Abba Agua 3

 



"Apotegmas contemplativos" (2021)


Uno había descubierto el estanque y permanecía a su orilla sin retirarse.

Abba Agua se le acercó y permaneció junto a él en silencio.

-Dime Abba: ¿cómo es posible?

El agua de este estanque esta quieta

y aun así límpida y transparente.

¿No debería volverse verduzca al estancarse?

-Es que tú aun no ves en lo profundo la doble boca de ingreso y de salida.

Una boca en cada ribera y un cauce escondido.

Por ellas corre el río subterráneo que atraviesa el estanque.

Renueva siempre su agua. Pasa removiendo. Se queda incrementando.

 

 

            El contemplativo aspira a ser como una fuente de agua serena y transparente. Así el peregrino al acercarse podrá verse reflejado en sus aguas y conocerse. Así podrá beber del Agua fresca y siempre nueva. Y el contemplativo fielmente podrá brindar el servicio de comunicar lo que recibe de la Fuente escondida que lo habita. Compartir el Agua Viva sin contaminaciones ni impurezas suyas.

            Para ello en la contemplación el Espíritu opera este doble movimiento. Porque en el estanque del corazón pueden caer las “basuras del mundo” y crecer “las apropiaciones idolátricas”. Entonces el Espíritu pasa removiendo, purificando, quitando del estanque pegoteos indebidos, el pecado de no fundarse enteramente en Dios. Así también se comunica para llenar el corazón como si por volumen y constancia a la vez saneara las aguas y extendiera las orillas. Se queda nutriendo al estanque y comunicando Vida.

            Pero al inicio de la vida de oración probablemente el estanque tenía obturadas las bocas de comunicación en lo profundo. El orante tuvo que sumergirse en las aguas estancadas y remover la basura acumulada que impedía la comunicación del río de la Gracia. No lo hizo claro sin la primacía de la acción del Señor a quien secundó y con quien colaboró, pero percibiendo más su propio trabajo que el de Él. Ahora en la experiencia contemplativa experimenta más claramente el trabajo de la Fuente escondida que lo purifica y alimenta. Aprende a permanecer y esperar, a dejarse habitar. Se hace siempre más receptivo, persevera en la apertura.

Las aguas estancadas y las aguas nuevas continuarán mezcladas. Un extenso tiempo será necesario para que se termine de sanear el estanque del alma. Pero la fidelidad de la Fuente escondida, la comunicación ininterrumpida de su Agua Viva, al final llevarán a buen término la obra. Sólo habrá que vigilar las bocas de acceso para que permanezcan abiertas en el interior. Habrá que dejar que el Espíritu de Dios pase y pase removiendo, purificando, llevándose lo que no debe quedar. Una incesante renuncia, un continuo desapego recorrerá como corriente de Gracia y se afincará en el alma.

A la vez habrá que dejar que Dios se establezca, que crezca su caudal llenándolo todo, que haga del estanque del alma enteramente su casa. Sólo Él. Todo en Él y nada sin Él. Que Él lo sea verdaderamente todo. Una corriente de Gracia cual la serenidad y quietud de quien ya está en comunión y ha elegido irrenunciablemente al Esposo.

El Amor siempre renueva, pasa removiendo y se queda incrementando.



Abba Agua 2

 



"Apotegmas contemplativos" (2021)


El discípulo parecía decepcionado y encerrado en sí.

Entonces Abba Agua se le acercó:

-Dime, ¿qué traes y contra quién?

-No entiendo para qué he venido a ti.

¿Acaso no eres demasiado lento y blando?

Pero Abba Agua se sonrió serenamente.

-Ya nos lo enseñaron nuestros más antiguos padres.

Un gotear persistente de agua horada al fin la más resistente piedra.


            El contemplativo aprende, desde el comienzo, a perseverar. Toda su fuerza radica en intentar permanecer en Dios, guardar y cultivar la unión, aquietarse y anclarse en su Presencia.

            ¡Cuánto mal nos hace la seducción por lo extraordinario y por la grandiosidad! El mundo se ensalza en la dinámica de lo espectacular. El exhibicionismo impúdico del propio narcisismo está a la hora del día; la publicitación masiva del “yo” es la regla común. Y todo con diseños virtuales coloridos y brillantes, un nuevo mundo de diseño. Los aplaudidos “efectos especiales” del cine parecen ser un recurso a la mano de todos por la tecnología digital. El “efectismo”, la “sensación de espectacularidad” es el valor. Sobre todo la velocidad, el vértigo, la urgencia dan su clima al mundo de hoy.

            La cultura reinante podríamos describirla como “anti-contemplativa”. Pues la contemplación necesita de lo pequeño, simple y escondido. Requiere procesos largos y serenos. Y su derrotero es inconcebible para la mentalidad mundana. El contemplativo aspira a quedarse en Dios, permanecer unido a Él, sin pegotearse con la escena de este mundo que pasa. Vivir la vida con el ritmo y el discernimiento sabio del Señor. Vivir hacia la Gloria, hacia una definitiva y eterna estabilidad en Dios.

Pero el mundo en que vivimos no nos prepara sino que más bien impide el camino contemplativo. La espectacularidad no es de ningún modo propia de la dinámica de la Encarnación. La urgencia y el vértigo no son el modo de operar Dios en la historia de la salvación. El Agua Viva del Espíritu raramente pasa impetuosa y arrasando todo a su paso por nuestra vida. Tal vez esa sea nuestra impresión en tiempos de la conversión, o de los llamados vocacionales y los envíos misioneros. Pero tras grandes impulsos para dar comienzo a procesos, el Espíritu ordinariamente actúa suave en lo profundo, casi anónimo y silencioso. Y el contemplativo debe aprender a conectar con esa delicada Unción que lo convoca a la profundidad escondida.

