17. Con delicadeza. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 


"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


17. Con delicadeza

 

            Quisiera utilizar dos imágenes bíblicas, muchísimo más claras y contundentes, que cualquiera de mis intentos.

“El Señor le dijo: <Sal y quédate de pie delante del Señor>. Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta.” 1 Re 19,11-13ª

“Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.” Jn 12,1-3

 

            Como ya habíamos afirmado anteriormente, el caminar contemplativo (quizás no sea la forma más empática para decirlo en nuestra época) va de más corpóreo-sentiente a menos y de menos espiritual-interior a más. Y si bien hay que recordar que los momentos del itinerario y las experiencias propias del mismo no son una regla fija, también es verdad que hay una primacía de cierto tipo de experiencias sobre otras en cada etapa. Ahora, que estamos a punto de dar otro salto, la manifestación del Amado se torna más y más delicada y, paradójicamente, más y más potente.

Dejando de ser el modo más constante las grandes inflamaciones y momentos de persecución amorosa, con todos los lugares de sentido aquietados (cuerpo-corazón-memoria-entendimiento-voluntad), el Señor llega como una suave brisa casi imperceptible que algo estimula a la pequeña llama que arde en lo profundo. Llega cual derramarse tranquilo de perfume en la hondura que deja toda la casa del alma en Él aromatizada. Todos los movimientos son sutiles. Lo que sucede en verdad es que el Buen Dios va haciendo capaz al contemplador de descubrir ese trabajo constante y silencioso que opera en todo hombre.

Un engaño frecuente en la vida espiritual es pensar que lo más potente y eficaz de Dios pasa por lo manifiesto, acalorado, apasionante. En otras palabras: Dios pasa si el predicador se enfervoriza, su cara se llena de rubor y su voz se hace casi grito; si los que oran sienten en sus afectos grandes movimientos, una afectividad que parece lanzada al vértigo; si tras el encuentro con Dios he vertido abundantes lágrimas, me ha parecido tener reveladoras visiones o he hablado en lenguas; si en la liturgia de la Misa el canto es apoyado por un coro dotado que canta a cuatro voces mientras la batería marca enfebrecida el pulso de los corazones y los instrumentos eléctricos hacen vibrar los sentimientos de la asamblea. Mas, lo lamento: querido hermano, solo estás en los inicios. Que es necesario que nuestra predicación, oración y liturgia sean fervorosas y contagien la vitalidad de un Dios Vivo; que es necesario vencer ese apagamiento y chatura de nuestra religiosidad; lo acepto. Pero no absolutices lo que es relativo. Todo lo que buscas no es más que un primer empujoncito y pasará fugaz y efímero. La verdad es que Dios se hace más cercano cuanto más escondido, más íntimo cuanto más imperceptible, más potente cuanto más delicado y más cautivador cuanto más desnudo. Es la ley de la Encarnación: el Dios que se abaja y se humilla por amor en Jesucristo no puede traicionarse tras su Resurrección para hacerse partidario de un exitismo barato. Su caminar anda siempre por lo escondido, lo pequeño y lo pobre. Los efluvios e inflamaciones aún daban lugar a engaños y tentaciones de grandeza en el contemplador. Pero en esta suave brisa, en esta delicada unción se encuentra más seguro. Dios pasa sin grandilocuencia y la maravilla, quedando oculta, se torna desmedidamente fecunda.


16. Su mirada. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 




"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


16. Su mirada

 

            Nuestra vida es una galería de miradas. Las hay de todo tipo y en toda circunstancia. Porque algunas son maravillosas, miremos la mirada...

La mirada de ella, a escondidas y enamorada, sobre él. La mirada de él, a escondidas y enamorada, sobre ella. La mirada de ambos al encontrarse y desocultar su amor. Una mirada larga, suspendida, elevante. Cuando dos enamorados se miran el mundo queda entre paréntesis. Luego, cuando vuelven su mirada al mundo, lo recrean...

La mirada del amigo que penetra nuestra intimidad y la acaricia. Porque al amigo no hay que explicarle nada, ya lo sabe de antes y nos lo dice en su mirada. Porque una mirada suya nos trae la gratuidad, la experiencia de ser queridos tal como somos. La mirada del amigo despierta confianza y confidencia, abre caminos y desbarata las adversidades. La mirada del amigo nos levanta de la caída, nos pone nuevamente en nuestro centro y nos envía a caminar con esperanza.

La mirada de papá y de mamá que dejaron su amor cuidadoso grabado tiernamente en nuestro inconsciente de bebés. Esa mirada que nos atrajo para dar los primeros pasos, que nos sanó tras el tropezón y el golpe, que nos fue enseñando a mirar el mundo. La mirada de papá y de mamá sobre nosotros raramente se equivoca, nos conoce como nadie más y nos corrige a la vez que nos contempla como a hijos, hechura de su carne y milagro de su amor.

La mirada... ¿No serán estas miradas maravillosas reflejos y presencias de una mirada salvadora?

 

            El contemplador no es tanto aquel que mira sino aquel que se deja mirar. El adagio tan repetido –Dios lo ve todo- ya va dejando de ser para él fuente de temor y de espanto, de vergüenza y angustia. Porque no hay que ser tan ingenuos y pensar que aquellos sentimientos surgieron solamente por la influencia de una Iglesia que predicaba una imagen de Dios controlador, censurador, pronto para castigar, etc. Sin negar las falsas imágenes de Dios que todos nos fabricamos y distribuimos constantemente yo te pregunto: ¿no causa en ti al menos un poco de sana vergüenza la convicción de que Dios te conozca a fondo, que ninguna de tus intenciones pase inadvertida para él, que nada de ti le quede oculto y escondido, que tus más íntimos secretos sean transparentes para Él? En cuanto somos pecadores, y en cuanto la desmedida y la desproporción son experiencia inevitable en nuestra relación con Dios, resulta natural que su mirada nos produzca incomodidad. No basta una buena catequesis y una correctísima formación teológica para que repetidas veces el Adán que llevamos dentro no corra con prontitud a esconderse ante el paso de Dios pues se siente avergonzado de estar desnudo.

Pero por la experiencia del amor que se da en la contemplación el amador va trocando su mirada. Cada vez se disipan más las imágenes falsas de Dios que le acompañaban. El Adán interior recupera la confianza plena en un Dios que le quiere bien. Se da cuenta que toda su mirada estaba puesta sobre sí mismo, su indignidad y su pecado. Su mirada soberbia, deseosa de perfección, endiosada, resultaba en un juicio severo y auto-destructivo que, simplemente, no era de Dios. La mirada de Dios en el enlazamiento amoroso es inefable: no la agotan ni tocan de lejos la mirada de mi enamorada, de mi amigo y de mis padres. A todas ellas las supera ampliamente en el amor. Ante su mirada, en la experiencia de la intimidad y de la unión, el contemplador no puede querer más que dejarse desnudar. Estar desnudo ante Dios se transforma en un inexplicable gozo.

¡Oh mirada que sanas, purificas, acaricias, levantas! ¡Oh mirada potente en la ternura, arrasadora en el amor, conocedora de todo y más llena de esperanza en nosotros que nosotros mismos! ¡Oh mirada del Padre que nos sostiene y no deja de contemplarnos como hechura de su amor! ¡Oh mirada del Hijo que conoce experiencialmente nuestra humanidad, que la ha asumido plenamente en la Encarnación (excepto en el pecado) y que en la Cruz nos dice un sí irrevocable y nos arrastra en amor reconciliante! ¡Oh mirada del Espíritu que nos ves como leño seco y bien dispuesto desesperándote como chiquillo deseoso por encendernos y herirnos más y más! ¡Oh mirada Trinitaria que envuelves y penetras y lo haces todo nuevo por la participación del amor que en ti circula sin límite y sin obstáculo!

El contemplador ante una mirada así no puede menos que levantar su mirada. Cuando la mirada del Amado lo invita a mirarlo de frente la contemplación ha comenzado. Cuando esa mirada se torna mutua pero pasajera, un diálogo con idas y venidas, se camina hacia la unión. Cuando la mirada recíproca se sostiene y ya no se pierde se ha sido desposado en el amor y se tienen primicias de aquella visión cara a cara que será eterno gozo y alabanza...

¡Mírame, Señor, hasta que mi mirada te devuelva en amor el amor tuyo recibido y se termine perdiendo en tu mirada para mirar por ella y mirando la eficacia escondida de tu amor prorrumpa en júbilo verdaderamente inextinguible!

 

 


15. La llama viva. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


15. La llama viva

 

            En la noche densa y sin estrellas la oscuridad es reina. Y en la oscuridad una pila de paja, pasto y caña espera. El aire se torna poco a poco más reseco. De pronto, inentendiblemente, un rayo cae a la tierra impactando sobre la pila que, rápidamente, se enciende. El fuego es una danza de grandes llamaradas que iluminan la noche. Pero todo esto es fugaz: vorazmente es consumida y queda reducida a cenizas la pila inmensa de pasto, paja y caña. Sólo un pequeño leño, oculto tras aquel verdor amarillento, queda intacto y tímidamente tocado por el fuego sufre una llama pequeña que lo orada. Y esta llama danza, y lentamente, va profundizando en el leño. Este fuego más humilde es más quedo y menos disipador de las tinieblas pero también es más prolongado y caluroso. De aquel incendio súbito y arrollador ha quedado esta pobre llama viviente que con paciencia larga y esperanzada va encendiendo y transformando en sí al duro leño.

 

            Claro, esta imagen no puede menos que remitirnos a San Juan de la Cruz. Es difícil proponer otra más decidora. Apenas el contemplativo experimenta esta herida tiende a llamarla así: llama y llama viva. Estamos me parece ante una de las experiencias más comunes a todos los derroteros contemplativos...

El amador, ya introducido en aquella noche de los sentidos donde la luz se da por detrás de aquellos y a veces de modo tan potente que semeja un efluvio desbordante del amor, se queda como pila reseca de pasto, paja y caña. Quieto espera la Presencia de Aquel que dejando su Ausencia le inflama más el alma en el deseo de estar con Él y ser de Él. Estando así recogido, existencialmente agujereado, lanzado a la soledad y con gran amargura tras todo apetito de mundo, el Señor vuelve a visitarlo. Ya habíamos dicho que con estas idas y venidas le va dilatando y que algún sector de la tela del alma le parece al contemplador se está rasgando. Pues bien, tras alguna venturosa visita, el clima interior ha cambiado. Comprende y saborea el amador en el amor, ya bien por detrás de toda emoción o sentimiento, sin palabras que sean correctamente aplicables a la experiencia, que tras la inflamación fugaz ha quedado una herida. Ciertamente algún sector de la tela se ha rasgado: es una herida de amor mucho más potente y persistente que la de aquel toque sorpresivo que lo puso en fuga como amada tras el Amado. Es una herida de amor que algo puede ser dicha en la imagen de la llama que orada al leño duro. Es herida de amor y por tanto gozosa y dolorosa también. Es herida con mezcla de Presencia y Ausencia de Aquel a quien se ama y que en amor la ha producido. Es herida cual flechazo, cauterio, excavación, es decir: trabajo activo de Dios en la transformación, pasividad atenta y libre del contemplador. Dios le está quemando, le está vaciando, le va transformando...

Y no es poca cosa esta llama pues comienza a marcar un paso a otro nivel en el camino, lo está preparando. Si hasta aquí el toque y el efluvio eran grandemente inflamantes ahora todo acercamiento del Amado se pondrá más sutil y escondido. Pero si aquellos eran fugaces y a lo más incitaban el deseo y la búsqueda del yo del contemplador hacia el Tú del Amado, esta llama persiste (aunque no siempre se la advierta) y va derribando las fronteras y dando ya alguna sombra de participación oscura en la Vida del que ahora es más claramente Prometido pudiendo llegar a Esposo. Ahora se está más cerca de la unión de amor pues Dios, que tiene morada en el alma, va haciendo que ella tenga morada en Él. El misterio grandísimo de la inhabitación se lo comprende ahora no tanto desde el ángulo de Aquel que estando en mí viene a mí, sino desde Aquel que estando en mí me lleva hacia Él.

La llama arde y transforma secretamente al contemplador. Mas no hay que engañarse: esto es sólo la preparación y el anuncio de una noche densísima pues la Luz recibida se va tornando cada vez más enceguecedora. Es una llama gozosa pero dolorosa pues ya va matando por purificación pasiva al yo auto-sustentado y lo va liberando para que efectivamente pueda ser en el futuro un yo totalmente vacío y lleno del Amado.

Esta llama un gran bien nos hace: nos limpia y purifica, nos ahonda y excava, nos desnuda y vacía, nos hace más débiles y así más fuertes para el amor. No nos abandona. Nos hiere con agudeza y nos enlaza con potencia. Nos va haciendo entrar en Dios...

 

 

14. Espejo que despeja. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.





"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


14. Espejo que despeja

 

            Hay espejos especiales, trucados, que nos devuelven nuestra imagen deformada: altísimos y estirados, petisos y ensanchados, redondeados, torcidos, zigzagueantes. El común de los espejos nos devuelve nuestra imagen tal cual somos y aparecemos ayudándonos a retocarla sin modificarla esencialmente. Sin embargo conozco un pueblo que posee un espejo muy especial: no devuelve pasivamente lo que tiene enfrente sino que despeja su propia imagen y al hacerlo devuelve la imagen nuestra hacia el futuro definitivo, la imagen que estamos llamados a ser. Más aún, la imagen despejada parece venir hacia quien se mira en el espejo e irrumpiendo en él plasmarse en él escondida y misteriosamente. Un espejo tal es un grandísimo tesoro...

 

            No quiero referirme aquí a los espejos trucados o comunes: tú podrás sacar tus propias conclusiones reflexionando sobre la metáfora. Lo que quiero es referirme a ese Espejo especial, a ese Espejo que despeja, es decir, Cristo Señor. No es original lo que diré: la tradición cristiana ha abundado en esta imagen y ha sido propuesta por diversos contemplativos. La Iglesia, Pueblo Nuevo, sabe que sólo mirándose en Cristo Espejo el hombre puede llegar a la plenitud sembrada en él. Sólo en el misterio del Verbo Encarnado se halla la respuesta total al misterio del hombre. Y los cristianos nos miramos en ese Espejo a través de diversas mediaciones: las Sagradas Escrituras, la Liturgia y los Sacramentos, la vida de la Comunidad animada por el Espíritu, la teología, etc. Lo hacemos para llegar a nuestra meta: ser cristiformados, ser en Cristo. Ya los Santos Padres hablaban de esta obra gratuita de de actualizar plenamente en nosotros la Semejanza, desfigurada por el pecado, imborrablemente presente en cuanto Imagen sembrada. Pero quisiera yo referirme a cómo específicamente le es dado mirarse a los contemplativos en este bendito e inmaculado Espejo.

