9. El río y el mar (Advertencia oportuna contra frívolos). ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


9. El río y el mar (Advertencia oportuna contra frívolos)

 

            Aquel río había nacido en la cima de la montaña,  junto a otro. Deslizándose entre las laderas, caudaloso por las lluvias, bajaba jovial y ágil, vertiginoso y fuerte, cristalino y rumoroso. Siguiendo su cauce observé asombrado que, a diferencia de sus compañeros, se había desviado hacia el desierto. (Los otros ríos siguieron por valles y llanuras hasta formar espejos de agua por aquí y por allá. Pero esta corriente de aguas se había adentrado en el calor solitario de la arena innumerable). Por supuesto, su caudal había disminuido enormemente. Con todo era un espectáculo asombroso descubrir un río atravesando el desierto, aunque a veces no fuera más que un tímido hilo moribundo. Más admirable fue constatar que lograba atravesarlo y dar con un terreno fértil, donde algunas acequias se le unían, ensanchándolo nuevamente. Pero sus vicisitudes no habían acabado: un terreno rocoso lo aguardaba aún. Serpenteando entre piedras alcanzaba la base de una montaña, la cual atravesaba por un túnel al principio estrecho, que en su centro se transformaba en bóveda húmeda y goteante. Todo el trayecto subterráneo y escondido lo hacía en penumbras densas y silentes. Al final de la galería se encontraba con la luz y, maravillosamente, con una pequeña playa a cielo abierto que lo conducía hacia el mar... Tras un largo y duro itinerario había llegado a casa. ¿Pero por qué él y no los otros ríos? Porque este río había sabido escuchar en su caudal la voz escondida del mar que lo llamaba.

 

            Claro que esta imagen bien podría servir para explicar todo el itinerario: tenla presente con amorosa fe y esperanza. Sin embargo éste no es el objeto de proponerla: lo que deseo es hablar de una actitud fundamental que debe sostener al contemplador para que la persecución a la que se ha lanzado y ha sido lanzado, llegue a buen término. Me estoy refiriendo a una confianza capaz de abandonarse en el Amado.

Ciertamente no se ha caminado hasta aquí fuera de esta confianza (aunque la misma no fuese tematizada). Ha tenido que abandonarse el contemplador al Amado ya sea en el anoticiarse de su amor o en la súbita persecución que brotó de su acercarse. Pues la certeza que tenía acerca de que toda esta novedad se debía a Él, no dejaba de ser certeza de amor, atada a esperanza y fe. Hay aquí para mí un signo claro de si alguien verdaderamente ha sido atraído por este pequeño, oscuro y escondido camino: una certeza en amor que ni puede explicarse ni puede ser derrumbada acerca de que lo que sucede es obra de Dios. Porque el amor verdadero ni puede dejar sospecha alguna de su buena intención, ni puede ser respondido sin identificarse: es Dios y me está haciendo un bien, aunque ni comprenda cuál es ni cómo se me comunica. Y es propio del amor generar una respuesta abandonada pues no se duda del bien que el Amado hará a la amada. Quizás éste sea un núcleo de la contemplación: un escuchar la voz escondida que llama a la unión y que deja como huella una certeza de amor que se traduce en una respuesta amorosa como abandono y confianza.

Bien, aquel río ha escuchado la voz escondida en su caudal que era la voz del mar que secretamente le susurraba y le atraía. Con esto se está diciendo que el contemplador camina en su deseo de Dios, de ver su Rostro, de saborear su Presencia. Lo que impulsa a este río no es la satisfacción de sus necesidades ni la búsqueda de experiencias religiosas extraordinarias. Este deseo por Dios sembrado está a tono con la gratuidad de su amor: se busca el encuentro por el encuentro mismo y nada más. Como el río y el mar son el uno para el otro, así el hombre y Dios.

Pero en la imagen delineada el camino se torna difícil y arduo. Lo que intento es dar una advertencia. Si no hay certeza oscura en el amor acerca de lo que sucede: aún no hay contemplación. Si no hay abandono al Amado para que  lleve al contemplador por donde quiera: aún no hay contemplación. Si no hay un deseo subido de estar fuera de sí hacia Él rumbo a un encuentro gratuito: aún no hay contemplación. Y digo todo esto porque hay quienes desean venir a contemplación e incluso intentan simularla o simplemente sobredimensionan sus experiencias pues, creyendo que todo lo que aquí sucede es dulce y maravilloso y extraordinario, nada comprenden y en todo no aciertan: se están buscando a ellos mismos y no a Dios y, por lo tanto, aún no le han dado la oportunidad de que Él los busque, mejor, de que los haga experimentar en amor su constante búsqueda de ellos. A estos tales les digo que si la amada al abrir la puerta y darse a la persecución traspasando las murallas de la ciudad en plena noche no fuese hecha ya algo fuerte en la gratuidad del amor, simplemente, sucumbiría. Pues como al río le aguarda el desierto, al contemplador también le aguarda, y en él la soledad y los demonios. Como le llegará el tiempo del terreno rocoso al curso de agua, al amador le sobrevendrán tiempos de esterilidad y fracaso. Y si el río se hace subterráneo, el perseguidor amoroso no podrá menos que experimentar la oscuridad y la falta de publicidad. Porque la contemplación no se hace fuera, en cuanto itinerario, de la dinámica de la Encarnación de Dios en su Verbo: el Pesebre implica hacerse pequeño, desnudo, indefenso, necesitado, escondido y frágil; la Eucaristía habitar en lo secreto, pobre, humilde, sin apariencia extraordinaria, sin grandilocuencia y aceptar ser ante los ojos sin Espíritu impotente y poco creíble; la Cruz que preludia la gran transformación del resurgimiento de entre los muertos, de la realidad inigualable e insospechable de la Resurrección, debe introducirnos en la muerte, en la negación total y en el absurdo que brota del aparente abandono del Padre.

