3. Despertarse y buscar el sol. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


3. Despertarse y buscar el sol

 

La joven se despierta, se sienta sobre la cama y se despereza. La habitación está casi totalmente a oscuras salvo por unos delicados rayos de sol que, colándose por la persiana, la atraviesan con delicado andar. Al verlos ella sonríe y se inquieta. Se levanta entonces presurosa y sube la persiana, quedando al descubierto un amplio ventanal. La luz penetra en la sala cual catarata desbordante de vida. Ella ve el sol, que hace muy poco ha resurgido desde las entrañas del horizonte, elevándose cada vez más alto. Con gran alegría extiende sus brazos como queriendo abrazarlo, mejor, como suplicando ser abrazada. Luego en su soledad, sin vergüenza, gira y gira por la habitación como si estuviera bailando con él un cadencioso y pujante vals. Todos los acordes silenciosos tienen la impronta de la alegría y de la luz.

 

En la contemplación una de las protagonistas es ella, la joven. Sin ninguna intención de establecer una antropología dualista declaro que se trata del alma. No sé yo que otro nombre ponerle. Si dijera corazón evocaría para muchos el lugar de la afectividad en el hombre: emociones, sentimientos, pasiones. Pues bien, estoy afirmando que lo que sucede acaece aún por detrás del corazón. Y si digo alma recurro a ese lugar que es el centro más profundo de nuestro ser, donde todo él resuena: el entendimiento, la voluntad, la memoria, el corazón y, por supuesto, el cuerpo que soy. La unidad que soy resuena y es unificada desde este centro profundísimo y secreto que llamo alma.

Vuelvo a recalcar que no estoy intentando una antropología sino sólo declarar que el misterio que somos es mucho más hondo y más rico de lo que suponemos o saboreamos habitualmente; que más allá de los sentidos corporales y del sentido del entendimiento, de la voluntad, de la memoria y del corazón hay un sentido mayor; que este sentido aún siendo oscuro y difícilmente asible es más totalizante e integrador y más perceptivo y entendedor y degustador.

Ahora bien, el alma se ha despertado... Claro que es una metáfora pues nunca estuvo dormida sino escondida o tapada para nuestra conciencia no atenta a ella. Y lo que la ha despertado es el amor. Aquella noticia amorosa, esa quietud recogida y ese enlazamiento nos ha hecho descubrir que la profundidad que somos no se agota en nuestros tibios horizontes.

Ya desde antiguo se dice que el hombre es un ser de deseo. Pero no de cualquier deseo. De un deseo al que se calificó de metafísico: un deseo hondo y difícil de saciar que desde nosotros secretamente clama, un deseo de infinito que sólo un infinito puede acallar. Y aquí es clásico citar la frase de San Agustín que ciertamente no se equivocó: nuestro deseo es de Dios, pues por él fue sembrado, ya que no puede menos que aquietarse solamente en él. Un tal deseo es huésped del alma.

El segundo protagonista de la contemplación, quien lleva el rol protagónico y decisivo, es Dios. Aquella noticia novedosa y oscura nos ha traído los rayos luminosos de su Presencia por detrás de los demás sentidos y ha dejado al descubierto la profundidad que somos. Ahora le degustamos más cercano y novedoso en lo más lejano y original de nosotros donde él está íntimamente presente. Y con aquella noticia ha comenzado a desocultarse e inflamarse un poco aquel deseo de Dios con el cual estamos preñados y que es más fuerte que todas las verdades intelectuales, que todas las pasiones del corazón, que todos los quereres de la voluntad, que todos los recuerdos imborrables de nuestra memoria y que todas las necesidades del cuerpo viviente que somos. Y de esta inflamación surge la alegría luminosa por haber comenzado una historia de encuentro ya desde otro horizonte más hondo y esencial. En el horizonte del alma el sol de Dios está ascendiendo y ella quiere abrazarle y ser abrazada, alcanzarle y ser alcanzada, subir con él hasta lo más alto del cielo y tomar parte en el alba.

 

 

2. Abrir la ventana. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


2. Abrir la ventana

 

Al despertarme, casi siempre de madrugada, el ambiente de mi habitación está denso, cargado, pesado pero no me incomoda... mi olfato se ha acostumbrado a él durante el sueño. Una vez vestido, algo dormido aún, salgo de la celda y me encamino hacia el baño para asearme. Entonces advierto que afuera, en el pasillo, el ambiente es distinto: el aire es más ligero y agradable y también más frío. Tras asearme me dirijo a la cocina, como es mi costumbre, y caliento agua para el mate (mi fiel amigo matutino). Al alcanzar humeante el punto previo al hervor, la vierto en el termo y vuelvo a mi habitación. Al abrir la puerta me golpea el ambiente: es una superficie áspera y rugosa. Aquellos minutos fuera bastaron para que mi olfato se desacostumbrara. Los vahos corporales, una mezcla de calor y aroma a encierro, lo dominan todo. Con rapidez tiendo la cama y se me hace necesario abrir la ventana para airear la celda. (En invierno apenas la entreabro dejando una tímida rendija bienhechora, mas en verano la abro de par en par). Mientras rezo el Oficio de lectura, acojo el texto evangélico del día y me lanzo a la oración la celda se va aligerando, refrescando, renovando su aire y su aspecto. Entre mate y mate me admiro que todo un ambiente edificado tras largas horas de la noche pueda cambiar rápidamente haciendo algo tan sencillo como abrir una ventana.

