POESÍA DEL ALMA UNIDA 11

 



Recluso de Dios

Cierra tus ventanas

Y tus puertas también

Quédate en silencio

Y a oscuras

 

Recluso de Dios

Huye y calla

De la banalidad mundana

Aíslate

Que tu Esposo lo es todo

 

Recluso de Dios

Apártate del ajetreo

Entra en santa quietud

Vive establemente

En el umbral de la Unión

 

Recluso de Dios

Sé pobre y humilde

Desaparece cuanto puedas

Ocúltate hacia el anonimato

Que nadie te note ni extrañe

 

Recluso de Dios

Exorciza los demonios

Con penitente oración

Con sacrificio sereno

Y con muerte en su Cruz

 

Recluso de Dios

Sostén a la Iglesia

Y al mundo de los hombres

Sin que nadie perciba

Tu entrega en la noche

 

Recluso de Dios

Bendice hospedando

Bendice aquietando

Bendice intercediendo

Bendice uniendo al Señor

 

Recluso de Dios

Enciende la llama

Del holocausto sagrado

Y en la soledad de tu eremo

Levanta tu corazón inmolado

 


Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (2)

 



Mensaje


Su profecía continúa, como en los profetas anteriores, interpretando la Alianza como amor esponsalicio entre Dios y su pueblo, con la posterior exigencia de justicia y santidad; sigue anunciando la preparación de un Resto y de un futuro reino mesiánico, aunque su Mesías es del todo escatológico y de ningún modo guerrero.

Lo novedoso de Jeremías surge desde su personalidad: la Alianza es una realidad interior. Es un profeta de la interioridad que anuncia una religión interiorizada. Lo fundamental es el encuentro-relación personal con Dios cuya expresión mayor es la oración. Lo que realmente importa es la circuncisión del corazón. La Alianza es una realidad que va más allá de las instituciones y del culto externo.


Estructura literaria y contenido

 

Podemos dividir el libro en 3 grandes bloques.

Bloque 1: 1,1-25,38. Hay una introducción general con sus títulos proféticos y luego el relato vocacional.

a) 1era. Sección: 2,1-6,30. Oráculos bajo Josías.

b) 2da. Sección: 7,1-20,18 Oráculos bajo Yoyaquim y las llamadas “Confesiones” del profeta .

c) 3era. Sección: 21,1-23,40. Oráculos y visiones contra Sedecías-Jerusalén, la casa real y los profetas áulicos (profetas profesionales de la corte).

*Los caps. 24-25 parecen ser tardíos, introducidos bajo Esdras-Nehemías hacia el 400 aC.  

Bloque 2: 26,1-45,5. Fundamentalmente son gestos simbólicos y oráculos actuados.

Bloque 3: 46-52. Oráculos contra las naciones.

 

Presentación vocacional

 

El relato vocacional se atestigua en 1,4-19. Se trata de una perícopa compleja, donde la dinámica del relato se apoya en matices y acentos con gran riqueza de sentido.  Es clásico leerla en contraposición con la vocación de Isaías, pues sin ser antitéticas expresan direccionalidades diversas que pueden y deben llegar a complementarse. Iremos leyendo el texto fragmentadamente para su mejor comprensión.

El género literario “relato vocacional” sigue cierta estructura. En principio Dios por sí mismo o por su ángel-mensajero debe aparecerse a quien es elegido.

 

 “Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí.” (Jer 1,4-5)

 

Pero aquí no hay una descripción de la aparición divina como cuando la vocación de Isaías en el Templo. Allí Dios se manifestaba como el totalmente Otro, inalcanzable en su grandeza, lleno de majestuosidad y tres veces Santo.  En Jeremías con simple sobriedad se afirma la experiencia típicamente profética: “la Palabra de Dios me fue dirigida”. Escuchan la Palabra del Señor –no importa ahora describir o precisar este fenómeno de locución divina sino su realidad-. Dios habla y el profeta escucha. Ya veremos que en el caso de Jeremías todo su vínculo con Dios es de base, experiencia interior.

Nuestro texto sostiene que “conocer” para Dios es elegir, distinguir, consagrar. En este sentido coincide con Isaías: el profeta es elegido y por eso distinguido, separado y destinado a la obra de Dios. Pero justamente esta distinción será para Jeremías su drama: ¿por qué a mí que quisiera pasar desapercibido? Adelantamos en parte la crisis testimoniada en sus “Confesiones”. Ya lo hemos afirmado: la misión profética será para Jeremías una fuente casi constante de sufrimiento personal, un encargo que a veces parece dirigirlo contracorriente de su personalidad.

Justamente por aquí pasará la objeción interpuesta al llamado. Siempre en los relatos de vocación se presentan objeciones.

 

“Yo dije: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho.»” (Jer 1,6)

 

Soy un nahab (entre 20 y 30 años) y como sacerdote no tengo aún peso-autoridad para hablar en la asamblea litúrgica. Jeremías sabe que es alguien a quien no escucharán, a quien aún no se le prestará la atención requerida ni se le reconocerá prestigio suficiente. Pero Yahvéh le responde.

 

“Y me dijo Yahveh: No digas: «Soy un muchacho», pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás.  No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte - oráculo de Yahveh -.” (Jer 1,7-8) 

 

En este género literario Dios debe resolver los reparos que presenta quien es vocado. Observaremos repetidas veces en Jeremías que las objeciones, dificultades y crisis del profeta se resuelven por una renovada y más intensa presencia de Dios. La coyuntura ardua de su ministerio permanece, Jeremías la sufre pero el Señor prevalece. En este sentido se podría decir que “Dios lo puede o lo vence” a Jeremías y que él pues se deja vencer. Ciertamente hay tironeo pero finalmente la voluntad del profeta se allana a la Voluntad divina.

