Amós: el profeta de la justicia (4)

 

 



El Día del Señor, el día del Juicio

 

Ciertamente se trata de un leimotiv que atraviesa a toda la corriente profética. Llegará “el Día del Señor”, día de juicio para castigo y retribución.

 

“¡Ay de los que ansían el Día de Yahveh! ¿Qué creen que es ese Día de Yahveh? ¡Es tinieblas, que no luz! Como cuando uno huye del león y se topa con un oso, o, al entrar en casa, apoya una mano en la pared y le muerde una culebra... ¿No es tinieblas el Día de Yahveh, y no luz, lóbrego y sin claridad?” (Am 5,18-20)

 

En la misión de Amós claramente se expresa un juicio negativo de Dios sobre la vida de Israel. Las expectativas religiosas del pueblo son falsas pues su fe es equívoca. Lo que sobreviene en el futuro son días cargados de oscuridad, consecuencia del pecado. La profecía elogia la majestad de Dios y su Sabiduría para gobernar la historia en forma de Juicio.

 

“Él hace las Pléyades y Orión, trueca en mañana las sombras, y hace oscurecer el día en noche. El llama a las aguas del mar, y sobre la haz de la tierra las derrama, Yahveh es su nombre; él desencadena ruina sobre el fuerte y sobre la ciudadela viene la devastación.” (Am 5,8-9)

 

El profeta es la voz de un Señor que entabla Juicio, sobre todo contra los dirigentes y privilegiados del pueblo. Y se puede identificar a Amós tanto con aquel censor que Dios envía pero que termina siendo detestado, como con ese hombre sensato que frente a tan ofuscada rebeldía termina callando y contemplando en soledad la hora infortunada que sobreviene tristemente.

 

“¡Ay de los que cambian en ajenjo el juicio y tiran por tierra la justicia. Detestan al censor en la Puerta y aborrecen al que habla con sinceridad! Pues bien, ya que ustedes pisotean al débil, y cobran de él tributo de grano, casas de sillares han construido, pero no las habitaron; viñas selectas han plantado, pero no bebieron su vino. ¡Pues yo sé que son muchas sus rebeldías y graves sus pecados, opresores del justo, que aceptan soborno y atropellan a los pobres en la Puerta! Por eso el hombre sensato calla en esta hora, que es hora de infortunio.” (Am 5,7.10-13)

 

Lamentablemente la misión de Amós es infecunda en el presente del pueblo.  Los que se sienten seguros no quieren escuchar la voz de Dios y el profeta más bien parece ser enviado como el mensajero del Juez a notificar la sentencia. Y lo que se encuentra es un pueblo que bajo la conducción de sus dirigentes permanece anestesiado y embriagado en su pecado, totalmente ignorante del desastre que se acerca y del estado de violencia que acelera con su conducta impía.

 

“¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión, y de los confiados en la montaña de Samaría, los notables de la capital de las naciones, a los que acude la casa de Israel!  ¡Ustedes que creen alejar el día funesto, y hacen que se acerque un estado de violencia! Acostados en camas de marfil, arrellenados en sus lechos, comen corderos del rebaño y becerros sacados del establo, canturrean al son del arpa, se inventan, como David, instrumentos de música, beben vino en anchas copas, con los mejores aceites se ungen, mas no se afligen por el desastre de José. Por eso, ahora van a ir al cautiverio a la cabeza de los cautivos y cesará la orgía de los sibaritas. (Am 6,1.-7)

 

El libro de Amós nos ha dejado testimonio de un momento crítico en este drama.

 

“El sacerdote de Betel, Amasías, mandó a decir a Jeroboam, rey de Israel: «Amós conspira contra ti en medio de la casa de Israel; ya no puede la tierra soportar todas sus palabras. Porque Amós anda diciendo: ‘A espada morirá Jeroboam, e Israel será deportado de su suelo.’» Y Amasías dijo a Amós: «Vete, vidente; huye a la tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. Pero en Betel no has de seguir profetizando, porque es el santuario del rey y la Casa del reino.» 

Respondió Amós y dijo a Amasías: «Yo no soy profeta ni hijo de profeta, yo soy vaquero y picador de sicómoros. Pero Yahveh me tomó de detrás del rebaño, y Yahveh me dijo: ‘Ve y profetiza a mi pueblo Israel.’ Y ahora escucha tú la palabra de Yahveh. Tú dices: ‘No profetices contra Israel, no vaticines contra la casa de Isaac.’ Por eso, así dice Yahveh: Tu mujer se prostituirá en la ciudad, tus hijos y tus hijas caerán a espada, tu suelo será repartido a cordel, tú mismo en un suelo impuro morirás, e Israel será deportado de su suelo».” (Am 7,10-17)

 

El conflicto ha escalado a la cúspide del poder. El profeta, forastero y en soledad, es confrontado por el poder político del rey y el poder religioso del sumo sacerdote del santuario real. Lo amenazan pues ya no soportan las palabras proféticas que profiere en nombre del Señor. Le recuerdan que viene del Reino hermano pero competidor de Judá en el Sur y que no está en posición de profetizar aquí en el Reino del Norte. Le acusan de ser un profeta profesional que acepta paga de otros señores para maldecir al rey y a su territorio. Lo expulsan de su presencia, probablemente bajo sentencia de muerte.

Amós reivindica su profetismo vocacional. No es él un profesional de la profecía sino un humilde hombre que fue llamado desde los trabajos del campo y enviado por el Señor. Por eso no calla y lleno del Espíritu sigue anunciando la Palabra que Dios puso en su boca, porque en definitiva la amenaza de los poderosos es nada frente a un Dios que ruge como león y muestra las fauces poderosas de sus designios.

 

El peligroso olvido del Juicio de Dios

 

Mas allá de las reinterpretaciones facilistas e ideológicas que podríamos realizar hoy, es decir, una lectura contra los poderosos de este mundo que oprimen injustamente a los pobres de un pueblo pretendidamente inocente solo por ser pueblo; quisiera quedarme con una actualización bastante más incómoda para todos. ¡Cómo nos hemos olvidado del Juicio de Dios!

Demasiado frecuentemente contemplo a los fieles cristianos tan seguros de sí mismos y de su salvación. A la vez la Iglesia contemporánea, casi carente de sentido escatológico, no solo no habla del Juicio de Dios -pues multitudinariamente se supone que todos se salvan sí o sí-, sino que conexamente raramente exhorta ya a la santidad de vida. Si el Juicio de ninguna forma puede ser condenatorio, si el Infierno no existe, ¿para qué la santidad? La mediocridad de la vida cristiana no tendrá ninguna consecuencia pues Dios nos salvará sin nosotros, solo por su Misericordia sin mediar ninguna respuesta nuestra. Pero, ¿esa es nuestra fe? De hecho, si tal es el estado de las cosas, ¿por qué no afirmar también la salvación obligatoria no solo de los mediocres sino también de los malignos opresores de los pobres y los encumbrados ricachones de este mundo? Bien o mal dan lo mismo.