El amador, en amor atraído y enlazado por el Espíritu hacia Cristo y en él hacia el Padre, saborea el misterio que contempla. Este saborear el misterio de Cristo en la luz oscura del amor es gracia transformante en cuanto unión a Él. Sin embargo este Espejo despeja para ellos ciertos acentos del Misterio: los que más convienen a la vocación recibida y al designio gratuito de Dios. Más siempre Cristo está presente y despejado en cuanto Amado y Esposo. A mí, hijo y hermano de San Francisco y de Santa Clara de Asís, este Espejo particularmente me despeja su Imagen gloriosa por el camino de su abajamiento en el Pesebre, la Eucaristía y la Cruz. Mirando porque primero he sido mirado, voy siendo atraído a la unión con el Dios que se hizo pobre por amor, voy siendo transformado en Él por el camino del abajamiento; camino éste escondido, pequeño, oscuro y desnudo.

Por detrás de las formulaciones dogmáticas, mas no sin ellas sino más plenamente adherido a ellas, el contemplador saborea en amor escondido el Misterio, se mira en el Espejo y comprende en el amor y en el amor es transformado hacia la Imagen que contempla. Pero decir no puede la experiencia que le es dada. La formulación dogmática dice lo que no es y dice lo que es permaneciendo en la oscuridad iluminada del Misterio que toca. La contemplación es tocada por el Misterio e ingresando de algún modo dentro de esa oscuridad iluminada ya no dice nada. Por la una somos enseñados y encaminados hacia una fe sólida; por la otra somos transformados en el amor; y por ambas caminamos en la esperanza de ver cara a cara al Dios Trinidad que nos salva.

Mirarse en el Espejo es para el contemplador dejarse transformar a Imagen de Aquel a quien contempla y ama.

 

13. Un ave entre las grietas de la montaña altísima. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.




"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


13. Un ave entre las grietas de la montaña altísima

 

            Arriba, en la soledad de la montaña, un avecilla se cobija entre las grietas filosas y rudas de las grandes rocas. Desde allí mira todo el panorama de espléndida belleza. Allí el viento, la lluvia, el sol, la luna y las estrellas, el día y la noche tienen otra densidad, otra presencia. En esa soledad austerísima todo parece más colosal y conmovedor. Tan pobre como es y tan pequeña de tanto en tanto se lanza al vacío y llevada por la corriente de aire caliente planea, asciende y dibuja figuras en el aire. Con las alas extendidas, tan frágil ante el poder de aquella inmensidad, experimenta la libertad nacida de la desnudez y del ser sostenida.

 

            El contemplador experimenta ya un cambio de nivel bastante difícil de retrotraer. Tocado por la cercanía de un amor que tiene como eje la gratuidad ha comenzado a cambiarse fuertemente su centro. Mira la existencia ya desde un ángulo insospechado y cautivador.

Como avecilla entre escarpadas rocas el amador vive en una soledad austerísima que en principio no ha buscado: una necesidad quemante de retirarse para estar exclusivamente dedicado a su Amado lo mueve; no una fuga del mundo sino una fuga hacia el Amado vaciándose, mejor, siendo desasido de yo y de mundo para recuperarlos en Él según su identidad original y verdadera. Para ganarse ha tenido que empezar a perderse, es decir, rechazar todo intento de auto-sustentamiento (engañoso y mortal) y restituirse entero a Aquel que enteramente le da ser. Retirarse, no sólo físicamente a la celda o al desierto como búsqueda concreta del espacio de la intimidad y el encuentro, sino más, pues en ello se retira del auto-sostenimiento idolátrico del yo a la dependencia amorosa del Amado. Sólo entonces el panorama de la existencia lo ve poblado de signos y de presencias de un Señor que todo lo cuida paternalmente, ocupándose gozosamente de lo más insignificante a nuestros ojos.

Y en la contemplación esto es excluyente: sólo es un don dado al pobre y al desnudo, al indefenso y al frágil. Hablo aquí de una situación real de existencia. Sólo quien ha sido atravesado por la pobreza, la desnudez, la indefensión y la fragilidad (entendidos no sociológicamente sino vitalmente, antropológicamente) puede ser capaz de clamar a Dios: Ahora descubro que nada soy sin Ti; sálvame, que estoy condenado a la disolución. Y quien así llama, con corazón puro, no puede menos que obtener una respuesta sin tardanza. A veces esta respuesta es una irrupción tal del amor que genera un itinerario hacia el Amado, tan escondido y oscuro, que llamamos contemplación.

Este itinerario, cuanto más se ahonda y profundiza, radicaliza la pequeñez y la dependencia del amador por el simple acercamiento progresivo del Dios grande y majestuoso que ni cielos ni tierra pueden contener. Pero una tal desmedida no causa pavor ni paralizante miedo. Atravesado está el caminar por el efluvio del amor que genera confianza cada vez más ilimitada en el contemplador. Si se lanza desde la roca donde se guarece sabe que no caerá al vacío, sino que sostenido por las corrientes cálidas del amor del Padre podrá planear y dibujar figuras cual reflejos amorosos del amor que le es dado para abrazar. Así la soledad desnuda y la frágil pobreza han dado a luz la libertad gozosa que no es más que dependencia de quien nos sostiene y salva por gratuito amor.

Ser libre: dejarse depender en todo de Dios; dejarse amar.

 

 

12. Jardín sellado, jardín cerrado. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.






"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


12. Jardín sellado, jardín cerrado


            Se dice que en aquella comarca existe una bellísima fuente. Cuenta la leyenda que hay que adentrarse en el rudo bosque, plagado de incertidumbre y de peligros, para alcanzarla. Una vez traspasada la espesura un tímido sendero en el claro nos coloca frente a dos columnas que hacen las veces de portal. Sobre ellas se encuentran grabadas dos inscripciones: la primera es un acertijo, la segunda una orden del Rey por la cual no se permite pasar más allá a quien no logre descifrar el enigma. Tras las columnas el caminito nos va acercando a una verde pared de ligustros. Atravesándola por un espacio luminoso se puede contemplar multitud de flores de todo tipo y color alegrando con su belleza a la madre tierra. Canteros de plantas exóticas, por aquí y por allá, desencajan la mirada por su porte tan inusual. Los pájaros trinan y las abejas trabajan. En el centro del inefable y precioso jardín hay una fuente delicada y austera, blanca, circular. El efluvio constante de aguas subterráneas la alimenta y hace que se desborde de continuo. Mas el agua es conducida por cuatro acequias que a sus pies nacen hacia tierras lejanas e inciertas. El jardín sellado con su fuente escondida obsequia la vida que le es regalada secretamente, sin publicidad ninguna, sin aplauso, en quietud y silencio.