 

“Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar.” (Jer 1,9-10)

 

No puede faltar el envío. Ahora –ya como en una visión-, se produce el acercamiento del Señor que deja de ser solo Palabra para ser directamente “toque” que confirma el llamado-misión y favorece o destraba definitivamente la aceptación. Sin embargo no hay de parte de Jeremías ninguna palabra o gesto. Todo sucede como si Dios nuevamente se le impusiera y él le dejase hacerlo. Nuestro relato vocacional cierra con la misma insistencia: su ministerio profético será dramático. Porque si bien el Señor le dará toda su autoridad-poder, su tarea será conflictiva: esta permanente lucha se expresa en los binomios extirpar-destruir, perder-derrocar contrapuestos a reconstruir-plantar. Dios lo envía a purificar y talar de raíz al Pueblo  y a resembrar la Alianza. Y esta tarea será martirial para el profeta.

Hasta aquí entonces se percibe una dinámica contraria a la experiencia de Isaías I: el Dios de Jeremías es un Dios cercano al hombre y no separado-distante, la santidad pasa ahora por el abajamiento. El profeta lo busca en el estilo paradigmático de Moisés-Elías-Habacuq, es decir, predomina la dirección contemplativo-mística en la experiencia religiosa, un estar frente a Dios cara a cara. Al igual que Isaías su misión será claramente purificadora y dirigida a la conversión del Pueblo.

Veremos en el próximo artículo como se concreta el ministerio de Jeremías en el pasaje 1,11-19, ligado al relato vocacional.

 

Un Dios que se acerca y promueve una relación intensa

 

Siempre es mi intención mostrar la vigencia de la experiencia profética y su mensaje en el hoy de nuestra historia. Se me ocurren tres aspectos:

1)      Tanto la relación que cada cristiano tendrá personalmente con Dios, como el vínculo que se establecerá con la comunidad eclesial, estarán signados por la intensidad. “Cercanía de Dios” no siempre es sinónimo de “experiencia confortable”. Dios puede resultar de hecho bastante incómodo. El llamado que nos hace puede introducirnos en un derrotero dramático. La misión encomendada ponernos en continuo peligro. Por eso la relación queda también marcada por la fricción, la resistencia y la lucha.

2)      La coyuntura a la que Dios nos envía suele ser ardua. Necesita de nosotros para transformar una realidad que se ha alejado de su gracia y bendición. Esto supondrá soportar una cuota de sufrimiento, de entrega de la propia vida, de Cruz. Sin una disposición penitencial y martirial no será posible ejercer el ministerio encomendado.

3)      Sera necesario resolver favorablemente la relación con el Dios que llama y envía dejándonos vencer, configurándonos a su Voluntad y haciéndonos disponibles a cuanto nos pide. No nos faltará su poder pero será en medio de las adversidades. O sea, ya en cristiano, el camino del discípulo no será otro sino el del Maestro. “Si quieres venir en pos de Mí, renuncia a ti mismo, carga tu cruz y sígueme.”

Nuestra Iglesia contemporánea se muestra tan débil y vacilante en multitud de rostros y caminos personales porque los pretendidos discípulos siguen aspirando solo a una vida confortable y llena de consuelos, una vida enteramente de beneficiarios que no tienen que aportar nada propio. Y creo que sucede así porque la misma Iglesia –por diversas razones- ha malcriado a sus hijos. ¿Todavía no hemos aprendido que la sobreprotección solo engendra debilidad, vulnerabilidad, indefensión, inestabilidad e inconstancia?

Quizás también por eso solemos escaparnos de Dios, de una relación seria y profunda con Él. Dios a sus hijos los quiere bien y los forja martirialmente. La Iglesia debe recordarlo y volver a formar discípulos que puedan sostener con el Señor una relación cara a cara.

 

Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (1)

 

 



Perfil del profeta

 

Según Jer 1,1-3  es un sacerdote de Anatot, de la tribu de Benjamín. Se trata de la ciudad donde fue desterrado por Salomón el sacerdote Abiatar (cf. 1 Re 2,26-27). Jeremías se entronca entonces con el sacerdocio de Aarón, de tronco levítico, y no pertenece a la familia del Sumo Pontífice de aquel tiempo (Sadoq) cuyos descendientes siguen ejerciendo en Jerusalén.

 

“Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, de los sacerdotes de Anatot, en la tierra de Benjamín, a quien fue dirigida la palabra de Yahveh en tiempo de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, en el año trece de su reinado, y después en tiempo de Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá, hasta cumplirse el año undécimo de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, o sea, hasta la deportación de Jerusalén en el mes quinto.” (Jer 1,1-3)

 

Es pues un sacerdote yavista con raíces en el reino del Norte, proveniente de una familia que habría tenido a su cargo el sostén de algún santuario y que experimentó el destierro tras la caída de Samaría. Jeremías probablemente habría nacido en Jerusalén. Aunque sería esperable lo contrario, sin embargo se muestra totalmente identificado con el Sur y como un Deuteronomista a ultranza.

Ya entenderemos cuán importante rol juega su personalidad, propia de un solitario. Se le nota afectivamente muy sensible, introvertido, sentimental, retraído y tímido. Será entonces su temperamento la causa de un constante sufrimiento en la misión de anunciar al pueblo el castigo del exilio si persiste en la idolatría. Su ministerio es dramático y casi una violencia contra sí mismo. Jeremías se ve en la obligación de anunciar lo que no desea: ¡él, que quisiera profetizar palabras de salvación y consuelo, es enviado por Dios a proclamar el castigo y la destrucción de Jerusalén!

Además de esta tensión interna que nunca lo abandona, Yahvéh le manda introducirse en el palacio real como consejero y le inspira hacer gestos para llamar la atención sobre su mensaje profético. El resultado es terrible: varias veces lo apalean con dureza, viven persiguiéndolo e intentando matarlo. De allí que se le haya presentado por los primitivos cristianos como un precursor del sufrimiento de Cristo.

Su ministerio será extenso: unos 30 años, desde el 626 (13 de Josías) al 587 (muerte de Sedecías) y quizás algo más desterrado en Egipto.

En 16,1-2 habla de su celibato:

 

“La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: No tomes mujer ni tengas hijos ni hijas en este lugar.” (Jer 16,1-2)

 

O estaba casado y tras enviudar Dios le pidió no volver a casarse, o estaba casado y por comprender la profecía como sacerdocio se le pide continencia (vivir como si estuviera siempre en el servicio del Templo). La segunda opción sería un signo del dolor que está por sobrevenir al pueblo.