Nos damos cuenta con el tiempo, al cabo de un camino espiritual responsable, que somos como la roca casi impenetrable. No nos es fácil cambiar. Los cambios “cosméticos” que dieron una nueva apariencia a nuestra vida ya los hicimos en nuestra primera conversión. Entonces nos pareció que el Señor había transformado crucialmente nuestro ser, que había un antes y un después de encontrarnos con Él. En parte es verdad nuestra impresión. Sin embargo con el tiempo reconocemos que no hemos cambiado de raíz, que hay que llegar hasta los cimientos. ¡Qué fatigosa y frustrante a veces nos parece esta vida de conversión permanente y total! ¡Qué largo el proceso de transformación unitiva con Él!

El Espíritu como la pequeña y humilde gota de agua nos toca una y otra vez. No deja de venir. Contemplar también es esperar que la roca del corazón sea horadada, que la suave Unción de Dios pueda entrar hasta lo más interior de nosotros y nos conduzca al aposento nupcial. Saber permanecer, perseverar y esperar en un proceso donde la Gracia actúa simple y humilde, con la fuerza de la pequeñez escondida, es sabiduría de verdadera contemplación.

Quien verdaderamente busca la unión con el Esposo aprenderá a dar paso a paso y a dejarle a Dios hacer su obra a su modo y en su tiempo. Llegará la hora pero habrá que transitar un camino perseverante y paciente de purificaciones, uniones provisorias, inflamaciones y cauterios, elevaciones luminosas y descenso a noches oscuras. El Espíritu ni es blando ni es lento. El Amor de Dios es fiel. El Paráclito es paciente y nos hace madurar sabiamente hasta la plenitud de vida y comunión con el Esposo.



Abba Agua 1

 



"Apotegmas contemplativos" (2021)


Uno se acercó a Abba Agua y le interrogó fastidioso:

-¿Tú siempre corres y fluyes sin parar?

Y se le respondió:

-¿Acaso hasta mi meta hay algo digno donde detenerme?

 


            Correr hacia la meta. Toda agua viva va hacia el mar.

            Lamentablemente, también las inundaciones naturales como las filtraciones edilicias nos enseñan que “al agua no la para nadie”, siempre encuentra rendija donde colarse, sigue fluyendo sin detenerse.

            Quien es invitado a andar en corrientes de Agua Viva experimenta rápidamente la tensión interior: la fuerza del Agua que arrastra y la resistencia del yo que no quiere moverse. Esta Agua nueva deberá barrer con todo apego y limpiar el corazón.

Al comienzo de la vida cristiana, seguramente hubo que vencer resistencias interiores para abandonarse en Dios y comenzar un camino distinto, un sendero de redención. Así también nos sucedió en los inicios de la vida espiritual, pues cada vez que en el ejercicio de la oración percibíamos la unción sorpresiva del Espíritu Santo, no sabíamos en verdad si seguir su impulso o no, teníamos lucha adentro. El Don de lo alto nos movía a más y se encontraba con nuestros temores, excusas y dudas. No siempre hemos ganado esas batallas, más bien a fuerza de derrotas en algunas ocasiones hemos dado el paso y el salto de la fe. Pero quienes se han dejado vencer y se han entregado con docilidad a esa corriente de Gracia han llegado  a ser testigos alegres de las maravillas del Señor.

Mas en verdad hay que asumir –consecuencia del pecado y su influjo- que todo hombre quiere dejar de caminar, aquerenciarse, echar raíces y descansar en algo que le parezca propio. Pasadas las primeras novedades, las primeras incendiadas alegrías de experimentar al Espíritu Santo y su acción, transitados trechos largos del camino, suele empezar a aparecer el fastidio por tanto andar. Tarde o temprano brotará la queja y el cansancio: “¡Pero esto es siempre moverse! Nunca te detienes y reposas. ¿Una y otra vez hay que recomenzar dejando todo atrás y correr hacia delante? ¡Déjame tranquilo!”

Entonces como en el Desierto, la astuta tentación actúa bajo apariencia de luz, y puede invitarnos a camuflar la crisis volviéndonos “avezados expertos” en clasificar y distinguir las mociones divinas. Nos ayuda a auto-engañarnos. Podremos nombrar las experiencias espirituales, tal vez ser baqueanos de algunos pozos y catadores de sus pocas aguas pero no movernos nunca más hacia su Fuente. Y todo bajo un manto de respetable y venerable misticismo.

Hay espirituales que, aunque ya no en el mundo, terminan deteniéndose justamente en el regodeo de sus experiencias interiores. Todo pegoteo amenaza erigir un ídolo y el Espíritu que nos ama nos empuja a salir de aquel engaño. Lo que Dios te da no debes retenerlo. No es tuyo, devuélveselo y comunícalo. Y sobre todo no te quedes con la cáscara de lo que interpretaste y te subyugó la mirada, pues allí el Malo mueve la presunción y el orgullo; seguro terminarás regodeándote en tu propio ensalzamiento y no en la obra de Dios. Lo que importa no es lo que has percibido y degustado sino lo que Dios ha hecho secretamente en tu alma con su toque. Eso irá contigo donde vayas, pero si te detienes en las apariencias de las grandes cosas que has recibido, si te apeteces en fin en ti mismo, finalmente lo perderás todo. ¡Levántate ya, sal de aquí y vuelve a dejarte llevar por el Agua Viva!

La vida del contemplativo es la del Peregrino; siempre andar sin detenerse hasta alcanzar la única meta que proporciona el gran descanso y la inagotable saciedad del alma: la Unión con Dios. Como enseñaba San Agustín, el corazón permanecerá inquieto, siempre inquieto, hasta que descanse y repose en Él. Es crucial que el contemplativo acepte desde el inicio vivir siempre en la intemperie. No hay un parador que dure mucho tiempo. Apenas se sienta y se relaja el Agua Viva le toca, asciende desde las profundidades escondidas y le arrastra a seguir caminando hasta llegar.

Toda agua viva siempre va hacia el mar.



Abba Desierto. Innumerables tus arenas y sorpresivo tu viento. Una alegoría nómade.

 



"Apotegmas contemplativos." (2021)


Innumerables tus arenas y sorpresivo tu viento. Una alegoría desértica.


            Las arenas me parecen innumerables. Desde el punto localizado donde me encuentro sólo veo arena y más arena. Con el tiempo he descubierto que ese inmenso mar de médanos tiene también sus peculiaridades por aquí y por allá. Pero sólo quien camina en el desierto, hundiendo el pie desnudo en la caliente arena, podrá comprender el misterio escondido en esta tierra.

Y la arena está por todos lados, no sólo en derredor, sino que también ya está en mí, entre los pliegues de mi ropa y sobre mi quemada piel. Arena innumerable y abrasadora. Un ardor permanente que quiere meterse dentro mío hasta darme un corazón desértico.

El Yermo además es como una fragua con su hiriente  amplitud térmica. De día el calor me sofoca y de noche el frío me atraviesa. Y la sed se me instala cotidiana, habitual, permanente. Soy forjado en calor y frío, en sed, mientras habito esta intemperie austera.

Además las noches y los días se suceden tan iguales aquí que todo se me vuelve atemporal. Hasta que llega él. El Viento que sopla sorpresivo y envolvente. Parece levantarse de la nada. Oigo su rumor a lo lejos y de pronto ya está encima de mí. Me cubre con las arenas innumerables, me sepulta en ellas. Y cuando ya ha pasado me levanto y todo parece nuevo. El Desierto sigue allí pero el Viento ha cambiado su topografía o mi mirada es distinta. Entre mi sed y el Viento existe una conexión misteriosa. Y tras el paso del Viento siempre he encontrado algún oasis, una fuente escondida de Agua que se revela entre las arenas innumerables.

            Le llega al alma el Gran Desierto de la Gran Purificación. Tal vez ha experimentado desolaciones y arideces antes. Pero nada se compara a este Gran Desierto que prepara para la contemplación unitiva. Aquellas purificaciones de antaño fueron provisorias pues apenas podíamos soportarlas breve tiempo a causa de nuestra inmadurez espiritual. Ahora la Purificación se ha tornado un estado permanente del vivir.

            He aprendido que fuimos traídos al  Desierto también para descubrir la sed. La sed que somos. La sed profunda que nos habita. Porque en el Desierto nos salva y sacia el Espíritu que sopla. Lo diría mejor, si no estuviésemos en el Desierto no podríamos advertir la presencia sorpresiva del Espíritu-Viento que sopla y abre esperanza de Agua.


 

Abba Desierto 5

 



"Apotegmas contemplativos" (2021)


Se le acercó otro exultante y entusiasmado:

-Abba Desierto, aquí puedo caminar por donde sea.

Sin embargo sentenció:

-Deambularás dentro de mí pero nunca te alejarás de mí.

Mas solo cuando te quedes quieto, el Camino irá hacia a ti.

 

            El Desierto no es un fin sino un medio. No hemos sido llamados a quedarnos en el Desierto sino a “pasar” por él. Pero sus grandes enseñanzas son la quietud y el desapego. Habrá que detenerse para caminar.

            Algunos espirituales –a medio purgar- no pueden vencer nunca esa persistente tentación de tener las cosas en sus manos. Y pueden entonces sucumbir al engaño. Es verdad que son hábiles moradores del Desierto y  hasta llegan a parecerles a otros “expertos” y “maestros”. Pero mientras haya alguna reserva en la propia mano, la tentación tendrá su fuerza. Bajo el engaño hábil y seductor del Malo –quien se disfraza de ángel de luz- se esconde la verdad: aquerenciados al Desierto vuelven a hacerse dueños; es que creen ya saber moverse por sí mismos aquí. Esta “aptitud” es su vanagloria. De nuevo la adaptación pecaminosa de la apropiación. El viejo vicio de Adán se restaura con formas piadosas, una religiosidad que sigue centrada en el propio protagonismo. No deja de ser, en expresión de San Francisco de Asís, “el vómito de la voluntad propia”. Y tras de ello el peligroso inicio del camino hacia la acedia.

Porque los demonios cuando no pueden vencernos en el Desierto nos quieren dejar atrapados con ellos en él. Así aquellos espirituales, perdiendo la pobreza de corazón, obturan el crecimiento mientras tienen ilusión de andar. Creen ser “expertos” del Desierto pero apenas saben cómo llegar y sobrevivir; aún no han aceptado morir y no han aprendido pues cómo salir. Están atrapados sin saberlo.

            En cambio, quienes se hacen libres para padecer el Desierto, se detienen verdaderamente en él, se aquietan y desnudan. Renuncian simplemente a toda primacía. Se dejan vencer por la voz misteriosa que habla en árido silencio. Aquí se ha venido a terminar de morir. Ya no podemos seguir cargando lo viejo que trajimos pegoteado en el alma a estas arenas purificadoras. Y solo cuando el Desierto logre que nos quedemos quietos, desnudos, totalmente entregados se revelará el camino hacia la Tierra Prometida. Porque la sentencia evangélica manda: quien quiera venir en pos de mí que se renuncie a sí mismo…

            La vida contemplativa es para la Unión. Y esta Alianza de Amor verdadera sucede más allá de todas mis cosas. De hecho debo perder todas las cosas para ingresar en el Santuario. Acallar pensamientos y sentimientos tumultuosos; reconciliar la memoria, sanando heridas; converger toda la voluntad y el deseo en Él. Todas nuestras potencias depuradas y abiertas para el encuentro. Dios está delante. Todo lo que he creído ser quedará detrás, estaba contaminado por mi presunción. Ahora pobre y desnudo, en una paz que se parece a la indolencia, podré caminar porque sólo me mueve el Señor que está por delante. Esta sabiduría he venido a aprender en el Desierto.

            El contemplativo que ha sido educado en el Desierto ya no mira atrás. Todo está por venir nuevo y definitivo. Dios está por delante.

 

 

Abba Desierto 4

 



"Apotegmas contemplativos" (2021)


Decepcionado en sus expectativas uno le interpeló:

-Abba Desierto, tú no tienes nada.

Sonriendo le dijo:

-Te equivocas, tú mismo lo dices. Yo tengo nada.

 

Nada, nada, nada… Quien viene al Desierto debiera recitarlo como un mantra. Pues cada pertenencia suya, material o espiritual, es un costado abierto para que le muerda e inocule su veneno la tentación. Cada pertenencia suya es un punto de interés donde se aleja de su Dios y comienza a erigirse un ídolo. Nada, nada, nada… Orar así debe el contemplador hasta que cuaje en Vida Nueva. Todo, todo, todo…

El Desierto te ofrecerá purificación. No tiene más que darte sino desapego y renuncia. El desasimiento es la tarea propia de quien mora en el Desierto. Muchos orantes nunca avanzan porque se resisten a esta ley vital e ineludible. Quieren buscar algo para sí –como si derecho tuviesen-  en vez de afirmar: “Soy pobre. Padre, pero cuanto tengo te lo doy porque es tuyo; venido de Ti vuelva a Ti.”. Y si algo se le dona diga simplemente con asombro verdadero: “¿Acaso hay algo para mí que nada merezco?”

La desapropiación interior será larga tarea de maduración. En el hábito de la oración ¡será tan urgente deslindarse de los gustos! Algunos se viven regodeando en sus experiencias espirituales. No pueden ir más allá de su narcicismo y por si fuera poco acostumbran también exhibir impúdicamente sus tratos con Dios bajo apariencia de testimonio. Más les valdría aceptar y llorar su pecado: pretenden ser admirados y aplaudidos, nada más.

Nada, nada, nada… En cambio tú desprecia cuanto de gusto te traiga tu encuentro con Dios. Es solo la cáscara y el envoltorio que tu naturaleza frágil aún necesita. Sólo una cosa importa: la obra del Señor en ti. Lo que percibes es lo que interpretas; es provisorio y pasa. Lo que no ves aún en la profundidad escondida es lo que Él hace; y lo que Él hace permanece y te transforma.

La purificación del alma se hará por la vida de penitencia, la cual intencionalmente se practica pero sobre todo la Providencia sabia acerca. El Padre que nos ama trae misteriosamente siempre en crecientes oleadas Cruz, Cruz, Cruz…

El contemplativo experimentará aquel oculto cauterio en purificación de Amor que prepara a la Unión. Dios trabaja, hiere y excava en Amor. ¡Oh santo sepulcro de Cristo donde habremos de ser metidos!

Nada, nada, nada… El pobre y desnudo, el desasido y desapropiado podrá unirse a su Señor. Todo, todo, todo…


Abba Desierto 3

 



"Apotegmas contemplativos" (2021)


Y  otro más lo inquirió:

-Dime Abba Desierto, ¿cuándo debo orar?

Y aterrorizado lo exhortó:

-Ya te urge comenzar y no debes parar hasta que ya no preguntes cuándo.

 

 

De algunos santos se ha dicho que no hacían oración, sino más bien, que toda su persona era oración; eran una plegaria viva.

Quien viene al Desierto no podrá permanecer si trae aquí una multitud de devociones, de prácticas y de fórmulas piadosas. Pues en el Desierto impera el silencio. Si vienes aquí con “tus oraciones” inevitablemente te pondrás en el centro y querrás organizar todo según tu querer y costumbre o pedirás infantilmente que otro te indique normativamente cuándo y cómo. Pero ahora estás en un lugar para quienes ya son adultos en la fe. Sólo quienes están dispuestos o ya han sido recogidos en quietud contemplativa podrán habitar el Desierto.

Porque en el Desierto todo permanece siempre en la sequedad y la intemperie. Nada pasa. Sólo hay desnudez. El Desierto expulsa a los que poseen o quieren adquirir algo que no sea una santa vacuidad para la Unión.

El Desierto convertirá a quien se acerque en un orante vivo si puede despojarlo de todo y especialmente de su propia voluntad –en el sentido de sus quereres desordenados o sin Dios-. Para llegar a ser una plegaría viva lo primero será ya no tener nada bajo la propia mano, sino tenerlo todo en el Señor y sólo en Él tener algo. Si algo hay que poseer será una disponibilidad abierta al encuentro, una voluntad para la Unión. Solo el pobre y el desnudo harán oración aquí. En el Desierto la plegaria brota simple y continua cuando ya no queda nada desde ti –sin o contra Dios- y solo lo que se te da en el Padre sea por ti humilde y filialmente recibido.

Quién pregunta cuándo y cómo debe orar confiesa que aún piensa ser el sujeto central de la historia y que debe decir alguna palabra suya en algún tiempo suyo. Pero quien calla se ha puesto a escuchar la voz profunda que brota en el Desierto, el Espíritu Santo; sólo Él es plegaria viva que habita el templo interior, o sea, un corazón silencioso, desnudo y pobre, por tanto libre de toda atadura y de toda pretensión de protagonismo.

Es un contemplativo quien se ha reconciliado con la nada del Desierto. La contemplación es simplemente expectante quietud desnuda, agradecido silencio pobre y potente primacía del Espíritu.

Abba Desierto 2

 



"Apotegmas contemplativos" (2021)


Otro iniciado se acercó:

-Abba Desierto, indícame dónde está mi celda por favor.

-Hijo mío, desnúdate de todo y yo seré tu celda, tu santa intemperie.

 

“Tu celda, tu cielo”. Así me lo enseñaron. “Retírate a tu celda y haz de ella tu cielo”. Siempre lo entendí conforme aquella sentencia evangélica de que cuando ores retírate a tu habitación donde el Padre ve en lo secreto… Debo confesar que no pocas veces ha sido un infierno, lugar de los demonios….

La intemperie de uno mismo… ¿Quién pudiese estar frente a sí mismo desnudo y transparente? ¿Quién pudiese estar consigo mismo en paz, en serena aceptación gozosa del propio ser?

“Donde esté tu celda, esté tu cielo” o “sé tú la celda donde se abra el cielo”. Para ello es necesario que se vaya desmontando todo. Habitar la celda interior, paradójicamente, consiste en derribar todas sus paredes y su techo e ir quitando todo amueblamiento. Pues la celda interior no será cielo mientras tantas apropiaciones nos esclavicen, un sinfín de pegotes que nos mantienen adheridos a la terraquiedad mundana y lejos del abrazo del Padre.

La contemplación es práctica pues de una humilde intemperie y una santa desnudez. Un descubrimiento en fe de la radical fragilidad que somos. Un reconocimiento en gracia de nuestra dependencia del Padre que nos ama. Una claudicación, una capitulación del yo autónomo que pretendía auto-afirmarse solo fundado en sí mismo. En cambio libremente surgirá la plegaria filial: “Necesito, Señor, ser rescatado. Acepto ser fundado en Ti. Eso soy y seré con alegría, un ser rescatado por Ti. Sólo Tú serás mi cimiento.”

Solo así, desnudo en su intemperie existencial, como haciéndose nada para poseerlo todo, como perdiéndose para ganarse, podrá el contemplador sentirse seguro en el refugio del Padre que lo ama con libre gratuidad. Y sólo entonces la intemperie se volverá cobijo.


 

Abba Desierto 1

 



"Apotegmas contemplativos." (2021)


Se acercó un discípulo recién llegado y le preguntó:

-Abba Desierto, ¿cómo haré para sobrevivir aquí en ti?

Y se le respondió simplemente:

-Aquí no has venido a vivir sino a morir.

 

El Desierto es un símbolo bíblico entrañable. Es el lugar de la Alianza. Pero también el lugar de la tentación y la prueba.

Cuando se sale de Egipto se encuentra el Desierto. Es el mismo Dios quien nos conduce allí. Arrancados del alboroto de Egipto somos llevados al silencio del Desierto que nos permitirá oír la Palabra. El Desierto árido y desprovisto será experiencia de profunda austeridad: todo sabrá a provisorio y la itinerancia se hará regla. Ciertamente la vida parece haberse reducido a su más desnuda pequeñez para quien habita en el Desierto. Y ahora se debe tomar una decisión. Sólo una decisión permitirá dejar atrás el Desierto y pasar a la Tierra Prometida.

Quien es acercado a la vida contemplativa aprende pronto que debe dejar atrás todo cuanto antes le parecía vida. Las cadenas de la esclavitud del pecado han sido rotas pero el alma aún necesita ser sanada y purificada de sus desviadas apetencias. En el silencio aún emergen tantos ruidos y voces confusas. La vida que se ha llevado aún está vigente. No ha quedado atrás sino que late en nosotros. La vida vieja ha venido con nosotros al Desierto. El contemplativo comprende que no se trata de sobrevivir como quien se aferra desesperadamente a lo poco que le queda y no desea soltar. Todo lo contrario, la cuestión es dejar que muera para que definitivamente quede atrás. No podrá salir del Desierto Purificador hacia la Alianza Nueva mientras siga cargando en sí mismo lo que no tiene lugar delante. Al Desierto Dios nos ha traído a terminar de morir.


 

23. Entre la noche y el alba. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 


"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


23. Entre la noche y el alba

 

            La oscuridad se va tornando menos densa y viscosa. Hay cierta agilidad en la noche. La negritud va decayendo en su intensidad. Sin embargo la coloración es insulsa e indefinida. Aún no hay variaciones temáticas en el firmamento que anuncian el arribo del sol. Aún las estrellas fulguran, mas ahora en un contraste alicaído. Hay como cierto anuncio leve, cierta insinuación debilitada del alba. Pero todavía hay noche, aunque no tan anochecida como en horas pasadas. Es un tiempo raro, de transición. Un tiempo que se prevé corto y que sabe largo. Un tiempo extraño...

 

            Este es el tiempo más agudo y más intenso en cuanto tiempo. Porque parece como un instante largo y pausado, un abismo entre noche y alba. Ya parece haber quedado atrás aquel duro trabajo de purificación del capullo que, reseco, está  a punto de quebrarse y de abrirse pero todavía no. Ya el contemplador ha experimentado de Dios lo que jamás hubiera esperado y ni siquiera podido anhelar pero aún hay más. El día de la unión esponsal todavía no llega. Y de a poco va descubriendo que este tiempo entre la noche y el alba es en purificación más hondo, más suave y más denso. Es el tiempo del paso definitivo y por eso el tiempo de vérselas cara a cara con los demonios más escondidos y más sutiles. Un tiempo donde el corazón desea ser todo de Él y ser introducido totalmente, en cuanto en esta vida nos es dado, en la Vida Trinitaria. Un tiempo doloroso, porque el corazón experimenta cuánto se retrasa aún este suceso del que ya algo ha gustado, fugaz y vigorosamente. Otra vez está como la amada en el umbral. Todavía su fe es débil, su esperanza errática y su amor dividido; no como al comienzo pero sí en cuanto al detalle. Hay tanta luz oscura que hasta lo más imperceptible del alma se ha vuelto impactantemente visible. Partículas y partículas de pecado subsisten por aquí y por allá como flotando en ese rayo de luz oscura que ingresa a la habitación secreta por las rajaduras del capullo. ¡Oh, apaga ya Amado, todo destello de fascinación que aún me roba la mirada! ¡Aniquila ya todo vestigio de yo autosustentado! ¡Extirpa las raíces del pecado! ¡Cuánto más amor de Ti será necesario recibir para que de mí brote una gota pequeña de amor puro y total! ¡Oh, rompe ya todas las cadenas que aún me atan y detienen! ¡Unifica ya todo mi ser en Ti! ¡Recoge ya todo lo mío en Ti!

Pero es pedagógico de parte de Dios sostenernos en este suspenso mortal, en esta dulce y dolorosa agonía del alma. Porque aquí, entre la noche y el alba, todo el ser queda atravesado por este ya pero todavía no en el amor, y esta tensión que lo atraviesa también lo acrisola y lo unifica y lo sana y lo recrea hasta la raíz más última. Si en medio de la noche, sin ver nada, la primicia del amor le movía hacia delante y sustentaba en la purificación gruesa; cuánto más ahora, ya cercana el alba, ya viendo algo en la noche que cede, el amor le excitará hacia el horizonte y le dará firmeza frente a la purificación fina de lo recóndito de su alma. Si antes la purgación parecía una excavación hecha con garra, ahora solo hay un débil gemido agonizante que entrecortado se sostiene. Porque es ahora cuando el Señor toca lo más hondo de nosotros, limpiando nuestras raíces de todo gusanillo que enferma y debilita la planta. Ahora es el tiempo de una limpieza total y minuciosa, a fondo y en detalle.

Ahora es la delicadeza del amor que no deja ningún espacio sin su luz y ningún hueco con resquicio de polvo o grasitud. Ahora es la radicalidad de la conversión que prepara la radicalidad de la unión. Ahora, entre la noche y el alba, viene el tres veces Santo a hacernos capaces de Él en su santidad. Ahora la voluntad es llevada a juicio de amor donde se le sentencia a someterse del todo, a morir ya del todo, a abandonarse sin dejar nada de sí para sí. Ahora está a punto de quebrarse el capullo haciendo que el contemplador se sumerja del todo en Cristo Hijo y en su filiación absoluta experimente la muerte a sí absoluta y el abandono al Padre sin resquicio de especulación o seguro. Ahora es el tiempo del todo o nada. Ahora es el amor un amor exigente hasta la raíz. Ahora es el salto en el abismo de la muerte para ganar Nueva Vida. Ahora es la agonía de la Cruz con el horizonte claro del sepulcro. Ahora es el tiempo de la fe. Ahora es el sí y es el no. Ahora, en un instante, es la eternidad. Ahora es el drama de la libertad. Ahora es el abandono a la libertad. Ahora es el clamor y el gemido: No me abandones Dios mío, ni te quedes lejos. Ahora es el doloroso parto del amor que permite nacer de nuevo desde y hacia lo alto.

Ahora es la crisis total para ser aunados totalmente en Él y siendo absolutamente de Él ya no ser de nada ni de nadie más sin Él. Porque ¿qué es la paz y el bienestar y la felicidad sino ser un ser simple y unificado sin atisbo de división? Si hemos sido creados para habitar en Él, simple y uno en el amor, ¡tendrá que acallarse la división que nos enferma y nos mata y que pone distancia con Él! ¡Amor, amor, amor! ¡Oh Tú que eres tres veces Amor y uno solo ven, no me dejes, hazme tuyo! Así saliendo del capullo seré como pozo de agua serena y traslúcida. Tú entonces Amado arrojarás la piedrecita del Amor y las ondas acuosas suavemente tocarán todas mis riberas. Sé que llegarán los días del Esposo. Amén.

           

 

 

22. El beso. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


22. El beso

 

            Ellos están enamorados y se miran. Con los ojos cargados de amor se acarician. El silencio lleva y trae consigo el canto secreto de mil ruiseñores y de doscientas noches serenas y estrelladas. Y hay perfume... perfume a embrujo de amor en el aire; perfume que se expande y hechiza al entorno entero también. La mano de él acaricia la mejilla levemente ruborizada de ella que deja caer sus párpados vencidos por el peso de una mirada más luminosa que el amanecer. Pero ningún gesto todavía alcanza a expresar la intimidad que los une en el amor. Cuando ella vuelve a abrirle sus ojos y a sostener la mirada encontrada, él se le aproxima más. Entonces, con la timidez despaciosa que conllevan los pasos verdaderamente importantes, se besan. El universo entero se resquebraja... El beso ha llegado a expresar la unión de dos que permaneciendo dos en el amor, de algún modo, llegan a ser uno solo. El beso ha roto el velo etéreo del enamoramiento y ha puesto los cimientos del amor. Ha sellado el compromiso de ofrecerse y recibirse mutuamente. El beso es la fruta madura de las pasadas búsquedas, de los suspiros escondidos y de los anhelos de fuego. El beso ha cambiado todo entre ellos... lo ha cambiado todo.

 

            Esta es sin duda una imagen peligrosa. Peligrosa porque uno puede quedarse con la cáscara de un romanticismo banal. Peligrosa porque es atrevidísimo proponer que el contemplador y Dios se dan un beso. Mas no soy el primer atrevido ni de lejos. ¡Que me bese con los besos de su boca! exclama la amada en el comienzo del Cantar de los cantares y no pocos autores espirituales se han valido de ello. Sin embargo estoy de acuerdo: urge dar el sentido por el que proponemos esta imagen incómoda e inusual.

En todo este itinerario hemos hablado del encuentro del Amado con el contemplador, pero también hemos dicho que hay encuentros y encuentros... No es la misma circunstancia la del Amado llamando de lejos o golpeando a la puerta de la casa y arrastrando a su amada hacia fuera, que la del Amado presente y oculto en la noche que la amada atraviesa enceguecida y confiada. No es lo mismo el encuentro que se da en la persecución o el que se ofrece en la purificación transformante. Dios es siempre el mismo mas nosotros nos movemos por su operación cada vez más hacia Él en cuanto verdaderamente Él, todo Él.

Como sucede en la imagen de los enamorados no es el rapto en cuanto estar todo hacia Él, ni el efluvio en cuanto experimentarse todo lleno de su amor que viene sorpresivo, ni la liberación  y sanación que nos produce el quedarnos desnudos ante su mirada, ni todo lo demás ya descripto lo más encumbrado de la relación. En el beso (símbolo de que se han traspasado las fronteras que distancian) los enamorados se tocan de tal modo que aunque dos también uno solo. Y cuando el contemplador es invitado a entrar en la bodega más secreta de su alma es cuando se le da experimentar ese toque verdaderamente directo y sin mediaciones de Dios en él. Es la evidencia de la Trinidad viviendo en uno y de uno que ya va teniendo alguna primicia de cómo vivirá en ella eternamente. El beso va anunciando entonces que ya algunos trabajos de purificación van concluyendo y que el alma está más dispuesta a recibir el don de una unión duradera. Sin embargo el beso es una unión aún provisoria pues todavía no está el contemplador del todo desnudo, desasido de sí, aniquilado por el amor a su pecado. La noche del capullo más sutilmente, más suavemente pero con mayor fecundidad y fuerza aún debe escalar y ascender...

Como sucede con los enamorados un besarse aislado e infrecuente no dice más que una relación todavía impredecible en su derrotero. Solo cuando este besarse, signo de su búsqueda amorosa de ser dos pero en uno, se va tornando más frecuente y pueden vivir en esa misma unidad aún en la distancia se puede afirmar que se encaminan hacia el desposorio.

En el beso ya algo se nos anuncia de este matrimonio espiritual que no puede ser sino participación de la Vida intra-Trinitaria: Dios y el contemplador donándose totalmente, estableciendo una comunicación de amor que no empobrece a ninguno al despojarse de sí y ponerse entero en el otro sino que gesta una unidad viviente y sobreabundante, forma participada de aquella incesante circulación de Amor entre las Personas divinas.

Y ese instante del beso entre Dios y el hombre me parece entonces capaz de atravesar toda la historia y hacerla mejor: el hombre acepta y se restituye a la filiación que le fue regalada desde siempre por el Padre en Cristo Señor y en el Espíritu.

 

 


21. La bodega secreta. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.









"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020) 


21. La bodega secreta

           