 

            El contemplador va tomando conciencia de la envergadura de lo que vive. Por un lado se da cuenta que se halla sellado, cerrado, inaccesible en cuanto a su experiencia contemplativa para todo aquel que no la tenga por regalo del Altísimo. ¿Cómo explicar lo inexplicable? ¿Cómo valorar lo invalorable? Que Dios se acerque así al hombre no es esperable... Ni es esperable la vivencia de la profunda intimidad con Él, ni que esta vivencia sea del todo escondida y pobrecita no dando lugar a la publicidad y al aplauso. El contemplador, cual aquel jardín hermoseado por el efluvio de las aguas subterráneas, no puede ser visitado sino por otro jardín, quiero decir, por otro saboreador de la dulzura secreta de un Amador tan humilde. Es jardín sellado, cerrado y por tanto en soledad oscura mas en exclusividad luminosa.... El Señor lo ha reservado para sí, de un modo inusual, aquilatando su amor por este caminito, esquivo a los ojos habituados al día, que lo llevará tal vez por los terrenos de la incomprensión y de la falta de alabanza. Así escondido, sin parecer hacer nada importante y digno de publicidad, se entrega silencioso y quieto al amor que lo atrae.

Por otro lado, toma conciencia de que no es indiferente este encuentro: ¿acaso este encuentro en amor tan pequeño y simple no cambia el mundo?, ¿es indiferente para la historia que subterráneamente a ella un hombre sin fama sea visitado y en amor unido al Señor de la historia? Es lo que no se ve, muchas veces, lo que sostiene al mundo. Son innumerables rostros de amadores escondidos (que habitaron, habitan y seguirán habitando la historia) los que proclaman con suave voz: ¡Mira, oh, hombre que lo que más anhelas es posible! ¡Aquí esta la primicia de lo que será! ¡Aquí está el sentido sobre todo sentido de tu existencia y de la historia: que toda tu persona y todo el cosmos participe de la plenitud amorosa de su Dios! El contemplador provoca, al adherirse al amor que lo enlaza, un hecho relevante que no por falta de publicidad deja de ser fecundo. ¿Pero cómo es comunicado el beneficio que recibe a otros? Más allá de que el Amado lo vaya transformando para ser reflejo suyo en la vida cotidiana, rostro suyo para el mundo, también en ese instante dichoso del encuentro cercanísimo al contemplador le parece que con él vibra en amor todo el mundo. ¿No es amado en este hombre todo el género humano? ¿No es sostenida en esta criatura todo el universo? El sí salvífico de Dios expresado en el acercamiento al contemplador no es solo personal, es un sí amoroso a todo hombre y a toda creatura suya. El sí a Dios de la creatura hombre en uno solo lleva consigo la posibilidad del sí de todo hombre y anima a toda creatura a la comunión. Es decir, la relevancia de la contemplación es ser reflejo de aquella respuesta filial del Hijo al Padre y de aquella condescendencia del Dios que se abaja en un Pesebre. El jardín sellado hay que comprenderlo a la luz de la Eucaristía, Jardín Sellado donde resplandece todo el misterio de la salvación, Jardín Sellado que tan secretamente día a día sostiene y riega al universo entero.

Repito lo dicho buscando mayor claridad: en la contemplación se adentra el hombre en el misterio de su divinización por la unión de Dios al hombre en su Encarnación y del hombre a Dios en el sí filial de Jesús, el Cristo, radicalizado en la Cruz y exaltado por su Resurrección; y todo esto lo mira espléndidamente presente en la Eucaristía... En este encuentro en amor pequeño y escondido, puro y simple, se adentra el contemplador en el misterio de esa Alianza indestructible sellada en Cristo y participa del anuncio escatológico de la recapitulación de todo en Él que arrastra todo hacia la participación definitiva en la Vida Trinitaria a la cual  seremos incorporados bienaventuradamente en el Día feliz y beatificante que está llegando. Ya sumergidos en ella por el Bautismo, ya inhabitados secretamente, ya saboreando el misterio en el que todos somos, nos movemos y existimos por el don del Espíritu Santo que obra en nosotros pero aguardando aún verle cara a cara, anuncia el contemplador lo que experimenta: que en el encuentro unitivo en amor Dios le da vocación, participación en el misterio de la Eucaristía, de co-sostener junto con Él al mundo y de co-regarlo con su amor escondido y fecundo.

Claro que todo esto es apenas un intento de fundamentación de una convicción por parte de quien no es un teólogo profesional, sino un oteador amoroso del misterio que irrumpe, enlaza y cautiva.

 

 


11. Efluvios. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.






"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." 


11. Efluvios

 

            El terreno no es del todo fértil ni del todo árido. Observándolo se puede apreciar el efluvio en él de aguas subterráneas, las cuales a veces surgen delicadas, pero también lo hacen con potencia. Tras algún tiempo de estarse regalando cesan. Las inmediaciones del efluvio se tornan húmedas y frescas. Pequeños hilos de agua se extienden algunos metros por el terreno en variadas direcciones.

No hay ley, empero, que explique su aflorar. No debe cesar uno para que brote otro; a veces el primero en surgir tarda más en agotarse y dejar de fluir que otros brotados después de él; no nacen necesariamente en los sectores más áridos, ni en los más fértiles, ni en los intermedios. En definitiva, por aquí y por allá, sin que descubramos lógica alguna van naciendo y haciéndole al terreno un bien gratuito que nos parece desordenado e incierto... Efluvios.

 

            Quisiera cantar aquí, con alegría, a la lógica ilógica del amor.

Sin estar el contemplador necesariamente sumergido en la oración, a veces entre pensamientos generales y fugitivos sobre su Señor, o concentrado en un paisaje hermoso, o caminando por la calle; o tal vez, sí, recogido en su celda y en noticia de amor enlazado y seducido... sobreviene un efluvio. Una sorpresiva arremetida del amor (siempre es sorpresiva) que desde las capas más profundas de su ser hasta las más superficiales asciende. En ocasiones como unciones delicadas, toques suaves en el alma, cual un tranquilo brotar de agua en el fondo de un pozo reseco, un agua que lenta y dulcemente asciende llenando todo el espacio disponible. En otras circunstancias es como un surgir burbujeante y poderoso, como agua en ebullición, como un rubor acalorado, un fuego interior desmedido que asciende con gran rapidez tomando toda la persona del contemplador a quien le parece se le sale por el rostro, por los ojos, por las manos y lo coloca hacia fuera del todo de sí, en dirección hacia Él y le mantiene por algún tiempo como en una enfebrecida búsqueda de abrazarlo y de asirlo a sí.

Estos efluvios del amor tienen de propio este movimiento ascendente desde lo más íntimo del alma hasta la exterioridad reconocible del cuerpo que somos. Ya más cerca de la unión serán distintos, pero ahora, como todo es menos espiritual que lo que después será, aún hay lugar para pasiones, sentimientos, emociones y sensaciones en la contemplación. Claro que ya no se mueven por sí ni por estímulos que no provengan de lo más profundo del alma. Dios arremete en la hondura más honda del contemplador pero permite que esa experiencia de encuentro en el amor también sea traducida en el corazón y en el cuerpo para mostrar más claramente (con sabroso proceso pedagógico) que todo el ser está involucrado, que todo él es llamado a transformación y que, ciertamente, algo nuevo va siendo...