 

He elegido esta imagen cotidiana por el deleite que me causa su simplicidad casi burda y tosca; pues existen quienes asocian la contemplación, fantasiosamente, a fenómenos extraordinarios que se asemejan a los efectos especiales a los que nos tiene acostumbrado el cine. Bien, nada más lejano a ellos que este encuentro en amor pequeño y escondido.

¡Con cuánta facilidad nos daríamos al encuentro amoroso con nuestro Dios y Señor si nos dedicáramos a quedarnos quietos, en espera activa en el deseo y el amor; si tan sólo abriéramos la ventana!

En la contemplación este abrir la ventana es un dejarle toda la iniciativa a Dios renunciando a buscarle ya por los caminos anteriores: las devociones y la meditación. Aunque le parezca al amador no estar haciendo nada quédese en esta noticia novedosa e inefable, confusa y general; en esta noticia amorosa que tan delicadamente enlaza la voluntad y la atrae hacia Aquel de quien procede. Quédese en este estado donde ya poco puede hacer más que estar y esperar y verá cómo al abrir la ventana a esta brisa nueva y hasta ahora desconocida el ambiente de su casa interior se irá aligerando, refrescando y renovando.

Vuelvo a repetir: no deje de abrir la ventana a esta noticia amorosa y nueva aunque le parezca demasiado lejana y confusa. Cuando así sea, como quien está atravesando el invierno, abra apenas un poco la ventana y deje que penetre por la pequeña rendija algo de aire, mas no retorne sobre sí a la devoción y meditación: ni hallará gusto en ella, ni sacará provecho alguno, más aún, retornará a ella como peleando y saldrá con las manos vacías. Quien ha descubierto el bondadoso cambio de clima que se sigue de una ventana abierta ya no puede contentarse con aerosoles perfumados y desodorantes ambientales: son demasiado artificiales ya, demasiado nuestros... Y si es verano y esta noticia amorosa llega evidente y fuerte, enlazando en amor claro y provocando ya alguna inflamación del deseo mantenga la ventana abierta, deje que irrumpa ese aire nuevo durante todo el día y que venga de visita también el sol.

Abrir una ventana es en la contemplación, sencillamente, quedarse gratuitamente en espera de amor de Aquel que gratuitamente viene por amor. Dejar que el Señor haga mucho más que nosotros, pues actuar y amar en él son uno. No dejar de abrir la ventana...

 

 

1. La quietud de la siesta. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


1. La quietud de la siesta

 

Todo duerme. En el convento todo duerme o parece dormir. Los pasillos están desiertos y, las persianas bajas, los dejan a media luz. No sé si los demás hermanos duermen. Apenas sé que aquí en mi celda yo estoy despierto. Vigilante contemplo la quietud de la siesta que parece ascender desde el patio del claustro y colarse por mi ventana. Afuera tampoco hay ruido: sólo silencio y un delicado sopor. A la hora de la siesta todo parece quedarse quieto, recogido, reposado. El viento cesa también y las ramas de los árboles ya no se mecen, abandonan la danza. Los pájaros ya no trinan, o lo hacen muy de tanto en tanto. Todo me parece adormilado y sin embargo, en esa quietud, tan vivo y tan presente. El tiempo se vuelve denso. Todo parece dormir mientras yo me encuentro increíblemente despierto.

 

En la contemplación hay bastante de este adormilarse, reposar, silenciarse. Diría, simplemente, un dejarse estar frente a la noticia confusa y general... clara y personal, lejana y ausente... cercana y presente de un amor que viene y que viene novedoso.  Y lo que describo no es un delirio contradictorio ni la afirmación del círculo-cuadrado. Ya sé que te resulta oscuro. Lo que digo es que lo totalmente nuevo se sale de nuestros esquemas y nuestras palabras no lo alcanzan. Y si eso nuevo que irrumpe es Dios: ¿acaso tú o yo podríamos de algún modo asirlo? Para dejar que lo nuevo sea nuevo tienen que dormirse entonces nuestros esquemas cognitivos, dejar de actuar. Sólo en el amor aquí se conoce algo. Mudo, sordo y ciego, insensibles el olfato, el tacto y el gusto (analógicamente hablando)... así recogido el contemplador saborea la noticia novedosa del Dios que viene con aquel sentido también nuevo que le ha brotado en el amor. Con el entendimiento desencajado e imposibilitado de armar un discurso argumentativo, con la imaginación suspendida o lanzada a un caos algo molesto, la voluntad queda suavemente asida y atraída y en el amor algo conoce, destellos tenues que iluminan algunos rincones del ser.