Es cierto que este río corre con vocación de llegar al mar: ¡pero nada de romanticismo cursi y frívolo! Quien quiera venir a contemplación debe estar dispuesto (y esto lo da la gracia de un amor que tiene promesa de unión) de atravesar y transitar un camino estrechísimo. Y declaro esto, creo que oportunamente, pues de aquí en más hablaré, como ya lo hice en la persecución y fuga de la amada tras el Amado de su alma, de experiencias que pueden resultar luminosas e inflamantes. Mas no se acerquen a ellas, por favor, los frívolos, los magicistas, los milagreros... Todavía no es la luz de la unión, apenas una preparación misericordiosísima para una noche terrible.

 

 


8. Fuga que da persecución. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


8. Fuga que da persecución

 

            Lo que ella sabía del hijo del Señor de la aldea era muy poco. Había sentido el comentario de otras doncellas: ¡es el más galante y seductor de los hombres, el más amable de todos! Por las noches había percibido un rumor inquieto de personas  junto con algunos gritos y suspiros previos al desmayo: era la inquietud causada en las jóvenes que tras los cristales advertían su paso. Mas una bienaventurada noche aquel rumor se ha ido acercando hacia su casa. Ella presintió entonces oscuramente que él estaba frente a su puerta. Así era. Un largo y agudo silencio, un clima de honda incertidumbre, preludiaron el momento inigualable: él tocó, con su mano desnuda, y ella se quedó pasmada, paralizada, clavada al piso. Él tanteó entonces el picaporte descubriendo que había la doncella cerrado con llave. Ella dudó un instante y luego se lanzó hacia la puerta. En tanto él volvió a golpear: su tercer llamado quedó en el aire pues ella ya la entreabría y con su mano tomaba la suya. No duró el contacto más que un segundo pues él se sacudió delicadamente este atrevimiento de ella y se dio a la fuga. Algo se agitó en el pecho de la sorprendida. Él se detuvo a la distancia y miró hacia atrás. Todo su perfil en las sombras parecía una delicada invitación. Ella no había logrado verlo bien pero ¡su sola presencia ausentándose le resultaba tan cautivadora y potente!

No dejó pues que su silueta se perdiera del todo y, sin cuidado alguno por la casa, se lanzó a la persecución. La fuga de él a ella la había puesto en fuga. A ella que apenas conocía la noche y que nunca había traspasado las murallas de la ciudad. A ella que ahora corría deseosa y enfebrecida tras el perfil entre sombras de un desconocido tan conocido...

 

Lo que aquí toca decir de la contemplación es de lo más difícil. Ni hay en mí un gran entendimiento ni palabras para decirlo. Se trata, simplemente, de ese instante de poca memoria en que el alma de algún secreto modo ha dejado de percibir esa noticia amorosa y enlazante pero general y ha comenzado a experimentar un toque, una unción, una caricia. Vamos a ver si podemos decirlo con orden...

            Hasta ahora el alma, en una primera quietud y recogimiento, en una primera inflamación del deseo de Dios, en una primera dilatación de su capacidad de recibirlo, todavía navegaba en la ignorancia acerca de cuán cercana de su Amado podía estar, mejor, de cuán cercano podía él hacerse de ella. Apenas había podido intuir en el amor primero que la enlazaba por detrás de los sentidos habituales algo así como otra orilla, un más del amor algo incierto, un más de la unión aún impresagiable. Ciertamente sabía, es decir saboreaba, que como los primeros pasos fueron resultado de la iniciativa del Amado viniendo a ella, esto otro no podía ser de distinto modo. Pero ¿en qué consistiría el cambio?

Pues bien, algún día en algún instante perdido y guardado en Él, surgió la novedad. Esa noticia, cual el rumor de la imagen presentada, se hizo más intensa y presente frente a su puerta. La noticia de amor se hizo más clara, se desveló: ¡Es Él, ha llegado! ¿Cómo lo sabía el alma? En el amor que se le daba (no hay otra respuesta). Lo saboreaba y le bastaba. El entendimiento no entendía pero el alma se regocijaba. Y todo esto sucedía en la oscuridad (ya veremos en otro momento del itinerario que no era tal, sino abundancia de luz que ciega). Y su Presencia le resultó tan vívida que le pareció un toque, una caricia, una unción, una cercanía desproporcionada a su esperar. Como enseñó San Juan de la Cruz, mientras el contemplador no está del todo transformado en el amor la experiencia va de menos a más espiritual, y lo que tras la unión experimentará delicado y sutil (y no por eso menos potente) ahora le resulta, permítanme decirlo así, violento. Caricia de amor pero espada que atraviesa también.

Y este acercamiento nuevo ha provocado en ella la agitación del deseo, una mayor inflamación. Pero sorprendentemente todo ha sido muy rápido: Él ya parece retirarse y alejarse. Sin embargo este ausentarse es ahora nítidamente su ausentarse, el ausentarse de Él, el Amado. Hay ya en el alma, nacida súbitamente, la nostalgia de esa Presencia cercanísima que empero ha sido fugaz.

En su pedagogía Él se detiene y parece esperarla y así más inflamarla provocándola a seguirlo. (Digo todo esto con esta imagen del movimiento, pues en verdad hay un movimiento de dos amores en el alma, el suyo y el de Él, más no es necesario aclarar que en todo esto es mayor la desemejanza que la semejanza con lo que acontece).