Todo efluvio, levantando las aguas del amor escondidas en las profundidades, hace crecer con él y ascender a las alturas el deseo del Amado en el contemplador. Tras dejar de brotar el amor, este deseo, ya más fuerte y elevado, se queda en amorosa tensión y permanece así quizás durante un tiempo prolongado al compás de una agitación que suspira asombro y consuelo: ¡Tú has pasado y las olas de tu amor me han arrollado! ¡No puedo creer que sea capaz de experimentar tanto amor! ¡Ven, vuelve pronto entre mis brazos como huracán potente de amor que arrasa todo sin destruir nada, haciéndolo todo nuevo! El amor de Dios tiene para el hombre una potencia imposible de medir...

Mas decía yo que deseaba sobre todo cantar la lógica del amor de Dios, tan ilógica a nuestros ojos, es decir, la gratuidad. Porque uno inconscientemente, quizás por una excesiva moralización de la espiritualidad cristiana en Occidente, tiende a concebir que Dios responde con su gracia a nuestros trabajos para disponernos a ella. Raramente pensamos que es la gracia ya quien nos dispone y nos pone a trabajar contando con nuestra adhesión. Claro que estoy diciendo inconscientemente pues a nivel teológico la razón conoce fórmulas, las que ha estudiado, y las pone por escrito y las enseña. Mas en la praxis es difícil abandonar cierto modelo recargado en las obras y exclusivista a favor de lo que llamaría la fantasmática de los perfectos. Pero en la contemplación suelen romperse los esquemas. Si, por pedagogía, los itinerarios parecen demasiado lineales y lógicos, como si de tal se siguiera cual, la realidad no es esa. Ni todo el más increíble y esforzado trabajo de negación y desasimiento (el desierto, la soledad, la mortificación, etc.) nos puede asegurar una escalada del amor; no son un boleto de compra-venta. La irrupción novedosa y cercana del Amado en la contemplación siempre es experimentada como sorpresiva y gratuita. Y también hace surgir la queja: ¿por qué a aquel si este otro está más preparado, es más bueno, más piadoso, más recatado en el hablar, más moderado en el comer? ¿por qué a aquel que es un pecador si este es más “santo”? Simplemente porque la contemplación es un camino y un don por el cual somos por Dios santificados, divinizados, pero no el único. Y porque es don es gratis y Dios lo da a quien quiere. Ciertamente hay disposiciones, resultado de nuestra historia de “sí” a la gracia, que nos colocan frente al umbral, pero nada más que frente al umbral. Y el buen Dios en su sabiduría a algunos los lleva por un camino y a otros por otro; mas la meta es la misma: que nuestra voluntad se vaya identificando cada vez más con la suya. No es la contemplación signo de mayor santidad: sólo un camino hacia ella algo inusual que nos suscita cierta fascinación a veces desubicada y extravagante.

Estos efluvios, entonces, nos hablan con su sobreabundante presencia del amor del Amado, de su gratuidad inmensa y de nuestra falta de mérito autónomo y autosuficiente (nuestros méritos son “en Cristo”), de nuestra realidad de pecado y de dependencia amorosa en cuanto a la salvación.

Por estos efluvios he comprendido que ningún pecador se encuentra sin esperanza frente a un Dios ilimitadamente generoso para hacernos el bien. He saboreado que el Amado y Esposo tiene iniciativas mucho más allá de todas nuestras ofertas. Me han dispuesto a esperar de Él una medida exagerada y fuera de todo cálculo. Me han dejado más enamorado de Él, que no me mira a través del diagnóstico de mis males sino que, teniéndolos en cuenta para sanarlos pero superándolos, me mira con los ojos del amor, me mira con ojos de posibilidad.

Estos efluvios me han dispuesto a trabajar para consolidar mi “sí” sabiendo que no soy más que un humilde cooperador de su obrar en mí. Me han liberado de una especulación agobiante que fija su mirada en el pecado y en la imperfección, haciéndome abrir los brazos suplicante y confiado. Me han ganado para la gratuidad de su amor.

Efluvios... arremetida generosa y gratuita del amor.

 

 


10. Un río en el desierto. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020) 


10. Un río en el desierto

 

            El desierto de arena innumerable no tiene otro habitante que la soledad. Es un terreno bañado enteramente por un sol tan potente y caluroso que no puede experimentarse sino resquebrajado y agobiante. Sin embargo conozco un desierto inusual. Un desierto que un día, sorpresivamente, fue invadido por un rumor desconocido que le llegaba de lejos. Desde un extremo al otro, en el centro de su geografía, apareció de pronto un río. Sí, aguas caudalosas que hundiéndose en la arena a cada paso la fueron penetrando y abriendo en ella un canal profundo. Y desde ese cauce las aguas fueron colándose entre las grietas generando hilos de frescura en toda su extensión... Un espectáculo del todo insospechable.

 

            Hemos venido diciendo, metafóricamente, que el hombre es un desierto: un deseo de infinito, una sed arrolladora. ¿Se imaginan acaso cuánto se acrecentará la sed después que el Amado ha vertido unas pocas gotas de su agua? Porque aquel acercamiento y fuga en amor que en amor incitó a la persecución, también ha dejado brotar en el alma la nostalgia de ese Dios que ha experimentado, fugazmente, en su intimidad. Ahora sí que el alma con su deseo inflamado y el Amado en retirada se ha tornado un desierto resquebrajado, un fuerte pedido de aguas.

Y cuando parecía ya partido sin fecha de regreso, ya perdido... el Amado retorna. Otra vez se hace cercanísimo del alma que vuelve a quedar como fuera de sí en Él, arrebatada en amoroso incendio. Atraviesa su tierra deseosa el río de amor del que ama con aguas que apagan la sed y recorren las más mínimas grietas. El contemplador cree, ingenuamente, que está tocando el cielo con sus manos. Sin embargo sólo se halla en el inicio del largo camino hacia la unión. (Es tan grande nuestra pobreza ante la riqueza de Dios que el más mínimo don que nos hace nos parece insuperable; pero este Amador en amor es inagotable).

Digo que el alma aún se encuentra dando primeros pasos, aunque vigorosos y encendidos, pues aún no se halla transformada y a veces las emociones, sentimientos y pasiones le juegan malas pasadas: alguna desviación o engaño sutil y escondido pero muy común es el seguir buscándose a sí misma en esta experiencia del amor, buscar el encuentro todavía para su propio goce. Por eso la pedagogía de Dios es retirarse: así le deja crecer en su ausencia el deseo de la unión y le deja patente ante sus ojos que lo ama a Él más que a ella misma.

            Su acercamiento sigue siendo para ella desmedido y brusco además de desubicado e incomprensible como río en el desierto. Pero en él aprende a dejarse enlazar por la dinámica de la gratuidad.

Su alejamiento va engendrando cada vez una mayor nostalgia. Su ausencia es ya, ciertamente, una gran tragedia. Aunque no se halle transformada el alma, es decir, todavía proclive a dejarse caer en el vómito de la voluntad propia (al decir de San Francisco), ya poco anhela fuera de Dios mismo y a éste con una fuerza inusitada, con un deseo sobredimensionado por la gracia. Así en su fuga aprende la sana dependencia en el amor que hace al hombre un hombre humanizado, santo, y deja a Dios ser su Dios, su Señor, su Amado.

Entre arribo sorpresivo y fuga inflamante va el Amado dilatando la capacidad de su contemplador para recibirlo y estarse con Él. Como un corazón que se contrae y dilata y en ese movimiento cuánto más exigido más se agranda, así el alma va siendo trabajada por este amor que irrumpe y se retira.