Como la atmósfera propia de la siesta se cuela por mi celda, y en ella se instala, y me hace percibirlo todo en su quietud tan vivo y tan presente... así Dios irrumpe dejando de lado y declarando abolidos los medios anteriores para el encuentro tan dependientes de nosotros y de nuestros esquemas, y totalmente nuevo se le ofrece al contemplador en aquella noticia tan inexpresable de su estar frente a nosotros y nosotros ante él. Aquí sólo se conoce algo en el amor.

 

Contemplar el espejo de Fuego. Poesía escondida

 







"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)



Contemplar el espejo de Fuego

Encarnación

        Eucaristía

Cruz

 

Aprender a diario

En la escuela de Cristo Desnudo

 

Esconderme en lo escondido

 

Comer pan fuerte

Beber vino fuerte

De su potente amor

 

Unirme a Aquel

Que ser quiere

Unido a mí

 

Simplemente

Dejarme ser en el amor

Y tenerlo seguro

   En tres heridas

   En una sola

 

Amor

 

“Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo.” Cantar de los cantares





"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


 “Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo.” (8,7)

 

            En este estado aún de purificación que es el capullo, el contemplador goza cuando el Señor le regala uniones provisorias y no definitivas que dejan sin embargo en él efectos gratísimos. Tiempos a veces extensos de experiencia de estar sólo con Dios y como si todo lo demás no existiera, o más bien, como si existiera ocultando y cantando este encuentro maravilloso en amor. También le es regalado mirar la obra del Amado en sí que parece brotar incontrolable como la primavera. Estos espacios de luz en la honda extensión de la noche, así como el testimonio de quienes lo precedieron en este camino y don de la contemplación, lo llevan a creer y esperar, con fe y esperanza atravesadas de amor, la unión definitiva, primicia de la Pascua Eterna.

Sabe por el amor que lo penetra que cuando el Amado lo deje caer en este estado ya nada ni nadie podrán arrancarlo de Él, habitará en Él y será de Él para siempre. Habrá alcanzado el ser del hombre que no es otro que ser amor por Amor, haciéndose uno con aquel Uno en Tres que no es más que Amor sin principio ni fin, inagotable e ilimitadamente comunicativo. Amén. ¡Gloria a Dios!

 


“Grábame como un sello sobre tu corazón.” Cantar de los cantares

 




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)

“Grábame como


 un sello sobre tu corazón.” (8,6a)

 

            ¿Qué pide la amada, es decir, nuestra alma enamorada? Pide a su Amado y Señor estar tan cerca de Él que ya no pueda separarse, como lo sellado que se hace uno con la superficie y ya no puede quitarse uno sin el otro. No quiere más el contemplativo que perderse en su Señor, ser escondido en Él, ser parte, por así decirlo, de su corazón. Ser de Él, estando en Él íntimamente, a la vez que siendo el yo que es en su forma más auténtica. 

El amor que le ha sido dispensado le ha hecho comprender que el hombre es, sólo si es con Dios y en Dios, desde y para Dios. Y esta certeza que en sí surge es sabiduría de amor que compromete la integridad de la existencia, la totalidad del ser: o lo es todo para Dios, o lo que sea, será nada. Y esta experiencia es dolorosísima para el contemplativo hasta que no llegue a la unión, la que sólo alcanzará cuando asistido por la gracia del amor dé el último salto: una renuncia completa de su yo por amor al Amado, una renuncia completa a todas las criaturas y a sí mismo. Renuncia que no es falta de amor sino referenciarlo todo al amor primero y fundante sin el cual todos los demás amores se desfiguran. Un don de integración santificante de toda la vida en Dios. Se trata de convertirse de tantas disimuladas idolatrías para tener un solo Dueño y Señor.

Alcanzar esta renuncia es lo propio del estado de capullo que precede a la unión serena y estable, verdadera unión esponsal. Mientras el capullo no se rasgue y el yo siga en su lapso de purificación total gritará y clamará entre lágrimas: ¡Señor, por favor, apura el tiempo! ¿No ves que no soy más que debilidad y pecado necesitado de Ti? ¿Qué puedo yo sin Ti? Ahora sé que yo sin Ti no soy más que un esfuerzo inútil destinado al fracaso y la disolución. Nada de lo grande que pueda alcanzar sin Ti se compara a lo más insignificante que Tú me puedas dar a mí. ¡Oh, Señor, piedad de mí! ¡Por tu gran Misericordia dame fuerzas para entregarte mi ser y desasirme de todos mis ídolos! ¡Oh, Señor, Amado y Amante, grábame como un sello sobre tu corazón!

 

 

"¿Quién es esa que surge como la aurora?". Cantar de los cantares




 "Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


“¿Quién es esa que surge como la aurora, bella como la luna, resplandeciente como el sol, imponente como escuadrones con sus insignias? (6,10

 

            ¡Oh, alma bienaventurada, cuán maravillosa la obra del Señor en ti!

