele inflamar la voluntad para gozar de ellos, era menester otra inflamación mayor de otro amor mejor, que es el de su Esposo, para que, teniendo su gusto y fuerza en éste, tuviese valor y constancia para fácilmente negar todos los otros.” (SMC L1, Cap. 14,2)

 

Mi hermano Fray Juan, al fin algo comenzaremos a hablar del término de esta travesía espiritual de ascenso al monte, es decir, el desposorio con el Señor.

Porque el amor es la fuerza más potente de todas y hace que los enamorados se arrojen sin reserva ni especulaciones a sus brazos. Como me gusta afirmar: un cristiano es un enamorado de Dios. Si aún no está enamorado aún no le conoce verdaderamente y aún está decidiendo si vivirá con fe.

Pero claro, un enamorado no es un desposado, para ello falta recorrer un largo camino. Y sin embargo no puede andarse el sendero sin empezarlo enamorado.

Tal vez estas consideraciones resulten algo ásperas o inquietantes. Pienso que se nos ha enseñado a recorrer el camino cristiano como una práctica moral y un conjunto de ritos y devociones en los cuales participar. Pero eso no es un camino sino la consecuencia de estar caminando. “Yo soy el Camino”, asevera el Señor Jesús. El camino pasa indefectiblemente por un vínculo y un trato con Él, con su Persona viva e inasible, con su Misterio. El final y sentido de ese camino es desposarse con Cristo.

Tal vez la vida cristiana, demasiado asentada en acciones pastorales, ha perdido su mística. Probablemente de ello devenga su escasa fecundidad evangelizadora en el mundo de hoy. Dios nos libre de ser una Iglesia que camina como un cuerpo sin alma.

Pero volviendo a tu enseñanza, amigo santo, cada persona se ve aficionada a diversos amores, no todos ellos son saludables ni compatibles con el amor del Amado. Además este Esposo requiere exclusividad absoluta, que todo se tenga en Él y nada se quiera sin Él. O como veníamos conversando anteriormente: “Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer. Porque, si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro.”

Sólo el Amor de un tal Esposo podrá quitar del alma las apetencias desordenadas o contrapuestas a su Voluntad. Sólo el Amor de un tal Esposo podrá hacer converger todos los dinamismos interiores, todas las decisiones de vida, en fin toda la existencia hacia la unidad en Él. Por tanto debemos implorar a Dios que nos enamore, que nos seduzca y cautive, nos atraiga y acerque con lazos de amor.

A veces me preguntan cómo hacer para crecer en la vida de oración o en la vida de discipulado. Entonces suelo responder que lo primero es ponerse en su Presencia y humildemente suplicar como un pobre: “Ámame, Señor ámame.” Roguemos que experimentemos en forma creciente el infinito Amor de Dios por nosotros y que su Amor nos mueva a amarlo siempre más a Él.



Diálogo vivo con San Juan de la Cruz 5

 




CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 5 (2022)


TODO


“Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada.

Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada.

Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada.

Para venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas.

Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes.

Para venir a lo que no posees, has de ir por donde no posees.

Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres.

 

MODO PARA NO IMPEDIR AL TODO

Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo.

Porque para venir del todo al todo has de negarte del todo en todo.

Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer.

Porque, si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro.

En esta desnudez halla el espiritual su quietud y descanso,

porque, no codiciando nada,

nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo,

porque está en el centro de su humildad.

Porque, cuando algo codicia, en eso mismo se fatiga.” (SMC L1, Cap.13,11-13)

 

Queridísimo Fray Juan, al dialogar contigo según el orden de tu obra, me encuentro con estas palabras de tan honda sabiduría, y me temo que nuestros interlocutores no podrán aún con ellas. Por eso con urgencia ruego devotamente a Dios que envíe su Espíritu para que el corazón pueda abrevar en tan profunda fuente de Vida.

Dios es Todo. “Mi Dios y mi todo”, justamente es una expresión habitual de San Francisco de Asís para dirigirse a Dios según los cronistas. Aunque tú, hermano mío, seguramente estarías oyendo la voz de los Padres del Desierto. Recordemos que Evagrio Póntico había formulado el ideal de la oración como: “Dejarlo todo para obtenerlo todo”.

Dios es Todo y nosotros nada. Esto hay que entenderlo claro, relativamente. Por supuesto que el hombre, creado a imagen y semejanza de su Señor, goza de increíble valor y dignidad. ¿Cómo desvalorizarlo de algún modo si por la Encarnación el Hijo enviado por el Padre en el Espíritu Santo asumió nuestra naturaleza? Y sin embargo cuando el hombre se encuentra con Dios se experimenta tan sobrepasado, tan distante frente a su cercanía y tan pequeño. Es la experiencia de la trascendencia divina, del Totalmente Otro, de su majestad inconmensurable y de su divinidad que pide la humilde postración. Se desvela y se oculta pues frente al alma todo su Misterio.

Por eso queridísimo Fray Juan tú nos adviertes que si queremos unirnos a Dios no podremos alcanzarlo –o mejor, ser alcanzados por Él-, por el camino de nuestros gustos, posesiones, quereres y saberes. Como venimos hablando frecuentemente, la purificación es absolutamente necesaria. Pues Dios está mucho más allá de nuestros apetitos naturales y estos deben ser repuestos en sus manos de Padre. Serán en gracia como vaciados y recreados, saneados y reubicados para un tan alto encuentro con el Esposo. Debe el hombre recuperar aquella direccionalidad hacia Dios que le es esencial pero que el pecado ha confundido y desordenado. Debe renunciarse a sí mismo para reencontrarse a sí mismo en su Señor.

Si quiere tener gusto y disfrute en su experiencia religiosa, aún se busca a sí mismo y su complacencia, perdiendo a Dios. Si quiere tener posesiones y bienes –aunque sean espirituales- en su experiencia religiosa, aún se busca a sí mismo y su complacencia, perdiendo a Dios. Si quiere afirmar sus quereres –dejando de gozarse desnudo en la voluntad divina- en su experiencia religiosa, aún se busca a sí mismo y su complacencia, perdiendo a Dios. Si quiere incrementar sus saberes –dejando de estar humildemente arrodillado frente al Misterio- en su experiencia religiosa, aún se busca a sí mismo y su complacencia, perdiendo a Dios.

Por eso, si quiere el hombre ir hacia Dios en camino de Espíritu, si quiere unirse a ese Señor Totalmente Otro –desde su nada hacia su Todo, por así decirlo contigo-, a quien aún en verdad ni gusta, ni sabe, ni posee, ni es; debe ir por el camino de Dios que todavía no gusta, ni sabe, ni posee, ni es.

Claramente nos das, hermano, indicación acerca del impedimento que obtura el camino. Aunque en el fondo es afirmar lo mismo de otro modo con más precisión y concreción acerca de la conversión del corazón. Nos lo dices con sencillez y contundencia: “Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo”. Porque para venir a Unión con Dios debes abandonarte enteramente a Él por el amor (“venir del todo al todo”); renunciándote a ti mismo, o sea, a creer que puedes ser algo sin Él o que parte de ti puedes reservártela para ti escondiéndosela a Él (“negarte del todo en todo”). Porque cuando te halles unido a Dios en cuanto en esta vida en gracia es posible –como arras de Bienaventuranza-, habrá un solo querer en ti, el querer y movimiento de tu Dios a quien tu humana voluntad se ha unido en transformación de amor. “Porque, si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro.”

Una sola sabiduría tiene el cristiano y no hay otra: entregarle su vida a Dios sin reserva y sin medida. Cuando encontramos ese tipo de sabiduría encarnada en alguien la llamamos santidad. Y es un camino digamos que asciende de entrega hacia mayor entrega, de renuncia hacia mayor renuncia, de despojamiento hacia mayor despojamiento, de desnudez hacia mayor desnudez, de abandono hacia mayor abandono. Y cuando sea nada lo tendrá Todo. Y en esto se resume la verdadera vida en el Espíritu, pues un espiritual es quien se ha quedado desnudo en las manos de su Dios, totalmente confiado en su Providencia y no queriendo más ni menos de lo que quiere su Señor. Descansa entonces seguro y alcanza la paz.

Tú lo sentencias con belleza y realismo: “En esta desnudez halla el espiritual su quietud y descanso, porque, no codiciando nada,  nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad.”

Ya ven queridos lectores, que junto a Fray Juan, les venimos constantemente afirmando lo mismo: la Cruz, el único camino y la única puerta es la Cruz. Para unirse a Dios por el amor hay que dejarse crucificar por Él, en Él y para Él. Crucificado con tu Esposo lo tendrás todo.

 


Diálogo vivo con San Juan de la Cruz 4

 



CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 4 (2022)


DESPRECIO


“... procurar obrar en su desprecio y desear que todos lo hagan

procurar hablar en su desprecio y desear que todos lo hagan

procurar pensar bajamente de sí en su desprecio y desear que todos lo hagan…” (SMC L1, Cap.13,9)

 

Estimadísimo Padre San Juan de la Cruz, tú como todos los santos sabes, que es la humildad la gran guardiana de las demás virtudes. Porque cuando se pierde la humildad todo empieza a arruinarse y se va desmoronando.

Te confieso que desde joven, profundamente impactado por la persona de San Francisco de Asís, se me grabaron en mi corazón estas palabras suyas: “Dichoso el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y enaltecido por los hombres que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, porque cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no más.” (Admonición 19)

¿Quién nos pondrá el precio justo que valemos sino el Señor, verdad?

Pero por mis días, como te vengo insistiendo, tu sabiduría parece una locura. Que yo no veo a muchos en general bajarse el precio sino todo lo contrario, inflarlo más y más. Andan sacando pecho y cantando loas de sí mismos. Reina una pavorosa prepotencia de vanagloria entre nosotros. Y es habitual que mis coetáneos quieran parecer más de lo que verdaderamente son. Apariencias, culto a la grandilocuencia y tantos pies de barro. Cuando la verdad de sí mismos emerge solo les queda la vergüenza o el descaro.

¿Desprecio de sí? Obviamente no de un modo enfermizo, porque los hay que no se quieren nada y se viven castigando. Pero por supuesto que es necesario un sano realismo sobre la propia condición. Una aceptación, delante de Dios, de la luz y la oscuridad que vive en nosotros. Un hacernos cargo de los vicios y pecados que evidentemente son nuestros, enteramente nuestros. Y un dar gracias a Dios por cuanto de virtuoso y bueno hallemos porque es Suyo, y solo en Él tienen su fuente tanta belleza y talentos con que fuimos regalados.

El principio de esta sabiduría es pues dejarse conocer por Dios. “Cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no más.” Por tanto el discípulo humilde no infla el pecho cuando lo elogian ni se deprime o enfurece cuando lo difaman; porque sabe bien quién es y lo sabe delante de su Señor. Se deja conocer por Dios y al conocerlo Dios, él mismo se conoce en su mirada de Padre.

¿Por qué deben dolernos los desprecios y las humillaciones que nos hagan? O porque no nos conocemos y aceptamos tal cual somos delante de Dios y de nuestra conciencia. O porque descubrimos que nos engañábamos, y apartados de la humildad, estábamos buscando presumir de nosotros y justo ahora nos arruinan la cosa manchando nuestra buena fama que con tanto esfuerzo construimos.

Pero en verdad porque aún no hemos sido curados de raíz, por eso aún nos resentimos con nosotros mismos al sorprendernos en nuestras vilezas. Más bien solemos evadirnos y nos distraemos largamente en fabulaciones de honra y de poder, ensoñación de nuestro encumbramiento glorioso al modo del mundo. Y para nada hallamos remedio –cuando lo hay y poderoso- en los desprecios que nos hacen, pues aunque sean injustos y ofensivos no dejan de ubicarnos donde debemos permanecer: en la Cruz junto al Despreciado por todos.

Yo me daría a mí mismo estos consejos:

  1. Vivir bajo la mirada verdadera del Señor que me hace libre y obsequia tanto sano conocimiento como serena aceptación de mí mismo.
  2. Meditar asiduamente su Pasión que me fortalece en humildad y hace crecer la Caridad abrazando la Cruz como el único camino.
  3. Abrirme por entero y suplicar que derrame su Amor de Misericordia que Santifica. Porque solo lleno de su Amor sabré quien soy y veré todo luminosamente claro.

Querido Fray Juan, ya pronto seguiremos dialogando espero, sobre un camino excelente para crecer y madurar en santidad: la vida contemplativa.


Diálogo vivo con San Juan de la Cruz 3




CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 3 (2022)


INCLINACIÓN

 

“Procure siempre inclinarse:

no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso;

no a lo más sabroso, sino a lo más desabrido;

no a lo más gustoso, sino antes a lo que da menos gusto;

no a lo que es descanso, sino a lo trabajoso;

no a lo que es consuelo, sino antes al desconsuelo;

no a lo más, sino a lo menos;

no a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado;

no a lo que es querer algo, sino a no querer nada;

no andar buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo peor, y desear entrar en toda desnudez y vacío y pobreza por Cristo de todo cuanto hay en el mundo.” (SMC L1,Cap.13,6)

 

Hermano mío, te has superado a ti mismo ¡y de qué magistral modo! Permíteme, para bien de nuestros lectores, comenzar por dónde has concluido: “desear entrar en toda desnudez y vacío y pobreza por Cristo”. Éste “por” expresa tanto causa como medio.

Cristo es la causa pues es Él quien mueve. Por unirse a Cristo el alma abraza desnudez, vacío y pobreza; pues solo así se encontrará enteramente disponible para ser llenada de Quien ama extasiadamente tras haber sido herida por su Amor agudo y transverberante.  Ya nada quiere ni apetece sin Él porque solo a Él le quiere, y si algo quiere debe ser en Él ya que si no es congruente y ordenado a la primacía totalizadora del Amado, lo que se quiere rompe y retrasa la unión anhelada. “Todo por Él y nada sin Él”, clama el alma enamorada.

Y Cristo es el medio ya que justamente Él “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”. El Señor es la escuela de la desnudez, el vacío y la pobreza. Su condescendencia divina la contemplamos en Pesebre, Eucaristía y Cruz. Y Él mismo como clave de seguimiento discipular nos ha invitado: “renuncia a ti mismo y carga tu cruz”. Pues sabe el alma lo que el Maestro le ha enseñado: “si quieres ganar tu vida, reservándotela para ti y alejándola de mis manos, la perderás”, en cambio: “si me entregas tu vida, si te abandonas en mi mano, si andas mi camino y compartes mi suerte, la ganarás, porque yo seré toda tu Vida y Vida en abundancia”.

Ahora bien, lo que el alma sabe y gusta y goza en el encuentro en amor con su Señor debe plasmarse en su vivir. Este vaciamiento por Cristo “de todo cuanto hay en el mundo”, puede entenderse tanto como integración armónica de cuanto elemento, ya purificado y reorientado al proyecto salvífico del Padre, pueda ser llevado a la unión; o en su defecto como renuncia indeclinable a lo que tan corrompido por el pecado no pueda menos que ser cortado, extirpado y echado al fuego que lo consuma para siempre.

Aquí tu sabiduría, hermano, nos dirige a “no andar buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo peor”.  Tú sabes bien como yo que nuestra naturaleza, cuando anda aún debilitada por atracción del pecado, huye del sacrificio de la Cruz y busca ensalzarse en la entronización idolátrica de sí misma. Y el Adversario allí la busca, bajo toda apariencia de disfrute y de bien, cual espejismo engañoso que la captura y la desvía.

No comentaré querido Fray, tu exquisita construcción de adagios, quienes quieran vayan a tu propia obra. Pero evidentemente se nos tienta en lo más fácil, sabroso y gustoso; inclínese pues el corazón en Cristo, por Él y con Él a lo dificultoso, desabrido y menos gustoso según la mentalidad de este mundo que pasa. Nos propondrá el Enemigo descanso y consuelo en cuanto amor a uno mismo y cerrazón sobre sí, como indiferencia egocéntrica y desinterés por lo que no sea yo; más el buen Espíritu –sanamente y sin afectado desorden psicológico- nos conducirá siempre hacia el trabajoso desconsuelo de la entrega de la vida por amor en la Cruz. Y el Príncipe de la Mentira intentará seducirnos hacia lo que es más alto y precioso, pues camino de soberbia y vanidad es el suyo; pero nuestro buen Señor Jesucristo será para el alma antídoto de humildad, llevándonos consigo a inclinarnos y abrazar por amor a lo más bajo y despreciado, tal como lo hizo por nosotros.

Ésta entonces será nuestra consigna: “inclinarnos no a lo que es querer algo, sino a no querer nada”. Ya lo veníamos hablando: “ir siempre quitando quereres, no sustentándolos”.

“Desnudos seguir al Desnudo (de la Cruz)”, levantaban como bandera los movimientos pauperísticos medievales del siglo XII. La vida cristiana en general, la experiencia contemplativa en particular, comprenden que caminar en fe es en este sentido desnudarse, abrazar la humilde pequeñez de Cristo y vivir como al reverso y a contracorriente del entramado de un mundo donde el pecado impera, a veces notoriamente y las más inadvertido, naturalizado y cotidiano. Sólo en la escuela del Cristo pobre y desnudo -en Pesebre, Eucaristía y Cruz-, puede vislumbrarse en este mundo el camino de la Salvación.

 

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...