No creo que los profetas separarán Misericordia y Santidad, pues en Dios van juntas. Ejerce Misericordia Santificante; Él es Santidad Misericordiosa. Por eso mientras una gran multitud de cristianos, anestesiados en su conciencia y con superficial espiritualidad, eligen olvidarse del Juicio de Dios, yo me muevo en otra dirección. Junto al testimonio de los santos tengo temor de Dios, busco hacer penitencia, me esfuerzo en la conversión permanente para alcanzar en Gracia santidad de vida y aun así, imploro su Misericordia que no merezco. A tanto Amor Misericordioso no puedo menos que responder dejando que su Pascua me santifique por el camino de mi propia cruz. Y es allí, en la aceptación o rechazo de mi propia cruz, donde me enfrento al Juicio de Dios.



Amós: el profeta de la justicia (3)



Comprendamos la situación denunciada en la profecía de Amós.

 

La acusación general

 

“Así dice Yahveh: ¡Por tres crímenes de Israel y por cuatro, seré inflexible! Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y el camino de los humildes tuercen; hijo y padre acuden a la misma moza, para profanar mi santo Nombre; sobre ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar, y el vino de los que han multado beben en la casa de su dios...”  (Am 2,6-8)

 

Israel se ha transformado para mal en el reino de la injusticia. El constante destrato del pobre y el débil es intolerable a los ojos del Señor. La descripción de atropello contra la humanidad de los más sencillos y sufrientes es casi brutal, y se añade a ello el pecado de ofrecer culto a Dios hipócritamente, profanando el templo y su Santo Nombre con esa conducta que desmiente toda plegaria y todo rito.

 

Un ejemplo: el lujo desmedido de Betel

 

“Oigan y atestigüen contra la casa de Jacob -oráculo del Señor Yahveh, Dios Sebaot- que el día que yo visite a Israel por sus rebeldías, visitaré los altares de Betel; serán derribados los cuernos del altar y caerán por tierra. Sacudiré la casa de invierno con la casa de verano, se acabarán las casas de marfil, y muchas casas desaparecerán, oráculo de Yahveh.” (Am 3,13-15)

 

Betel es significativa por su vinculación a los patriarcas Abraham y Jacob como por la actuación de Samuel. Pero en tiempo de Amós el templo ya ha sido corrompido con la introducción de imágenes idolátricas, sobre todo el becerro y el toro. El Señor no solo juzga a Israel por su culto paganizado sino por la injusticia que se aglutina en torno al templo. Betel se ha transformado en la villa real y de los ricos quienes han construido casas fastuosas con escandalosa opulencia de materiales costosísimos y poco comunes. La profecía de Amos ve en Betel como un signo evidente de la contradicción vivida: una extendida opresión del pobre, un enriquecimiento ilícito y un culto puramente formalista. A ello se suma una exhibición impúdica de su riqueza, una ostentación ofensiva de su vanagloria.

 

Otro ejemplo: la altivez de las mujeres frívolas y opulentas

 

“Escuchen esta palabra, vacas de Basán, que están en la montaña de Samaría, que oprimen a los débiles, que maltratan a los pobres, que dicen a sus maridos: «¡Traigan, y bebamos!» El Señor Yahveh ha jurado por su santidad: He aquí que vienen días sobre ustedes en que se les izará con ganchos, y, hasta las últimas, con anzuelos de pescar. Por brechas saldrán cada una a derecho, y serán arrojadas al Hermón, oráculo de Yahveh.” (Am 4,1-3)

 

Ya nos habíamos anoticiado que se había anexado el territorio de Basán, de gran riqueza agrícola y ganadera. Esta circunstancia había potenciado la economía del Reino del Norte e Israel gozaba de tiempos de gran prosperidad.

Culturalmente, los “toros de Basán”, eran utilizados como símbolo de vigor, fuerza y poderío. Amós, con tremenda osadía, compara a las mujeres de la clase alta de Israel con “vacas de Basán”. En este sentido, parece acusárseles por haberse entregado a vivir una sensualidad desbordante. Con impensada audacia para la sensibilidad de nuestro tiempo, el profeta propone una imagen bastante violenta: estas mujeres serán colgadas en ganchos como ganado tras ser matadas y llevadas a la faena. También insinúa un final trágico, al ser arrojadas al precipicio desde la cadena montañosa limítrofe con los pueblos paganos, tal vez sugiriendo que serán arrojadas hacia Asiria cual castigo divino.

La acusación que se le hace a toda la clase encumbrada parece ser una vida desenfrenada y lujosa que es posible a costa de establecer un estado generalizado de injusticia. Las mujeres aludidas como culpables son sentenciadas por su complicidad y su irresponsable vanidad. Cada quien desde su posición de privilegio oprime directamente a los débiles o participa y usufructúa una riqueza que es acumulada en un status quo que hunde a otros hermanos del pueblo en la miseria.

 

El acabose de un culto vacío y engañoso

 

Y en la cúspide del drama, los encumbrados han hecho del culto al Señor un hecho religioso formalista y vacío de sentido. Con ironía se habla de su concurrencia a santuarios corrompidos, donde hacen ostensiblemente ofrendas y diezmos mentirosos y publicitan sus donaciones voluntarias para ser reconocidos y alcanzar una vana popularidad.

 

“¡Vayan a Betel a rebelarse, multipliquen en Guilgal sus rebeldías, lleven de mañana sus sacrificios cada tres días sus diezmos; quemen levadura en acción de gracias, y pregonen las ofrendas voluntarias, vocéenlas, ya que es eso lo que les gusta, hijos de Israel!, oráculo del Señor Yahveh.” (Am 4,4-5)

 

Insisto en la imagen profética: mientras los dirigentes se auto-perciben en la cúspide de la vida social de su tiempo, el Señor solo los contempla como víctimas llevadas al matadero a consecuencia de la vida desenfrenada e injusta que llevan. Toda su opulencia y frivolidad los acusa cada vez que intentan realizar ofrendas y celebrar el culto de Dios.

 

“Yo detesto, desprecio sus fiestas, no me gusta el olor de sus reuniones solemnes. Si me ofrecen holocaustos... no me complazco en sus oblaciones, ni miro a sus sacrificios de comunión de novillos cebados. ¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas!”  (Am 5,21-23)

 

Una cuidadosa y prudente actualización

 

Siempre me ha fascinado la profecía de Amós con su desinhibida contundencia. Pero confieso que habiendo sido testigo en mi historia eclesial de lecturas ideológicas y clasistas, tengo miedo y me siento urgido a una cavilada ponderación. Sería extremadamente fácil caer en esquemas bipolares; pero una mirada sincera me dice que quizás no todos los poderosos sean demonios (porque allí tendría que incluir tal vez a las más altas jerarquías eclesiásticas que aún detentan exclusivos privilegios y un elevado nivel de vida), como tal vez no todos los pobres y sufrientes sean santos (pues aquí claramente muchos de nosotros como cristianos rasos o del montón nos incluiríamos). Claro que este posicionamiento me gana enemistades en ambos bandos. Considero que hay más peligro de perversión en la cumbre como más incubación de resentimiento en el llano. Solo quien permanece en la humildad tendrá paz y la ofrecerá en la posición donde Dios le ponga.

Por eso quisiera sugerir una apropiación de la profecía de Amós desde la responsabilidad personal. Todos nosotros podemos desde nuestro lugar oprimir y degradar a un semejante. No es necesario ser acaudalado para ser un explotador del prójimo. No es necesario ser poderoso para ser generador de injusticia. Hay cientos de formas de erigirse en un manipulador del que se encuentra más débil. Y sobre todo hay cientos de modos de vivir un culto engañoso, un acercamiento a Dios impúdico pues nuestro pecado clama justicia frente a su Presencia Santa.