Soportará profundas crisis espirituales que exteriorizará al estilo de unas “confesiones”. La más profunda le lleva a maldecir el día de su nacimiento.

 

Llamado a hacer penitencia y a sufrir por el Pueblo

 

Al introducirnos en la profecía de Jeremías quisimos adelantar este rasgo tan propio de su servicio: Dios le pondrá en medio del conflicto, en el sitio más álgido de la batalla contra el mal. Allí tendrá que permanecer fiel y fuerte, sostenido solo por el Señor y experimentando a la vez toda su fragilidad. Su propia persona será pues el mayor signo profético.

“Varón de dolores” se podría afirmar de él. Profeta forjado en la penitencia y en el ofrecimiento de su continuo sufrimiento personal por la salvación de su Pueblo. Vive una santidad que es rechazada y perseguida, pero que no deja de interpelar al pecado del Pueblo a costa de sufrir una lacerante persecución. Su misión profética coincidirá plenamente con la entrega de su propia vida.

Y nosotros los cristianos a menudo olvidamos que no es posible salvar ni rescatar sin poner el propio cuerpo. Jeremías, anticipo de Jesucristo el Cordero inmolado por Dios, nos lo recordará con su inquietante testimonio.

Quisiera recordar una plegaria personal elevada en los tiempos duros de la crisis por la pandemia que rezaba simple y contundente: “Te suplico, Señor, un alba nueva por una Iglesia que viva hacia tu Gloria con discípulos crucificados en tu Amor.” Porque no será posible anunciar el Reino, señalarlo y visibilizar su presencia en la historia, sin ser crucificados.

Se me antoja que Jeremías nos ayudará a tender un puente también hacia San Pablo y a los primitivos tiempos apostólicos. Nos anunciará que debemos también hoy nosotros “llevar las cicatrices de Jesús” y completar en los días de los hombres cuanto falta a los padecimientos de la Pascua del Señor. Pues el Día del Señor no amanecerá sin sufrimiento personal por amor, sin penitencia y entrega de la propia vida, sin identificarnos con el camino de Jesús, el Cristo.




POESÍA DEL ALMA UNIDA 10

 



Silencio

Penitencia y Contemplación

¿Para qué más?

 

Solo déjame habitar

Esta santa y bendita

Ermita de la Cruz

 

No hay nada en absoluto

Más importante o urgente

Que celebrar esta Alianza

 

Aquella Mujer lo sabe a sus pies

El Discípulo amado también

¿Y tú aún no lo comprendes?

 

Mi caridad pastoral será

Quedarme tan solo aquí

Quieto y aquietando

 

Enseñando que no existe nada más

Que el mundo gira y distrae

Mientras la Cruz está firme

 

Pues apoyado en los Cimientos de la Vida

Enraizado en la Entrega Redentora

Florecerá el Espíritu

 

Aquí se sanearán todas tus aguas

La transparencia del Amor reinará

Junto a la Fe oscura en Esperanza oculta

 

Y se revelará aquí la dicha y el gozo

El feliz Matrimonio

Que alumbrará Eternidad

 

Ven quédate conmigo

No huyas ya de ti mismo y de tu Dios

Serénate y apacíguate ¿para qué más?

 

 


DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 16



CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 16


NO REGODEARSE EN LAS REPRESENTACIONES SINO PERMANECER DESASIDA, DESNUDA, PURA Y SENCILLA

 

Esclarecidísimo maestro, Fray Juan, te confieso que me causa fatiga ya, tener que insistir sobre las mismas cosas, pero advierto como tú que ni están dispuestos a oír ni se convencen de la verdad; pues por tanto habrá que seguir martillando en el sentido que señala la desnudez de la Cruz.

Volvamos a enseñar que cuantas representaciones imaginativas o locuciones interiores se produzcan en el ejercicio de la oración pueden tener diversas fuentes.

La una el natural, diríamos hoy nuestra “psicología personal”, en el sentido de todo el bagaje de pulsiones, mandatos y tramas vinculares en las cuales nos hemos ido configurando. Hay que reconocer que a veces no podemos escuchar más allá de lo que deseamos o estamos preparados para escuchar, ni vemos más allá de lo que esperamos o estamos dispuestos a ver. Cuando la realidad supera al paradigma de conocimiento o se modifica el paradigma o se niega la realidad. También en la actividad religiosa de la oración no deja de tener notable influencia la mayor salud o enfermedad de nuestra estructuración personal. Negarlo sería una ingenuidad.

La otra fuente es sobrenatural, pues estas representaciones y locuciones interiores pueden ser producto del influjo de Dios pero también del Demonio.

 

“…puede Dios y el demonio representar las mismas imágenes y especies, y mucho más hermosas y acabadas. De donde, debajo de estas imágenes muchas veces representa Dios al alma muchas cosas, y la enseña mucha sabiduría… Y también el demonio procura con las suyas, aparentemente buenas, engañar al alma…” (SMC L2, Cap. 16,3)


No debemos asustarnos sino ser precavidos. Si Dios usa de este medio, lo cual hace mucho en los comienzos, acercándose didácticamente cuanto puede a nuestro humano lenguaje todavía rudimentario en lo espiritual, es para educarnos y hacernos comprender el camino por el cual quiere conducirnos. Pero el Adversario aquí quiere aprovecharse y sabe que obtendrá grandes ganancias por nuestro aprecio desmedido a lo sensible. No lo hará proponiéndonos tentaciones nítidamente pecaminosas que descubriríamos y rechazaríamos con mayor facilidad, sino actuando como “ángel de luz”, bajo apariencia de bien o de pretendida incluso santidad, frecuentemente impostada como pureza separada y heroica. Entonces, ¿cómo los distinguiremos? Si vieres que se levanta cualquier espíritu de presunción o vanagloria, si el derrotero te conduce a volverte sobre ti mismo y a ensalzarte regodeándote en lo que tienes o se ha producido en ti, si disminuye tu conciencia de no ser más que un penitente en camino, si se apaga la caridad fraterna bajo el crecimiento de tu autoestima, sabrás ciertamente que se ha mezclado mal espíritu. Porque Dios siempre nos pastorea hacia la humildad y abajamiento de sí. Aunque también deberás cuidarte de esa falsa humildad que en verdad es acomplejamiento y falta de aceptación de ti mismo. Dios nos lleva suavemente por el camino de la verdad que nos hace libres.

 

“Por tanto, digo que, de todas estas aprehensiones y visiones imaginarias y otras cualesquiera formas o especies, como ellas se ofrezcan debajo de forma o imagen o alguna inteligencia particular, ahora sean falsas de parte del demonio, ahora se conozcan ser verdaderas de parte de Dios, el entendimiento no se ha de embarazar ni cebar en ellas, ni las ha el alma de querer admitir ni tener, para poder estar desasida, desnuda, pura y sencilla, sin algún modo y manera, como se requiere para la unión.” (SMC L2, Cap. 16,6)

 

“Por tanto, para venir a esta unión de amor de Dios esencial, ha de tener cuidado el alma de no se ir arrimando a visiones imaginarias, ni formas, ni figuras, ni particulares inteligencias, pues no le pueden servir de medio proporcionado y próximo para tal efecto; antes le harían estorbo, y por eso las ha de renunciar y procurar de no tenerlas.” (SMC L2, Cap. 16,10)

 

Mientras el alma no sea purificada más intensa y transformadoramente hacia la Unión esponsal, la vida interior estará bastante invadida por esta suerte de representaciones, ya sean visiones o locuciones. No interesa ahora distinguir tanto desde cuáles potencias son percibidas o dónde exactamente impactan. La regla general es no quedarse en ellas. Guardarse debe el alma desasida, desnuda, pura y sencilla -nos decía Fray Juan- para poder gozar de la Unión. Sin esta renuncia y esta decisión por ser pobre no se puede avanzar ni crecer.

¡Pero ay de la vanagloria, nuestra perdición! Qué fuerte es en nosotros el apetito desordenado y la vieja inclinación al pecado de Adán. Hasta que no podamos descentrarnos y sigamos idolatrando el yo, estaremos en peligro. Lo digo porque es como intentar hablar con chiquillos encaprichados que no quieren soltar el dulce o el juguete. Son demasiados los que habiendo comenzado a crecer en espíritu luego se quedan empastados en adictivas sensiblerías pseudo-espirituales, en la búsqueda de algo extraordinario o de una experiencia personal para poder exhibir impúdicamente a otros. Coleccionan trofeos pero nunca alcanzarán la meta, su poblada vitrina  es la recompensa con la que el Adversario engañosamente les ha sobornado.

Te repito cuál es el camino si quieres en verdad completar el trayecto:

 

“…que nos quedemos a oscuras, cerrados los ojos a todas esotras luces, y que en esta tiniebla sola la fe, que también es oscura, sea luz a que nos arrimemos.

…hasta que le amanezca en la otra vida el día de la clara visión de Dios, y en ésta el de la transformación y unión.” (SMC L2, Cap. 16,15)

 

“…el alma no ha de poner los ojos en aquella corteza de figuras y objeto que se le pone de delante sobrenaturalmente, ahora sea acerca del sentido exterior, como son locuciones y palabras al oído y visiones de santos a los ojos, yresplandores hermosos, y olores a las narices, y gustos y suavidades en el paladar, y otros deleites en el tacto, que suelen proceder del espíritu, ni tampoco los ha de poner en cualesquier visiones del sentido interior, cuales son las imaginarias; antes renunciarlas todas. Sólo ha de poner los ojos en aquel buen espíritu que causan, procurando conservarle en obrar y poner por ejercicio lo que es de servicio de Dios ordenadamente, sin advertencia de aquellas representaciones ni de querer algún gusto sensible." (SMC L2, Cap. 17,9)

 

Ojalá puedas admitir el testimonio de quienes pueden ser tus mayores y no te detengas en el camino. Lánzate más bien hacia delante despojándote de todo, pues solo a Dios debes querer y nada has de permitir que te distraiga o te induzca a la postergación. No podrás avanzar si no te entregas a la noche de la fe. Debes dejarte introducir en esta oscuridad tan iluminada según el fulgor de la Santa Cruz. Si quieres tener algo lo perderás todo. Si quieres vivir morirás. Aquí debes comenzar a adentrarte en el sendero del abandono.




La profecía en tiempos convulsionados y violentos

 


Vamos a introducirnos en otra época de la profecía en Israel. Obviamente en esta presentación no podemos tratar la temática propia de todos los profetas. Nos limitamos a aquellos que por la envergadura de su mensaje y por su novedad conceptual son más relevantes. Así en el período precedente no hemos tomado contacto con Miqueas, cuya profecía podríamos catalogar como una síntesis de sus contemporáneos y una suerte de relanzamiento de la temática común; aunque ciertamente debemos reconocerle una singularidad especialmente significativa en su anuncio del Mesías, perfilado como un rey-pastor oriundo de Belén bajo el signo de David. También hubiese deseado seguir gozando de la belleza y profundidad de tantos oráculos poéticos del gran Isaías. Pero debemos seguir haciendo camino.

 

La profecía hacia el fin del siglo VII y comienzo del VI a.C.

La situación histórica

 

Con el reinado de Ezequías había comenzado la reforma deuteronomista cuyos dos grandes pilares serían: el Yavismo como religión única y Jerusalén como ciudad santa donde se ubica el templo único. Con los posteriores gobiernos de Manasés y Amón la reforma se detiene y se recrudece el culto a los ídolos paganos.

La reforma religiosa monoteísta se retoma y profundiza con Josías hacia el 640-609 a.C. En el Templo, probablemente hacia el 622, es hallado el libro de la Ley (Deuteronomio) y se comienza a escribir la colección Josué, Jueces, Samuel, Reyes. Es el tiempo de desarrollo de la Tradición o Escuela Deuteronomista.

Notemos que hacia el 625 a.C. se produce un desplazamiento de poder en la región: comienza a emerger el influjo dominante de Babilonia, que se libera de Asiria y la comienza a desplazar, sustituyéndola luego en su hegemonía territorial.

Tras lo cual comenzará un período muy convulsionado. A Josías le sucede en el trono Joacaz durante apenas 3 meses. Luego Yoyaquim gobierna entre 609-597, declarándose en rebeldía contra Babilonia hacia el 600. Tras lo cual Joaquín reina brevemente entre 598-597, año en el cual Nabucodonosor sitia Jerusalén y lo destrona. Se produce así la primera deportación: las clases dirigentes constituidas por los nobles con sus cortesanos y los sacerdotes son exiliados a Babilonia. En esta deportación emigró Ezequiel, aún no vocado por Dios, cuyo ministerio profético será relevante en el siguiente tramo histórico, ya durante el exilio.

Sedecías reina entre 597-587 y retoma la rebelión.  Ezequiel ya desde el exilio predice la ruina de Jerusalén. En el 587 Nabucodonosor asedia la ciudad capital y la toma, haciendo prisionero al rey.  Godolías es colocado como gobernador pero el pueblo lo asesina. Entonces Nabucodonosor invade destruyendo Jerusalén y el Templo, produciendo una segunda deportación de carácter masivo. Jeremías parte al exilio pero hacia Egipto.

 

Los profetas de este tiempo

 

1. Hacia el 630 ubicamos a Sofonías, que podríamos bautizar como “el profeta del Resto de Yahvéh”, temática que le precede pero que expresa con fuerza propia. Si para Isaías I el castigo es consecuencia de la majestad de Dios y de la infidelidad del pueblo (idolatría), si para Amós esa infidelidad es la injusticia social, para Sofonías Dios se revela por los castigos históricos como Señor del universo y de la historia. Éste profeta sintetizará a los anteriores y profundizará sus intuiciones.

a) Miqueas ya había insinuado que el pecado no es una transgresión colectiva de la Alianza sino una responsabilidad personal, Sofonías insiste con fuerza y en ésta dirección continuará Jeremías.

b) Amós se había sensibilizado con los pobres-explotados, mas Sofonías hace de los anawim no una categoría sociológica sino teológica: son los pobres de Yahvéh, el resto fiel, los piadosos-sumisos abandonados a la voluntad de Dios. Por esta calidad moral Yahvéh los constituye resto escatológico, reserva histórica de fidelidad a la Alianza desde la cual en el futuro hará brotar al Mesías, anawim también él.

c) Retoma el tema del Día de Yahvéh como tiempo final y definitivo  del Juicio de Dios sobre el universo y la historia entera a través de su Mesías. El Mesías no aparece como alguien personal, sólo se lo vincula con el Resto.

 

2. Hacia el 627 fechamos la llamada vocacional del gran profeta Jeremías a quien nos dedicaremos en extenso.

 

3. Hacia el 612 situamos el ministerio de Nahúm que calificaré como “el profeta del Dios victorioso”. Se trata de un oráculo concreto contra Nínive, que simboliza para Judá a todos sus enemigos. Se anuncia pues el castigo del impío. Puede provocar cierto rechazo sin embargo su lenguaje violento, su imagen de un Dios guerrero, que por fidelidad a sí mismo, debe erradicar al impío contumaz.

Nahum significa “el que es consolado”. El consuelo es que: a) Yahvéh triunfa en la historia; b) no se deja vencer por el mal; c) se puede poner en Él la esperanza.

 

4. Hacia el 600 Habacuq, que caracterizaré como “el profeta del desarraigo”. Se presenta como un desarraigado y un sin-historia que en medio de la desolación canta la fe radical en Yahvéh. Se trata de un desarraigado arraigado en la problemática de su tiempo y en la acción de Dios. Lo novedoso en él es su modo de vincularse con Dios: se le planta delante, pregunta y exige respuestas. La tradición rabínica habla de la tríada Moisés-Elías-Habacuq como quienes ven a Dios cara a cara e interceden con su oración. Se pregunta Habacuq: ¿por qué Dios soporta la iniquidad?, ¿por qué el pueblo sufre?, ¿por qué permite que desde dentro perviertan al pueblo?  El justo-Judá es oprimido por el impío-Babilonia, usado por Dios como un azote. Pero también reconoce el profeta que hay justos e impíos dentro y fuera del Pueblo.

Desarrolla pues una verdadera teología de la historia. Dios tiene designios pero no anula la libertad del hombre. Babilonia es un instrumento de Dios pero no un ministro plenipotenciario; ya será juzgada por el modo de usar su poder, el opresor será oprimido y se restablecerá la justicia. Pero esta promesa no hace que el oprimido (Judá) cambie de situación: debe mantener la confianza y esperar en Dios; en medio de un castigo justo seguir creyendo en Dios, apelando a su Misericordia, seguir haciendo de Yahvéh la razón de la esperanza y el sentido de la vida. A Dios no se le pueden preguntar las razones; él es Juez y Señor de la historia.

 

 

La profecía como exégesis de la historia

 

Quisiera resaltar con simplicidad el valor de estos profetas, que en tiempos intensos de reforma religiosa y pecado persistente, de fervor nacional y asedio imperialista, pudieron tener la claridad necesaria para escuchar a Dios y transmitir su voluntad al Pueblo. En medio de tanta ebullición aparecieron como exegetas (intérpretes) precisos de la realidad que el Señor les desvelaba. ¡Cuánta seguridad, consuelo y esperanza será una tal certidumbre en tiempos confusos! Sin embargo a ellos les ha tocado el sufrimiento. Sus contemporáneos, faltos de distancia emotiva para juzgar sobre la situación, ideológica e interesadamente involucrados en los avatares de la cotidianeidad,  parcializados engañosamente en su mirada, les han rechazado y perseguido. ¡Dios por ellos habló con paternal sinceridad pero el Pueblo no lo quiso escuchar!