¡Ya desearía el alma que este río se desborde tanto que bañe completamente su tierra! ¡Ya el amor le va trayendo la promesa y el ansia de la unión!

 

9. El río y el mar (Advertencia oportuna contra frívolos). ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


9. El río y el mar (Advertencia oportuna contra frívolos)

 

            Aquel río había nacido en la cima de la montaña,  junto a otro. Deslizándose entre las laderas, caudaloso por las lluvias, bajaba jovial y ágil, vertiginoso y fuerte, cristalino y rumoroso. Siguiendo su cauce observé asombrado que, a diferencia de sus compañeros, se había desviado hacia el desierto. (Los otros ríos siguieron por valles y llanuras hasta formar espejos de agua por aquí y por allá. Pero esta corriente de aguas se había adentrado en el calor solitario de la arena innumerable). Por supuesto, su caudal había disminuido enormemente. Con todo era un espectáculo asombroso descubrir un río atravesando el desierto, aunque a veces no fuera más que un tímido hilo moribundo. Más admirable fue constatar que lograba atravesarlo y dar con un terreno fértil, donde algunas acequias se le unían, ensanchándolo nuevamente. Pero sus vicisitudes no habían acabado: un terreno rocoso lo aguardaba aún. Serpenteando entre piedras alcanzaba la base de una montaña, la cual atravesaba por un túnel al principio estrecho, que en su centro se transformaba en bóveda húmeda y goteante. Todo el trayecto subterráneo y escondido lo hacía en penumbras densas y silentes. Al final de la galería se encontraba con la luz y, maravillosamente, con una pequeña playa a cielo abierto que lo conducía hacia el mar... Tras un largo y duro itinerario había llegado a casa. ¿Pero por qué él y no los otros ríos? Porque este río había sabido escuchar en su caudal la voz escondida del mar que lo llamaba.

 

            Claro que esta imagen bien podría servir para explicar todo el itinerario: tenla presente con amorosa fe y esperanza. Sin embargo éste no es el objeto de proponerla: lo que deseo es hablar de una actitud fundamental que debe sostener al contemplador para que la persecución a la que se ha lanzado y ha sido lanzado, llegue a buen término. Me estoy refiriendo a una confianza capaz de abandonarse en el Amado.

Ciertamente no se ha caminado hasta aquí fuera de esta confianza (aunque la misma no fuese tematizada). Ha tenido que abandonarse el contemplador al Amado ya sea en el anoticiarse de su amor o en la súbita persecución que brotó de su acercarse. Pues la certeza que tenía acerca de que toda esta novedad se debía a Él, no dejaba de ser certeza de amor, atada a esperanza y fe. Hay aquí para mí un signo claro de si alguien verdaderamente ha sido atraído por este pequeño, oscuro y escondido camino: una certeza en amor que ni puede explicarse ni puede ser derrumbada acerca de que lo que sucede es obra de Dios. Porque el amor verdadero ni puede dejar sospecha alguna de su buena intención, ni puede ser respondido sin identificarse: es Dios y me está haciendo un bien, aunque ni comprenda cuál es ni cómo se me comunica. Y es propio del amor generar una respuesta abandonada pues no se duda del bien que el Amado hará a la amada. Quizás éste sea un núcleo de la contemplación: un escuchar la voz escondida que llama a la unión y que deja como huella una certeza de amor que se traduce en una respuesta amorosa como abandono y confianza.

Bien, aquel río ha escuchado la voz escondida en su caudal que era la voz del mar que secretamente le susurraba y le atraía. Con esto se está diciendo que el contemplador camina en su deseo de Dios, de ver su Rostro, de saborear su Presencia. Lo que impulsa a este río no es la satisfacción de sus necesidades ni la búsqueda de experiencias religiosas extraordinarias. Este deseo por Dios sembrado está a tono con la gratuidad de su amor: se busca el encuentro por el encuentro mismo y nada más. Como el río y el mar son el uno para el otro, así el hombre y Dios.

Pero en la imagen delineada el camino se torna difícil y arduo. Lo que intento es dar una advertencia. Si no hay certeza oscura en el amor acerca de lo que sucede: aún no hay contemplación. Si no hay abandono al Amado para que  lleve al contemplador por donde quiera: aún no hay contemplación. Si no hay un deseo subido de estar fuera de sí hacia Él rumbo a un encuentro gratuito: aún no hay contemplación. Y digo todo esto porque hay quienes desean venir a contemplación e incluso intentan simularla o simplemente sobredimensionan sus experiencias pues, creyendo que todo lo que aquí sucede es dulce y maravilloso y extraordinario, nada comprenden y en todo no aciertan: se están buscando a ellos mismos y no a Dios y, por lo tanto, aún no le han dado la oportunidad de que Él los busque, mejor, de que los haga experimentar en amor su constante búsqueda de ellos. A estos tales les digo que si la amada al abrir la puerta y darse a la persecución traspasando las murallas de la ciudad en plena noche no fuese hecha ya algo fuerte en la gratuidad del amor, simplemente, sucumbiría. Pues como al río le aguarda el desierto, al contemplador también le aguarda, y en él la soledad y los demonios. Como le llegará el tiempo del terreno rocoso al curso de agua, al amador le sobrevendrán tiempos de esterilidad y fracaso. Y si el río se hace subterráneo, el perseguidor amoroso no podrá menos que experimentar la oscuridad y la falta de publicidad. Porque la contemplación no se hace fuera, en cuanto itinerario, de la dinámica de la Encarnación de Dios en su Verbo: el Pesebre implica hacerse pequeño, desnudo, indefenso, necesitado, escondido y frágil; la Eucaristía habitar en lo secreto, pobre, humilde, sin apariencia extraordinaria, sin grandilocuencia y aceptar ser ante los ojos sin Espíritu impotente y poco creíble; la Cruz que preludia la gran transformación del resurgimiento de entre los muertos, de la realidad inigualable e insospechable de la Resurrección, debe introducirnos en la muerte, en la negación total y en el absurdo que brota del aparente abandono del Padre.

Es cierto que este río corre con vocación de llegar al mar: ¡pero nada de romanticismo cursi y frívolo! Quien quiera venir a contemplación debe estar dispuesto (y esto lo da la gracia de un amor que tiene promesa de unión) de atravesar y transitar un camino estrechísimo. Y declaro esto, creo que oportunamente, pues de aquí en más hablaré, como ya lo hice en la persecución y fuga de la amada tras el Amado de su alma, de experiencias que pueden resultar luminosas e inflamantes. Mas no se acerquen a ellas, por favor, los frívolos, los magicistas, los milagreros... Todavía no es la luz de la unión, apenas una preparación misericordiosísima para una noche terrible.