Si te ha hundido en lo más profundo de la noche es para hacerte resurgir como la más resplandeciente aurora, tesoro de luz que regalada ilumina las tinieblas; astro tú y guía, sin quererlo y a escondidas; reflejo cautivante tú de Aquel que es Luz sin límite. Llevas en ti como poderosos escuadrones las insignias del amor, es decir, la multitud de gracias que te adornan por el trato íntimo con tu Amado. Así la contemplación te ha hecho otra, o mejor aún, te ha permitido ser quien verdaderamente eres, te ha devuelto al designio primero de Dios sobre ti. Por eso, escondida en el Escondido, eres reflejo de la misteriosa Luz que centellea en la noche e ilumina las tinieblas.

¡Oh, entrégate, bienaventurada, más y más a Aquel que te formó y te transforma en sí con incomparable amor!

 

 


Aún cuando te vas te quedas. Poesía escondida

 




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)



Aún cuando te vas

Te quedas

Y cuando te apagas

Aún me enciendes

 

Oh Amor Eterno

Que solo en un instante

Pasas

         Hieres

        Sellas

 

Yo te llamo Permanencia




"Yo duermo pero mi corazón vela." Cantar de los cantares

 





"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


“Yo duermo pero mi corazón vela: oigo a mi Amado que golpea.” (5,2a)

 

            ¡Oh amor tan amado, cuánto más ardiente, más callado! ¡Oh amor silente, oscuro y escondido, tan puro, nuevo y simple!

Es éste el amor de contemplación; amor don, con amor donado. Amor éste que no duerme y deja al alma en vela para que aunque todas las potencias duerman, ella perciba, los movimientos unitivos del Amado. Y cuánto más habite el contemplador esta silente, oscura y escondida morada más vigilia se encenderá y aún mayor fineza de percepción. Dejar que todo el yo se duerma y dejar que permanezca en vela este amor desnudo, por el Amor sembrado, para despertar a Dios que llega.

¡Amor, amor, sólo es importante el amor! ¿Y quién golpea las puertas de este amor pequeño? Golpea el Amor que quiere introducirlo en su seno y unirlo a Él de quien proviene y hacia quien camina. Si golpea el Amado, con amor ábrele.

 

Feliz noticia. Poesía escondida

 


"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


Qué noticias me traes

De la comunión amorosa

Entre Padre e Hijo

 

Es que tú eres

          Amorosa noticia

Que me arrastra

  Suavemente

Hacia la Trinitaria Vida

 

Oh Santo Espíritu

      Feliz noticia



"Eres un jardín cerrado, una fuente sellada." Cantar de los cantares

 




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


“Eres un jardín cerrado hermana mía, novia mía; eres un jardín cerrado, una fuente sellada. ¡Fuente que riega los jardines, manantial de agua viva, que fluye desde el Líbano!” (4,12-15)


            Nuevamente estamos frente a la experiencia del Señor que quiere mostrar al contemplador la obra que hace en él. Le asegura entonces que en su amor lo tiene transformado en un jardín habitado por los más exquisitos perfumes, en una fuente cristalina y caudalosa. Sin embargo también le da a entender que está cerrado, pero no en el sentido de cerrazón, sino de estar sellado. El Señor le declara que al atraerlo a la vida contemplativa lo ha reservado para la exclusividad con Él; lo ha consagrado al acto de amor simple y puro que es la contemplación.

Con esta declaración también le asegura el Amado que será su sostén y defensa. Y le invita al contemplador a no abrirse sino a permanecer cerrado, es decir, dedicado a la vida contemplativa que le es regalada. Esta vida, en efecto, lejos de ser inútil y estéril, es bien provechosa y fecunda en el amor.

Nos es difícil aceptar que hay otras formas de ser signos de la presencia y crecimiento del Reino fuera de la actividad. Pero quien contempla sabe que con el regalo le llega una misión, una tarea que encerrado en su diminuto corazón lo llevará a transitar innumerables caminos del mundo, innumerables corazones, innumerables vaivenes de la historia. Este jardín cerrado ha sido convocado para desparramar aromas de Cristo el Señor por todo el mundo y tan secretamente. Desde esta fuente sellada en la noche, a escondidas, el Señor riega las esterilidades del mundo con el agua que abundantemente le regala para que rebalsando de sí llegue hasta lo más reseco. Un centro donde el Amor se condensa y se expande: eso es un contemplativo.

Imposible de aceptar sin la fe este obrar escondido. Sólo sé que el Señor, con frecuencia, me impulsa a elevar así mi oración: “Señor, haz de mí una pira de dolor y de amor. Ocúltame en el holocausto de tu Hijo. Quiero acabar con tanto sufrimiento. Acéptame, Padre, como víctima de amoroso sacrificio. Quiero sufrir yo en lugar de ellos para que en el mundo se saboree sólo el amor.”

