"Apotegmas contemplativos" (2022)
Y Abba Montaña volvió con el
tiempo.
Lo encontró recogido en la
caverna,
enteramente quieto y silencioso,
con su mirada desde la
oscuridad clavada
en la serena luminosidad del
cielo.
Lo llamó paternalmente;
primero le mostró el precipicio
allá abajo
y luego le hizo voltear ciento
ochenta grados
para que al levantar su mirada
hacia arriba
descubriera imponente y próxima
la cumbre.
-Ahora sube.
-Pero Abba, es casi una pared
vertical.
Ciertamente el ascenso era de
gran peligro.
-Sé uno con la Roca.
El discípulo pegó su cara y su
pecho al macizo,
sus manos y sus pies se hundieron
en las grietas,
y dando la espalda al
precipicio
comenzó a ascender
sufridamente.
Oscurecimientos, excavaciones y desgarros, agonías y
muertes de amor. No hay forma de ascender a la Unión Esponsal sin hacerse uno
con la Cruz. Misteriosas y superadoras de cualquier análisis resultan las
purgaciones místicas.
Ciertamente
arduo es intentar comunicar algo de cuanto en este punto el Señor hace en el
alma. Diría que es más fácil expresar lo inaudito que acaece en un éxtasis que
esta honda hora de Cruz y Sepulcro. Además preveo que casi todos prefieren
hablar de destellos de Gloria que de esta bendita y santa Muerte. Y sin embargo
las arras de Gloria serán solo eso, primicias, y no una realidad definitivamente
habitada sin esta impenetrable Oscuridad.
Con la escasa
sabiduría que se me ha dado algo balbucearé. Otros espirituales lo han
presentado con más ciencia pero me siento convocado a una palabra enteramente
personal.
Primera
ola o creciente marejada
Al comenzar el
orante a vivir el recogimiento infuso o quietud de las potencias ya le
acarician los Oscurecimientos. Porque el Señor para poder ponerlo más en Él,
para lograr atraerlo hacia Sí con lazos de Amor Nuevo, no solo debe fascinarlo
sino también sembrar apatía de mundo. Debe Cristo desinteresarnos de cuanto nos
entretenía en la exterioridad de la carne y postergaba el Encuentro. Se deben
apagar las falsas luces distractoras e ir quedando atrás las apetencias que secretamente
nos encadenaban.
Voy a citarme
a mí mismo en escrito antiguo:
“Arrástrame
hacia Ti con fuerza irresistible. Sigue agigantando y excitando con tu don el
interior deseo de unirme a Ti, de abrazarme tan sólo a Ti, de ser de Ti.
Guárdame en tu oscura noche protectora donde apagas todas las fascinaciones y
escondes hábilmente a tus amadores. Permíteme caminar con la luz interior del
amor creyente que regalas, con esa antorcha verdadera de fuego inextinguible
que brota cuando a oscuras ya se han apagado las otras luces distractoras. Enséñame
a vivir recogido en lo recóndito de mí donde sólo Tú me habitas. ¡Oh, Señor
Amado, escondido en lo más escondido de mí, trueca el episodio, que quede yo escondido
en lo más escondido de Ti!”.
Diría que el
Señor trabaja “a dos manos”: con una nos llama, acaricia y seduce invitándonos
a un mayor acercamiento; con la otra va liberándonos de tantísimas ataduras.
Imagino que el alma apenas percibe esta labor sutil y hábil, delicada y
certera. Solo comprende que un tiempo nuevo se le está donando. Adormecimiento
de los habituales sentidos y nacimiento del sentido interior. No comprende aún
del todo que puede experimentar al Señor más cerca porque ahora está más lejos
de donde antes estaba.