Terminada la cena, el dueño de casa quiso ofrecer a su huésped un don de lo más especial y único. Lo condujo entonces, tras abandonar el comedor, hacia las escaleras y descendieron al sótano. El anfitrión abrió la puerta y encendió la luz. Una veintena de toneles los recibieron en formación rigurosa. Mas no se detuvieron en ninguno de ellos. Atravesando toda la sala el señor abrió otra puerta y, sin prender la luz, sino sirviéndose de la que venía de la sala de los toneles, le mostró su tesoro. Aquella bodega albergaba los mejores vinos del mundo. Serían tal vez unas doscientas o trescientas botellas. El dueño fue explicando a su invitado cómo había ordenado el recinto de acuerdo a la procedencia y año de cosecha de aquellos delicados elixires. Mas sabía el anfitrión del paladar educado y exquisito de su huésped quien seguramente habría degustado ya algunos de aquellos vinos estacionados y vigorosos, ya en la cumbre de la madurez. Con ademán elegante, entonces, lo invitó a descender tres escalones que, al final de la sala, conducían hacia una puerta pequeña y baja. El señor de la casa sacó de su bolsillo una dorada llave y doblegó con ella el candado rústico y pesado que custodiaba la puerta como fiel centinela. Tuvieron que encorvarse un poco pues la habitación también era pequeña y baja. El dueño casi cerró la puerta, cuidando de dejar un espacio de unos quince centímetros entre ella y el marco para que ingresara algo de luz desde la primera habitación. En esta sala había una mesa, un par de copas y un trapo limpio. Sobre una de las paredes un pequeño anaquel con unas seis o siete botellas. El anfitrión extrajo una. Con el trapo repasó las copas de finísimo cristal removiendo de ellas el polvo acumulado. Explicó luego a su huésped la procedencia de aquel vino dejándolo del todo maravillado y deseoso de degustarlo. Con delicadeza y maestría le descorchó, sirviéndolo con reverencia solemne como si se tratase de un objeto sagrado. En la oscuridad casi total, sin que el elixir hubiera sufrido ningún cambio de temperatura, su incomparable bouquet impregnó suavemente el ambiente. Ambos hombres juguetearon con la copa en su mano observando el cuerpo del vino. Con un destello indescriptible en sus ojos finalmente dejaron que sus labios y su paladar tomaran contacto con aquel tesoro. Ambos supieron al saborearlo que ese instante jamás volvería a repetirse. Era un vino único e inigualable. Un vino secreto y extremadamente delicioso. Un vino que en verdad no podría haber sido apreciado sino por pocos paladares en el mundo. Un vino que era, simplemente, el vino por excelencia, el culmen de todo lo que llamamos vino.

 

            No es lo mismo hablar de la experiencia de Dios en uno que de uno en Dios. Cuando la noche se va acercando a las primeras horas del alba se da un viraje. En verdad, aunque hay un solo movimiento por el que Dios hacia sí nos atrae y nos hace capaces de la unión con Él, percibimos dos tiempos. El primero es el del descubrimiento de la llamada enlazante de amor que nos va poniendo como en fuga desde lo más exterior hacia lo más interior de nuestro interior. Vamos entonces comprendiendo en el amor la inmensidad del alma y al mismo tiempo el Rostro de ese Dios en cuanto Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo o simplemente en cuanto Él, la Presencia, sólo Él. Y así podemos hablar de nuestra experiencia de Dios que vive en lo más profundo de nosotros, que hacia allí nos lleva y allí nos ama. Dios en uno, en lo más central del alma, Dios presente, Dios en uno... En el lenguaje de nuestra imagen hemos pasado de la cena y de la habitación de toneles abundantes pero con vinos aún no asentados a la sala de exquisitos elixires, fruto del trabajo y el tiempo, fruto de la noche purificante en el Espíritu. Pero el Dueño de la casa del alma aún conoce una secreta bodega que nos desea abrir. Se trata del segundo tiempo o de uno en Dios. El contemplador, ya educado por Dios en el degustarle, con un paladar fino en el amor oscuro que tras lo oscuro ilumina y que se le regala, puede comenzar ahora a saborear el culmen de la unión. El vino que ahora se le ofrece es la Vida Trinitaria. Con el entendimiento más aniquilado que nunca pero con el rayo más fulgurante hiriéndolo, con la voluntad atadísima y como sin atisbo de poder tenerse siquiera a ella misma pero toda hacia Él, con la imaginación inexistente y la memoria sin tiempo pero atravesada como de un eterno instante, contempla, sin entender entendiendo, participando anochecidamente, a la Trinidad amándose y saliendo hacia él. No hay cómo decir lo que en el amor se ofrece pues no hay palabras para decir ese instante. ¡Ay, cómo decir esa circulación de amor entre los Tres que son Uno! ¿Cómo explicar la generosidad del amor de cada Uno que entero se pone amorosamente en el Otro sin quedar el amor nunca disminuido sino siempre vivo y sobreabundante por el eterno donarse! ¡Y cómo explicitar esta misteriosa participación que sabe a primicia del futuro definitivo! ¡Ay, aquí está lo nuevo, lo único eternamente nuevo! Uno en Dios, atisbos de visión en primicias de luz de gloria, uno en Dios... ¡Habría que callar y cortarse la lengua y nada intentar decir de lo indecible! Mas si algo intenta erróneamente expresarse de lo inasible es por aquellos que le buscan por Él atraídos y por aquellos que están lejos contentándose con insignificantes baratijas. ¡Oh, hombre, si comprendieras siquiera lejanamente en el amor, cual es el término de tu vocación! ¡Si prestaras atención a quien te voca para llevarte más allá de la plenitud de tus posibilidades, haciéndote semejante a Él! ¿Para qué te endiosas falsamente si el mismo Dios está empeñado en divinizarte? Y tú que le buscas y que te admiras y gozas al ver como Él está tan íntimamente presente y escondido dentro de tí: ¡¿qué alegría inefable te atravesará cuando te veas a ti habitando escondido en lo profundo de Él?! Cuando el alma comienza a experimentar fugazmente la Vida Trinitaria empieza a encaminarse hacia la unión esponsal. Ya va pasando de Dios en ella a ella en Dios y esto es valioso hasta lo inmedible, locura de amor y regocijo llamado a exultar y cantar sin fin.

 

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...