Y yo no sé cómo ni lo intuyo, porque aún soy tan débil y tan fétido, pero tengo certeza de que en este encuentro simple y puro con el Amado, en esta asociación amorosa con ese Varón de Dolores y Salvador, el mundo entero también vibra y recibe amor.

 

 


"Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado." Cantar de los cantares





"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


“Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado.” (2,16a)


            Confieso que me encuentro sin palabras ante este texto que susurro, exclamo y canto con frecuencia. No hay mejor forma de expresar el camino contemplativo.

Porque del otro lado del umbral –de la experiencia activa o vía ascética- se da un reordenamiento de la vida para que su centro sea el Señor a través de la penitencia, es decir, de la conversión continua por prácticas y ejercicios adecuados. Pero por empeñoso que sea este trabajo y por altos que sean sus frutos no tocan ni la hondura ni la continuidad de la experiencia contemplativa -experiencia infusa  o vía mística-. De ningún modo hablo de mayor o menor santidad, sólo digo que es propio de la contemplación que el don de la unión, el don de la referencia del yo al Amado, quede marcado en el alma de un modo más persistente.

No es indiferente haber pasado o no haber pasado el alma por el trance del rapto, del amoroso estar fuera de sí en Él por Él.  De aquel lado del umbral, a fuerza de un gran trabajo de la voluntad, la existencia puede alcanzar una referencia amplia y honda al Señor, pero una referencia que demanda constante vigilancia y esfuerzo ascético. De este lado esto no se abandona pero se recibe, por la propia experiencia contemplativa que deja al alma imborrablemente marcada, el don de la referencia. La existencia del contemplador no puede menos que experimentarse referida a la existencia del Amado. Existo para Él y porque Él existe, sino no existiría.

Es un profundo desencantamiento y desabrimiento por todo lo que no sea el Amado. Sólo queda la existencia del Amado como motor y sentido de la existencia y nada más. Y cuanto más se adentra el contemplador en su caminar la referencia se va haciendo más esencial. Participando de algún modo de la misma vida divina, sumergido de a ratos en el misterio de la  Trinidad, el contemplador goza ya de las primicias de la eternidad.  El Buen Dios lo hace entrar en sí de tal forma que al mismo tiempo que empiezan a diluirse las barreras y secuelas que levantó y dejó el pecado comienza a restablecerse la comunicación original con toda su maravilla. Ser el contemplador en Dios y Dios en el contemplador. Gozar en el amor de una unión gratuita y totalmente inesperada. Mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado.

 

 


Tras pasar las murallas. Poesía escondida





"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)

 Tras pasar las murallas

Y los centinelas

Abandonada el alma

En la noche densa

Ya no hay pasado

     Ni hay futuro

Solo la presente ceguera

Tras de la cual brota

         Luz verdadera

 


"Levántate, amada mía." Cantar de los cantares

 



"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


“Habla mi Amado, y me dice: ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. La higuera da sus primeros frutos y las viñas en flor exhalan su perfume. ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Paloma mía, que anidas en la grietas de las rocas, en lugares escarpados, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz; porque tu voz es suave y es hermoso tu semblante.” (2,10-14)

 

            Este oráculo del Amado lo escuchan quienes han dado pasos firmes y seguros en el camino de la contemplación; aquellos que ya fugados de sí tras de Él se han adentrado en el tiempo de la purificación. Y el Señor, que trabaja mucho más de lo que el contemplador percibe, de tanto en tanto desea mostrarle su obra para animarlo aún más en el caminar y para encenderlo aún más en gratitud amorosa que lo hará crecer.

El Amado Jesús llama al contemplativo y lo invita a levantarse y salir de la desértica oscuridad de la noche. Suspende por un tiempo el clima de capullo con el invierno de sus purificaciones y la lluvia de las estrecheces. Entonces el contemplador puede ver un paisaje nuevo: la obra que su Amado ha hecho en él. El alma ya está florecida. Todo en ella canta con alegría anunciando el amor enamorado que la une a su Amado y Señor. Ya hay frutos de este caminar contemplativo en el que el Dios Bueno y Santo la ha introducido. Ya está perfumada el alma con la fragancia de Cristo, ya la esparce secretamente.

Al reiterar su llamado el Amado especifica bellamente el talante de una vida contemplativa. La amada es paloma, es decir, el contemplador es un ave y como toda ave su vocación es levantar el vuelo; un ave que habita y anida las grietas de las rocas, en lugares resguardados y difícilmente accesibles; en lugares escarpados, es decir, en lo más último y profundo de su yo. Para un contemplativo lo más alto y escarpado es lo más profundo y escondido; y levantar el vuelo unirse a su Amado y ser uno sólo con Él.

Ahora se le regala mirar la obra que el Esposo esculpe con paciencia y delicadeza. Mostrar el rostro y dejar que se oiga su voz debe el alma; no porque su Amado no sepa de ellos ya que Él los ha forjado de nuevo, sino para que el alma pueda apreciar el cambio que el Señor ha concretado en ella. Pues el Señor la llevó a la oscuridad y trabajó sobre ella, que experimentaba su labor sin saber con certeza su envergadura; ahora Él la saca a la luz suspendiendo la noche para que advierta la magnitud de la obra. Su voz ya es suave y su semblante ya es hermoso, ya refulgen en ella la suavidad de voz y la hermosura del rostro de su Dios tan amado. Ya ha comenzado a despejar en sí al Espejo de Fuego al que se ha entregado. Ya ha comenzado la obra de divinización en el amor.

Ahora bien, si el Señor te regala este momento guárdalo como tesoro de incalculable valor. Él te lo da para animarte a seguir adelante, pues aún no has llegado a la unión esponsal definitiva. Abrázalo con fuerza pues te anuncia que la noche volverá más honda, más cerrada y más fuerte. No desesperes. La obra del Amor trae el dolor quemante y dulce de la Cruz y, promete asegurándolo, la unión definitiva de la Resurrección.

 


“Su izquierda sostiene mi cabeza y con su derecha me abraza.” Cantar de los cantares




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)

“Su izquierda sostiene mi cabeza y con su derecha me abraza.” (2,6)

 

            ¡Cómo decir la gran delicadeza y cuidado que el Señor tiene con los que lleva por el camino de la contemplación! Porque Él sabe abrazarnos, y esto en el sentido del fuego que arde, enardece, inflama y consume pidiendo más, siempre más; y a la vez sostiene para que no nos desbaratemos, desmembremos o desintegremos ante tan arrollador don que es su Presencia. Así, con sabia pedagogía, nos abraza y nos coloca como al límite y luego nos sostiene y de este modo nos va capacitando para recibirle y albergarle. Es como si con breves y fuertes tirones nos fuera dilatando el corazón que en tensión parece ya pronto a romperse y en el relajamiento no puede menos que añorar y desear con más fuerza.

Así, entre excitaciones y desmayos, entre efluvios y desfallecimientos va quitando del contemplador el ritmo de su latir y va introduciendo en el centro de su corazón el ritmo del latir del corazón Trinitario. Mejor no sé yo decirlo. Quien lo vive lo sabe pues lo saborea; y quien no lo vive que con corazón sincero desee amar al Señor, tener con Él un encuentro gratuito en el amor, estar con Él por estar con Él y nada más. Y si un tal deseo le brota, es que ya hay gracia, láncese entonces con simpleza y “negligente despreocupación amorosa” en los brazos del Amado y Él hará la obra.

 

¿Creemos en un Dios abandonado?

 




¿CREEMOS EN UN DIOS ABANDONADO?


El contexto franciscano


“El Amor no es amado”. A menudo se adjudica esta expresión a San Francisco de Asís, quien predicando fervoroso por el mundo, cual heraldo enamorado del Rey, con lágrimas en los ojos y palabra encendida, simplemente anunciaría este drama: “el Amor no es amado”. Así pondría en conjunción dramática la gratuidad del Amor divino y la cerrazón del corazón humano. Y todo esto lo haría para movernos a amar, para movernos a recibir un tal Amor.

Sabemos sin embargo que esta frase no se encuentra literalmente en sus escritos y que sería un fraile poeta de los orígenes de la Orden quien la acuñaría. Como también percibimos que expresa el espíritu del juglar de Asís. Así el movimiento franciscano la ha hecho suya como leimotiv. Permítanme compartirles un himno en tal sentido que semblantea al Poverello.

 

Fuiste grito enamorado

de la inefable hermosura

de una increíble locura:

Dios en hombre anonadado.

«¡Ay, y el Amor no es amado!»

 

Fuiste del dolor flechado

al mirar la horrible muerte

y el cuerpo sangrado, inerte,

de tu Dios crucificado.

«¡Ay, y el Amor no es amado!»

 

Fuiste tú el anonadado

al alimentar tu vida

con el pan y la bebida

de Jesús sacramentado.

«¡Ay, y el Amor no es amado!»

 

Fuiste voz, ansia, cuidado

de hacer entender a todos

los hombres, de todos modos,

que sólo existe un pecado:

«¡Ay, que el Amor no es amado!»

 

Hoy, ya bienaventurado,

en la familia del cielo,

danos repetir tu anhelo

de ver a Dios siempre amado.

«¡Ah, que el Amor sea amado!»


Por lo pronto, la expresión más cercana la encontramos en San Buenaventura, que escribe en la Leyenda Mayor 9.1:

“¿Quién será capaz de describir la ardiente caridad en que se abrasaba Francisco, el amigo del Esposo? Todo él parecía impregnado  - como un carbón encendido -  de la llama del amor divino. Con sólo oír la expresión ‘amor de Dios’, al momento se sentía estremecido, excitado, inflamado, cual si con el plectro del sonido exterior hubiera sido pulsada la cuerda interior de su corazón. Afirmaba ser una noble prodigalidad ofrecer tal censo de amor a cambio de las limosnas y que son muy necios cuantos lo cotizan menos que el dinero, puesto que el imponderable precio del amor de Dios basta para adquirir el reino de los cielos y porque mucho ha de ser amado el amor de Aquel que tanto nos amó.