Con su libertad, sí, pero en amor arrastrada, sale ella de sí hacia Él por gracia de Él. Está en éxtasis, fuera de sí. (No es un fenómeno extraño, sino una conciencia totalmente diferente en cuanto atravesada por su amor). Toda la experiencia parece desmedida dado su ser imprevista (no hay forma de esperarla tal cual es) y por la terrible diferencia de estatura de estos dos que se encuentran gratis en el amor.

Ya el alma está en la otra orilla, recién empezando a transitar un terreno del todo para ella desconocido. Y si bien todo sucede en esa noche del sentido donde hay enceguecedora luz por detrás de los sentidos dormidos y aquietados y otro sentido de amor que la recibe, digo, aunque es de noche le parece en la inflamación  del encuentro, que por ahora es fuga y persecución, tan pero tan iluminada. Luz oscura, oscuridad potente y clara...

 

 

7. La otra orilla. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020) 


7. La otra orilla

 

            No sucede con todos los ríos, sólo con algunos; con aquellos cuyo ancho es tal que la otra orilla apenas si puede ser divisada por su ribera. Así aquella orilla queda envuelta en el misterio causando el interrogante por lo que en ella hay más allá de esos matorrales verdes y densos que luce junto a las aguas tranquilas y cantoras.

Yo he conocido algunos ríos así. Siempre me han provocado el deseo de cruzarlos para descubrir la otra orilla que nunca he mirado con pesimismo, de ella he esperado que sea maravillosa y encandilante. Mas en verdad nunca me he lanzado a nado por ellos, no me he atrevido a dar rienda suelta a ese impulso desproporcionado. Sólo en ocasiones me he quedado parado junto a las aguas y he lanzado en ellas algunas flores, unos pequeños ramilletes, y los he visto navegar despacio hacia la otra orilla experimentando la dificultad de frenar el deseo de irme yo mismo con ellos.

La otra orilla seguía ahí, incitando a la mirada, a descubrirla más de cerca.

           

Claramente el contemplador viene intuyendo, en este recogerse en el amor y por él ser enlazado, que la experiencia tiene otra orilla que le deparará un terreno totalmente desconocido y novedoso. Todavía no sabe cómo ni cuándo la alcanzará (ni siquiera sabe que en realidad será alcanzado por ella) pero sí sabe por qué: porque el amor debe crecer aún más, así lo reclama el deseo, hacia un encuentro con el Amado cercanísimo e íntimo.

Todavía en esta orilla, aunque viviendo ya algo en la otra, o mejor, con el sentido despierto a la otra orilla y más dormido a ésta, aprende en el deseo a hacer de su contemplación un lanzar flores, pequeños ramilletes que surgen de los albores primeros del incendio: Amado mío, Esposo mío, ven... Con tu Fuego, ven... Arrástrame hacia ti...

Recogido en la noticia de amor que le llega apenas puede, en el deseo, responder con pequeñas palabras y expresiones sin ningún hilo argumentativo, balbuceos del alma que ansía la unión.

Ya todo está dispuesto para un salto cualitativo. Un salto que no puede tener otro resorte que un desborde del amor. Ya viene lo imprevisto...


6. Buceando en busca de una perla. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


6. Buceando en busca de una perla

 

            Las olas embaten contra las rocas y se elevan en espuma. El sol juguetea sobre el mar pintándole hermosos reflejos. El nativo, parado sobre la roca más alta de la quebrada, espera la llegada de una gran ola que haga más profundas las aguas. La mirada atenta le descubre el arribo de la oportunidad esperada. La gran ola irrumpe. El nativo, obviamente ligero de vestido, respira hondo. La ola llega hasta las rocas. Un segundo antes él se lanza de cabeza hacia el mar. El impacto es rápido y cortante. Bajo las aguas el nativo busca ostras. Con varias entre las manos sube a la superficie y las deposita sobre la roca más cercana. Vuelve a tomar aire y de nuevo se pierde en las profundidades. Repetida varias veces la operación asciende a las rocas y se dedica a abrir las ostras. Finalmente una de ellas le regala una perla redonda y brillante y tan delicada como lágrima de sal. El nativo la guarda en un pequeño receptáculo que lleva siempre con él en sus momentos de buceo. Mas de pronto el ruido de las olas le hace levantar la mirada. Oteando el paisaje descubre que no tarda en llegar una en verdad inmensa. Sube entonces ligero a la roca más alta, se concentra y se dispone a saltar...

 

El contemplador, ya algo ducho en descubrir con anticipación la venida de su Amado, es decir, más atento a aquellos leves movimientos y delicadísimas unciones que preparan su llegada fuerte en amor y enlazante, se encuentra en vigilia. Es el deseo desanudado y dilatado el que lo mueve a esperar. Y al advertir que irrumpe aquella noticia confusa y general, clara y personal, se deja arrastrar con un sí cada vez más encendido en el amor. Está ligero de vestido, casi desnudo, sin más ropa que alguna expectativa (todavía pobre e ingenua) de unión con su Amado. Y así, inundado por ese amor suave y aún algo indefinido, puede ser regalado con alguna perla: a veces es un rubor acalorado en lo más profundo de sí; o quizás una sensación oscura de ensanchamiento, un sentir ceder la tela interior rasgándose algo, abriéndose; tal vez una suspensión más profunda, un recogimiento un tanto brusco que provoca en amor cierto gemido, cierto tirón... Lo cierto es que nada se pierde y estos regalos quedan grabados, sellados en lo más profundo del alma como pequeñas ulceraciones quemantes, inquietantes, deseosas. Y esto no es menos sino más, pues es por aquí, por esta tela algo rasgada, por esta región ulcerada y frágil, donde arribará la escalada del amor rompiendo y abriendo para una comunicación mayor, para un encuentro más pleno.

El contemplador, oscuramente presiente que cada ola anoticiante es mayor que la anterior y más crecida en caudal; algo así como el anuncio bueno de una gran ola que irrumpirá en el futuro con tanto desborde y maravilla que provocará un cambio, un pasar más allá, un inexplicable avance, un algo más todavía no del todo intuible en el amor pero que provoca al deseo y le hace estar en espera ansiosa, en vigilia enamorada. Y ciertamente va ascendiendo desde las profundidades del mar una violenta y suave marejada...

 

 

5. Mar adentro. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.





"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


5. Mar adentro

 

La frágil barcaza se ha internado mar adentro. Tras ser  desamarrada, el viento le ha sorprendido y henchidas sus velas la ha llevado por rutas acuosas y serenas hacia la inmensidad del océano. No lleva timón ni conoce otro puerto mas que el que ha dejado atrás. Pequeña e insignificante la barca se va adentrando en el mar, abandonada al curso impredecible de los vientos. Mas, ¿podrá esta  intemperie  oscurecer  la fascinación luminosa del océano?

 

        

La contemplación es un lanzarse desnudo a la intemperie: fragilidad. ¿Acaso no es quedarse indefenso y desarmado? Diles tú a tus hermanos que ya no tienes devociones ni meditación, que has sido desamarrado de ese puerto; diles que tu oración no consiste más que en estarte silencioso y recogido frente a una vaga e imponente noticia de amor que percibes como por detrás de todos los sentidos habituales con un sentido nuevo que ni comprendes ni puedes explicar; diles que tu oración es una barca sin timón conducida impredeciblemente por los vientos del amor... Desde luego te dirán que estás loco, que eres un farsante o que, simplemente, inventas excusas espiritualistas para no aceptar tu condición: no rezas, no haces oración. La contemplación, del todo incomunicable sin el sustrato de la experiencia, en cierto modo nos ha dejado en soledad.

Pero dejándose enlazar por esta noticia amorosa que se le regala va el contemplador adentrándose en un nuevo mar de experiencias donde el encuentro con su Dios y Señor, aunque le parezca ser más incomprensible y oscuro, resulta más inmediato y atrayente. Y este anoticiarse enlazante y cautivante conduce al alma como el viento a la barcaza: hincha con un amor suave las velas del deseo y lo introduce más en el encuentro dilatándole un poco el ser en cada viaje.

Importante aspecto de la fragilidad de esta barcaza es sin duda no poseer timón ni conocer otro puerto además de aquel del que zarpó. Ya no puede el contemplador conducir pues ni tiene con qué ni sabe hacia dónde y por dónde. Pero me parece que esta fragilidad es su gran fortaleza: no le queda más que declararse dependiente en todo del Amado y dejarse conducir por su amor. La contemplación es un llamado al abandono en Aquel que es el único en quien podemos abandonarnos con confianza plena, una invitación a la desnudez.

El comienzo de la experiencia contemplativa ha puesto las cosas en su justo lugar: Dios es Dios y el hombre es el hombre. Ahora sí es posible el encuentro.

 

 

4. Cuando se desata un nudo. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 





"IMÁGENES. un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


4. Cuando se desata un nudo

 

Cuando se desata un nudo la cuerda libera una energía contenida allí y se queda relajada. Cuando se desata un nudo el objeto asido queda libre. Cuando se desatan varios nudos, ya sean contiguos o superpuestos, el hilo gana en longitud. Cuando se desata un nudo lo anudado cambia hacia un nuevo comienzo.

 

El nudo que se desata es el del deseo. La iniciativa de Dios al darse de forma nueva y más cercana en aquella noticia amorosa, general y atrayente, no sólo ha dejado al descubierto la profundidad que somos... ha aquietado ese fondo deseoso de él y capaz de recibirlo. Y su amor en aquella dulce y suave noticia lo ha desanudado provocando su dilatación. Al calor del amor el deseo se ha dilatado y puesto que es lo más propio del alma, y ya que en ella todo nuestro ser resuena y es llamado a resonancia, también el corazón se ha dilatado y las paredes de la afectividad parecen haber cedido y agrandado el espacio; la inteligencia ha comenzado a comprender algo en modo diminuto y muy oscuro de la novedad que acontece; la memoria parece haber sido envuelta en una cálida caricia que le incita la esperanza de que toda la vida, a través de un recuerdo general que recupera ahora con gozo, ha estado preñada de Dios y hacia él se ha encaminado secretamente; la voluntad quiere atarse con más decisión a Aquel que la busca, la seduce y la llama; hasta el cuerpo llega esta marejada experimentándose misteriosamente criatura.

El hombre ha sido desanudado para ser anudado nuevamente. Ha sido suave y delicadamente invitado a salir de sí hacia el Otro, quien es el único capaz de comunicarle la plenitud que ansía. Algo en él está cambiando y dilatándose en vistas al amor; un amor mayor y desproporcionado, un amor gratuito y no merecido... Algo en él está cediendo ante los embates tiernos del amor que viene.

 

3. Despertarse y buscar el sol. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


3. Despertarse y buscar el sol

 

La joven se despierta, se sienta sobre la cama y se despereza. La habitación está casi totalmente a oscuras salvo por unos delicados rayos de sol que, colándose por la persiana, la atraviesan con delicado andar. Al verlos ella sonríe y se inquieta. Se levanta entonces presurosa y sube la persiana, quedando al descubierto un amplio ventanal. La luz penetra en la sala cual catarata desbordante de vida. Ella ve el sol, que hace muy poco ha resurgido desde las entrañas del horizonte, elevándose cada vez más alto. Con gran alegría extiende sus brazos como queriendo abrazarlo, mejor, como suplicando ser abrazada. Luego en su soledad, sin vergüenza, gira y gira por la habitación como si estuviera bailando con él un cadencioso y pujante vals. Todos los acordes silenciosos tienen la impronta de la alegría y de la luz.

 

En la contemplación una de las protagonistas es ella, la joven. Sin ninguna intención de establecer una antropología dualista declaro que se trata del alma. No sé yo que otro nombre ponerle. Si dijera corazón evocaría para muchos el lugar de la afectividad en el hombre: emociones, sentimientos, pasiones. Pues bien, estoy afirmando que lo que sucede acaece aún por detrás del corazón. Y si digo alma recurro a ese lugar que es el centro más profundo de nuestro ser, donde todo él resuena: el entendimiento, la voluntad, la memoria, el corazón y, por supuesto, el cuerpo que soy. La unidad que soy resuena y es unificada desde este centro profundísimo y secreto que llamo alma.

Vuelvo a recalcar que no estoy intentando una antropología sino sólo declarar que el misterio que somos es mucho más hondo y más rico de lo que suponemos o saboreamos habitualmente; que más allá de los sentidos corporales y del sentido del entendimiento, de la voluntad, de la memoria y del corazón hay un sentido mayor; que este sentido aún siendo oscuro y difícilmente asible es más totalizante e integrador y más perceptivo y entendedor y degustador.

Ahora bien, el alma se ha despertado... Claro que es una metáfora pues nunca estuvo dormida sino escondida o tapada para nuestra conciencia no atenta a ella. Y lo que la ha despertado es el amor. Aquella noticia amorosa, esa quietud recogida y ese enlazamiento nos ha hecho descubrir que la profundidad que somos no se agota en nuestros tibios horizontes.

Ya desde antiguo se dice que el hombre es un ser de deseo. Pero no de cualquier deseo. De un deseo al que se calificó de metafísico: un deseo hondo y difícil de saciar que desde nosotros secretamente clama, un deseo de infinito que sólo un infinito puede acallar. Y aquí es clásico citar la frase de San Agustín que ciertamente no se equivocó: nuestro deseo es de Dios, pues por él fue sembrado, ya que no puede menos que aquietarse solamente en él. Un tal deseo es huésped del alma.

El segundo protagonista de la contemplación, quien lleva el rol protagónico y decisivo, es Dios. Aquella noticia novedosa y oscura nos ha traído los rayos luminosos de su Presencia por detrás de los demás sentidos y ha dejado al descubierto la profundidad que somos. Ahora le degustamos más cercano y novedoso en lo más lejano y original de nosotros donde él está íntimamente presente. Y con aquella noticia ha comenzado a desocultarse e inflamarse un poco aquel deseo de Dios con el cual estamos preñados y que es más fuerte que todas las verdades intelectuales, que todas las pasiones del corazón, que todos los quereres de la voluntad, que todos los recuerdos imborrables de nuestra memoria y que todas las necesidades del cuerpo viviente que somos. Y de esta inflamación surge la alegría luminosa por haber comenzado una historia de encuentro ya desde otro horizonte más hondo y esencial. En el horizonte del alma el sol de Dios está ascendiendo y ella quiere abrazarle y ser abrazada, alcanzarle y ser alcanzada, subir con él hasta lo más alto del cielo y tomar parte en el alba.

 

 

2. Abrir la ventana. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


2. Abrir la ventana

 

Al despertarme, casi siempre de madrugada, el ambiente de mi habitación está denso, cargado, pesado pero no me incomoda... mi olfato se ha acostumbrado a él durante el sueño. Una vez vestido, algo dormido aún, salgo de la celda y me encamino hacia el baño para asearme. Entonces advierto que afuera, en el pasillo, el ambiente es distinto: el aire es más ligero y agradable y también más frío. Tras asearme me dirijo a la cocina, como es mi costumbre, y caliento agua para el mate (mi fiel amigo matutino). Al alcanzar humeante el punto previo al hervor, la vierto en el termo y vuelvo a mi habitación. Al abrir la puerta me golpea el ambiente: es una superficie áspera y rugosa. Aquellos minutos fuera bastaron para que mi olfato se desacostumbrara. Los vahos corporales, una mezcla de calor y aroma a encierro, lo dominan todo. Con rapidez tiendo la cama y se me hace necesario abrir la ventana para airear la celda. (En invierno apenas la entreabro dejando una tímida rendija bienhechora, mas en verano la abro de par en par). Mientras rezo el Oficio de lectura, acojo el texto evangélico del día y me lanzo a la oración la celda se va aligerando, refrescando, renovando su aire y su aspecto. Entre mate y mate me admiro que todo un ambiente edificado tras largas horas de la noche pueda cambiar rápidamente haciendo algo tan sencillo como abrir una ventana.

 

He elegido esta imagen cotidiana por el deleite que me causa su simplicidad casi burda y tosca; pues existen quienes asocian la contemplación, fantasiosamente, a fenómenos extraordinarios que se asemejan a los efectos especiales a los que nos tiene acostumbrado el cine. Bien, nada más lejano a ellos que este encuentro en amor pequeño y escondido.

¡Con cuánta facilidad nos daríamos al encuentro amoroso con nuestro Dios y Señor si nos dedicáramos a quedarnos quietos, en espera activa en el deseo y el amor; si tan sólo abriéramos la ventana!

En la contemplación este abrir la ventana es un dejarle toda la iniciativa a Dios renunciando a buscarle ya por los caminos anteriores: las devociones y la meditación. Aunque le parezca al amador no estar haciendo nada quédese en esta noticia novedosa e inefable, confusa y general; en esta noticia amorosa que tan delicadamente enlaza la voluntad y la atrae hacia Aquel de quien procede. Quédese en este estado donde ya poco puede hacer más que estar y esperar y verá cómo al abrir la ventana a esta brisa nueva y hasta ahora desconocida el ambiente de su casa interior se irá aligerando, refrescando y renovando.

Vuelvo a repetir: no deje de abrir la ventana a esta noticia amorosa y nueva aunque le parezca demasiado lejana y confusa. Cuando así sea, como quien está atravesando el invierno, abra apenas un poco la ventana y deje que penetre por la pequeña rendija algo de aire, mas no retorne sobre sí a la devoción y meditación: ni hallará gusto en ella, ni sacará provecho alguno, más aún, retornará a ella como peleando y saldrá con las manos vacías. Quien ha descubierto el bondadoso cambio de clima que se sigue de una ventana abierta ya no puede contentarse con aerosoles perfumados y desodorantes ambientales: son demasiado artificiales ya, demasiado nuestros... Y si es verano y esta noticia amorosa llega evidente y fuerte, enlazando en amor claro y provocando ya alguna inflamación del deseo mantenga la ventana abierta, deje que irrumpa ese aire nuevo durante todo el día y que venga de visita también el sol.

Abrir una ventana es en la contemplación, sencillamente, quedarse gratuitamente en espera de amor de Aquel que gratuitamente viene por amor. Dejar que el Señor haga mucho más que nosotros, pues actuar y amar en él son uno. No dejar de abrir la ventana...

 

 

1. La quietud de la siesta. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


1. La quietud de la siesta

 

Todo duerme. En el convento todo duerme o parece dormir. Los pasillos están desiertos y, las persianas bajas, los dejan a media luz. No sé si los demás hermanos duermen. Apenas sé que aquí en mi celda yo estoy despierto. Vigilante contemplo la quietud de la siesta que parece ascender desde el patio del claustro y colarse por mi ventana. Afuera tampoco hay ruido: sólo silencio y un delicado sopor. A la hora de la siesta todo parece quedarse quieto, recogido, reposado. El viento cesa también y las ramas de los árboles ya no se mecen, abandonan la danza. Los pájaros ya no trinan, o lo hacen muy de tanto en tanto. Todo me parece adormilado y sin embargo, en esa quietud, tan vivo y tan presente. El tiempo se vuelve denso. Todo parece dormir mientras yo me encuentro increíblemente despierto.

 

En la contemplación hay bastante de este adormilarse, reposar, silenciarse. Diría, simplemente, un dejarse estar frente a la noticia confusa y general... clara y personal, lejana y ausente... cercana y presente de un amor que viene y que viene novedoso.  Y lo que describo no es un delirio contradictorio ni la afirmación del círculo-cuadrado. Ya sé que te resulta oscuro. Lo que digo es que lo totalmente nuevo se sale de nuestros esquemas y nuestras palabras no lo alcanzan. Y si eso nuevo que irrumpe es Dios: ¿acaso tú o yo podríamos de algún modo asirlo? Para dejar que lo nuevo sea nuevo tienen que dormirse entonces nuestros esquemas cognitivos, dejar de actuar. Sólo en el amor aquí se conoce algo. Mudo, sordo y ciego, insensibles el olfato, el tacto y el gusto (analógicamente hablando)... así recogido el contemplador saborea la noticia novedosa del Dios que viene con aquel sentido también nuevo que le ha brotado en el amor. Con el entendimiento desencajado e imposibilitado de armar un discurso argumentativo, con la imaginación suspendida o lanzada a un caos algo molesto, la voluntad queda suavemente asida y atraída y en el amor algo conoce, destellos tenues que iluminan algunos rincones del ser.

Como la atmósfera propia de la siesta se cuela por mi celda, y en ella se instala, y me hace percibirlo todo en su quietud tan vivo y tan presente... así Dios irrumpe dejando de lado y declarando abolidos los medios anteriores para el encuentro tan dependientes de nosotros y de nuestros esquemas, y totalmente nuevo se le ofrece al contemplador en aquella noticia tan inexpresable de su estar frente a nosotros y nosotros ante él. Aquí sólo se conoce algo en el amor.

 

Contemplar el espejo de Fuego. Poesía escondida

 







"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)



Contemplar el espejo de Fuego

Encarnación

        Eucaristía

Cruz

 

Aprender a diario

En la escuela de Cristo Desnudo

 

Esconderme en lo escondido

 

Comer pan fuerte

Beber vino fuerte

De su potente amor

 

Unirme a Aquel

Que ser quiere

Unido a mí

 

Simplemente

Dejarme ser en el amor

Y tenerlo seguro

   En tres heridas

   En una sola

 

Amor

 

“Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo.” Cantar de los cantares





"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


 “Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo.” (8,7)

 

            En este estado aún de purificación que es el capullo, el contemplador goza cuando el Señor le regala uniones provisorias y no definitivas que dejan sin embargo en él efectos gratísimos. Tiempos a veces extensos de experiencia de estar sólo con Dios y como si todo lo demás no existiera, o más bien, como si existiera ocultando y cantando este encuentro maravilloso en amor. También le es regalado mirar la obra del Amado en sí que parece brotar incontrolable como la primavera. Estos espacios de luz en la honda extensión de la noche, así como el testimonio de quienes lo precedieron en este camino y don de la contemplación, lo llevan a creer y esperar, con fe y esperanza atravesadas de amor, la unión definitiva, primicia de la Pascua Eterna.