Probablemente
serán las personas con quienes convive quienes le ofrecerán registro de cuanto
le acontece invisiblemente. Pues le reclamarán que ha cambiado, que se ha
vuelto distante y separado. Simplemente se ve llevado a la soledad con voraz
deseo. Se le ha vuelto insulso al paladar del corazón cuanto le apasionaba y a
lo que dedicaba todo su esfuerzo. Como si estuviese parado sobre un puente que
se rompe y deja en el vacío –solo salvable por un gran salto- la antigua orilla
cotidiana, a la vez que sostiene la posibilidad de caminar hacia una orilla
desconocida que hasta ahora no se había descubierto.
Cada vez que
alguien describe un itinerario en etapas pareciera que para comenzar una nueva
debe cerrarse la anterior. Pero aquí no es de este modo. Esta primera ola
permanecerá siempre vigente a lo largo de todo el proceso contemplativo aunque
sobrevengan otras olas detrás de ella. Siempre crecerá el oscurecimiento más y
más. Al principio detectable en cuestiones existenciales, cambios de vida y de
opciones –incluso vocacionales-, hasta que vaya haciéndose habitual del vivir,
profundo y extenso. Es decir, hasta que termine de madurar la Fe como Luz
Oscura que se arrima lindante al Misterio y permanece allí.
Apatía. Sí, la
apatía, una creciente indiferencia de mundo es propia de esta primera ola
purgativa.
Segunda
ola o conmovedor terremoto
Excavaciones y
Desgarros son la mejor expresión que encuentro para significar este segundo
momento purificador. Porque si la primera depuración del alma la ayudaba a
liberarse y desvincularse del mundo –en el sentido negativo de una mentalidad y
ambiente opuesto a Dios y a su proyecto-, este segundo tiempo es más íntimo;
porque es desde adentro, desde el corazón del hombre donde surgen los males y
las impurezas como enseñaba el Señor. ¡Cuánta oscuridad con sus raíces ocultas,
subrepticias, camufladas vive en nosotros!
A menudo
percibo pastoralmente aquello que también señalaba Jesús: quienes creen no
tener pecado permanecen el él y no lo advierten. No pocas veces es claramente
indicio de tentación ese andar como superados por la vida de la Iglesia;
cristianos que se creen modernos y progresistas, embanderados bajo una falsa
misericordia que todo lo admite y convalida para mostrar amplitud e inclusión.
Pero no se dan cuenta que solo transitan el derrotero de una complicidad
degradante. Han negociado convivir con el mal.
Obviamente
tampoco es sano el otro extremo enfermizo de los escrupulosos, que desesperando
de la Gracia y del Amor Divino, piensan que no hay remedio posible y que ellos
ya están condenados sin salvación. Ni el falso camino de los puristas
desamorados que en todo ven al Demonio y no pueden ya parece percibir tanta
bondad, verdad y belleza en el mundo creado que pervive silenciosa y fecunda.
Pero en
procesos sanos de maduración de la fe sucede que el pecado es descubierto en
uno, también en los demás, pero fundamentalmente en uno. ¿Cómo ha crecido
semejante podredumbre en mi interior? ¿Desde cuándo esta infección purulenta me
habita? Y no se trata de una exageración sino de una mirada a la luz de la
Gracia. Como se suele decir una habitación cerrada, sumida en la oscuridad, no
permite distinguir casi nada y quien abre la puerta y se adentra no tardará torpemente
en lastimarse chocando contra el amueblamiento. Pero basta que abra un poco la
ventana que ya distinguirá los objetos con sus dimensiones. Y cuánto más abra
la ventana, todo estará más claro a su mirada. Y si la abre de par en par
ingresará tanta luz que le parecerá que en sus rayos puede percibir los
corpúsculos diminutos del polvo en el aire.