 

En el contexto de esta experiencia espiritual hace años he escrito una meditación para unos ejercicios espirituales. Hoy vuelvo a ella y se las comparto como cierre de estas contemplaciones teologales en tiempo de crisis. Ojalá la pascua de la pandemia nos conduzca a “amar más al Amor”.

 

El término “Abandono”

 

En sentido negativo habla de la ruptura de una relación, de un quiebre en la Alianza, de una deserción del vínculo y hasta de una traición.

En sentido positivo dice un acto de fe profundo, ponerse en las manos del otro, confiarse enteramente a otro, como un saltar al vacío sin red.

El “abandono” en este último sentido solo puede sostenerse desde el amor, desde una experiencia profunda de ser amado y de amar con confianza absoluta.

En la vida espiritual la actitud del abandono pone en juego hasta el extremo las virtudes teologales: creer en Dios, esperar en Dios y amar a Dios.

¿Cómo hacer crecer el amor para que podamos abandonarnos a Dios? ¿Cómo hacer crecer el amor para que como un amante que se abandona en el Amado que lo ama podamos creer y esperar absolutamente todo en Dios?

El primer paso será siempre contemplar el Amor infinito y gratuito de Dios.

 

El abandono de Dios

 

¿Creemos en un Dios abandonado?

Si pensáramos al responder en el sentido negativo claramente diríamos que sí. El hombre se ha apartado de Dios desde Adán en los comienzos. Al pueblo elegido, Israel, se le hace el reproche de quebrantar la Alianza y abandonar a su Dios por otros dioses innumerables veces. Una rápida mirada a la cultura actual podría titularse el abandono o el olvido de Dios. Los santos con su vida reformada le han señalado proféticamente a la Iglesia que ha abandonado o decaído en su fidelidad al Evangelio. Nosotros mismos podemos reconocernos como quienes hemos abandonado a Dios en algunos períodos de nuestra vida.

Y si es así… ¿Por qué seguir a un Dios al que tantos dejan de lado? Si el abandono y olvido de Dios siguieran creciendo en nuestra cultura y cada vez más fuésemos una minoría incomprendida y perseguida… ¿cómo podríamos sostenernos en la fe? Si en la Iglesia siguen creciendo las deserciones (de los jóvenes, de los matrimonios, de las familias)… ¿qué será de nosotros?, ¿seremos perseverantes?, ¿tendrá continuidad la fe?

Para seguir a un Dios abandonado, aparentemente derrotado y dejado a un lado, hay que estar muy convencido.

En mi retiro espiritual de ordenación sacerdotal, el predicador nos preguntó: ¿Si fueses el último cristiano que queda en el mundo, Dios podría contar contigo para que empezara de nuevo la Iglesia?

¿Seguimos a un Dios abandonado?

Pero si la pregunta fuese en sentido positivo todo cambia. ¿Dios se ha abandonado? ¿Dios se ha puesto en las manos de otro?

Dios desde el comienzo de la creación se ha puesto en las manos del hombre, se ha abandonado al hombre. Si esto es así podemos contemplar el inmenso amor de Dios, que pudiéndolo todo y sin necesitar de nosotros, nos ama hasta el abandono de sí mismo. ¡Impresionante misterio de amor que rompe todas mis estructuras de comprensión y expectativas! ¡Dios decididamente está loco, está loco de amor por mí, por todo hombre!

Así lo contemplo al crear al Adán libre y capaz de rechazarlo. Dios se ha sometido humildemente a la aceptación del hombre. Porque lo ha creado para el amor y la comunión lo ha hecho libre, capaz de decidir, y se ha arriesgado Dios a no ser amado, a no ser elegido.

Así lo contemplo al elegir al pueblo de Israel. Lo ha formado casi de la nada, lo ha rescatado de una vida errante de insignificantes pastores sin lugar fijo y le ha dado una alianza, una tierra, un rey, un templo. Y al dotarlo Dios porque lo amaba se ha abandonado de nuevo… ¿repetirá el pecado del antiguo Adán o será un hombre nuevo?, ¿no se olvidará de todo lo que ha recibido y enceguecido por la soberbia del poder querrá ser un dios? Mejor le hubiese dejado en la nada de donde lo sacó, pobre y frágil, dependiente, cautivo de su ayuda. Pero Dios nos ama y no quiere títeres, ni clientes. El Dios Amante busca amantes. Por eso nos eleva para que alcancemos algo de su altura y queda sometido a los caprichos de nuestro amor inmaduro.

Así lo contemplo en la historia profética de Oseas, llamado a desposarse con una prostituta; un símbolo sin igual. La alianza nupcial –ese contrato entre dos partes- se sostiene solo por la fidelidad del profeta que ama a esa mujer prostituida que una y otra vez lo engaña y le abandona. Israel, la Iglesia, la humanidad entera somos esa mujer. La Alianza no depende mayormente de nosotros, se sostiene unilateralmente por la fidelidad del amor del Dios Esposo que nos elige a sabiendas de nuestra inclinación a traicionarlo. Ese amor fiel nos rescata de la miseria de nuestra prostitución.