 

 


8. Fuga que da persecución. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


8. Fuga que da persecución

 

            Lo que ella sabía del hijo del Señor de la aldea era muy poco. Había sentido el comentario de otras doncellas: ¡es el más galante y seductor de los hombres, el más amable de todos! Por las noches había percibido un rumor inquieto de personas  junto con algunos gritos y suspiros previos al desmayo: era la inquietud causada en las jóvenes que tras los cristales advertían su paso. Mas una bienaventurada noche aquel rumor se ha ido acercando hacia su casa. Ella presintió entonces oscuramente que él estaba frente a su puerta. Así era. Un largo y agudo silencio, un clima de honda incertidumbre, preludiaron el momento inigualable: él tocó, con su mano desnuda, y ella se quedó pasmada, paralizada, clavada al piso. Él tanteó entonces el picaporte descubriendo que había la doncella cerrado con llave. Ella dudó un instante y luego se lanzó hacia la puerta. En tanto él volvió a golpear: su tercer llamado quedó en el aire pues ella ya la entreabría y con su mano tomaba la suya. No duró el contacto más que un segundo pues él se sacudió delicadamente este atrevimiento de ella y se dio a la fuga. Algo se agitó en el pecho de la sorprendida. Él se detuvo a la distancia y miró hacia atrás. Todo su perfil en las sombras parecía una delicada invitación. Ella no había logrado verlo bien pero ¡su sola presencia ausentándose le resultaba tan cautivadora y potente!

No dejó pues que su silueta se perdiera del todo y, sin cuidado alguno por la casa, se lanzó a la persecución. La fuga de él a ella la había puesto en fuga. A ella que apenas conocía la noche y que nunca había traspasado las murallas de la ciudad. A ella que ahora corría deseosa y enfebrecida tras el perfil entre sombras de un desconocido tan conocido...

 

Lo que aquí toca decir de la contemplación es de lo más difícil. Ni hay en mí un gran entendimiento ni palabras para decirlo. Se trata, simplemente, de ese instante de poca memoria en que el alma de algún secreto modo ha dejado de percibir esa noticia amorosa y enlazante pero general y ha comenzado a experimentar un toque, una unción, una caricia. Vamos a ver si podemos decirlo con orden...

            Hasta ahora el alma, en una primera quietud y recogimiento, en una primera inflamación del deseo de Dios, en una primera dilatación de su capacidad de recibirlo, todavía navegaba en la ignorancia acerca de cuán cercana de su Amado podía estar, mejor, de cuán cercano podía él hacerse de ella. Apenas había podido intuir en el amor primero que la enlazaba por detrás de los sentidos habituales algo así como otra orilla, un más del amor algo incierto, un más de la unión aún impresagiable. Ciertamente sabía, es decir saboreaba, que como los primeros pasos fueron resultado de la iniciativa del Amado viniendo a ella, esto otro no podía ser de distinto modo. Pero ¿en qué consistiría el cambio?

Pues bien, algún día en algún instante perdido y guardado en Él, surgió la novedad. Esa noticia, cual el rumor de la imagen presentada, se hizo más intensa y presente frente a su puerta. La noticia de amor se hizo más clara, se desveló: ¡Es Él, ha llegado! ¿Cómo lo sabía el alma? En el amor que se le daba (no hay otra respuesta). Lo saboreaba y le bastaba. El entendimiento no entendía pero el alma se regocijaba. Y todo esto sucedía en la oscuridad (ya veremos en otro momento del itinerario que no era tal, sino abundancia de luz que ciega). Y su Presencia le resultó tan vívida que le pareció un toque, una caricia, una unción, una cercanía desproporcionada a su esperar. Como enseñó San Juan de la Cruz, mientras el contemplador no está del todo transformado en el amor la experiencia va de menos a más espiritual, y lo que tras la unión experimentará delicado y sutil (y no por eso menos potente) ahora le resulta, permítanme decirlo así, violento. Caricia de amor pero espada que atraviesa también.

Y este acercamiento nuevo ha provocado en ella la agitación del deseo, una mayor inflamación. Pero sorprendentemente todo ha sido muy rápido: Él ya parece retirarse y alejarse. Sin embargo este ausentarse es ahora nítidamente su ausentarse, el ausentarse de Él, el Amado. Hay ya en el alma, nacida súbitamente, la nostalgia de esa Presencia cercanísima que empero ha sido fugaz.

En su pedagogía Él se detiene y parece esperarla y así más inflamarla provocándola a seguirlo. (Digo todo esto con esta imagen del movimiento, pues en verdad hay un movimiento de dos amores en el alma, el suyo y el de Él, más no es necesario aclarar que en todo esto es mayor la desemejanza que la semejanza con lo que acontece).

Con su libertad, sí, pero en amor arrastrada, sale ella de sí hacia Él por gracia de Él. Está en éxtasis, fuera de sí. (No es un fenómeno extraño, sino una conciencia totalmente diferente en cuanto atravesada por su amor). Toda la experiencia parece desmedida dado su ser imprevista (no hay forma de esperarla tal cual es) y por la terrible diferencia de estatura de estos dos que se encuentran gratis en el amor.

Ya el alma está en la otra orilla, recién empezando a transitar un terreno del todo para ella desconocido. Y si bien todo sucede en esa noche del sentido donde hay enceguecedora luz por detrás de los sentidos dormidos y aquietados y otro sentido de amor que la recibe, digo, aunque es de noche le parece en la inflamación  del encuentro, que por ahora es fuga y persecución, tan pero tan iluminada. Luz oscura, oscuridad potente y clara...

 

 

7. La otra orilla. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020) 


7. La otra orilla

 

            No sucede con todos los ríos, sólo con algunos; con aquellos cuyo ancho es tal que la otra orilla apenas si puede ser divisada por su ribera. Así aquella orilla queda envuelta en el misterio causando el interrogante por lo que en ella hay más allá de esos matorrales verdes y densos que luce junto a las aguas tranquilas y cantoras.

Yo he conocido algunos ríos así. Siempre me han provocado el deseo de cruzarlos para descubrir la otra orilla que nunca he mirado con pesimismo, de ella he esperado que sea maravillosa y encandilante. Mas en verdad nunca me he lanzado a nado por ellos, no me he atrevido a dar rienda suelta a ese impulso desproporcionado. Sólo en ocasiones me he quedado parado junto a las aguas y he lanzado en ellas algunas flores, unos pequeños ramilletes, y los he visto navegar despacio hacia la otra orilla experimentando la dificultad de frenar el deseo de irme yo mismo con ellos.

La otra orilla seguía ahí, incitando a la mirada, a descubrirla más de cerca.

           

Claramente el contemplador viene intuyendo, en este recogerse en el amor y por él ser enlazado, que la experiencia tiene otra orilla que le deparará un terreno totalmente desconocido y novedoso. Todavía no sabe cómo ni cuándo la alcanzará (ni siquiera sabe que en realidad será alcanzado por ella) pero sí sabe por qué: porque el amor debe crecer aún más, así lo reclama el deseo, hacia un encuentro con el Amado cercanísimo e íntimo.

Todavía en esta orilla, aunque viviendo ya algo en la otra, o mejor, con el sentido despierto a la otra orilla y más dormido a ésta, aprende en el deseo a hacer de su contemplación un lanzar flores, pequeños ramilletes que surgen de los albores primeros del incendio: Amado mío, Esposo mío, ven... Con tu Fuego, ven... Arrástrame hacia ti...

Recogido en la noticia de amor que le llega apenas puede, en el deseo, responder con pequeñas palabras y expresiones sin ningún hilo argumentativo, balbuceos del alma que ansía la unión.

Ya todo está dispuesto para un salto cualitativo. Un salto que no puede tener otro resorte que un desborde del amor. Ya viene lo imprevisto...