Sabe por el amor que lo penetra que cuando el Amado lo deje caer en este estado ya nada ni nadie podrán arrancarlo de Él, habitará en Él y será de Él para siempre. Habrá alcanzado el ser del hombre que no es otro que ser amor por Amor, haciéndose uno con aquel Uno en Tres que no es más que Amor sin principio ni fin, inagotable e ilimitadamente comunicativo. Amén. ¡Gloria a Dios!

 


“Grábame como un sello sobre tu corazón.” Cantar de los cantares

 




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)

“Grábame como


 un sello sobre tu corazón.” (8,6a)

 

            ¿Qué pide la amada, es decir, nuestra alma enamorada? Pide a su Amado y Señor estar tan cerca de Él que ya no pueda separarse, como lo sellado que se hace uno con la superficie y ya no puede quitarse uno sin el otro. No quiere más el contemplativo que perderse en su Señor, ser escondido en Él, ser parte, por así decirlo, de su corazón. Ser de Él, estando en Él íntimamente, a la vez que siendo el yo que es en su forma más auténtica. 

El amor que le ha sido dispensado le ha hecho comprender que el hombre es, sólo si es con Dios y en Dios, desde y para Dios. Y esta certeza que en sí surge es sabiduría de amor que compromete la integridad de la existencia, la totalidad del ser: o lo es todo para Dios, o lo que sea, será nada. Y esta experiencia es dolorosísima para el contemplativo hasta que no llegue a la unión, la que sólo alcanzará cuando asistido por la gracia del amor dé el último salto: una renuncia completa de su yo por amor al Amado, una renuncia completa a todas las criaturas y a sí mismo. Renuncia que no es falta de amor sino referenciarlo todo al amor primero y fundante sin el cual todos los demás amores se desfiguran. Un don de integración santificante de toda la vida en Dios. Se trata de convertirse de tantas disimuladas idolatrías para tener un solo Dueño y Señor.

Alcanzar esta renuncia es lo propio del estado de capullo que precede a la unión serena y estable, verdadera unión esponsal. Mientras el capullo no se rasgue y el yo siga en su lapso de purificación total gritará y clamará entre lágrimas: ¡Señor, por favor, apura el tiempo! ¿No ves que no soy más que debilidad y pecado necesitado de Ti? ¿Qué puedo yo sin Ti? Ahora sé que yo sin Ti no soy más que un esfuerzo inútil destinado al fracaso y la disolución. Nada de lo grande que pueda alcanzar sin Ti se compara a lo más insignificante que Tú me puedas dar a mí. ¡Oh, Señor, piedad de mí! ¡Por tu gran Misericordia dame fuerzas para entregarte mi ser y desasirme de todos mis ídolos! ¡Oh, Señor, Amado y Amante, grábame como un sello sobre tu corazón!

 

 

"¿Quién es esa que surge como la aurora?". Cantar de los cantares




 "Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


“¿Quién es esa que surge como la aurora, bella como la luna, resplandeciente como el sol, imponente como escuadrones con sus insignias? (6,10

 

            ¡Oh, alma bienaventurada, cuán maravillosa la obra del Señor en ti!

Si te ha hundido en lo más profundo de la noche es para hacerte resurgir como la más resplandeciente aurora, tesoro de luz que regalada ilumina las tinieblas; astro tú y guía, sin quererlo y a escondidas; reflejo cautivante tú de Aquel que es Luz sin límite. Llevas en ti como poderosos escuadrones las insignias del amor, es decir, la multitud de gracias que te adornan por el trato íntimo con tu Amado. Así la contemplación te ha hecho otra, o mejor aún, te ha permitido ser quien verdaderamente eres, te ha devuelto al designio primero de Dios sobre ti. Por eso, escondida en el Escondido, eres reflejo de la misteriosa Luz que centellea en la noche e ilumina las tinieblas.

¡Oh, entrégate, bienaventurada, más y más a Aquel que te formó y te transforma en sí con incomparable amor!

 

 


Aún cuando te vas te quedas. Poesía escondida

 




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)



Aún cuando te vas

Te quedas

Y cuando te apagas

Aún me enciendes

 

Oh Amor Eterno

Que solo en un instante

Pasas

         Hieres

        Sellas

 

Yo te llamo Permanencia




"Yo duermo pero mi corazón vela." Cantar de los cantares

 





"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


“Yo duermo pero mi corazón vela: oigo a mi Amado que golpea.” (5,2a)

 

            ¡Oh amor tan amado, cuánto más ardiente, más callado! ¡Oh amor silente, oscuro y escondido, tan puro, nuevo y simple!

Es éste el amor de contemplación; amor don, con amor donado. Amor éste que no duerme y deja al alma en vela para que aunque todas las potencias duerman, ella perciba, los movimientos unitivos del Amado. Y cuánto más habite el contemplador esta silente, oscura y escondida morada más vigilia se encenderá y aún mayor fineza de percepción. Dejar que todo el yo se duerma y dejar que permanezca en vela este amor desnudo, por el Amor sembrado, para despertar a Dios que llega.