No son estos tiempos de profunda crisis tan distintos para la Iglesia peregrina. Muchos cristianos se lanzan convencidos hacia la agenda mundana con cuya vigencia pretenden sintonizar bajo pretexto de diálogo; un simulado y bien orquestado coloquio confuso, donde terminan enajenando su identidad en manos de una seductora pero clara estrategia maléfica que asedia destructiva a la Iglesia. Otros tantos permanecen desorientados sin poder hacer pie, jalonados por los vientos de la confusión y a punto de rasgarse sus débiles y resecas raíces; no quieren aún cimentarse en el sacrificio que da firmeza y vida.

¿Y Dios calla, no ha enviado profetas a éstos nuestros tiempos? ¡Claro que sí! No voy a nombrarlos. Sólo diré que por ahora corren la suerte propia de su ministerio: son tratados de locos, retrógrados, fanáticos e ignorantes. Tenidos como insensibles y no encarnados en las causas del presente son desestimados. Me temo que en el futuro comprenderemos la precisa exégesis de la historia que Dios les ha confiado. El Señor pues los mantenga fieles y les retribuya generosamente su entrega martirial.




POESÍA DEL ALMA UNIDA 9

 






Quien ya vive sumergido

En la noche de la Unión

Allí ilumina

Ciertamente

Y tan solo anochecidos

            Podrán verle

Refulgir

 

Porque aquí sucede todo

En el reverso

De cuanto es esperable

            Donde el mundo

Nunca se detiene

Porque es valioso

Solo en cuanto inútil

Y aquilatado en gratuidad

 

La noche del Yermo

Es un inmenso Don

Para crucificados

            Y nadie entra aquí

Sin haberse entregado

Por completo

Pues quién aún se busca a sí mismo

Tiene cerrado el Camino

De la Vida

 

A menudo pues me fugo

Hacia lo escondido bendito

            Pues obligado a salir

            Hacia la superficialidad

Y a convivir con tanta

Exasperante vacuidad

Asfixiado por el hedor

De las vanidades mundanas

No me queda más que retornar

Cuanto más rápido sea posible

Al resguardo de la noche

 

Solo quiero que me dejes habitar

Esta preciosa Ermita de la Cruz

Fuera de la cual

Nada es real

Ni verdadero

 


¿Una Iglesia peregrina en disolvencia? En reserva de la Fe

 



 

Pbro. Silvio Dante Pereira Carro

29 de Junio de 2022

Solemnidad de San Pedro y San Pablo

 


Cuando el agua de la inundación retrocede, nos permite ver el daño que hasta ahora solo intuíamos, pues aún permanecía oculto. El amplio movimiento de descristianización que venía ganando terreno se ha ido consolidando y escalando ininterrumpidamente niveles. Además la ocasión de los años de pandemia parece haber acelerado el proceso, y ya retornando a cierta normalidad percibimos que todo lo que se venía incubando ha sido dado a luz; ya no retornaremos al estado precedente, todo ha cambiado. Ya aparecen tangibles y manifiestas en el ámbito de la misma Iglesia algunas consecuencias que sim embargo debemos seguir esforzándonos por interpretar. De ser posible sería oportuno vislumbrar también alguna respuesta.

 

Una creciente disolvencia

 

¿La identidad de la Iglesia se puede estar disolviendo en la contemporaneidad de la Iglesia que camina en la historia? ¿Se diluye su esencia y transmuta en contacto con la realidad del mundo en el cual transita peregrina? Interrogación escandalosa e irreverente tal vez que sin embargo puede intentar asirse a algunos emergentes estabilizados.

A modo de hipótesis pues nos preguntamos si es verosímil una doble disolvencia eclesial:

1.      Disolvencia doctrinal

2.      Disolvencia testimonial y espiritual

 

1.      La disolvencia doctrinal

 

Hablar de “doctrina” y hacer alusión pues a un “corpus” es siempre complejo. Sin embargo podemos consensuar que la Iglesia ha enseñado a lo largo de los siglos un conjunto de verdades que en principio consideraba reveladas por el mismo Dios. Estas verdades que Dios quiso comunicar para nuestra Salvación se hallan contenidas en el “Depositum Fidei”.

 El Espíritu Santo Paráclito, recordando, enseñando y haciendo comprender creyentemente, asiste a toda la Iglesia para receptar y anunciar el acontecimiento salvífico de la Palabra que Dios nos ha dirigido en su Hijo Jesucristo por su Encarnación y Pascua. Este acontecimiento gozoso que nos llama a la Gloria es atestiguado por vía de la Tradición y la Escritura. Así el Magisterio como servidor humilde de  este Sagrado Depósito lo conserva, transmite, propone e interpreta autoritativamente con fidelidad. Así la investigación teológica explora el sentido y alcance de la Comunicación Divina para ayudar a madurar la plena inteligencia de su significado  como la vigorosa actualización de su verdad perenne a los diversos contextos epocales. Así el sentido de fe que guía al Pueblo de Dios bajo la unción del Santo lo mantiene en el recto camino que el mismo Dios ha señalado mientras transita la historia.

 Lógicamente no ha sido sino entre aciertos y errores, que tanto la ciencia teológica como el accionar de los diversos miembros del Pueblo peregrino en el tiempo, han realizado su labor de inculturación misionera del Único Evangelio Eterno. Se han suscitado pues controversias y diversas ocasiones de tensión doctrinal que providencialmente, bajo la asistencia del Espíritu Santo,  nos llevaron a proclamar solemnemente algunas verdades y a fijar su contenido de modo definitivo. Así en el cuerpo doctrinal podríamos distinguir una armonía de verdades que siendo conexas pueden ser priorizadas según su mayor o menor status de relevancia eclesial, ligada claro a su diversa centralidad y densidad en la economía revelada. Todo es importante pero no todo vale lo mismo. Hay elementos dogmáticos con carácter irreformable y elementos aún en desarrollo hacia una madura inteligencia de la fe.

Justamente lo que ha permanecido constante en el empeño eclesial es la recepción de esa doctrina salvífica que no es suya sino revelada por Dios. Conservarla y transmitirla fielmente y ante las dificultades fijarla, clarificarla y evitar errores de interpretación ha sido pues una tarea perseverante y continua. Y aquí irrumpe precisamente la posibilidad de una disolvencia en el descuido por este empeño sostenido de generación en generación.