6. Buceando en busca de una perla. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


6. Buceando en busca de una perla

 

            Las olas embaten contra las rocas y se elevan en espuma. El sol juguetea sobre el mar pintándole hermosos reflejos. El nativo, parado sobre la roca más alta de la quebrada, espera la llegada de una gran ola que haga más profundas las aguas. La mirada atenta le descubre el arribo de la oportunidad esperada. La gran ola irrumpe. El nativo, obviamente ligero de vestido, respira hondo. La ola llega hasta las rocas. Un segundo antes él se lanza de cabeza hacia el mar. El impacto es rápido y cortante. Bajo las aguas el nativo busca ostras. Con varias entre las manos sube a la superficie y las deposita sobre la roca más cercana. Vuelve a tomar aire y de nuevo se pierde en las profundidades. Repetida varias veces la operación asciende a las rocas y se dedica a abrir las ostras. Finalmente una de ellas le regala una perla redonda y brillante y tan delicada como lágrima de sal. El nativo la guarda en un pequeño receptáculo que lleva siempre con él en sus momentos de buceo. Mas de pronto el ruido de las olas le hace levantar la mirada. Oteando el paisaje descubre que no tarda en llegar una en verdad inmensa. Sube entonces ligero a la roca más alta, se concentra y se dispone a saltar...

 

El contemplador, ya algo ducho en descubrir con anticipación la venida de su Amado, es decir, más atento a aquellos leves movimientos y delicadísimas unciones que preparan su llegada fuerte en amor y enlazante, se encuentra en vigilia. Es el deseo desanudado y dilatado el que lo mueve a esperar. Y al advertir que irrumpe aquella noticia confusa y general, clara y personal, se deja arrastrar con un sí cada vez más encendido en el amor. Está ligero de vestido, casi desnudo, sin más ropa que alguna expectativa (todavía pobre e ingenua) de unión con su Amado. Y así, inundado por ese amor suave y aún algo indefinido, puede ser regalado con alguna perla: a veces es un rubor acalorado en lo más profundo de sí; o quizás una sensación oscura de ensanchamiento, un sentir ceder la tela interior rasgándose algo, abriéndose; tal vez una suspensión más profunda, un recogimiento un tanto brusco que provoca en amor cierto gemido, cierto tirón... Lo cierto es que nada se pierde y estos regalos quedan grabados, sellados en lo más profundo del alma como pequeñas ulceraciones quemantes, inquietantes, deseosas. Y esto no es menos sino más, pues es por aquí, por esta tela algo rasgada, por esta región ulcerada y frágil, donde arribará la escalada del amor rompiendo y abriendo para una comunicación mayor, para un encuentro más pleno.

El contemplador, oscuramente presiente que cada ola anoticiante es mayor que la anterior y más crecida en caudal; algo así como el anuncio bueno de una gran ola que irrumpirá en el futuro con tanto desborde y maravilla que provocará un cambio, un pasar más allá, un inexplicable avance, un algo más todavía no del todo intuible en el amor pero que provoca al deseo y le hace estar en espera ansiosa, en vigilia enamorada. Y ciertamente va ascendiendo desde las profundidades del mar una violenta y suave marejada...

 

 

5. Mar adentro. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.





"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


5. Mar adentro

 

La frágil barcaza se ha internado mar adentro. Tras ser  desamarrada, el viento le ha sorprendido y henchidas sus velas la ha llevado por rutas acuosas y serenas hacia la inmensidad del océano. No lleva timón ni conoce otro puerto mas que el que ha dejado atrás. Pequeña e insignificante la barca se va adentrando en el mar, abandonada al curso impredecible de los vientos. Mas, ¿podrá esta  intemperie  oscurecer  la fascinación luminosa del océano?

 

        

La contemplación es un lanzarse desnudo a la intemperie: fragilidad. ¿Acaso no es quedarse indefenso y desarmado? Diles tú a tus hermanos que ya no tienes devociones ni meditación, que has sido desamarrado de ese puerto; diles que tu oración no consiste más que en estarte silencioso y recogido frente a una vaga e imponente noticia de amor que percibes como por detrás de todos los sentidos habituales con un sentido nuevo que ni comprendes ni puedes explicar; diles que tu oración es una barca sin timón conducida impredeciblemente por los vientos del amor... Desde luego te dirán que estás loco, que eres un farsante o que, simplemente, inventas excusas espiritualistas para no aceptar tu condición: no rezas, no haces oración. La contemplación, del todo incomunicable sin el sustrato de la experiencia, en cierto modo nos ha dejado en soledad.

Pero dejándose enlazar por esta noticia amorosa que se le regala va el contemplador adentrándose en un nuevo mar de experiencias donde el encuentro con su Dios y Señor, aunque le parezca ser más incomprensible y oscuro, resulta más inmediato y atrayente. Y este anoticiarse enlazante y cautivante conduce al alma como el viento a la barcaza: hincha con un amor suave las velas del deseo y lo introduce más en el encuentro dilatándole un poco el ser en cada viaje.

Importante aspecto de la fragilidad de esta barcaza es sin duda no poseer timón ni conocer otro puerto además de aquel del que zarpó. Ya no puede el contemplador conducir pues ni tiene con qué ni sabe hacia dónde y por dónde. Pero me parece que esta fragilidad es su gran fortaleza: no le queda más que declararse dependiente en todo del Amado y dejarse conducir por su amor. La contemplación es un llamado al abandono en Aquel que es el único en quien podemos abandonarnos con confianza plena, una invitación a la desnudez.

El comienzo de la experiencia contemplativa ha puesto las cosas en su justo lugar: Dios es Dios y el hombre es el hombre. Ahora sí es posible el encuentro.

 

 

4. Cuando se desata un nudo. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 





"IMÁGENES. un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


4. Cuando se desata un nudo

 

Cuando se desata un nudo la cuerda libera una energía contenida allí y se queda relajada. Cuando se desata un nudo el objeto asido queda libre. Cuando se desatan varios nudos, ya sean contiguos o superpuestos, el hilo gana en longitud. Cuando se desata un nudo lo anudado cambia hacia un nuevo comienzo.

 

El nudo que se desata es el del deseo. La iniciativa de Dios al darse de forma nueva y más cercana en aquella noticia amorosa, general y atrayente, no sólo ha dejado al descubierto la profundidad que somos... ha aquietado ese fondo deseoso de él y capaz de recibirlo. Y su amor en aquella dulce y suave noticia lo ha desanudado provocando su dilatación. Al calor del amor el deseo se ha dilatado y puesto que es lo más propio del alma, y ya que en ella todo nuestro ser resuena y es llamado a resonancia, también el corazón se ha dilatado y las paredes de la afectividad parecen haber cedido y agrandado el espacio; la inteligencia ha comenzado a comprender algo en modo diminuto y muy oscuro de la novedad que acontece; la memoria parece haber sido envuelta en una cálida caricia que le incita la esperanza de que toda la vida, a través de un recuerdo general que recupera ahora con gozo, ha estado preñada de Dios y hacia él se ha encaminado secretamente; la voluntad quiere atarse con más decisión a Aquel que la busca, la seduce y la llama; hasta el cuerpo llega esta marejada experimentándose misteriosamente criatura.

El hombre ha sido desanudado para ser anudado nuevamente. Ha sido suave y delicadamente invitado a salir de sí hacia el Otro, quien es el único capaz de comunicarle la plenitud que ansía. Algo en él está cambiando y dilatándose en vistas al amor; un amor mayor y desproporcionado, un amor gratuito y no merecido... Algo en él está cediendo ante los embates tiernos del amor que viene.

 

POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...