¡Amor, amor, sólo es importante el amor! ¿Y quién golpea las puertas de este amor pequeño? Golpea el Amor que quiere introducirlo en su seno y unirlo a Él de quien proviene y hacia quien camina. Si golpea el Amado, con amor ábrele.

 

Feliz noticia. Poesía escondida

 


"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


Qué noticias me traes

De la comunión amorosa

Entre Padre e Hijo

 

Es que tú eres

          Amorosa noticia

Que me arrastra

  Suavemente

Hacia la Trinitaria Vida

 

Oh Santo Espíritu

      Feliz noticia



"Eres un jardín cerrado, una fuente sellada." Cantar de los cantares

 




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


“Eres un jardín cerrado hermana mía, novia mía; eres un jardín cerrado, una fuente sellada. ¡Fuente que riega los jardines, manantial de agua viva, que fluye desde el Líbano!” (4,12-15)


            Nuevamente estamos frente a la experiencia del Señor que quiere mostrar al contemplador la obra que hace en él. Le asegura entonces que en su amor lo tiene transformado en un jardín habitado por los más exquisitos perfumes, en una fuente cristalina y caudalosa. Sin embargo también le da a entender que está cerrado, pero no en el sentido de cerrazón, sino de estar sellado. El Señor le declara que al atraerlo a la vida contemplativa lo ha reservado para la exclusividad con Él; lo ha consagrado al acto de amor simple y puro que es la contemplación.

Con esta declaración también le asegura el Amado que será su sostén y defensa. Y le invita al contemplador a no abrirse sino a permanecer cerrado, es decir, dedicado a la vida contemplativa que le es regalada. Esta vida, en efecto, lejos de ser inútil y estéril, es bien provechosa y fecunda en el amor.

Nos es difícil aceptar que hay otras formas de ser signos de la presencia y crecimiento del Reino fuera de la actividad. Pero quien contempla sabe que con el regalo le llega una misión, una tarea que encerrado en su diminuto corazón lo llevará a transitar innumerables caminos del mundo, innumerables corazones, innumerables vaivenes de la historia. Este jardín cerrado ha sido convocado para desparramar aromas de Cristo el Señor por todo el mundo y tan secretamente. Desde esta fuente sellada en la noche, a escondidas, el Señor riega las esterilidades del mundo con el agua que abundantemente le regala para que rebalsando de sí llegue hasta lo más reseco. Un centro donde el Amor se condensa y se expande: eso es un contemplativo.

Imposible de aceptar sin la fe este obrar escondido. Sólo sé que el Señor, con frecuencia, me impulsa a elevar así mi oración: “Señor, haz de mí una pira de dolor y de amor. Ocúltame en el holocausto de tu Hijo. Quiero acabar con tanto sufrimiento. Acéptame, Padre, como víctima de amoroso sacrificio. Quiero sufrir yo en lugar de ellos para que en el mundo se saboree sólo el amor.”

Y yo no sé cómo ni lo intuyo, porque aún soy tan débil y tan fétido, pero tengo certeza de que en este encuentro simple y puro con el Amado, en esta asociación amorosa con ese Varón de Dolores y Salvador, el mundo entero también vibra y recibe amor.

 

 


"Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado." Cantar de los cantares





"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


“Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado.” (2,16a)


            Confieso que me encuentro sin palabras ante este texto que susurro, exclamo y canto con frecuencia. No hay mejor forma de expresar el camino contemplativo.

Porque del otro lado del umbral –de la experiencia activa o vía ascética- se da un reordenamiento de la vida para que su centro sea el Señor a través de la penitencia, es decir, de la conversión continua por prácticas y ejercicios adecuados. Pero por empeñoso que sea este trabajo y por altos que sean sus frutos no tocan ni la hondura ni la continuidad de la experiencia contemplativa -experiencia infusa  o vía mística-. De ningún modo hablo de mayor o menor santidad, sólo digo que es propio de la contemplación que el don de la unión, el don de la referencia del yo al Amado, quede marcado en el alma de un modo más persistente.

No es indiferente haber pasado o no haber pasado el alma por el trance del rapto, del amoroso estar fuera de sí en Él por Él.  De aquel lado del umbral, a fuerza de un gran trabajo de la voluntad, la existencia puede alcanzar una referencia amplia y honda al Señor, pero una referencia que demanda constante vigilancia y esfuerzo ascético. De este lado esto no se abandona pero se recibe, por la propia experiencia contemplativa que deja al alma imborrablemente marcada, el don de la referencia. La existencia del contemplador no puede menos que experimentarse referida a la existencia del Amado. Existo para Él y porque Él existe, sino no existiría.

Es un profundo desencantamiento y desabrimiento por todo lo que no sea el Amado. Sólo queda la existencia del Amado como motor y sentido de la existencia y nada más. Y cuanto más se adentra el contemplador en su caminar la referencia se va haciendo más esencial. Participando de algún modo de la misma vida divina, sumergido de a ratos en el misterio de la  Trinidad, el contemplador goza ya de las primicias de la eternidad.  El Buen Dios lo hace entrar en sí de tal forma que al mismo tiempo que empiezan a diluirse las barreras y secuelas que levantó y dejó el pecado comienza a restablecerse la comunicación original con toda su maravilla. Ser el contemplador en Dios y Dios en el contemplador. Gozar en el amor de una unión gratuita y totalmente inesperada. Mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado.

 

 


Tras pasar las murallas. Poesía escondida





"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)

 Tras pasar las murallas

Y los centinelas

Abandonada el alma

En la noche densa

Ya no hay pasado

     Ni hay futuro

Solo la presente ceguera

Tras de la cual brota

         Luz verdadera

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...