Cuanto más el
alma se acerca a Dios, permítanme decirlo mejor, cuánto más el alma acepta que
Dios se le acerque, más luz de Gracia hace más perceptible el pecado tanto en
sus detalles más delicados como en sus raíces más hondas y ocultas. Insisto
pues en el “más”. En continuidad con los oscurecimientos y su apatía de mundo,
el Señor avanza para que el contemplador descubra la inmensa obra de
purificación que debe hacerse en su interior. Esta hora suele ser concomitante
con los tiempos extáticos y es habitual que tanta comunicación de Amor Divino
se recorte sobre una sana conciencia de desproporción. El contraste entre la
Santidad del Amador Amado y la condición pecadora de su amado amador se hace
siempre más evidente. Más se dona Dios y acaece mayor gozo de amor y mayor
sufrimiento por verse uno tan bajo. Es propio de una autentica experiencia del
Amor Divino que quien es así agraciado se sienta inmerecidamente favorecido y
se duela de estar tan poco a la altura.
Ahora bien,
las purgaciones de esta etapa son tan cruciales y van tan a lo esencial, que
son tremendamente dolorosas espiritualmente en Amor. No he podido describirlas
sino como una excavación que parece nunca va a terminar y siempre apunta más
hondo. Un movimiento del todo interior y profundo que desde un punto desciende
hasta la raíz de todo pecado para extirparla. Otras veces más bien sucede cual
movimiento ascendente de una garra afilada –en verdad el toque del Señor Amado
es caricia delicada de Amor que en desproporción y contraste así se percibe por
el alma imperfecta en la adhesión plena a su Voluntad-. Ese toque suave de Dios
sin embargo parece desmoronar las paredes interiores, desgarrarlo todo adentro.
Deja al contemplador desnudo y desapegado, más pobre y humilde, más simple y
pacificado.
Debo insistir
en la concomitancia del Amor Divino que se comunica con estas purgaciones. Pues
si no fuera por este Amor el alma quedaría como aniquilada, nadie podría
soportar semejantes trabajos si el Señor no lo sostuviera. A veces he pensado
estas purgaciones en analogía con el Purgatorio.
Pues si la
primera ola se dirige a la apatía de mundo, la segunda –cual conmovedor
terremoto- se encamina a la purificación de la carne. Nuestra condición humana
debe ser devuelta a aquella inocencia agraciada que el Padre quiso para
nosotros en Cristo, su Hijo.
Desnudez,
poder de nuevo estar frente a Dios con simplicidad de hijos y no como el Adán
rebelde. Un gran desasimiento interior se opera en Gracia para que la libertad
quede liberada, quiero decir ya desenraizada del pecado y de su seducción y
vuelta alegremente a su Señor, ágilmente disponible a adherirse solo a su
Voluntad.
Aquí es la
virtud teologal de la Esperanza quien resulta acrecida. El alma ya está
disponible a recibirlo todo de Él, a esperarlo todo en Él y solo en Él. Quienes
son pobres de espíritu lo podrán tener todo y verán a Dios. Habrá siempre
Esperanza para el alma pobre, pequeña y humilde. Este vaciamiento interior de
cuanto impuro ocupaba y obstruía, ha sido como un parto. ¿Qué se ha dado a luz?
Una nueva y vigorosa receptividad amante, una disponibilidad ungida en el
Espíritu. Docilidad filial. Desnudez y paz.
Tercera
ola o inmersión en un silencio total
Agonías y
Muertes de Amor. “¿A qué, Señor, me has
traído aquí? Aquí has venido, hijo mío, a perder todas las cosas.” Perderlo
todo.
Y aquí, al
final de tantas purificaciones, me parece estar en el mismo punto inicial
aunque en otro nivel de profundidad. Me explico.
Sin duda
identifico aquel retiro espiritual durante el Triduo Pascual, cuando contaba
aún dieciocho años, como el punto de partida de mi camino espiritual. Hasta
allí la catequesis para los sacramentos y un paso inestable por la vida
parroquial. Pero aquel Viernes Santo, donde seguramente se nos ha anunciado
a los ejercitantes el Misterio de la
Pasión en Cruz del Señor, fue inadvertidamente crucial. En un momento de
oración, con imágenes y canciones, cuando todos alrededor mío lloraban
emocionados por la entrega de Jesús; yo simplemente me sentí vacío, reseco y
frío. Debo haberle dicho a Dios algo que ahora expresaría así: “No tengo lágrimas de amor para ofrecerte.