Amós: el profeta de la justicia (2)

 


Su vocación profética

 

Amós presenta su propia vocación como un llamado intenso e irrefrenable. Con una serie de interrogantes nos da a entender que Dios lo ha dispuesto todo con sabiduría y que su accionar como enviado está absolutamente en concordancia con el plan divino.

 

“¿Caminan acaso dos juntos, sin haberse encontrado? ¿Ruge el león en la selva sin que haya presa para él? ¿Lanza el leoncillo su voz desde su cubil, si no ha atrapado algo? ¿Cae un pájaro a tierra en el lazo, sin que haya una trampa para él? ¿Se alza del suelo el lazo sin haber hecho presa? ¿Suena el cuerno en una ciudad sin que el pueblo se estremezca? ¿Cae en una ciudad el infortunio sin que Yahveh lo haya causado? No, no hace nada el Señor Yahveh sin revelar su secreto a sus siervos los profetas. Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor Yahveh, ¿quién no profetizará?” (Am 3,3-8)

 

Dios quiere expresarse y ha elegidos servidores que pregonen su voz. El Señor suscitará profetas por quienes revelará sus designios. Y porque el Altísimo quiere comunicarse no podrá ahogarse la profecía, sino que crecerá imparable y se impondrá en medio de su pueblo. En el caso de Amós esta palabra poderosa –ya lo dijimos- se vincula con la imagen del león rugiente frente al cual Israel temblará de temor.

En el centro de su mensaje se encuentra el anuncio de la invasión por Asiria y la caída de Samaría y del Reino del Norte. Con ironía se dice que Dios mismo convoca a los adversarios y los guía contra su pueblo, los pone por testigos de su sentencia.

 

Pregonen en los palacios de Asur, y en los palacios del país de Egipto; digan: ¡Congréguense contra los montes de Samaría, y vean cuántos desórdenes en ella, cuánta violencia en su seno!” (Am3,9) 

 

¿Cuáles son las acusaciones que el Señor levanta contra su pueblo? Dichas faltas podrán ser corroboradas por los adversarios al otear la situación reinante desde la muralla que rodea la ciudad. Se afirma pues que Asiria es el instrumento elegido para confirmar la acusación divina y ejecutar el castigo merecido.

 

“No saben obrar con rectitud -oráculo de Yahveh- los que amontonan violencia y rapiña en sus palacios. Por eso, así dice el Señor Yahveh: El adversario invadirá la tierra, abatirá tu fortaleza y serán saqueados tus palacios. Así dice Yahveh: Como salva el pastor de la boca del león dos patas o la punta de una oreja, así se salvarán los hijos de Israel, los que se sientan en Samaría, en el borde de un lecho y en un diván de Damasco. Oigan y atestigüen contra la casa de Jacob -oráculo del Señor Yahveh, Dios Sebaot- que el día que yo visite a Israel por sus rebeldías, visitaré los altares de Betel; serán derribados los cuernos del altar y caerán por tierra. Sacudiré la casa de invierno con la casa de verano, se acabarán las casas de marfil, y muchas casas desaparecerán, oráculo de Yahveh.” (Am 3,10-15)

 

Como ya veremos en otra ocasión las acusaciones se podrían resumir en tres:

  1. Injusta actuación del rey que instaura un clima social de violencia y vulneración de los derechos de los asalariados y los pobres.
  2. Escandalosa ostentación de los ricos y poderosos de sus privilegios.
  3. Crítica a la religiosidad vacía e incoherente que se desarrolla de modo formalista en el culto del templo.

 

Es también muy interesante que comienza a insinuarse una idea que otros profetas consagrarán a posteriori: “el resto de Yahveh”. Aunque aquí la imagen es dramática: si hay salvación para este pueblo que traiciona la Alianza, sólo será como si Dios rescatara una pequeña porción de entre las fauces del león que lo mastica y devora.

 

¿Dónde en nuestros día la profecía poderosa?

 

Si hay algo que me inquieta de estos tiempos de cambio de época es la claudicación. Difícil de analizar brevemente, pero parece haberse extendido cierto clima de conformismo con lo dado, una resignación que ha apagado los fuegos de cualquier rebeldía. El mundo es así y es imposible cambiarlo. Solo resta acomodarse lo mejor que se pueda a un devenir de las cosas que está más allá de cualquier intervención nuestra. No hay más que refugiarse donde te dejen y sobrevivir lo mejor que se pueda. Una impresionante anestesia de las conciencias se desparrama al ritmo de las urgencias novedosas y de un sinfín de estímulos alienantes.

¿Y como Iglesia dónde estamos parados? A veces me temo que repitiendo viejas diatribas nostálgicas de antaño. Una serie de discursos y sentencias teológicas que no terminan de comprender que las circunstancias del mundo han cambiado radical y aun inciertamente. Unos empeños por recuperar esquemas de acción y luchas que tal vez ya haya que dejar en el pasado.  La obstinación generacional de una envejecida dirigencia que no termina de asumir que su hora ya se ha terminado.

¿Y como Iglesia dónde estamos parados? También me temo que las generaciones intermedias y más jóvenes se hallen desorientadas, con poco fundamento, viviendo una pretendida libertad liviana y ágil tan consonante con los vientos de la presentación cultural predominante.

Es urgente recuperar la profecía que supone empezar por escuchar a Dios, dejar que Él lo clarifique todo con su Sabiduría. Es urgente que haya profetas cargados de la novedad divina. Es urgente que la profecía rompa los cercos cerrados y las trampas de la historia herida por el mal. Es urgente que la fe presente abiertos los caminos de la Salvación.

 

“No, no hace nada el Señor Yahveh sin revelar su secreto a sus siervos los profetas. Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor Yahveh, ¿quién no profetizará?”

 

Amós: el profeta de la justicia (1)

 


Pocas veces se presenta tan impresionante el poder de Dios en la debilidad de su mensajero. Amós no tiene grandes pergaminos que presentar, es alguien simple y con pocos recursos humanos, quien es enviado como extranjero al centro del poder para proferir una exhortación valiente y peligrosa. Y aún entre amenazas furibundas se mantiene fiel a la voz de Dios que se hace oír con fuerza arrasadora frente al misterio de iniquidad que reina.

 

Algunos datos sobre su persona

 

Su profecía la ubicamos entre el 752-750 a.C. según los datos que se proporcionan en Am 1,1-2.

 

“Palabras de Amós, uno de los pastores de Técoa. Visiones que tuvo acerca de Israel, en tiempo de Ozías, rey de Judá, y en tiempo de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel, dos años antes del terremoto. Dijo: Ruge Yahveh desde Sión, desde Jerusalén da su voz; los pastizales de los pastores están en duelo, y la cumbre del Carmelo se seca.” (Am 1,1-2)

 

Se trataría de un profeta del sur (Técoa está a 17km de Jerusalén), pero su mensaje está dirigido a Jeroboám II (Israel, Reino del Norte). Ya comprendemos la incomodidad primigenia de su misión: trasladarse desde el Sur hacia sus hermanos en rivalidad en el Norte. Lo que Dios tiene que decirles no les agradará y menos venido de aquel que representa a sus competidores.

