Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo (7)


7. Bajo el soplo del Espíritu

con vida escondida

en la Santa Iglesia.

 

Como ya he dicho, toda la fórmula de voto queda inmersa en esta inclusión: se parte desde el Espíritu y se culmina en Él. Pues la vida presbiteral en el Señor a la que aspiro, no la entiendo sino como un continuo y renovado Pentecostés personal. Cada día debo volverme a Dios Trinidad y dejar que el Espíritu Santo sople (cf. Jn 20,19-23; Hch 2,1-4). Me urge hacerlo como cristiano y presbítero. No acostumbrarme a la inercia discipular o a la rutina del ejercicio del ministerio, sino abrirme siempre a la novedad de la Gracia. Cada día volver a comenzar, dejarme insuflar y ser recreado, ponerme bajo su inspiración, ser sostenido y enviado. ¡Ven Santo Espíritu de Dios!

“Es verdad: Tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador.” (Is 45,15) La temática de la “vida escondida” ha sido siempre muy querida a mi corazón y en mi camino vocacional. Como Dios salva y hace maravillas en silenciosa humildad, así también la vida contemplativa sabe que el bien, cuánto más escondido más fecundo.

Esta vida escondida presbiteral está limitada por una realidad ineludible: el sacerdote es un hombre público. No se trata pues de retirarse a la clausura monástica o eremítica sino del estilo pastoral humilde, silencioso y abajado del mismo Jesucristo. Consiste en confiar más en lo invisible de Dios que en la espectacularidad humana, más en la simpleza de espíritu que en las pretensiosas herramientas técnicas, más en la oración que en la publicidad de eventos, más en el misterio que en el despliegue de múltiples acciones.

Y obviamente conlleva la renuncia a todo personal ensalzamiento y “culto a la persona del presbítero”. Como hijo en el Hijo quiero vivir de cara al Padre, sólo interesado por su Reino que viene, por ayudarle en la obra de la salvación del hombre.

Entonces los cargos no son honores ni la consecución de una carrera eclesiástica exitosa; se los acepta para servir más y porque tienen Cruz. Al comienzo de mi servicio de párroco acuñé la siguiente expresión:

            “Cargos no son honores,

cargos son cargas;

no quiero cargar cargos

sino con los cargos

cargar cargas.”

 

Por tanto soy feliz en la Santa Iglesia dando la vida y no buscando vanagloria; por lo contrario exponiéndome a situaciones pastorales donde quedo exhibido sólo cuando discierno servicio y sacrificio, intentando correrme y desaparecer cuando intuyo poder y acomodación.

“Con vida escondida” también y sobre todo incluye pues una óptica contemplativa, diría más propiamente, mística. Suelo decirme a mí mismo y cuando es oportuno a otros: “Como si no pasara nada, lo cual es cierto.” Es fruto de la Unión con Dios descubrir que sólo Él es el Absoluto, que todo pasa y se mueve mientras Él permanece cual fundamento inconmovible de todo, por tanto  el Único que ofrece peso de Gloria Eterna.

 

“Les digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa.” (1 Cor 7,29-31)

 

La entrega al servicio ministerial no debe generar pegotes y apropiaciones mundanas sino un libre y sereno caminar de peregrino. “Todo está en Él, todo en Él”, también frecuentemente me digo.  Pues lo que no pueda estar en Él no tiene vida, es inconsistente y vano.

 

“Les exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcan sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto espiritual. Y no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.” (Rom 12,1-2)

 

            Un presbiterado contemplativo, sólidamente fundado en Dios, gozando de la Unión de Amor con Él, camina en la historia contemplando el Reino ya presente, buscando la Gloria y realizando el servicio de colaborar en la ascensión de los hijos al Padre. Y en la visión beatífica de la Santísima Trinidad descansará permaneciendo en extática y eterna entrega de sí al Amado y Esposo.

 

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