Últimamente va extendiéndose un clima polémico que de tanto en tanto se reedita al interno de la comunidad cristiana como tensión entre sectores progresistas y conservadores, quienes disputan en torno a la debida relación de la Iglesia con el mundo. Los puntos en discusión aparentemente no son desarrollos teológicos endógenos a la Revelación en la dinámica de una creciente recepción y comprensión de la Fe, sino cuestiones exógenas de carácter más pragmático y cuyo origen se encuentra en las agendas culturales impuestas por los sectores de poder y en el tan difuso como cambiante clima de opinión pública que impera como criterio de nueva veracidad. Se ha hecho habitual la presunción de que la Iglesia se halla siempre anquilosada y que es necesario ponerla de continuo en sintonía con los tiempos que corren. Una Iglesia que atrasa y que debe ser ordenada a la moda de turno suele ser la fantasmática inercial a la que responden incluso la masividad de los creyentes. Pero la acomodación a determinados cambios no pocas veces afecta la base y estructura doctrinal de la Fe.

Este rictus supongo nos acompaña desde los movimientos de preparación al Concilio Vaticano II que en un doble movimiento pretendían por un lado volver a redescubrir las fuentes y por otro dar una respuesta diversa a la cuestión Moderna. Sin embargo esta noble búsqueda ha quedado atrapada en las coordenadas descriptas. El famoso e intangible “espíritu del Concilio” no ha acreditado ser más que una capitulación de la Fe a la dictadura del mundo empecatado bajo pretexto de indebidas comprensiones humanitarias que al fin deshumanizan y  de falsas misericordias divinas que terminan diluyendo la Salvación en mezquinos objetivos inmanentes a la historia. La reacción a esta postura adolece lamentablemente de recalcitrantes y necios vicios bajo el signo de la cerrazón y una enfermiza nostalgia por el pasado.

¿Qué nos viene acaeciendo entonces? Que muchas veces con la intención de una más eficaz evangelización -que sin embargo no se constata-, realizamos una adaptación al ecosistema mundano en la cual finalmente nos traicionamos. Al contrario de lo que se pretende, al mismo tiempo que se acrecienta la adecuación pastoral a la opinión pública se acentúa el abandono de la Fe. Y tantas otras veces simplemente somos colonizados, pues la agenda del mundo se introduce en incesantes oleadas bien planificadas y direccionadas hábilmente, infiltrándose irrefrenablemente en la mente y el corazón de los hijos de la Iglesia y termina marcándonos el paso.

Aquel leimotiv de “estar en el mundo sin ser del mundo” sigue siendo el desafío vigente para la inflexión eclesial. Ni un  acercamiento confuso ni un distanciamiento estéril. Pero debemos aceptar que hemos pasado de levantar muros defensivos a ser un colador sin filtros. La ley del péndulo nos pide volver al punto de reposo y equilibrio.

Pero lo disruptivo de esta hora, lo angustiosamente novedoso es que tal vez el Magisterio ha dejado de realizar su servicio al menos en algunos ejemplos visibles y encumbrados. La Iglesia toda se halla afectada por la confusión, ya que quienes debían poner claridad y ser reserva de fidelidad a Dios, ahora parecen ser promotores de ambigüedad y de inexactitud. Es dificultoso hallar auténticos Maestros de la Fe y en su lugar son entronizados los sofistas del populismo mundano. De este grado alarmante de disolvencia doctrinal no se puede más que esperar tristemente una escalada de la herejía y del cisma en el futuro eclesial. Guardar la ortodoxia se ha vuelto urgente. Los Santos Padres de la Iglesia, que conocieron esta plaga, nos asistan.

 

2.      La disolvencia testimonial y espiritual

 

Durante dos milenios la Santa Iglesia ha proliferado en testimonios de santos varones y mujeres de Dios. Todos ellos han renacido y han sido forjados abrazándose a la Cruz del Esposo y sumergiéndose en la  Unción del Espíritu. Todos ellos despuntaron no solo como  testigos sino también como maestros de hondura en la Alianza. Todos ellos nos han legado una vasta herencia espiritual. La sabiduría ascética y mística de los santos ha guiado segura a la Iglesia peregrina en la historia. Han sido el Resto Fiel del Señor; admirados, imitados, fuente inspiradora y pujante del obrar en Cristo. Han configurado ese otro Magisterio, el Magisterio testimonial.

¿Pero cómo se ha llegado a despilfarrar semejante tesoro? La vida ascética pocas veces ha decaído tanto en la historia de la Iglesia como en el presente. La experiencia mística nunca antes ha sido tan mal interpretada o denostada como en nuestros días. La valoración de lo Sagrado y el asombro contemplativo por el Misterio han sido pisoteados por el ensalzamiento de lo profano. El embate del secularismo ha traspasado todas las defensas. Hasta se ha perdido en la ignorancia espiritual masiva, en la anestesia de la sensualidad egocéntrica y en la falsa acusación de locura inhumana, el valor excelso del Sacrificio. Pero dramáticamente sin Cruz no hay Salvación. Como sin santidad no hay testigos y maestros que nos introduzcan en la eficacia poderosa de la Cruz Redentora.

Paradójicamente empero, la Iglesia ha acelerado los tiempos para los procesos de canonización. Algunos la han acusado incluso de convertirse en una “fábrica de santos”; queriendo sembrar forzada y apresuradamente convenientes ejemplaridades, en todas las culturas y en todos los estados de la vida eclesial. Por encima de este planteo plausible acerca de cuán cercanos y accesibles a nuestra cotidianeidad o cuán ejemplares, modélicos y distantes deben ser los santos canonizados, la conclusión parece ser polarmente otra. La santidad en la Iglesia contemporánea no pasa de ser una cuestión anecdótica.