Significativa es la expresión tan propia de su profecía: “Ruge Yahveh”. Está claramente en juego la imagen davídico-mesiánica del “León de Judá”. No será nada fácil presentarse ante el Rey del Norte como embajador de un Dios que es “León que ruje” amenazante. Denuncia el Señor que el Pueblo ha roto la Alianza y por eso se está marchitando y que además no hay pastores que lo guíen por el camino de la salvación. Ya veremos cuánta oposición genera y cuán en peligro se pone la vida del profeta con este mensaje.

Podríamos concluir su semblanza diciendo que es un personaje vinculado al trabajo agrícola, que maneja un lenguaje bucólico y rústico. Por eso afirmábamos la tremenda desproporción que expresa un Dios fuerte que se enfrenta a los más poderosos mediante u  mensajero humilde.

Tras la caída de Samaria, probablemente su profecía es adaptada mediante algunas adiciones, para que también interpele a Judá en el Sur.

 

Estructura literaria

 

A modo de guía de lectura, la estructura de este libro profético sería:

a) 1,3-2,16 Oráculos contra las naciones.

b) 3,1-6,14 Oráculos contra Israel.

c) 7,1-9,10 Visiones.

d) 9,11-15 Oráculo de salvación.

 

Mensaje

 

En el centro de su misión profética hay una fuerte denuncia de la injusticia social como ruptura de la Alianza.

 

“Así dice Yahveh: ¡Por tres crímenes de Israel y por cuatro, seré inflexible! Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y el camino de los humildes tuercen; hijo y padre acuden a la misma moza, para profanar mi santo Nombre; sobre ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar, y el vino de los que han multado beben en la casa de su dios.”  (Am 2,6-8)

 

Dios es el que funda y lleva adelante la Alianza y aparece de nuevo como un Dios justiciero al estilo de la perspectiva de Elías. Dios es rey universal y elige a Israel de entre las naciones pero su pueblo le da la espalda al no amar al hermano, al explotarlo y esclavizarlo.

El profeta es un enviado de Dios para darle al pueblo la oportunidad de convertirse. A Samaría (capital política) se le critica la alianza con Siria-Efraín-Egipto contra Asiria; Dios le acusa de apoyarse en otros y de olvidarse de la única Alianza que puede salvarlo. A Betel (capital religiosa) se le critica el culto formalista y las casas lujosas; está cerca del templo pero lejos de Dios.

 

Una inquietante valentía

 

Siempre me ha conmovido la persona de Amós, enviado tan frágilmente al centro del poder, con un mensaje nada diplomático y conciliador, sino tremendamente confrontativo y exigente. ¿Cómo es posible que levante su voz cuando todos temeríamos y matizaríamos los gestos y palabras, anticipando la reacción negativa de los poderosos? ¿Tan sólidamente se halla apoyado en Dios el profeta, que él mismo termina siendo a su imagen, como una roca inconmovible e inconquistable? ¿Tan poderosa y victoriosa es la gracia vocacional que Dios comunica? ¿Tan eficazmente ardiente y purificadora la misión que se le ha encomendado?

En nuestros días la Iglesia contemporánea debe sentirse confrontada por el Dios que ruge en el profeta. Pues a menudo tiende a mostrarse influenciable a las propuestas de los poderosos del momento. Es cierto que a veces con auténtica caridad intenta escuchar las problemáticas de los hombres de su tiempo. Pero en otras ocasiones se la percibe temerosa de las represalias, de ser denunciada por la incoherencia de su pecado que la avergüenza. Entonces elije auto-preservarse negociando. Demasiado quizás deja de anunciar la Verdad incómoda del Evangelio; Verdad incómoda para el mundo y para ella misma.

¿Cómo romper las ataduras del miedo? ¿Cómo confiar nuevamente en el poder vencedor del Dios que nos envía? ¿Cómo aceptar humildemente nuestra condición pecadora y volver a revestirnos de la Santidad del Señor? ¿Cómo ser fieles a Dios cuándo quiere rugir? Obviamente la Iglesia profética deberá aceptar jugarse la propia vida en tal misión.


La profecía humilde versus la arrogancia del poder mundano

 


El gran comienzo de la profecía (siglo VIII a.C.)

 

Es inevitable que realicemos una breve contextualización histórica.

En el siglo X a.C., tras la muerte de Salomón (931), se forman dos reinos. Jeroboam, el representante de las tribus del Norte en la corte, procedente de Efraím, apoyado por los profetas yavistas se levanta en rebelión aduciendo que en el Sur se habían introducido bajo Salomón cultos cananeos. Esta rebelión forma el reino del Norte (Israel). La separación no es traumática pero desde ahora habrá dos reinos hermanos que conviven con cierta rivalidad. De hecho esta separación ya existía desde antes: entre las doce tribus siempre hubo competencia entre Judá (S) y Efraím-José (N); una competencia que sólo cesó con David (el genio unificador) y que comenzó a resurgir con Salomón.

Hacia el siglo IX a.C., el reino del Sur de dinastía davídica, ostenta una fuerte fundamentación religiosa. El reino del Norte en cambio, debe buscar el argumento de su existencia y mostrar que es querida por el Señor. Será el rey Omrí (885-874) el genio fundacional del Norte: defiende el sur de su reino y establece fronteras con filistea; hacia el norte conquista el valle de Yizreel (el lugar más rico en producción agrícola); se relaciona diplomáticamente con las ciudades fenicias (Tiro, Sidón, Ugarit) asegurando un próspero comercio de los productos agrícolas y para consolidar la alianza une en nupcias a su hijo con la hija del gobernante de Tiro. También compra un lugar neutral, el monte Garizim (Siquem), y allí funda la capital (Samaria) y el templo yavista (intentando emular lo hecho por David con Jerusalén). Como era territorio cananeo comienza a darse progresivamente el sincretismo religioso. Ante una población heterogénea (Israel yavista y Canaán baalista) Omrí opta por mantener la pluralidad.

Le sucede Ajab (874-853) y su esposa Jezabel que logran el refinamiento cultural y el esplendor del reino. Pero en este período el yavismo del Norte se vuelve abstracto, ritualista y no fundado en la Alianza. Es en cambio el baalismo, quien logra configurarse como religiosidad popular. A la vez comienza a emerger una marcada injusticia social. Éste será el tiempo de Elías y luego de Eliseo, luchando por mantener la pureza yavista.

Será en el Siglo VIII a.C., con Jeroboam II (750-745 / reino del Norte) que hará su gran eclosión la profecía. Damasco presiona sobre la frontera norte y Moab aprovecha para intentar independizarse. Israel junto con Fenicia pone límite al avance de Siria y hasta logra anexar en Moab-Transjordania el territorio de Basán. Se aumentan los tributos a los pueblos vasallos y se abre una época de prosperidad. Pero hacia el 750 y hasta el 600 comienza la hegemonía de Asiria sobre la región. Para Israel, presionada por el Imperio emergente, la alternativa era una alianza militar con Egipto. En el territorio comprendido por Fenicia-Israel-Moab-Judá-Edom hay dos partidos: los que querían rendirse a Asiria pagándole tributo y los que querían resistir militarmente aliándose con Egipto. En el 745 la coalición Fenicia-Israel-Edom-Egipto se enfrenta a Asiria, quien en el 732 reduce a tributo al reino del Norte (Israel) y en el 722 (tras un intento de rebelión) destruye Samaria y deporta a los habitantes. Éste es el fin del Reino del Norte o Israel. Será en este convulsionado panorama que irrumpirá con fuerza purificadora la predicación de los primeros profetas escritores: Amós, Oseas, Miqueas e Isaías I.