Podríamos seguir con los ejemplos pero no nos alcanzaría la tinta para contemplarlos todos. No solo es novedoso sino decididamente transformador contemplar la Escritura desde la óptica del Dios entregado por amor. Dios siempre se ha abandonado humildemente por el amor en las manos del hombre. Y nos hace eco en toda su dimensión la frase de San Pablo: “Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro” (2 Cor 4,7).

¿Cómo hacer crecer el amor para que podamos abandonarnos a Dios?

Jesucristo es la máxima expresión del abandono de Dios.

Miremos el Pesebre en el silencio de la noche, casi en el anonimato. El creador del universo no tiene posada donde hospedarse. El Rey de reyes tiene la más pobre e insignificante de las cortes: un grupo de humildes pastores indoctos y sin ningún poder, unos sabios que andan a tientas -casi como ciegos- guiados por las estrellas porque no poseían la sabiduría de Israel y un grupo de ángeles invisibles a la mirada sin fe. El Pesebre es un verdadero preludio de la Cruz: nos habla del abandono positivo de Dios en las manos del hombre y del abandono negativo del hombre que no lo recibe y lo rechaza. “Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9).

Ni hablar de la Cruz. ¿Por qué decimos que no hay sufrimiento más grande que el de Jesús? Quien es todo amor y misericordia, el enteramente bueno que hace siempre el bien es traicionado y asesinado. El Amante que se abandona es abandonado. Ahora entiendo bien la expresión de San Juan al adentrarse en el relato de la pasión: “Sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Y Jesús estuvo siempre claro: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). Al contemplar a quien es la Vida sometido a la muerte, al contemplar que aquellos a quienes ha dado Vida ahora le quitan la propia se ilumina mejor el clamor de Cristo con los brazos abiertos, abandonado, disponible, puesto en nuestras manos y en las del Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46); y también “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).

Y nos ha dejado el memorial de su abandono amoroso en la Eucaristía. ¿Te has puesto a pensar que Dios verdaderamente está entre tus manos? Esa humilde hostia tan delgada y frágil podría ser triturada por tus manos cuando quisieras. Dios está en tu mano y tú hombre puedes elegir: triturarlo o recibirlo, echarlo por tierra o llevarlo a tu interior. ¡Así de inmenso es el abandono de Dios!

Finalmente cuando contemplo el episodio de Getsemaní comprendo el drama del abandono de Dios. Me atrevo a ponerlo en palabras mías seguramente tan lejanas de las de Cristo: Por amar y respetar tanto al hombre Padre, ¿dejarás que tu Hijo amado, el único fiel y abandonado a Ti, pase por el sufrimiento y la muerte y parezca abandonado por Ti? ¿No podríamos hacerlo de otro modo? Pero la modalidad del amor es la del abandono y el Hijo que ha emprendido esta aventura de abandono junto al Padre desde toda la creación se levanta resueltamente a llevar hasta el extremo el plan de la comunión, el proyecto de la Alianza. Para rescatar a la esposa prostituida es necesario que el Esposo fiel se entregue enteramente a ella hasta dar su vida. El corazón egoísta y endurecido del hombre solo podrá ser salvado por la abundancia del amor de Dios, por ese amor desinteresado y gratuito que ama a pesar de todo rechazo y traición, un amor sin reservas que no se guarda nada. Sólo un amor tan grande podrá revertir el pecado y provocar una respuesta. “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42).

¿Y qué diremos del abandono del Padre? Tras esta meditación cobra un más profundo sentido la expresión de Jesús en el cuarto evangelio: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3,16).

Tomar conciencia de este abandono de Dios hizo exclamar a San Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

Al contemplar este abandono de Dios, su amor desinteresado y gratuito por el hombre, sigo insistiendo: Dios está loco, está loco de amor. Y la verdad es que no encuentro un mejor motor para hacer crecer el amor de abandono en mí y en ti que el de dejarnos cautivar y seducir, asombrar e impactar por el Dios que se abandona por amor a nosotros.

 

Una última palabra sobre la Eucaristía

 

Les regalo finalmente esta palabra santa de Francisco de Asís a sus hermanos en la llamada Carta a toda la Orden. Bajo su sombra amparadora ha crecido tanto mi vocación sacerdotal como mi respuesta cristiana en la pascua de la pandemia.

 

“¡Oh celsitud admirable, condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad! ¡Oh humilde sublimidad, que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan! Mirad hermanos, la humildad de Dios y derramad ante Él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros, para ser enaltecido por El (cf. IPe 5,6; Sant 4,10). En conclusión: nada de vosotros retengáis para vosotros mismos para que enteros os reciba el que todo entero se os entrega.”

 

 

POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...