Afirmo esto porque a la gran cantidad de canonizaciones, que no pasa de una efímera espuma pasajera, se adosa el escándalo imparable del anti-testimonio, que por ahora se vislumbra solo en los miembros consagrados y quien sabe en el futuro se exhiba también en la realidad laical. Porque los crímenes de pederastia y otros por eclesiásticos están en boca de todos. Pero no se considera criminal de parte de un cristiano el crecimiento exponencial del adulterio y el aborto. La opinión pública los considera derechos como también considera humanas desviaciones de nuestra naturaleza. Sin embargo esos pecados según la Fe también engendran la muerte.  Criminal sí, aún es considerada la corrupción, esa deshonestidad fraudulenta en los negocios mundanos de toda especie. Pecado más afín y accesible a la realidad del laicado aunque no exentos de ellos los clérigos y consagrados cuanto más encumbrados institucionalmente.

Como sea, una dolorosa degradación moral se cierne sobre la Iglesia peregrina y la avergüenza al ser estratégica y sistemáticamente expuesta por sus detractores. Pero ni aún descubierta desnuda en su pecado reacciona. Raramente se escucha predicar sobre la santidad personal y comunitaria. En su lugar se extiende una oratoria que tiende a justificarlo todo bajo el manto de una dudosa misericordia. Los fieles no desean sino una experiencia religiosa confortable, donde el Amor de Dios y la Salvación de su alma se les asegure automáticamente, sin necesidad de una respuesta y participación suya. Consuelo sí, sacrificio no. “Hagas lo que hagas y vivas como vivas el Dios que te ama te salvará igual.” Tal ideología inconfesable y oculta en las sombras del auto-engaño, impide poner cimientos y derriba todo intento de santidad.

Incluso hay una porción de quienes ejercen la carga pastoral que se animan a soñar con un inmanente bienestar institucional mediante la apertura indiscriminada a todos sin necesidad de conversión alguna. “No importan tus acciones, todos somos hijos de Dios, sigue igual sin cambiar en nada que el Amor de tu Padre está garantizado.” Como si al Padre Dios que nos ama y no dejará de amarnos no le importaran nuestros pecados que nos desfiguran y rompen el proyecto de la filiación divina. Tal grosera falacia, como un veneno adictivo, corre vertiginoso por las venas de la Iglesia contemporánea. Una falsa misericordia escindida de la santidad y un amor que no sana ni eleva ni santifica son idolatrados. Básicamente se trata de un abandono progresivo de la Vida de la Gracia. Pero como se da bajo este manto de pretendida piedad, suelo denominarlo “apostasía silenciosa” o “apostasía encubierta”. ¿Y acaso nos extraña aún tal imperio del escándalo entre nosotros, consecuencia de tanto oculto pecado que sale a la luz, tras semejante descuido por la santidad? Guardar la ortopraxis se ha vuelto también urgente. Todos los Santos de la Iglesia rueguen por nosotros en esta hora de temible tempestad.

 

En reserva de la Fe

 

Como ya se habrán dado cuenta mi tesis es que la Iglesia peregrina se halla gravemente herida tanto en su ortodoxia como en su ortopraxis. Entre mis postulados se supone aceptar una errónea resolución de la llamada “cuestión Moderna”. Ni el anti-modernismo ni el pro-modernismo han acertado. ¿Y qué camino entonces debiéramos explorar ahora?

Sin duda el de la fidelidad a Dios. De alguna forma se trata de una retirada en el sentido de hacer una reserva. Debemos detenernos y hacer esa pausa necesaria para ver con claridad. Darnos tiempo para contemplar el Misterio de la Salvación y recuperar el sentido de la orientación.

“Resguardar”, “preservar” y “custodiar” parecen verbos oportunos para esta hora de la Iglesia en el mundo. No hay que tenerle miedo ni prejuzgar negativamente a la “dinámica conservadora”. No se podrá transmitir lo que no se ha recibido y guardado con autenticidad. Teniendo claro que no se trata de repeticiones arqueológicas sino de fidelidad creativa hallaremos con la Gracia de Dios el sendero. Hay un solo Evangelio y no debiéramos creer o proclamar otro distinto.

No soy pues novedoso en absoluto, una renovada “fuga mundi” se alza en el horizonte eclesial. Dejando de lado las injustas y maliciosas versiones de ella como si se tratara de una evasión de la realidad, otra vez parece que nuestra salida transitoria y vía de resolución se halla en la retirada al Desierto. Hay una recuperación de la martyria y de la didaskalia por hacer. Hay una opción por el “martirio blanco” de la santidad de  vida por retomar. Hay un redescubrimiento de la “sana doctrina” por dar a luz. Hay un intenso camino penitencial por recorrer. Nuestro término será la unión con Dios sin la cual de ningún modo la Iglesia podría ser fecunda.

Pero percibo inquieto, y lo digo con temor y temblor, que este movimiento de reserva de la Fe no estará exento tal vez de una dolorosa “fuga ecclesiae”. ¿En qué sentido afirmo tal desatino? En la presunción de que es posible aún que se agudice la oscuridad de esta noche y tanto la herejía como el cisma vuelvan a extenderse infectando gravemente el cuerpo eclesial. Me horroriza pensar que podrían repetirse aquellas turbulentas épocas con dos o tres papas reinantes al mismo tiempo o con episcopados enteros tomados por la herejía. ¡Qué gran desconcierto vivían aquellos cristianos buscando dentro de la misma Iglesia dónde se hallaba lo verdaderamente fiel! Apenas unos pocos campeones de la fe, a veces casi en solitario, generalmente por la minoría, dieron el buen combate a gran costo personal y custodiaron la Divina Revelación. Eran cristianos forjados en el Desierto.

¡Tiempos tremendamente oscuros que pensábamos que ya no volverían, sin embargo quizás ya estén tocando de nuevo a nuestra puerta! Dios nos libre de tal amenaza de Satanás. Dios nos guarde en humildad y espíritu de pequeñez evangélica. Y que si tal purulencia retorna no nos falten los santos, que en su fidelidad hagan para todos, salutífera reserva de la Revelación con una vida teologal firme y una doctrina viva en el influjo del Espíritu. Por eso tal vez es mejor anticiparse y empezar a rumbear hacia el Desierto y hacia la Montaña Santa donde renovar la Única Alianza que da Vida Eterna. Porque no se nos ha dado invocar otro Nombre sino el que está sobre todo nombre, el de Jesucristo, el Señor.

 

 

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...