 

¿En quién dime, esposa mía, tienes puesta tu confianza?

 

Cuando escuchemos el mensaje de los profetas de este tiempo, seguramente resonará inquietante la pregunta: ¿Dime, en quien tienes puesta tu confianza?

Ciertamente estos hombres de Dios le recordarán al pueblo que ha roto la Alianza, sea por el pecado de la idolatría o por la creciente injusticia contra sus propios hermanos. Cebados por las riquezas y los éxitos mundanos se han olvidado del Señor. Simplemente se han vuelto arrogantes y piensan poder sostener su vida con sus propias fuerzas y recursos. Han perdido la fe en el Dios que los liberó de la esclavitud de Egipto y han encadenado su suerte a los pueblos con los que urden estrategias humanas. Han desviado su corazón hacia los ídolos.

Los profetas, con humilde presencia pero con el vigor del Espíritu de Dios, llamarán al pueblo a convertirse, a retornar a la Alianza y a fundar la vida solo en el Señor. ¿Dime, en quien tienes puesta tu confianza?

El peligro inminente del Imperio Asirio, que amenaza conquistarlo todo, será interpretado por ellos como “el nuevo Egipto”. Si Israel no se convierte de corazón y vuelve a su Señor, Dios permitirá pedagógicamente que vuelva a la esclavitud que lo haga medicinalmente recapacitar. ¿Dime, en quien tienes puesta tu confianza?

Pienso que este interrogante y esta situación siguen siendo tan actuales para la Iglesia. ¿En quién dime, esposa mía, tienes puesta tu confianza? Repasando la historia, uno puede hallar momentos en los cuales la comunidad de la fe –o al menos sus representantes institucionales-, se han inclinado a trabar alianzas con los poderosos de este mundo, ya para ganar privilegios, ya para no perderlos y frenar los embates. ¿Pero ha dado esta opción un incremento de la fe? ¿Cuál ha sido el resultado de estas alianzas estratégicas? Hoy mismo la Iglesia se ve tentada a dialogar en un fantasmagórico foro globalizado de gobernanza universal y hasta parece intentar asegurarse una suerte de capellanía del nuevo orden: ¿para qué?, ¿a costa de qué?

Nosotros mismos, cada uno de nosotros, cristianos de a pie y sin encumbramiento, no estamos exentos de la tremenda interpelación profética: ¿Dime, en quien tienes puesta tu confianza? Porque frente a la enfermedad y la muerte que nos dejan atónitos (la pandemia rudamente nos ha confrontado); o ante las diversas vicisitudes y pruebas que nos trae la vida, ante las cuales parece temblorosamente tambalear nuestra fe mal cimentada; y sobre todo cuando el iluso corazón se desvía fascinado hacia los falsos paraísos terrenales que se nos proponen a diario; seguimos todos escuchando esa humilde y purificadora insistencia profética: ¿En quién dime, esposa mía, tienes puesta tu confianza?

 

Los profetas y su vigencia hoy (2)

 


Cuando pensamos en los profetas supongo que nos vienen a la memoria los “profetas escritores”, es decir aquellos cuyos oráculos leemos en la Biblia. Sin embargo no debemos olvidar que el fenómeno profético es más amplio y antiguo. El profeta por excelencia es Moisés y se deberá esperar un Profeta semejante a él pero definitivo, ya figura del Mesías (Dt 18,18). Como tampoco debemos obviar a esos grandes profetas, más de la acción que de la palabra: Samuel, Elías y Eliseo. Ellos comenzarán la gran campaña de purificación del pueblo, aún no convertido plenamente al monoteísmo yavista y todavía atraído por un politeísmo idolátrico.

 

La profecía en Israel

 

Otro dato inquietante tal vez para algunos. Israel toma de los pueblos circundantes géneros literarios y vías de comunicación con lo divino. Aún en la época de los Jueces era un pueblo politeísta: Él, Yahvéh, Astarté y Baal. Ciertamente hubo en el exilio y pos-exilio una depuración de los textos por las redacciones deuteronomista y sacerdotal en favor del yavismo, intentando argumentar una situación monoteísta antigua y original. Los únicos textos exentos de retoques fueron las colecciones proféticas –ya consideradas como textos sagrados-, que siendo claramente yavistas, nos dejan sin embargo un impresionante testimonio acerca de ese Israel todavía politeísta e idolátrico.

Los profetas son concebidos como en otros pueblos: no todos son vocacionales, los hay cortesanos y profesionales. En la Biblia se los nombra de diversos modos:

1) Roéh / vidente. Tienen una percepción desde un objeto de concentración, una percepción extrasensorial aumentada por un don de Dios (Samuel). Son más comunes en la época de los Jueces cuando el Yavismo aún no es preponderante. Son profetas urbanos que obtienen recompensa.

2) Hozéh / visionario. Reciben visiones en éxtasis. Se trata de un estado alterado de conciencia que hace más patente la libertad de lo divino y el carácter de la persona (Eliseo). Los hallamos al comienzo de la sedentarización-monarquía. Están vinculados al yavismo de Judá, en ese momento clan hegemónico.

3) Ish Elohim / hombre de Dios. Jefes de escuelas proféticas (profetismo grupal); presiden las comidas, son encargados de la providencia, convocan a la asamblea extática (Elías-Eliseo). El contexto es de lucha entre el Yavismo y el Baalismo. El profeta es algo así como un misionero popular yavista  del Sur (Judá), propagandista contra el mimetismo-sincretismo religioso que triunfa en el Norte (Israel). En Yahvéh se destaca, sobre todo, su poder. Estos profetas llegan a ser líderes políticos.

4) Nabí  / profeta. Caracterizados por la conciencia de su vocación y de la trascendencia de su misión (Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc). Predican un Dios que denuncia actitudes personales y sociales contrarias a la Alianza, un Dios que sana y reconcilia. Son mediadores entre Dios y su Pueblo. Son mediadores suscitados por Dios dado la decadencia de otros mediadores (reyes,  sacerdotes, falsos profetas, etc) y que entran en conflicto con estos grupos de poder hegemónicos. La profecía es individual y no grupal. Dios se les manifiesta mediante oráculos auditivos (experiencia profética por excelencia). Sus alocuciones-oráculos las comienzan y cierran con 2 fórmulas: Palabra de Yahvéh y Así dice Yahvéh; con ellas indican que hablan una Palabra que no es suya sino que la han recibido de Dios, que cumplen un mandato. El profeta no dispone de esa palabra a voluntad porque Dios es libre; a veces le sorprende, a veces se retrasa inexplicablemente. Pero el profeta también es libre y puede rechazar la Palabra que se le dirige.  La profecía es una respuesta de Dios a la realidad que vive su Pueblo; una palabra clara, dura y exigente. A veces esa palabra, desagradable y difícil de aceptar, les hace incomprendidos, solitarios y perseguidos.

El profeta y el pueblo saben que existen falsos profetas, oportunistas del poder de turno,  predicadores a conveniencia. El profeta sabe que de la Palabra de Dios él solo recibe una fracción, la Palabra total se desvela en la historia; por eso el cumplimiento histórico del oráculo es la señal de su autenticidad, de que Dios realmente le envió.

 

Los profetas versus los predicadores oportunistas y a conveniencia

 

Pienso que esta coexistencia de profetas falsos y verdaderos se ha mantenido a lo largo de la historia y es vigente también hoy. Siempre hay quienes dicen lo que se quiere escuchar. Predicadores oportunistas que se presentan de parte de Dios para justificar las ideologías imperantes, para endulzar y sobar el lomo de los que no quieren ser interpelados o corregidos, para convalidar las prácticas de los poderosos de turno, para mantener el status quo dominante y para básicamente anestesiar cualquier esfuerzo de purificación tendiente a la santidad. Los falsos profetas buscan aprobación y popularidad personal; suelen manejarse digamos con habilidad política para contentar a todos. Son pues serviles a cierto relativismo que les permita diluir la verdad y sostener contradicciones.

Los verdaderos profetas, quienes realmente escuchan y comunican la Palabra del Señor, deberán sufrir inexorablemente. Uno podría dirigir la mirada inmediatamente a Jesucristo, el Justo. Pero también podríamos contemplar a los santos. Nuestra devoción por ellos es bastante inmadura creo. Los vemos hoy en una estampita y contamos asombrados sus acciones legendarias. ¿Pero nos damos cuenta de lo incómodos que los santos fueron para sus contemporáneos? Eran de Dios, ¡demasiado de Dios!. Parecían locos o fanáticos, exagerados y exigentes en su forma de vivir la fe y sobre todo su testimonio cuestionaba la forma de creer de tantos cristianos. No la pasaron bien los santos muchas veces, no solo de parte del mundo sino de la propia Iglesia. Podríamos ver en los santos los verdaderos profetas que Dios nos ha regalado en la historia.

Otro dato inquietante. ¿Es posible que en nuestra Iglesia hoy coexistan predicadores oportunistas y a conveniencia con verdaderos profetas santos? ¿Cómo discernir y distinguirlos? O mejor aún: ¿queremos conocer la verdad que interpela y purifica?

 

Los profetas y su vigencia hoy (1)




¿Qué es un profeta? ¿Quién lo elige y con qué criterios? ¿Cuál es su misión? ¿Quién lo recibe y acredita? ¿Cómo se discierne su actuación?

Haremos una catequesis bíblica sobre los profetas y sobre todo nos preguntaremos cuál es la vigencia de su mensaje hoy.


La profecía en las culturas de la antigüedad

¿Qué hace propiamente un profeta? ¿Entiende a Dios e interpreta sus ocultos designios? ¿Tiene poderes sobrenaturales que proporcionan soluciones milagrosas? ¿Posee una sabiduría derivada de una experiencia mística? ¿Tiene el poder de convocar a Dios y con su plegaria interceder y desencadenar acontecimientos históricos? ¿Conoce el futuro por revelaciones divinas? ¿Cómo se comunica con Dios: en trances extáticos o con ritos más o menos mágicos?

La primera aproximación al fenómeno profético nos puede sorprender o turbar: no es original de Israel o de la Biblia, aunque claro se comprenderá y ejercerá de un modo nuevo y original. La “profecía” en sentido amplio es pues antigua en la historia humana, al menos en unos antecedentes más o menos conexos con la vida de Israel, quien convive en un marco cultural mixturado con otros pueblos. Veamos algunos ejemplos.

En Egipto los dioses no son señores de la historia y sólo organizan el plano trascendente. El faraón con sus decretos redacta la historia. Es que hay un eje que vincula los dos planos (trascendencia-historia) y ese eje pasa por el faraón. En este sentido el faraón es hijo de los dioses y su autoridad se fundamenta y emana de la autoridad divina. El faraón interpreta y traslada con su gobierno, el orden del plano trascendente al plano terrenal. Pero cuando hay desorden y caos en el plano de la historia, ¿cómo se explica?  Pues porque el faraón se desconectó, está fuera de eje. ¿Cómo reencausar las cosas? Aparecen entonces los magos y adivinos de la corte que con sus ritos y fórmulas restablecen al monarca en su equilibrio. La casta sacerdotal funciona al fin como una legitimación dinástica. Aunque rescatamos que ya tienen esa función de ayudar a interpretar y correlacionar cielo y tierra, trascendencia e historia.

En Ugarit en cambio, el rey es el custodio de un orden basado en la justicia y la solidaridad; debe cuidar por eso que los pobres y débiles sean defendidos. Cuando el rey no cumple su función se genera el desorden. Pero como la historia humana es el reflejo visible del mundo invisible-divino, los problemas de acá son efecto de los problemas de allá. Nuevamente funciona la legitimación del monarca y su exculpación. Ha pasado algo en el mundo invisible, un desorden en el nivel divino, que explica lo que pasa en la tierra y las acciones inquietantes del rey. Aparece otra vez la magia para descubrir el problema de allá y por el uso de palabras mistéricas, gestos y ritos restablecer el orden del cielo. Pero otra vez lo divino celestial y lo humano terreno están conectados y hay personajes que comprenden y actúan sobre esa conexión.

En Babilonia el destino está escrito en el cielo, en las estrellas y hay sabios que lo leen para conocer los caminos de la historia. Ni influyen ni descubren, solo comprenden el movimiento de los dioses que desean comunicarse, revelarse. La interpretación astrológica es realizada por el ministerio de los sacerdotes. Aquí aparecen conceptos más cercanos a la fe bíblica como una divinidad que tiene designios sobre la historia de los hombres y quiere revelarlos. Los dioses no pueden ser dominados por acciones o intervenciones mágicas. Los hombres pueden escuchar a los dioses que quieren comunicarles su destino por los astros, pero permanecen libres también para acoger beneficiosamente o desestimar trágicamente su mensaje.

En Mari y Hatti la concepción es bastante más cercana a Israel. Los dioses son libres y no están sometidos a las leyes de los soberanos o a la magia. Entre ellos hay un dios preponderante, principio de la ciudad-imperio llamado, SADDAY o el dios de la tormenta. Obviamente con cierto parentesco con la experiencia religiosa del Dios de los patriarcas hebreos. La única forma de encontrarlo es que él quiera comunicarse. La profecía es espontánea –digamos carismática- bajo el influjo de la divinidad que posee al mensajero; o ejercida por el orden sacerdotal mediante celebraciones rituales –o sea institucionalizada-. Suele inducirse la profecía por trance extático  a través de la música, danza, aspiración de vapores de hierbas arrojadas al fuego, laceraciones y mutilaciones corporales. La sugestión hipnótica y la alteración de conciencia produce un contacto numinoso, hace factible la manifestación divina pero no la asegura ni controla. La profecía no legitima el orden establecido.

Hemos citado estos ejemplos porque Israel ha estado siempre en contacto con estas culturas. De hecho, cuando los profetas bíblicos buscan purificar al pueblo y sacarlo de sus idolatrías, suponemos que practican ritos paganos donde se encuentran con estos personajes.


Nuestro presente no es tan distinto

En este sentido pienso hay un punto de contacto con nuestro hoy. Tras una modernidad que se erigía racionalista y descreída de cuanto no se podía explicar “científicamente”, va surgiendo nuestra época con un nuevo esoterismo. Es ya habitual la convivencia con las creencias mágicas, la apertura a las energías y su manipulación, las interpretaciones astrológicas, la preponderancia inquietante del destino, como  sabidurías y prácticas ocultas de diverso tipo. Una religiosidad difusa y divergente, de tendencia sincretista y panteísta, emerge discordante y rupturista de la imagen del mundo medible y cuantificable con exactitud por el método racional.

En nuestros días ya no es solo el ateísmo sino la religiosidad pagana el ambiente de la evangelización. ¿Y acaso este no es el humus donde brotó y actuó el movimiento profético en Israel? Es más, ¿no es un contexto similar al de la primera evangelización cristiana? Reencontrarnos con la dimensión profética de nuestra fe parece pues ineludible para evangelizar el mundo de hoy.

 

ABBA AGUA. Explorando manantiales. Una alegoría acuosa.





En mi experiencia de “explorador espiritual” he comprendido que los manantiales, como los efluvios, son “caprichosos”, tienen sus reglas.

Los primeros manantiales se muestran fácilmente disponibles. Allí el agua fluye bastante cercana a la superficie, basta un poco de excavación nomás. Si uno quiere obtener más agua debe trabajar. Perforar el pozo, apuntalar las paredes e ir más hondo sin que se desmorone. Aquí el trabajo es continuo: excavar, apuntalar, ganar profundidad. Quien no persevera en la labor verá inevitablemente que el túnel por donde asciende el agua se va obstruyendo hasta que ya no brota más que exiguamente y embarrada. Cuando un pozo se cierra no nos queda más que volver a excavarlo. ¡Qué pérdida de tiempo y de esfuerzo, qué oportunidad desperdiciada!

Los segundos manantiales son extremadamente juguetones, en verdad son efluvios. Uno nunca sabe cuándo y dónde van a surgir. Sus aguas son pujantes y como una columna repentina que emerge, ascienden hacia lo alto. Aquí no hay trabajo sino mayor gratuidad. Lo que se requiere es estar el en lugar y la hora oportuna. Se necesita que el explorador, ya en gran sintonía con el palpitar de la tierra, intuya en fe, esperanza y amor el brotar del agua adviniente. Sólo quien transita esta comunión persistente con la tierra profunda podrá gozar de estas aguas caudalosas que ascienden.

Los terceros manantiales son difíciles de encontrar, más bien diría que ellos nos salen al encuentro. El explorador advierte el rumor del agua que corre pero está debajo de la tierra, en la profundidad escondida. Haciendo un hondo silencio y oyendo podrá rastrear su origen. Entonces encontrará un agujero en el terreno absolutamente oscuro. Allí abajo, brota un agua exquisita y poderosa. Pero aquí arriba no hay auxilios posibles, estamos solos, sin compañeros y sin herramientas de descenso. La única forma es saltar dentro del pozo. ¿Hasta dónde caeremos? ¿Valdrá la pena la apuesta? O simplemente ¿no nos moriremos en el intento? ¿Caeremos en agua o roca sólida? Es aquí donde la mayoría de los exploradores dejan la aventura.

¿Quieres saber qué pasará si saltas? No serás defraudado. En el fondo una vertiente de agua inigualable por su pureza y frescura mana siempre. De hecho podrás explorar diversas galerías con sus propias fuentes. Pero el precio a pagar es alto: estar dispuesto a perderte, entregar tu vida considerando más valiosa esa agua que todo cuánto tienes. A grandes ofrecimientos, grandes decisiones y grandes respuestas. A todo o nada, sin reservas ni segundos planes. Para ganarte debes perderte. Para vivir debes morir. Esta agua escondida es agua de renacidos.

El cuarto manantial es único y original, no hay otro como él. No se busca y no se encuentra sino que se aparece. Aquí el agua es definitiva y verdadera y mana eternamente. ¿Bajo qué regla? Sólo si enfrente hay un sediento brotará el agua. Un agua inagotable para una sed inagotable.

 

 

Abba Agua 5

 



Abba Agua se encontraba serenamente parado bajo la intensa lluvia.

El discípulo se le acercó corriendo.

-¡Vamos Abba, ponte a reparo en la cueva!

-¿Tú sabes por qué llueve?, le preguntó.

Pero el joven se quedó estupefacto, desencajado.

El anciano Abba Agua sonriendo le dijo:

-Para que no olvidemos que el Agua es Don.

¿Qué sería de nosotros si no se regalara?


            La vida contemplativa es sorprendente y continua experiencia de gratuidad. Dios nos ama libre y gratuitamente; Él es el Amor. Dios nos ama simplemente porque nos ama, podríamos decir. Amarnos no incrementará su Gloria y que nosotros lo amemos a Él tampoco acrecerá su divinidad. De hecho en su eternidad Él ha ordenado a su creación hacia la Gloria, hacia la participación gozosa y la fruición desbordante en el misterio de una eterna comunión que llamamos bienaventuranza. Él, amándonos con eterno, gratuito y libérrimo designio en Jesucristo, nos ha predestinado al amor. El Padre, fuente de las eternas procesiones inmanentes del Hijo y del Espíritu, les ha dado su misión económica para que el hombre en la historia pueda descubrir su vocación divina. Nos ha amado para que pudiésemos participar de la Gloria del Amor.

¡Ay que difícil es para el hombre carnal, aún no purificado para la vida en el Espíritu, aceptar y gozar de la simplicidad del Amor, de la simplicidad de Dios!

Ciertamente no dejarse amar le pondrá en peligro. Por aquí entrará en las ruinosas desviaciones de todos los matices pelagianos. Queriendo afirmar al hombre en su libertad, voluntad e inteligencia, negará o degradará la primacía de la Gracia. ¡Debemos aceptar que Él nos ama primero, dejarnos amar primero! ¿Es tan simple no? Abrirnos a Él que siempre atrae y llama. Dejarnos amar por el Dios que es Amor. No nos hará daño que nos ame y aceptar que necesitamos su Amor. Porque el hombre que se aleja de su Amor se resiente y se encierra en sí y la tentación lo conduce a concluir que para autoafirmarse a sí mismo sobre la tierra debe matar al Dios del cielo. Y entonces ya no tendrá el Amor en su vida y todos sus amores sin su Fuente se deformarán monstruosos y nocivos. El hombre sin Dios arruinará su vida, pervertirá la tierra y perderá el cielo.

Pero esperar que nos ame sin que nosotros respondamos en amor por un amor nuestro, un real y operante amor nuestro sanado y elevado por su Amor, nos llevaría a las engañosas tierras del quietismo.

Los quietistas de todo tipo representan un misticismo extremo donde Dios –didácticamente expresado y con exageración- posee al alma de tal modo que anulando sus potencias de alguna forma las suplanta. Aquí por afirmar la primacía del Altísimo y solo Santo, se diluye o niega el papel del hombre creado justamente a su imagen y semejanza, capaz de Dios y ordenado ónticamente a la interacción con la Gracia. Desbalanceada la ecuación –ya por desconfianza de la naturaleza humana ya por admiración dada la inmensidad de la acción salvífica-, aquí se yergue la posibilidad de la despersonalización panteísta y el antiquísimo error de la fusión con el Uno.

            No se perderá el hombre si se abandona libremente en las manos de Dios, si sanamente declara su dependencia en amor de quien lo ha creado y destinado a la salvación. Ni al ejercer su acción redentora el Señor disminuirá a su criatura, sino que la elevará a la participación de la naturaleza divina. Pero esta sabiduría de Alianza sólo se engendra en la experiencia del Amor desproporcionado e inmerecido que se dona y que al alma eleva en vuelo de espíritu y arroba en éxtasis.

            Es causa de harta desconfianza y desaliento creo, que el lenguaje y la conceptualización humana nunca terminen de dar cuenta del Misterio. Pero es más simple de lo que esperamos. La “quietud o sueño” de las potencias no habla en modo alguno de anulación sino de maduración y elevación al lenguaje de la Gloria, de arras de la comunión bienaventurada y del diálogo ininterrumpido y eterno. Toda en Dios por el amor que se le ha acrecido, por la donación total de Él y por la respuesta de abandono total de ella, el alma lo vive todo en Gracia de Unión.

            La negación de sí –tan evangélica-, de largo proceso en la ascesis y en las purgaciones místicas, no culminan en una nada como aniquilación de la persona, derivando hacia una fusión y mezcla absorcionista con lo divino; sino en una noidad vincular relativa al Absoluto de Dios, debiendo ser entendida mas bien como plena disponibilidad a la Unión, como querida y operante receptividad del Amado, quien puede ya llenar la vida de la amada.

Insisto que la vida contemplativa es más simple, y se funda en la simplicidad de Dios. Santa Teresa de Jesús al enseñar sobre los cuatro grados de oración hablaba de regar el huerto: con agua de pozo, con noria, reconduciendo por canal un caudal de agua y finalmente cuando simplemente llueve. Tener vida contemplativa es saber que llueve. Que Dios es Amor y que eternamente ama. Que su amor está cerca y se derrama, haciendo habitación y morada en el alma y reconduciendo al alma a la Gloria esponsal definitiva y eterna.

Cuándo los espirituales en la cumbre de su maduración alumbran místicamente la experiencia gozosa de la inhabitación Trinitaria: ¿qué significa? Que descubren que simplemente llueve. El único eterno y absoluto es el Dios que es Amor y que se dona sin medida en propuesta de comunión eterna. La única sabiduría proporcional a este Amor que benevolente se abaja a acontecer es el humilde aprendizaje de una activa receptividad que elige permanecer en el Amor. Simplemente llueve. Dios es Amor y ama. Eso es lo que no cambia ni pasa ni se muda, lo único verdadero y firme. “La Cruz permanece en pie mientras el mundo gira”, reza la tradición cartujana asignada a San Bruno. Todo tiene su centro de gravedad aquí y descubrirlo es auténtica contemplación: Dios es Amor y ama. Simplemente nos hace Don de Sí. ¿Qué sería de nosotros si en Amor no se regalara?


Abba Agua 4



"Apotegmas contemplativos" (2021)


 -Dime Abba Agua: ¿qué hago para vivir en el Espíritu?

-Excava tu pozo, apuntala tus paredes y ve siempre más profundo.

Detente solo cuando el Agua que vive dentro tuyo ascienda desbordando tu brocal.


            El Agua Viva vive dentro de ti. El Agua Viva late y nos llama desde nuestro fondo escondido. Así hemos sido creados. Somos como un pozo y el Agua Viva quiere llenar desbordante nuestro brocal.

Esto debe entenderse en dos niveles. En un nivel metafísico y antropológico creemos que el ser humano es “espíritu”. La antropología bíblica, pre-filosófica, concibe al hombre como estructuralmente creado para la comunicación con Dios. Los Santos Padres hablaban del “capax Dei”. El ser humano está ontológicamente abierto a Dios y lleva dentro de sí la capacidad para el encuentro con Él.

A nivel de la Nueva Creación en Cristo y por su Pascua, la Gracia Sacramental del Bautismo ha introducido en la naturaleza humana redimida (justificada) la presencia del mismísimo Dios, la inhabitación Trinitaria que se apropia a la acción del Espíritu Santo. Mientras el discípulo permanezca en la gracia santificante goza de este don y cuando por el pecado mortal lo pierda puede recuperarlo por el sacramento de la Reconciliación.

La experiencia de los espirituales y místicos nos enseña que el camino de la vida interior es una progresiva experiencia personal de esta Vida de Dios dentro nuestro; como un anoticiarse y tomar conciencia en la dinámica de la Gracia, de este fondo escondido donde Dios habita y nos espera para vivir en plenitud de Alianza. Así Santa Teresa en “Las Moradas o Castillo interior” ponía la imagen de las múltiples habitaciones por recorrer hasta introducirnos en la alcoba nupcial del Rey. En verdad todos los místicos han intentado describir itinerarios usando diversas imágenes. Siempre se trata de recorrer un camino hacia la meta que podríamos decir se encuentra a la vez hacia lo alto y hacia lo profundo.

La vida de oración se podría decir que es como una excavación del corazón. Hay que adentrarse en la propia tierra porque en el fondo brotará el Agua Viva del Amor. La vida espiritual por tanto supone este trabajo de excavación, este ir hacia la profundidad. Sin embargo podríamos afirmar que hay dos dinámicas distintas, que a su vez constituyen niveles o dimensiones.

Una le corresponde al orante que está iniciándose en la vida interior. El orante pues lucha por concentrarse, persevera en el tiempo dedicado a rezar, aprende a defender ese espacio de encuentro con el Señor superando distracciones y arideces; en fin, hace de su oración personal un empeño metódico, frecuente y cotidiano. Sin orden y sin perseverancia no se puede crecer. He visto a muchas desalentarse y volver atrás, pues al no ser perseverantes y firmes en su opción orante, están siempre volviendo a comenzar. Como no apuntalan el pozo, las paredes se desmoronan y se obtura nuevamente el brocal; sacan un poco de Agua, pero su desidia les hace pasar más tiempo en árida excavación que en gozo de encuentro.

Aunque ciertamente en este nivel no es tanta el Agua que se puede sacar. Las herramientas con las que trabaja el orante no alcanzan grandes profundidades. Además es harto trabajo apuntalar las paredes del pozo, o sea consolidar lo alcanzado y permanecer en el diálogo. Pero es verdad que uno podría alcanzar cierta profundidad lindera a un salto de nivel en la experiencia orante: la adoración, el silencio asombrado y enmudecido frente a la Presencia misteriosa que parece envolvernos enteramente en derredor y llenarlo todo. La postración (exteriorización física de una actitud interior) suele expresar bien este acercamiento a lo Sagrado que irrumpe haciendo notar su vecindad con nosotros.

Otra dimensión es la contemplativa. Aquí se percibe la primacía del trabajo de Dios. Es difícil hablar de las purificaciones místicas o purgaciones infusas. Se han descripto con imágenes diversas: la noche, el cauterio, el flechazo, el capullo y más. ¿Quién pudiese dar cuenta con precisión de esta experiencia interior cual si fuésemos metidos en el sepulcro de Cristo? Obviamente es una profundización de la gracia de la Pascua comunicada en la gracia del Bautismo e incrementada por toda la economía de la gracia sacramental. Yo mismo he utilizado una imagen atrevida: el alma experimenta el toque del Señor, que si bien es como mano delicada y suave, se siente espiritualmente como una garra afilada que proveniente de las profundidades escondidas desgarra entre amor y dolor. Dios excava en amor y desmorona apuntalando en Cruz. Invita seductor al vaciamiento interior y el corazón clama: “Arráncalo todo. Ya arráncalo todo de una vez.” ¿Qué pide que arranque? Todo cuanto separa y retrasa la Unión. Todo cuanto obtura que el Agua Viva ascienda poderosa y desbordante llenando el brocal del alma y regando toda tierra en derredor.



POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...