Solo sé que no me encuentro a mí mismo en el camino de la vida, estoy perdido y
sin saber qué hacer. Solo puedo ofrecerte mi capitulación. Me has vencido. Yo
no sé, solo Tú sabes. Hazte cargo de mí.”
Aquella
bendita claudicación abrió el tiempo de una profunda conversión. Estaba
realmente yo como barro en manos del Alfarero.
Ahora, casi
treinta y cinco años después, el camino de purificación me ha traído al mismo
punto que quizás nunca he abandonado, pues solo he caminado en espiral. Perder
todas las cosas.
Si la primera
ola traía oscurecimiento creciente con su apatía de mundo en Fe y la segunda
con sus excavaciones y desgarros daba una inocente desnudez pacificadora en
Esperanza, esta tercera ola habrá de concluir todo el proceso consolidando una
simple y verdadera Caridad.
Este momento
purgativo es como estar en el Sepulcro, en el Santo Sepulcro con Él. El alma
como encerrada allí por Gracia no escucha más que silencio y no ve más que
oscuridad. Todo se ha perdido. Adentrarse en la Muerte del Señor, “ser
sepultados con Él para resurgir con Él”, renovar místicamente el Misterio del personal
Bautismo en la Pascua de Cristo. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu,
aquí estoy para perder todas las cosas y abandonarme entre tus manos sin
reserva.” El incremento de la Caridad hacia Dios ha llegado al punto de que el
alma postrada, en santa capitulación de amor, se deje vencer definitivamente por
un tal Amor y no viva ya más que unida a Él.
Pero esta
tercera purgación también acaece porque ha escalado el mal en su embate y son
estos tiempos de vérselas con el Enemigo como cara a cara. Inenarrable
experiencia de que el otro, el Adversario, furioso como león rugiente se abalance
sobre la pequeñez del contemplador para intentar devorarlo. Nada le violenta
más al innombrable que la santidad y no puede soportar en modo alguno un alma
que en Gracia se va purificando para abrazar enamorada la Cruz. Por eso cuanto
se ha vivido como diversas formas de tentación queda atrás, y él también se
revela, muestra su horripilante rostro y ataca violenta y descaradamente, diría
de modo directo y sin esconderse.
Entonces no
hay nada más por hacer que pronunciar el nombre de Jesucristo Señor. Nada más por
hacer que confiarse al Padre. Nada más por hacer que invocar al Espíritu.
Porque Dios mismo sale en defensa de sus hijos y no permite que los justos sean
abatidos. La Caridad ha crecido hasta el punto de ya no ser vencida por el mal,
de ya no ser quitada ni desviada el alma de su Dios.
Y aquí el paso
final. En arrebato de locura furiosa el Adversario quiere lanzarse contra los
hermanos, vengarse en aquellos que pueda vencer. Más el contemplador también ha
madurado en Caridad fraterna hacia sus hermanos los hombres, y descubre que
puede y ya quiere inmolarse con Él por la salvación del mundo. Misteriosamente
participa ya de algún modo de su vocación expiatoria. Se ofrece a sí mismo
porque está unido al Cristo que es Cordero de Dios y Sacrificio de agradable
aroma. Aunque no sepa bien cómo Dios hará fructificar su entrega se hace
disponible: “Padre Santo, unido a tu Hijo, te suplico permitas se descarguen
también sobre mí las dolencias y penas, las cadenas que aprisionan y las
heridas que laceran. Aquí también estoy en tu Amor, solo por tu Amor, para la
liberación y redención de mis hermanos."
Ya no diré más. Un amor crecido combate el mal viviendo el sacrificio. La Cruz no es un mal momento por superar, un trago amargo que pasar. La Cruz lo es todo. No se puede vencer al mal sin ser crucificado. La Cruz permanece porque es el Amor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario